Omar Elías Laguado Nieto
La basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y parte del barrio San Luis
de otros tiempos.
El historiador Rafael Eduardo Angel, uno de los más
grandes estudiosos académicos de esta ciudad comenta en su libro “Historia de
Cúcuta” lo siguiente:
“La de los Motilones fue una de las tribus más difíciles
de someter en todas las etapas de la conquista.
El Valle de Cúcuta durante casi dos siglos fue el
escenario del avance y retroceso en el proceso de dominación en el que las
circunstancias obligaban a permanentes desviaciones de las rutas comerciales.
Las fundaciones de la Grita (1567) y Salazar de las
Palmas (1583) establecieron una línea fronteriza con los Motilones, entre
tanto, Pamplona era el centro del poder administrativo y expedicionario, Ocaña
era el punto obligado de la ruta comercial por el río Magdalena, y Mérida, era
el punto de avanzada en dicho proceso, en el cual San Cristóbal era un punto
intermedio en el camino.
La proverbial rebeldía de los indios y sus constantes
asaltos impedían el asentamiento de los blancos y las comunicaciones con las
costas de Santa Marta, Cartagena y Lago de Maracaibo. La población de San
Faustino fue el bastión de la lucha contra el motilón por la parte norte, y por
el occidente Salazar de las Palmas.
El pueblo de Cúcuta fue un asentamiento precolombino que
Pedro de Ursúa lo dio en encomienda en 1550 a Sebastián Lorenzo por dejación de
Miguel Tiebal y es el origen remoto de la fundación de Cúcuta, aunque se sabe
por las leyes de indias que esos pueblos no tenían la organización de la vida
municipal con gobierno propio y representación “del común” o de la “cosa
pública”.
Las riendas de esos pueblos estaban en manos del cacique,
del clérigo doctrinero y del administrador o protector español.
Esas agrupaciones humanas recibían el nombre de
“reducciones”, en las cuales los naturales debían congregarse en pueblos
nuevos, con comunidad de aguas, tierras y montes, entradas y salidas, y
labranzas, y un ejido de una legua de largo, donde podían tener sus ganados,
sin que se confundieran con otros españoles.
La conducta hostil y reprimida de los indios motilones
del pueblo de Cúcuta (hoy San Luis) para con los blancos habitantes del valle y
los intereses económicos de estos fueron factores determinantes para que los últimos pidieran la erección de una parroquia que
llevaría el nombre del patriarca San José.
Uno de aquellos pobladores o fundadores, fue la dama pamplonesa doña
Juana Rangel de Cuéllar, quien donó solemnemente media estancia de ganado mayor
(782 hectáreas), en el sitio Guasimal, para lo cual se dispuso todo de tal manera hasta hacerse una
escritura pública en su casa del sitio de Tonchalá, ante el alcalde ordinario
de Pamplona, don Juan Antonio de Villamizar y Pinedo, el 17 de junio de 1733.
Un grupo de esos vecinos estuvo presente en aquel sencillo y
trascendente acto, y aceptaron la escritura de donación “por sí y en nombre de
los demás vecinos, y le dieron las gracias a la señora otorgante y lo firmaron”.
Después de aquella escena de Tonchalá sucedieron otros actos
tendientes a la erección de la parroquia: Se otorgó poder a un abogado de la
Real Audiencia de Santa Fe para solicitar dicha erección y se le dieron
instrucciones; se obligaron los vecinos con sus bienes para la fundación y
donación, edificación de la iglesia y congrua del cura.
El cabildo de Pamplona hizo manifestación de aprobación y de
reconocimiento sobre la conveniencia de erigir la nueva parroquia.
Los trámites concluyeron con la licencia que otorgó el Arzobispo de
Santa Fe, monseñor Antonio Claudio Alvarez de Quiñónez, el 13 de noviembre de
1734 y se le dio el nombre de Parroquía de San José
del Guasimal.
Con la escritura de donación de doña Juana se inició la formación del
poblado. Una iglesia de “horcones de madera y paredes de barro embutido, cubierta
de madera con tres puertas y la principal con su cerrojo y llave” fue el centro
alrededor del cual se inició la demarcación de la plaza, calles, manzanas y
lotes en aquella media estancia, cuyas extensiones aledañas vinieron luego a
ser los ejidos del pueblo.
La vida a partir de aquel momento empezó a girar alrededor de la
iglesia parroquial y las faenas se combinaban entre las labores de construcción
de casas y los trabajos de campo que se ejecutaban por esclavos de raza negra,
con lo con lo cual el trasegar de los comerciantes y peones salpicaba de colorido
a la aldea naciente. El comercio giraba en torno al cacao, añil y a “ropas y
frutos de Castilla”.
Durante todo el resto del siglo XVIII la aldea tuvo un progreso
considerable por el comercio, en condiciones que para la última década del
siglo era San José la más floreciente de aquellas poblaciones de los valles del
Zulia y Pamplonita.
Paralelo al crecimiento, se creó (1764) la viceparroquia de Nuestra
Señora del Rosario de Cúcuta, para atender las necesidades espirituales de un
grupo de vecinos de aquella parte del valle.
Esas dos parroquias, San José y el Rosario, desde entonces se ataron
a un mismo destino con el nombre de Cúcuta. Sus aspiraciones las llevaron al
mismo tiempo a obtener del monarca Carlos IV de España el título de “Villa” en
sendas Cédulas Reales que tienen cada una la fecha del 18 de mayo de 1792.
A la San José se le dio el título de “Muy
Noble, Valerosa y Leal Villa”, a la del Rosario “Noble, Fiel y Valerosa Villa”. Todos ellos eran de Cúcuta, así hubieran nacido en San José o en
el Rosario.
El 21 de abril de 1793 el Teniente de Corregidor de Pamplona don Juan
Antonio Villamizar Peña como comisionado del señor virrey de Santa Fe dio posesión
a los vecinos de la parroquia de San José del título de “Muy Noble,Valerosa y Leal Villa de San
José del Guasimal” otorgado por el Rey de
España y lo hizo publicar en la plaza “a son de caja y voz de pregonero”.
Después se asignaron ejidos y dehesas, se establecieron rentas, se
reconocieron los linderos de jurisdicción, se nombró el primer maestro de
escuela, se nombraron primeros regidores de Cabildo, se eligieron los primeros
oficios concejiles y se dictaron las Ordenanzas del Buen Gobierno para la
Villa.
Un padrón del vecindario de San José del año 1792 le señalaba 3.855
almas.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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