Luis
Fernando Carrillo
UNO
Paradójicamente
cualquier vocación guerrillera en Luis Jesús Romero Peñaranda terminó el 9 de
abril de 1948, en medio de la vorágine de ese día. Estuvo en la manifestación
que se lanzó a las calles a pedir justicia y paz; posteriormente se desplazó a
San Antonio del Táchira a contactar a Pedro Páez, jefe civil y militar de allá,
quien por su ancestro nortesantandereano se quería comprometer en una lucha
armada radical que terminara con los vestigios del gobierno conservador.
Regresando, cerca del
Reformatorio, donde quedan hoy las dependencias del F-2 (para los lectores
modernos Ventura Plaza), se encontró con el teniente Félix Hernández, compañero
de bachillerato, quien lo informó de los últimos acontecimientos y lo envió a
su casa acompañado de algunos soldados.
Luis Jesús vivía
entonces en la casa de sus suegros, Resurrección Fuentes y María Luisa París,
avenida 9ª # 11-60; como a las 9 de la noche se acostó. De pronto tocan a la
puerta, la suegra abre y eran Anastasio Ramírez, Ismael Quintero Quintero,
Víctor Moyano y Eustacio Pineda, quienes manifestaron a Romero que quedaba
nombrado jefe absoluto de la revuelta que daría al traste con la hegemonía
conservadora en el departamento: mil hombres armados de San Cayetano, El
Zulia, Santiago, esperaban el momento de la verdad.
A Luis Jesús se le viene
a la mente la ayuda ofrecida por Pedro Rodríguez; pero ni Romero ni los que
posaban en ese momento de insurrectos contaban con la arrechera de la suegra.
Apenas oyó las palabras guerrilla, rebelión, fusilamientos, se le fue subiendo
la sangre a la cabeza y cuando oyó que su yerno sería el jefe de tal
despropósito, fue cogiendo la tranca de la puerta y cogió a trancazo limpio a
los visitantes, quienes huyeron despavoridos ante ese furor.
Se dice que una pequeña
cojera que tenía don Anastasio Ramírez fue debida a uno de esos trancazos
fulminantes y certeros tirados a las canillas y a las rodillas.
Luis Jesús se había
salvado para la política, en la que descollaría por su vocación de servicio y
su apego al partido Liberal.
Sobre los escombros del
9 de abril era imperioso hacer una Colombia distinta; allá quedaba la muerte
de Gaitán. La del Dr. Valbuena, presenciada por Luis Jesús, fue la chispa que
incendió todo en esta ciudad, debida a un tiro mal hecho de uno de los
manifestantes. La muerte del capitán del Ejército debida a la inexperiencia de
un soldado recluta que al ponerse a discreción, le dio muy duro al fusil contra
el suelo y, como no lo había asegurado, produjo un disparo que dio en el
oficial. (Esto último le fue relatado al entrevistado por don Antonio Soler
padre, quien lo presenció escondido debajo de un escaño del parque Santander).
Recuerda aún Luis Jesús
la reacción del gobernador civil y militar del N. de S., Gral. Achury
Rodríguez, cuando se notificó del auto del juez que ponía en libertad a los
manifestantes, por no hallar prueba de que hubieran participado en hecho
delictivo alguno. Lo rompió tratando al juez de cabrón, si no sabía que lo
tenían en el puesto para que metiera a la cárcel a los enemigos del régimen y
no para que los soltara.
Sabedor don Nicolás
Colmenares de lo sucedido (por Luis Jesús, que era el abogado), se dispuso enviar
una comisión a Bogotá para hablar con Darío Echandía. El maestro, al ser
informado, se rascaba la cabeza y con su mentalidad legalista y desubicada en
el tiempo gritaba “esto es la ruptura del estado de derecho”. Logró Echandía
una entrevista con Ospina Pérez, quien sí sabía en qué terreno pisaba y,
después de muchas idas y venidas, se nombró un grupo de jueces que puso en su
sitio el estado de derecho de Echandía.
DOS
El primer discurso
político lo oyó Luis Jesús siendo niño. Fue traído desde su pueblo para que
supiera qué era un radio; se había instalado en la glorieta del parque
Santander y desde allá oyó la voz estentórea del presidente Enrique Olaya
Herrera. Fue todo un acontecimiento y muchos años después, no atinaría
todavía Romero a descubrir cómo detrás de un cajón podía caber un hombre que
hablaba a grito entero: quedó fascinado por la voz de Olaya y trató de
emularlo.
Pero ha perdido el
número de discursos pronunciados en su larga trayectoria, en impecable estilo
preciosista, con adornos del Parnaso y las bagatelas de los greco-caldenses.
Recuerda, como si fuera ayer, el primero, en Gramalote (1941), donde por
insinuación de Oscar Vergel Pacheco coronó a una niña Márquez Peñaranda,
elegida la más bella de la región, en competencia con una de apellido Suz.
En estos tiempos de
jubilación y descanso Luis Jesús sigue en su distracción favorita, pronunciar
oraciones en medio del señorío de su estampa. Y piensa hacerlo hasta cuando la
garganta le dé, ya sea para coronar una reina, para despedir una promoción de
bachilleres, para la elegía del que no vuelve más, etc…, recordando su paso
por el foro penal en donde descolló en la audiencia pública, evocando a Carrara, a Ferri, a Gaitán.
Luis
Jesús trae el pasado al presente, con nostalgia, sin tristeza; al fin y al cabo
le dio para todo: felicidad y dolor, dinero y pobreza, amor y decepciones, días
de gloria y de olvido.
No
puede olvidar su paso por el parlamento, donde descolló, cercano a Lleras,
Echandía, Turbay, López Michelsen; impulsor del frente civil contra Rojas, voz
necesaria en la convención de Medellín, orador para la reversión de la
concesión Barco, invitado a las grandes decisiones del partido Liberal,
contacto en la clandestinidad en los días de odios, correo de papeles prohibidos
con los jefes guerrilleros de los llanos.
Gracias
a las cajas de JGB tarrito rojo se pudieron mimetizar muchos documentos
clandestinos, entre ellos el libro de Eduardo Franco Isaza, La guerrilla en el
llano, cuya edición había sido prohibida. Con Enrique Lara Hernández y Alfonso
Soto Ramírez, se hizo esta delicada misión.
Gaitanista
de tiempo completo, en el auge del líder, se entrecruzan sus años de
universitario en el Externado, la correría que con él hizo por los Santanderes,
la amistad con Virgilio Barco, quien para 1944 pertenecía a la Asamblea
departamental (con él se alinea definitivamente en el gaitanismo para las
elecciones de 1946), sus años en el parlamento, su ruptura con el oficialismo y
su paso al MRL, época de oposición y luchas contra un partido Liberal que se
conservatizaba y burocratizaba en la adormidera del Frente Nacional.
Su
política departamental donde conoció valores invaluables como Nicolás
Colmenares, Miguel Durán Durán, Alirio Gómez Picón, Sixto Tulio Reyes Peinado,
Oscar Vergel Pacheco, Páez Courvel, José Gregorio Acevedo, Julio César Pernía,
Humberto Montañez, Ciro Osorio y el mismo Oscar Osorio, figura talentosa
naufragada en los vaivenes del rojas pinillismo. Precisamente fue él, quien
desde su periódico “Hoy”, libró duras batallas, cuando Eleazar Pérez Peñuela
tuvo que irse a Venezuela, víctima de la persecución política. Lo mismo harían
Alfonso Lara Hernández y Virgilio Barco quienes, como reservas liberales, se
refugiaron en el exterior.
TRES
Pero
si la vida política de Luis Jesús Romero fue plena de satisfacciones
espirituales, su vida personal no ha sido menos intensa. Hombre de bohemia, de
innegable éxito con el sexo débil, don de gente y buenas maneras, se hacía
asequible y agradable, un caballero de insospechable honradez y de sentir
intenso de las pasiones, con gran respeto hacia el amigo, con una amistad
especial para Ernesto Garbiras Fernández, el ‘El Nono’ Gabiras, con quien
departió su extroversión y el deseo de vivir la vida.
Se
conocieron en Bogotá en los años universitarios y desde entonces “tuvo que
soportarlo” y salvarlo de cualquier agresión en las “tomatas”, porque la
debilidad de Ernesto, dice Luis Jesús, era sacar a bailar a una dama y en plena
danza pegarle un “arepazo” sin motivo y explicación alguna; como es lógico
suponer se formaban los grandes problemas y Luis Jesús entraba al rescate.
Como
en aquella fiesta en que ‘El Nono’ le pegó a la novia de Tulic, el arquero del
Cúcuta Deportivo, y todos los jugadores lo volvieron balón de fútbol. No se repone
Luis Jesús de la muerte de ‘El Nono’, que lo privó de su mejor amigo.
Con
‘El Nono’, dice Luis Jesús, compartimos hacia 1957 el amor de aventuras sin par
con dos niñas argentinas. Eran dos nenas que venían de Rosario, con su señora
madre, a quien Luis Jesús había atendido profesionalmente: se llamaban Katty,
de quien Ernesto se enamoró locamente y Esmeralda, amor tierno de Luis Jesús.
Las chinas eran muy buena gente, pero bastaba que se tomaran una botella de
vino para que armaran la grande. Al fin tuvieron que salir del país.
CUATRO
Luis
Jesús Romero nació en Cornejo, en 1925, hijo de Jesús Romero Ordoñez, hombre
de bien dedicado a la agricultura, y Débora Peñaranda.
Su
niñez discurre en la leyenda pueblerina y el cuento de las hazañas que le inculcaron
ese fervor por la política, que desde entonces, lo reclama ahora mismo, cuando
los tiempos han cambiado y los ideales han sido convertidos en vulgar negocio.
Bachiller
del Colegio Sagrado Corazón en 1941 y abogado del Externado, 1947, casó el mismo
año con doña Marina Fuentes París, hermana de Toto Fuentes. Hoy realiza su vida
con doña Lucero Hoyos Calle, dama manizaleña, a quien conoció en los años de
agitación política y lo ha acompañado en estos últimos 23 años.
Apaciblemente
repasa su vida. No hay rencores para nadie; en el momento de los inventarios
cree que la vida ha sido amable. Ha sido un ganancioso a pesar de que el dinero
le haya sido esquivo.
Como
buen notario da fe de que su vida ha sido íntegra, entregada a los suyos, a su
país, a su región y a su partido. Las nostalgias no le pertenecen porque es un
hombre realizado. En medio de las tormentas de toda clase
siempre ha llegado.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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