Gerardo Raynaud
En la Cúcuta solariega de los primeros tiempos del siglo veinte, el
ambiente comenzaba a tornarse complicado.
Los primeros años de la década de los años cuarenta fueron particularmente
difíciles en la ciudad, posiblemente debido a la evolución que se venía
padeciendo a raíz de los problemas generados por la guerra que se venía
presentando en casi todos los escenarios del mundo.
Por otro lado, en la Cúcuta solariega de los primeros tiempos del siglo
veinte, el ambiente comenzaba a tornarse complicado, por las confrontaciones
partidistas que cada día se acrecentaban y que al calor de los acontecimientos
políticos, cualquier ocurrencia era motivo de pugnas que, por lo general,
degeneraban en agrios enfrentamientos con las previsibles y negativas
consecuencias.
Sin embargo, desde tiempos pretéritos, decían los cronistas de la época,
“las diversiones decentes con que contaba la ciudad, eran las retretas del
Parque de Santander, lo mejor de lo mejor”.
En ese entonces, todos sabían en qué consistían esas retretas: en una
orquesta o banda compuesta por unos señores decentes que ejecutaban algunos
instrumentos musicales, acumulación de armonías y en fin, distracción que
servía a la sociedad y al pueblo de Cúcuta de válvula de escape a sus muchas
dolencias espirituales y por qué no, hasta materiales.
Era así como esa sociedad y ese pueblo se lanzaban a la calle pública, en
dirección al parque, en las noches dominicales, a distraer sus muchas
desolaciones y esparcir a las influencias de una sonatina, tantas tristezas.
Entonces se disfrutaba de la paz de los hombres de bien, aunque hubiera
algunos malos como los ha habido siempre y en todas partes. La retreta, como se
le conocía, había sido construida desde el siglo anterior y se tiene noticias
que fue inaugurada el 10 de junio de 1894. Esa noche dominical, la célebre
musical conocida como la Banda Progreso, interpretó el célebre bambuco ‘Las
Brisas del Pamplonita’ que con el pasar del tiempo se convertiría en la melodía
insigne de los cucuteños.
En ese año no existía la glorieta, sino que las piezas musicales y en
general, las distintas expresiones culturales y artísticas que allí se
presentaban, se hacían al pie de la estatua del prócer, sólo fue en 1933, el 8
de junio, cuando se dio al servicio de la población, la glorieta que fue
orgullo de los cucuteños, construida en el costado sur, frente a las
instalaciones de la Alcaldía y que perduró hasta el año 1964, demolida
finalmente durante la administración del alcalde Carlos Guillén.
Pero así como la glorieta fue el escenario de numerosos actos artísticos,
hubo temporadas aciagas y de dolorosos episodios, particularmente cuando
las disputas entre los partidarios de las diferentes corrientes políticas se enfrentaban
y ese era unos de los espacios preferidos para tratar de demostrar el poder que
cada uno ostentaba.
Tal vez, esta situación llegó a su clímax, en el año 43 del siglo pasado,
cuando las disputas y las diferencias entre los seguidores de los dirigentes
políticos de los partidos tradicionales, escudados tras las presentaciones
dominicales y aprovechando la presencia de numerosos grupos de ciudadanos que
iban a escuchar las notas musicales, incitaban y arengaban, en términos poco
ortodoxos, a la muchedumbre que allí se congregaba.
Cierto domingo del mes de octubre del año en mención, se originó un
episodio que produjo el mayor desconcierto, no solamente entre los asistentes,
sino entre la población en general, pues la noticia corrió como un reguero de
pólvora, alentada por los medios que no perdían ocasión para informar sobre los
más mínimos detalles de las ocurrencias diarias.
Para mayor claridad sobre lo sucedido, citaré las palabras textuales de un
testigo presencial de los hechos de ese día, quien firma con el pseudónimo de
‘Cucuteño’ y narra las incidencias presenciadas en los siguientes términos:
“No se había generalizado la
arrogancia de la torpeza. Se conservaba cierta cultura natural. Los jefes,
ajenos a la guacherna, educados por tradicionalismos se respetaban a sí mismos
y obligaban a sus camaradas al respeto social. Estaba embrionario el
sentimiento criminal. El destino sanguinolento empezaba a adiestrarse en las
entrañas de los amanzanillados de hoy. Se vivía vida distinta. Pero todo ha
cambiado. De esa edad de oro pasamos a la de barro.
Salir hoy al Parque de Santander es
un peligro social. Es jugarse, cuando no la vida, el resto de decoro que le ha
quedado en esta dilapidación del respeto y la decencia. El domingo pasado
pudimos constatarlo. La chusma, alentada por sus jefes, desplazó a los
elementos sociales que acudieron a ese parque a desacreditar la retreta con sus
desplantes vulgares, insolentes y feroces: hijos de puta, salgan a la calle,
aquí están los que mandan hoy en Cúcuta; y así en esa forma, lanzando vivas al
doctor Miguel Roberto Gélvis, observamos el espectáculo más triste que
imaginarse pueda una persona que visite esta Cúcuta, llamada sarcásticamente,
La Ciudad Princesa, la Ciudad más bella del Norte Colombiano, la Atenas del
Pamplonita; de esa manera acabaron con la retreta esos salteadores en poblado,
rezagos de un núcleo sin Dios, sin ley y sin conciencia”.
La narración continúa diciendo que la turba se dirigió al palacio de la
gobernación, pero al pasar frente al café Blanco y Rojo, la emprendieron contra
el señor Humberto Bernal Pinto, personaje que en esa época, además de sus
habituales ocupaciones como contador y tributarista, era reconocido dirigente
político. Al verlo, la chusma se le abalanzó con el ánimo de maltratarlo pero
continúo con la narración de nuestro cronista de marras:
”…afortunadamente éste no siempre
está como Dios lo botó al mundo, sino como lo mandan las sorpresas chusmeras,
sacó sus Cinco Narices, y puso pies en polvorosa a los bullangueros que
antes vivaran al jefe Gélvis, trataran de hijos de puta a los asistentes a la
retreta y dieran el escándalo más sorprendente a ciencia y paciencia del señor
Gobernador y de su Secretario e Gobierno, quienes seguramente estarían
complacidos al ver lo ocurrido en cumplimiento de su dicho de que en estas
tierras, las mayorías son las que mandan.”
Después de la ocurrencia de estos bochornosos sucesos, quienes ‘pagaron el
pato’ fueron el gobernador y su secretario de gobierno, pues el argumento
esgrimido era que, “el doctor
Gélvis permitiera ese ultraje a la ciudad se debía a que era un señor tocado de
demencia jefaturial; pero que el Gobernador y su Secretario de Gobierno
permitieran que esa chusma trate así a los cucuteños, con vergüenza
estremecedora, eso sí es intolerable y merece la protesta airada de las gentes
de bien. La sociedad y pueblo de Cúcuta están alarmados del porvenir que les
espera y tiene razón. ¿De quién es la culpa?”
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario