lunes, 3 de octubre de 2016

1010.- TRAGEDIA EN LA CARRETERA A SAN LUIS



Gerardo Raynaud

El último domingo del mes de septiembre se celebra en el mundo católico el día de Nuestra Señora de las Mercedes. En tal día cumplía un año más de vida  la agraciada señorita Mercedes Becerra Girón, 18 años que por esa época, aún no correspondía a la mayoría de edad.

De porte elegante, color trigueño, radiante de juventud, espiritual y encantadora, virtuosa y consagrada a los quehaceres del hogar. Había nacido en la población de Gramalote, pero desde temprana edad se encontraba residenciada en la capital del departamento, porque su padre, telegrafista de profesión había sido trasladado a las oficinas principales en esta ciudad.

Ayudaba a la crianza de sus hermanos menores, tres en total, colaborándole a su señora madre en labores de costura, pues como modista, ayudaba a cubrir los gastos de la familia. Gozaba de general aprecio entre sus amistades por sus virtudes y conducta ejemplar.

El sábado anterior había asistido a una de las iglesias de su vecindad, en donde se confesó y al día siguiente, acompañada de su madre, se encaminó a la iglesia de San Antonio, oyó la misa y comulgó.

Era la ofrenda piadosa que Merceditas, devotamente le hacía a la Virgen, en el día de su cumpleaños. ¡Qué más alegría y satisfacción para ella que visitar el templo en donde solía orar ante el retablo de la Virgen el día de su cumpleaños!

Aunque entonces no se acostumbraba a las celebraciones de hoy en día, su hermana en compañía de su madre  y de algunas de sus amistades la invitaron a visitar la vecina población de San Luis, aprovechando el bazar que había en el parque, tradición que se llevaba a cabo todos los años en esa fecha.

Partieron a eso de las 11 de la mañana y llegadas a la villa de San Luis, estuvo en el templo orando ante el milagroso cuadro de la Virgen de Chiquinquirá, antes de recorrer los puestos del bazar para dirigirse finalmente a la casa de Jorge Gómez, el maestro de escuela del lugar, donde le habían organizado una tertulia bailable como tributo cariñoso al día de su cumpleaños.

Para la ocasión, iba luciendo un bello traje nuevo de seda “bember”,  rojo con flores blancas y negras. En su cabellera advertíanse lindas y coquetas margaritas, mientras que sus pies calzaban unos zapatos blancos, blancos como su alma, como sus sueños.

Los troveros criollos que se aparecieron para amenizar la tertulia, entonaban sus versos musicales que le dedicaban a la festejada: “Muchacha arisca, virgen serrana, flor de mis montes, suma de gracia, en ti hay reserva de fiel cariño porque eres clara, porque eres buena como el regalo de la mañana y eres tan bella, mucho más bella que los bambucos de mis montañas”, fue una de las canciones que más le dedicaron.

Ya entonces, las luces de las bombillas empezaban a parpadear, la noche empezaba; en la lejanía del horizonte, la luna vagaba cubierta de negros nubarrones y las ondas asordinadas del río Pamplonita se deslizaban apacibles, a escasos metros, en su transcurrir por el lugar.

El grupo de paseantes, en ese momento bastante numeroso, se dividió para el regreso. La madre de Merceditas y la señora Ana de Cuberos, con unos acompañantes más tomaron un automóvil que las llevó sin novedad hasta su vivienda en Cúcuta.

Otro grupo conformado por la cumpleañera, su hermana y otros compañeros, entre los que estaban los jóvenes José Galvis, Ezequiel Villalobos y Juan Zafra, entre otros, resolvieron regresar a pie.

En las cercanías del puente de San Luis, por donde pasaba el ferrocarril a la frontera, Merceditas haciendo un paréntesis a la alegría que en ella había primado durante todo el día, dijo estas palabras premonitorias, “no sé si estoy triste o contenta, pero algo extraño me sucede, algo presiento…”.

Mientras que la caravana de paseantes avanzaba siguiendo rigurosamente la orilla de la carretera, buses y automóviles perforaban con sus luces las tinieblas de la noche. Durante un largo trayecto, Mercedes y el joven José Gálvis venían del brazo, ella del lado del monte y él de la carretera.

De un momento a otro, decidieron cambiar de lugar, sin imaginarse el terrible destino que les esperaba. De repente, un bus amarillo grande, a una velocidad fantástica de oriente a occidente, atrapó y lanzó a varios metros, monte adentro, la humanidad de Merceditas.

Según testimonios, los caminantes no se habían percatado de la velocidad tan grande de la máquina y de la relativa oscuridad del lugar, al punto que ninguno de los acompañantes de la muchacha se dio cuenta, en el instante, qué se había hecho ella.

El joven Galvis, que la acompañaba, creyendo que Merceditas había sido víctima de algún ‘raptor desconocido’, persiguió por varios metros al bus, sin éxito, que se perdió de su vista envuelto en las sombras de la noche.

Se dedicaron entonces a buscarla en el paraje, llenos de pánico y de terror, descubriendo con angustia y dolor el cuerpo sin vida de la desaparecida sobre la hierba húmeda al pie de un frondoso árbol. Con el vestido nuevo desgarrado y ensangrentado, el espectáculo no podía ser más macabro.
Sus cabellos ensortijados tapaban una horrenda herida sobre su frente que mostraba su cráneo totalmente vacío; la masa encefálica quedó diseminada  por todo el lugar y solo pudo ser encontrada al día siguiente por los funcionarios de Permanente.

Verdaderas escenas de dolor de angustia y de martirio se pudieron observar, al ver la madre de la joven, el cuerpo de su hija idolatrada a la que había dejado feliz unas horas antes. Las labores de levantamiento pudieron realizarse con presteza a pesar de la presencia de los numerosos pasajeros que a dicha hora pasaban  por el sitio de los acontecimientos y de los curiosos que, a la luz de las linternas,  contemplaban el cuerpo inerte de la que en vida fuera una mujer espiritual y encantadora.

Amigos y familiares se apresuraron a contactar a don Juan C. Yáñez, propietario de la funeraria que llevaba su nombre para contratar los servicios fúnebres correspondientes.

Gran cantidad de vecinos se agolpó durante varias horas frente a su vivienda mientras que numerosos amigos llegaban a presentar sus condolencias a la familia Becerra. El entierro se efectuó en las horas de la tarde, en el cementerio de la calle segunda, donde para siempre duerme el sueño de los justos.

Por los datos suministrados por quienes presenciaron los hechos, la policía detuvo un sospechoso, conductor del bus “Ciudad de Cúcuta”, que al realizársele la inspección pericial se le encontraron manchas de sangre y partículas de cabello y sesos; por tal razón, le decretaron detención preventiva mientras se esclarecía su responsabilidad.

Tiempo más tarde, las autoridades judiciales lo hallaron culpable del accidente y lo condenaron a las penas que en ese entonces contemplaban los códigos.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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