Gabriel
Zárate Caballero
Alfonso Zárate Caballero
Darle el ultimo adiós a un hermano, es un
momento de una gran pena. Es experimentar en carne propia la amargura, el
dolor, la impotencia y sentir que pudimos haber hecho algo más para seguir
teniéndolo entre nosotros y no hubo manera de lograrlo… se perdió la batalla.
Llegan a mi memoria evocaciones del pasado en
los que compartí directamente con Alfonso… instantes de la vida, de los cuales
algunos quedaron congelados en el pasado y otros trascendieron en el
espacio-tiempo y dejaron huella indeleble en los corazones de todos los que lo
conocieron de cerca.
Soy hermano menor que él y por ende uno de los más
cercanos en su infancia y adolescencia. Prácticamente él fue mi maestro, puesto
que de él aprendí a batallar con la vida.
La infancia de Alfonso transcurrió en medio de grandes
avances en el saber. Cuando terminó su primaria en la escuela de varones de
Guaimaral, no aplicó para el primer año de bachillerato en el Colegio
Municipal, porque los directivos del colegio dijeron que estaba muy niño para
comenzar su bachillerato porque le faltaba un año de edad.
Entonces mi papá, don Zárate, ‘Don Pipo’ como le decíamos
cariñosamente, decidió que lo mejor era que repitiera el quinto año de
primaria, mientras alcanzaba el año de edad requerido para que entrara a la
secundaria.
En el Colegio Municipal brilló por su desempeño como
estudiante y deportista. Aunque le gustaba el futbol, don Copete no lo alineó
en ninguno de sus equipos porque en las prácticas siempre hacía autogoles.
Alfonso se desempeñaba como defensa centro y su hábito era cabecear hacia atrás
marcando el tanto en su propia portería.
Don Pipo le armó una bicicleta para que se transportara
al colegio y él le gustó tanto montar en bici que al poco tiempo ya estaba
participando en competencias ciclísticas. Ganó trofeos en esta disciplina los
cuales exhibía al lado de los que había cosechado nuestro hermano, mayor Pedro
Antonio.
La verdad es que ellos Pedro y Alfonso fueron connotados
ciclistas, conquistaban triunfos montando bicicletas ordinarias que, en el
argot de la familia, les decíamos “las burritas”, porque eran bicicletas
pesadas no aptas para competencias.
Estando en el Colegio Municipal, tuvo la fortuna de
conocer a un profesor que le enseñó a jugar ajedrez. Este profesor al que
conocimos como ‘El Loco Pardo’, lo inició en el arte de la defensa y el ataque
en el juego ciencia. Fue tanto su gusto por este juego que se apasionó por él y
en la búsqueda de nuevos retadores que le dieran la pelea conoció a Antonio
Moreno Fossi, un veterano del ajedrez que se encontraba ranqueado por la
Federación Colombiana de Ajedrez.
Los dos se volvieron Maestro y Discípulo y con ello, se
logró que Alfonso mejorara sus conocimientos en el juego ciencia. Fossi le
vendió un libro de ajedrez escrito por el antiguo campeón mundial de ese
deporte José Raúl Capablanca, de origen cubano. Este libro siempre lo llevaba
Alfonso bajo el brazo y con el paso del tiempo fue cosechando éxitos y avances
notorios con tácticas de defensa y ataque, así como estratagemas de batalla en
el tablero.
Antonio Moreno Fossi le tomó mucho aprecio a mi hermano
Alfonso y le dedicaba extenuantes horas a la práctica del ajedrez, en su
fábrica de colchones de la calle 13 entre avenidas 4a. y 5a.
Alfonso en su búsqueda incansable de nuevos contendores,
visitaba el Club “El Gambito” ubicado en la calle 12 frente al Parque Colón. Yo
lo acompañaba hasta altas horas de la noche en los que se debatía en luchas
tenaces con el Maestro Pinto. En este club se codeó con Fernando Benítez, con
el Maestro Urbina y demás ajedrecistas reconocidos en la ciudad.
Allí fue moldeando y construyendo su propio estilo de
juego, con el que conquistó varias veces el título de Campeón Departamental del
Norte de Santander.
Delante de su pasión, el ajedrez
Cuando el Club “El Gambito” cambió su sede para la
avenida primera entre calles 13 y 14, local exactamente al lado de la casa de la
familia Hernández Cambindo, Alfonso empezó a observar que en esa casa habitaba
una linda doncella, morena que le impactó a primera vista. Pronto se dio cuenta
que esta morena le hacía desviar su mirada del tablero para observarla pasar.
Esta señorita, de nombre Elizabeth, le empezó a quitar el sueño a Alfonso.
Alfonso, a pesar de ser bastante tímido e introvertido,
se interesó tanto por esta morena de figura esbelta y mirada inocente.
Elizabeth, por su parte, le atraía con curiosidad era el juego que se
desarrollaba en los tableros de ajedrez. Ella asomaba la cara por la puerta del
club sin atreverse a entrar y solo curioseaba. Alfonso no fue centro de su
interés y creo que ni se dio cuenta de la existencia de mi hermano, solo miraba
lo que jugaban y no sospechaba que allí se encontraba el hombre que se
convertiría en su esposo… esposo para toda la vida como lo dice el sagrado
compromiso matrimonial.
Alfonso insistió e insistió tanto que logró conquistarla
y casarse con ella formando la familia Zárate- Hernández. No fue fácil para
Alfonso ganarse el aprecio y corazón de esta hermosa morena, pero él que no le
huía a los retos perseveró tanto que la doncella cayó en sus brazos y lo
convirtió en el Príncipe de su fantasía angelical. Entonces, se casaron y esta
unión dio como frutos a Boris y a Iván.
Antonio
Moreno Fossi
Alfonso, apasionado por el ajedrez, se volvió adicto a
este juego. Su obsesión lo llevó a retar al destino en una única contienda sin
límite de tiempo. Y Alfonso había escogido sus fichas e iba a jugar con las
negras.
Iniciaba el juego defendiéndose. Él pensó en diseñar una
defensa imbatible contra los continuos ataques que le lanzaba el destino. La
partida se desarrolló en el tablero de la vida. La apertura del juego, en los
primeros años de casado, Alfonso los libró con movimientos tácticos de
posicionamiento de piezas. El destino inició la partida con una apertura
agresiva. Se ensañó con la dama y la atacó y al final, la puso en contra de
Alfonso. Entonces, éste, como gran estratega, se defendió esgrimiendo como
punta de lanza sus dos alfiles.
Los embates del destino pronto sacaron del juego a la
dama y a los dos alfiles y el destino amenazó con ganarle la partida. Alfonso
se sintió morir…sufrió, se desesperó, lloró y enloqueció… pero no abandonó la
partida. Aunque sintió que todo está perdido pues ya no tenía a su lado a su
dama y sus dos alfiles, no declinó el juego.
Viéndose perdido Alfonso hizo una jugada brillante,
aprovechando un descuido del destino y Alfonso coronó otra reina; se enamoró de
una hermosa mujer de nombre Estela, con quien sostuvo un romance que dio como
fruto a Diego Alfonso.
Con nueva reina y nuevo alfil, se reagrupó para lanzar
la embestida contra su rival de juego. Fue un jaque al descubierto para el
destino. El destino viéndose acorralado reorientó su ataque y volvió a diezmar
a Alfonso, le quitó la vida a la dama y alejó a su nuevo alfil. Alfonso perdió
las únicas dos piezas que le quedaban y otra vez, vio perdida la partida.
Se quedó solo… el destino lo superó, se ensaño con él y lo
mató lentamente. La partida entró a su final… Alfonso no tenía defensa para contrarrestar
las diferentes amenazas de jaque en las que le puso el destino y se vio
obligado a asumir el movimiento del peón… peón de ajedrez… caminó valientemente
hacia adelante… pero muy lentamente… está perdido… sus pasos son pesados,
cansados, de enfermo grave, herido mortalmente… pero siempre en línea recta,
hasta que el destino vislumbrando el final del juego le asestó el jaque mate. Y
Alfonso perdió la partida y con ella perdió también la vida.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
Hermoso relato
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