miércoles, 4 de enero de 2017

1056.- EMPRESAS DE AYER



Gerardo Raynaud

El ingreso al siglo XXI trajo grandes variaciones en la economía y en los sistemas financieros, tanto a nivel nacional como mundial. Muy pronto pasamos de una economía bipolar a una dispersión económica que globalizó el ambiente económico y financiero, de manera que la nostalgia por los productos, los servicios y las instituciones financieras que fueron conocidas en el pasado se fueron desplazando al rincón de los recuerdos o peor aún, al cuarto del olvido.

Quién no recuerda la Caja Colombiana de Ahorros, que en la ciudad estuvo ubicada en la calle novena entre avenidas cuarta y quinta; que se inició como una sección del Banco Agrícola Hipotecario en 1926 y algún tiempo después, en 1931, adquirió independencia, aunque su administración dependía de la Caja de Crédito Agrario, más conocida como Caja Agraria que fue durante muchos años, el banco de los campesinos y por qué no decirlo, de algunos políticos que se aprovechaban de sus recursos en beneficio de sus campañas y tal vez, de sus propios intereses; por eso y otras razones, tuvo que ser liquidada en 1999 y hoy simplemente la recordamos con nostalgia.

La Caja Colombiana de Ahorros fue en su época, la entidad financiera más grande del país, con una extensa red de oficinas que alcanzó a tener, en el año 1966, 610 oficinas en todo el país.

Pudo entonces, integrar la población urbana con la rural, habida cuenta que en muchos pequeños pueblos, era la única entidad bancaria en funcionamiento, de ahí que 15 de cada cien colombianos, eran depositantes de “ahorro puro”, como se conoce en términos económicos.

Se promocionaba el ahorro con peculiares estrategias, como aquella que invitaba a los potenciales ahorradores a asegurar el porvenir de sus hijos y no jugar con su dinero, “abriendo una cuenta en la Caja Colombiana de Ahorros”.

Dos grandes actividades promocionaban el crédito, entre grandes y chicos; el primero, la famosa alcancía metálica y blindada que se le entregaba a los ahorradores y que sólo podía ser abierta en sus oficinas para ser depositadas en sus respectivas cuentas y las estampillas de ahorros que se reunían como los conocidos “caramelos coleccionables” de hoy y que ofrecían beneficios financieros, especialmente durante el mes de octubre, establecido por ellos como “el mes del ahorro”.

La publicidad desplegada por ambas instituciones era bastante nutrida, frecuente y masiva, para que llegara a todos sus clientes potenciales o efectivos, como los muestran los avisos de prensa.

Por su lado, la Caja Agraria también promocionaba sus productos y servicios, especialmente dirigidos al sector agropecuario, ofreciéndole, no solamente los financieros, sino todos los demás vinculados a los avances tecnológicos que se presentaban y que beneficiarían a la población establecida en el entonces extenso campo colombiano.

Además de la maquinaria y de los insumos que ofrecían en sus almacenes de provisión agrícola, también brindaban la posibilidad de adquirir los más recientes adelantos en términos de comunicaciones, cuando a mediados de siglo vendieron radio-receptores de pilas, que podían instalarse en cualquier lugar del país, todo ello con el propósito que el campesinado tuviera la posibilidad de instruirse aprovechando los programas de la Escuelas Radiofónicas que se transmitían por las frecuencias de Radio Sutatenza, auspiciado por la Acción Cultural Popular, programa creado por el padre José Joaquín Salcedo y orientado a mejorar la vida de los hombres del campo, en los aspectos esenciales de su vida, incrementando sus conocimientos y mejorando las prácticas necesarias para su bienestar.

Siguiendo con los aspectos relativos a la actividad económica y financiera de aquella lejana época, otras actividades que aunque hoy se mantienen, entonces eran más habituales y tradicionales, además de tener menos controles, pero en términos generales más serias que las actuales. Esto en razón de las normas que exigían que se divulgaran los nombres de los ganadores, situación ahora desaparecida.

Era usual que personajes públicos venidos a menos, cuando por razones de política salían de sus puestos, tuvieran a apelar a ganarse la vida, de cualquier manera lícita y para ello apelaban a realizar labores como fue el caso del ex director de la policía secreta, don Pedro Medina Jácome, que para poder mantener su familia, una vez retirado de sus actividades oficiales se dedicó a promocionar rifas, como fue la reconocida Rifa Popular, que se sorteaba los fines de año.

La primera, era la rifa navideña que se sorteaba el día previo a la Navidad y la segunda, la de despedida del año, que jugaba antes de la terminación del año.  Como buen ejecutivo, don Pedro había establecido sus oficinas en un lugar estratégico, pues no se rifaba dinero, sino enseres para la casa a un precio sumamente módico para sus virtuales clientes.

El centro de sus actividades, lo tenía establecido a la entrada de la Feria del Juguete,  frente al Club del Mercado, en la avenida quinta entre octava y novena. Había establecido su propio sistema de boletería, sin series con cuatro cifras y su precio.

Los sorteos navideño y de final del año 53,   se realizaron los días 22 y 29 de diciembre y se rifaron en su orden; cuatro premios: (1) radio “Telefunken” de tres bandas, (2) juego de muebles de mimbre para sala compuesto de 6 piezas, (3) una bicicleta marca “Phillips” completamente equipada y para los niños, (4) un triciclo-bicicleta marca “Ferbedo”.

A fin de año, los premios eran cinco, (1) una máquina de coser marca “Targon”, (2) un radio “Telefunken” de tres bandas, (3) una bicicleta “creditario” de las que se vendían en la Caja Agraria, (4) una vajilla de loza americana de 8 puestos y como último premio, (5) otra vajilla pero de 6 puestos, también de loza americana.

Los clientes tenían la opción de fraccionar las boletas o comprar solamente el número por el premio que quisiera; es decir, que quien quisiera participar por el premio del radio Telefunken del sorteo navideño, pagaba cinco centavos ($0.05). Si no lo ganaba, podía participar en el sorteo de despedida de año, por lo cual solo pagaba cuatro centavos ($0.04).

La rifa Popular tuvo gran acogida entre el numeroso público, pues conocían la reputación y honorabilidad de su propietario y así duró varios años, tiempo durante el cual fueron muchas las ilusiones cumplidas.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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