Gerardo Raynaud
El ingreso al siglo XXI trajo grandes variaciones en la economía y en los
sistemas financieros, tanto a nivel nacional como mundial. Muy pronto pasamos
de una economía bipolar a una dispersión económica que globalizó el ambiente
económico y financiero, de manera que la nostalgia por los productos, los
servicios y las instituciones financieras que fueron conocidas en el pasado se
fueron desplazando al rincón de los recuerdos o peor aún, al cuarto del olvido.
Quién no recuerda la Caja Colombiana de Ahorros, que en la ciudad estuvo
ubicada en la calle novena entre avenidas cuarta y quinta; que se inició como
una sección del Banco Agrícola Hipotecario en 1926 y algún tiempo después, en
1931, adquirió independencia, aunque su administración dependía de la Caja de
Crédito Agrario, más conocida como Caja Agraria que fue durante muchos años, el
banco de los campesinos y por qué no decirlo, de algunos políticos que se
aprovechaban de sus recursos en beneficio de sus campañas y tal vez, de sus
propios intereses; por eso y otras razones, tuvo que ser liquidada en 1999 y
hoy simplemente la recordamos con nostalgia.
La Caja Colombiana de Ahorros fue en su época, la entidad financiera más
grande del país, con una extensa red de oficinas que alcanzó a tener, en el año
1966, 610 oficinas en todo el país.
Pudo entonces, integrar la población urbana con la rural, habida cuenta que
en muchos pequeños pueblos, era la única entidad bancaria en funcionamiento, de
ahí que 15 de cada cien colombianos, eran depositantes de “ahorro puro”, como
se conoce en términos económicos.
Se promocionaba el ahorro con peculiares estrategias, como aquella que
invitaba a los potenciales ahorradores a asegurar el porvenir de sus hijos y no
jugar con su dinero, “abriendo una cuenta en la Caja Colombiana de Ahorros”.
Dos grandes actividades promocionaban el crédito, entre grandes y chicos;
el primero, la famosa alcancía metálica y blindada que se le entregaba a los
ahorradores y que sólo podía ser abierta en sus oficinas para ser depositadas
en sus respectivas cuentas y las estampillas de ahorros que se reunían como los
conocidos “caramelos coleccionables” de hoy y que ofrecían beneficios
financieros, especialmente durante el mes de octubre, establecido por ellos
como “el mes del ahorro”.
La publicidad desplegada por ambas instituciones era bastante nutrida,
frecuente y masiva, para que llegara a todos sus clientes potenciales o
efectivos, como los muestran los avisos de prensa.
Por su lado, la Caja Agraria también promocionaba sus productos y
servicios, especialmente dirigidos al sector agropecuario, ofreciéndole, no
solamente los financieros, sino todos los demás vinculados a los avances
tecnológicos que se presentaban y que beneficiarían a la población establecida
en el entonces extenso campo colombiano.
Además de la maquinaria y de los insumos que ofrecían en sus almacenes de
provisión agrícola, también brindaban la posibilidad de adquirir los más
recientes adelantos en términos de comunicaciones, cuando a mediados de siglo
vendieron radio-receptores de pilas, que podían instalarse en cualquier lugar
del país, todo ello con el propósito que el campesinado tuviera la posibilidad
de instruirse aprovechando los programas de la Escuelas Radiofónicas que se
transmitían por las frecuencias de Radio Sutatenza, auspiciado por la Acción
Cultural Popular, programa creado por el padre José Joaquín Salcedo y orientado
a mejorar la vida de los hombres del campo, en los aspectos esenciales de su
vida, incrementando sus conocimientos y mejorando las prácticas necesarias para
su bienestar.
Siguiendo con los aspectos relativos a la actividad económica y financiera
de aquella lejana época, otras actividades que aunque hoy se mantienen,
entonces eran más habituales y tradicionales, además de tener menos controles,
pero en términos generales más serias que las actuales. Esto en razón de las
normas que exigían que se divulgaran los nombres de los ganadores, situación
ahora desaparecida.
Era usual que personajes públicos venidos a menos, cuando por razones de
política salían de sus puestos, tuvieran a apelar a ganarse la vida, de
cualquier manera lícita y para ello apelaban a realizar labores como fue el
caso del ex director de la policía secreta, don Pedro Medina Jácome, que para
poder mantener su familia, una vez retirado de sus actividades oficiales se
dedicó a promocionar rifas, como fue la reconocida Rifa Popular, que se
sorteaba los fines de año.
La primera, era la rifa navideña que se sorteaba el día previo a la Navidad
y la segunda, la de despedida del año, que jugaba antes de la terminación del
año. Como buen ejecutivo, don Pedro había establecido sus oficinas en un
lugar estratégico, pues no se rifaba dinero, sino enseres para la casa a un
precio sumamente módico para sus virtuales clientes.
El centro de sus actividades, lo tenía establecido a la entrada de la Feria
del Juguete, frente al Club del Mercado, en la avenida quinta entre
octava y novena. Había establecido su propio sistema de boletería, sin series
con cuatro cifras y su precio.
Los sorteos navideño y de final del año 53, se realizaron los
días 22 y 29 de diciembre y se rifaron en su orden; cuatro premios: (1) radio
“Telefunken” de tres bandas, (2) juego de muebles de mimbre para sala compuesto
de 6 piezas, (3) una bicicleta marca “Phillips” completamente equipada y para
los niños, (4) un triciclo-bicicleta marca “Ferbedo”.
A fin de año, los premios eran cinco, (1) una máquina de coser marca
“Targon”, (2) un radio “Telefunken” de tres bandas, (3) una bicicleta
“creditario” de las que se vendían en la Caja Agraria, (4) una vajilla de loza
americana de 8 puestos y como último premio, (5) otra vajilla pero de 6
puestos, también de loza americana.
Los clientes tenían la opción de fraccionar las boletas o comprar solamente
el número por el premio que quisiera; es decir, que quien quisiera participar
por el premio del radio Telefunken del sorteo navideño, pagaba cinco centavos
($0.05). Si no lo ganaba, podía participar en el sorteo de despedida de año,
por lo cual solo pagaba cuatro centavos ($0.04).
La rifa Popular tuvo gran acogida entre el numeroso público, pues conocían
la reputación y honorabilidad de su propietario y así duró varios años, tiempo
durante el cual fueron muchas las ilusiones cumplidas.
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