Gerardo
Raynaud
Desde finales del siglo XIX cuando el gobierno
colombiano firmó un nuevo Concordato con la Santa Sede, que le otorgaba al país
el control de la educación, de las misiones y la autoridad moral del país, la
Iglesia Católica se puso del lado del Partido Conservador.
Ante estas nuevas perspectivas, comenzaron a crearse,
en todo el territorio nacional y Cúcuta no fue la excepción. Colegios y
escuelas laicas, que no fueron propiamente del agrado de la curia, especialmente
en aquellos pueblos donde los sacerdotes ejercían un especial dominio sobre las
costumbres y por qué no decirlo, sobre los gobiernos locales.
No fueron muchas las poblaciones que se atrevieron a
lanzarse a este tipo de aventuras, toda vez que el gobierno central, en manos
del partido conservador desde, prácticamente, inicios del siglo XX, mantenían
fuertes lazos de unión con la Iglesia, que dificultaba la puesta en marcha de
cualquier tipo de instituciones profanas.
Las primeras noticias que se tienen sobre estos
planteles laicos, en Cúcuta, datan de 1890 cuando un grupo de personalidades de
la ciudad, encabezado por Andrés B. Fernández, que preocupado por la
instrucción de sus paisanos propusieron la creación de una escuela nocturna,
“para el pueblo”, que se llamó Liceo Girardot.
Con el pasar del tiempo y dada la aceptación del Liceo,
decidieron ampliar la oferta educativa con una jornada nocturna, desconocida
entonces, porque sólo se estudiaba de día, pero lo que se buscaba era
brindarles oportunidades a quienes trabajaban en horas diurnas, abriendo la
Escuela Nocturna anexa al Liceo.
Las dos instituciones se mantuvieron hasta 1894, porque las sucesivas guerras no facilitaban la asistencia de sus estudiantes. Pasada la Guerra de los Mil Días, los habitantes comenzaron a reintegrarse lentamente a sus actividades y a preocuparse por la educación de sus hijos.
El gobierno procuraba ofrecer las facilidades, sin
embargo, muchas talanqueras aún se presentaban para poder acceder a la
educación formal. Que si eran hijos naturales o de padres liberales o masones,
ateos o libre pensadores, protestantes o de cualquier otra religión distinta de
la católica; en vista de tales circunstancias, comenzaron a emerger, en todo el
país, organismos que promovieron oportunidades de ingreso de estos marginados,
a las aulas de formación y capacitación y que se caracterizaron por no estar
sometidas al control de la Iglesia, pues consideraban que la educación
religiosa era materia que solamente concernía al fuero interno de cada familia.
Bajo estos conceptos se iniciaron, en Cúcuta, la
Escuela Nocturna Soto y el colegio Gremios Unidos, ambos auspiciados por la
naciente Sociedad de Artesanos Gremios Unidos. No les resultó nada fácil, por
la férrea oposición de la curia, especialmente por la del párroco de la iglesia
de San José, Demetrio Mendoza que no perdía ocasión para atacarlos por todos
medios a su alcance en aquella época, todo ello basado en el artículo 12 del
Concordato, que a la letra decía:
”En las universidades, los colegios, las escuelas y en
los demás centros de enseñanza, la educación e instrucción pública se
organizará y dirigirá en conformidad con los dogmas y la moral de la Religión
Católica. La enseñanza religiosa será obligatoria en tales centros y se observarán
en ellas las prácticas piadosas de la Religión Católica”.
Es la razón del nombre de esta crónica, que hace
referencia a uno de esos virulentos ataques emprendidos contra una actividad
iniciada por esta Sociedad, que pretendía recabar fondos para su funcionamiento
y que pasaré a contarles a continuación.
Para el domingo 19 de octubre de 1924, la Sociedad de
Artesanos de Cúcuta, programó un bazar con el fin de reunir fondos para las
obras educativas antes mencionadas. El acontecimiento tuvo un gran éxito,
debido en buena parte al favor de la ciudadanía que contribuyó
desinteresadamente a este fin, pues conocían el magnífico servicio que le
prestaba a la juventud.
En resumen, el producido fue de $3.000, una cifra
altamente significativa y que motivó aún más el desagrado del párroco, quien se
fue lanza en ristre contra todos aquellos que habían participado, directa e
indirectamente de la jornada.
En el sermón del día siguiente se expresó en palabras
como:
“Con lo recolectado se ha prolongado por unos días más
la vida del enfermo, pero la muerte se cierne sobre él, terrible, implacable. Y
es que ya todos los liberales están convencidos de que Gremios Unidos, al único
que le reporta ventajas es a su director. Por eso algunos liberales se han
preguntado si el director de la escuela laica no está en connivencia con los
godos para explotar al liberalismo y hacerlo objeto de sangrienta burla”.
No contento con estas palabras, siguió en su tarea de
descalificar a los asistentes, diciendo que “En definitiva, en el bazar, sólo
hicieron acto de presencia los parias del Ferrocarril y unos cuantos de la masa
del pueblo liberal que todavía está en la más espantosa obscuridad”.
Esta última afirmación era una lógica consecuencia de
la animadversión manifiesta que el prelado le tenía Manuel Guillermo
Cabrera, presidente de la Sociedad del Ferrocarril de Cúcuta, quien apoyaba
cuanta gestión se desarrollara en beneficio de los habitantes locales.
Fue más lejos aún en la publicación del editorial de su
interdiario ‘El Popular’, cuando informó de las personas, con nombres y
apellidos, que habían asistido y colaborado con lo que él llamó “las escuelas
sin Dios”.
Cito textualmente:
“Aquí los liberales han fundado una escuela para
levantar una generación sin Dios. Pobres diablos, están peor que las ratas. Los
paganos no se han atrevido a tanto. En esta obra les ayudaron las siguiente
señoras y señoritas: María de Villamora, Lola Lamus de Rodríguez, Ana Francisca
de Silva, las hermanas Concepción, Adela y Margarita Salas Nieto, Natalia
Troconis de García-Herreros, Carmen Belén y María Villamora Valero. Son pocas
en verdad pero han sido capaces, contra la pléyade de damas que aquí velan por
el honor de Dios y por su dignidad de madres y de mujeres, de pisotear los más
caros ideales de un sociedad cristiana”.
La verdad es que el R.P. Mendoza trató por todos los
medios de impedir la realización del bazar, incluso acudiendo a las más altas
autoridades civiles, como lo fueron el gobernador y el alcalde, sin embargo,
los directivos de Gremios Unidos, amparados por los derechos que les otorgaba
la Constitución Nacional (la de 1886) lograron el permiso del gobierno, no sólo
para el mencionado sino para otro adicional que se cumplió, quince días más
tarde, con el cual ‘redondearon’ los recursos necesarios para cumplir los
compromisos académicos del siguiente periodo lectivo.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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