Luis
Fernando Carrillo
Don
Alfredo Di Estefano
Fue un
domingo, cuentan los que lo vieron por vez primera en San José de Cúcuta, en
los inicios de los 50. Hacia las 3:30 pm., en el estadio General Santander
hacía un sol menos duros que estos de ahora, que parecen anunciar el fin del
mundo y el infierno.
La gente se
hacía presente porque se veía un espectáculo propiciado por grandes jugadores.
Cuando eso del fútbol era un deporte, una distracción, ajeno a las mafias, no
un negocio.
No existían
las palabras con que se relata ahora, como líbero alternado, doble zona de
cuatro, marca zonal, media punta, carrileros, volante de contención, volante de
apoyo y un poco de chimbadas más, inventadas para descrestar.
Era un concierto
orquestado por 22 músicos que hacían las delicias de los espectadores,
dirigidos por un árbitro que honraba el espectáculo.
La Villa fue
afortunada porque alcanzó a vivir momentos de gloria. Por su escenario, ya
sesentón, pasaron grandes orquestas que tenían un solo instrumento que se
llamaba balón que, cuando lo cogían, le arrancaban las mejores notas.
Ese domingo
venía a Cúcuta un muchacho argentino, proveniente de River Plate. Había firmado
con Millonarios, por insinuación de otro monstruo llamado Adolfo Pedernera: se
trataba de Alfredo Di Stefano, caracterizado por ser veloz y gran definidor.
Era lo que
necesitaba El Maestro. “Bueno, Pibe” le dijo Adolfo en el primer entrenamiento
en la ciudad universitaria, “lo que tenés que hacer es sencillo: yo te lanzo el
balón de 30 o 40 metros, le picás a las defensas rivales y definís, como sabés
hacerlo”.
Fue una de
las tantas fórmulas de cómo Millonarios definió muchos partidos. Uno de esos
fue su primera presentación en Cúcuta.
El estadio a
reventar. José Atuesta y Bernardo Ramírez tomando las fotos; Roque Mora, Carlo
Ramírez París y Álvaro Barreto haciendo bulla con sus micrófonos; la muñeca
Arango engalanando el estadio con su bella presencia. Árbitro del encuentro el
señor Diego de Leo.
Rossi, Di Estefano y Pedernera
Minuto a
minuto la imponencia argentina acorralaba a esa otra gran escuadra llamada
Cúcuta Deportivo, conformada por la flor innata del futbol uruguayo. Se dio lo
que tenía que darse: dos pases de profundidad de Pedernera, dos piques de la
Saeta Rubia, como se llamaría después a Di Stefano, y el partido quedaba
definido.
Lo demás era
el ballet luciéndose con otras figuras como Báez, Mourin, Cozi, Pini, Zuluaga,
Rossi, Soria o Ramírez.
La historia
de Di Stefano es harto conocida. De Millonarios va al Real Madrid, donde se
consagraría como ícono del futbol español y europeo.
La Saeta Rubia
Por eso es
bueno recordar ahora a ese atleta que, en su plenitud, era un todo terreno con
corazón de aficionado, como en aquellas tarde del General Santander: corría
hacia donde iba la pelota, pasada como con la mano, se llevaba a los defensas y
a la salida de Tulic se la colocaba a donde no podía llegar: Días del futbol
deporte, del futbol recreación, de los que Don Alfredo fue amo y señor.
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