Renson Said
Estación Sur del Ferrocarril de
Cúcuta
Se acabaron los teatros en la ciudad: el Astral, el Guzmán Berti, el Buenos
Aires, el Avenida, el Miraflores, el autocine de Villa del Rosario.
Hay quienes piensan que para progresar hay que destruir. El progreso no se
mide por la construcción de centros comerciales (por muy bello que sea pasear
por el centro comercial cuando no se tiene nada que hacer). Tampoco se
mide el progreso por la construcción de puentes o estaciones para recargar el
celular.
El progreso empieza, primero, por el respeto a la vida, y, luego, por
tratar de que esa vida se desarrolle completa, libre y en armonía con su
entorno. Y esa libertad y esa armonía la garantiza el acceso a la cultura. Y
cultura no es el conocimiento, es algo, como dice Vargas Llosa, “anterior al
conocimiento, una propensión del espíritu, una sensibilidad y un cultivo de la
forma que da sentido y orientación a los conocimientos”.
Para saber cuán primitiva es una comunidad o cuánto ha avanzado en su
proceso civilizador nada tan útil como ver el respeto que se profesa hacia las
distintas manifestaciones del arte.
Y lo que ha sucedido en Cúcuta en los últimos años comprueba el desprecio
que las distintas administraciones han tenido hacia el desarrollo de la
cultura.
Se acabaron los teatros en la ciudad: el Astral, el Guzmán Berti, el Buenos
Aires, el Avenida, el Miraflores, el autocine de Villa del Rosario. Se acabaron
las librerías del centro de la ciudad y las librerías de viejo por los
alrededores del Teatro Zulima: no hay donde comprar libros.
Se acabaron las emblemáticas cafeterías para la tertulia.
Y están acabando con el patrimonio arquitectónico que es una de las formas
musicales de la memoria.
Las recientes denuncias sobre la transformación del edificio del Banco
Antioqueño en un parqueadero lo demuestran. Diseñado a finales de los años 40
del siglo XX bajo la influencia de lo que se conoce como Estilo
Internacional, y con aires de Art Deco y Bauhaus, el edificio sostiene una
conversación estética con el edificio de la Alcaldía, el Teatro Municipal, el
edificio del Banco de Colombia (hoy Bancolombia) y el edificio San José.
Bancolombia
El arquitecto Luis Armando Albarracín, que ha sido un estudioso de la
arquitectura local, sostiene que:
“en este tipo de ejercicios
arquitectónicos se pueden trabajar desde restauración y también el reciclaje
para reforzar un posible cambio de uso. Puede ser Educativo, Cultural,
Institucional. Puede ser incluso una mediateca sostenible.
Para este tipo de procesos se debe
mediar tanto con el sector oficial como con el privado como ya viene sucediendo
en la renovación urbana del centro de Bogotá”.
Pero nada de esto será posible, si quienes tienen la responsabilidad de
salvar el patrimonio arquitectónico y cultural de la ciudad, no se curan
primero de la artefobia, esa enfermedad que ha llevado a muchos funcionarios a
sentir desprecio por las manifestaciones del espíritu (como la arquitectura, la
música, la poesía, la danza), que es como sentir desprecio por la humanidad.
La artefobia no se cura con la acumulación de conocimientos sino con una
sensibilidad hacia la cultura.
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