Gerardo Raynaud
En 1937, Cúcuta era
una apacible villa con unos 57.000 habitantes, en un país que apenas comenzaba
a organizarse administrativamente pero con innegables necesidades que la
sociedad y los mandatarios locales continuamente solicitaban el apoyo de las
autoridades centrales.
Aunque no eran
apremiantes, si requerían de la atención pública, antes que éstos se
desbordaran y fueran imposibles de solventar.
Fueron primordiales
para la consolidación de ciudad, por ejemplo, la terminación de la muralla en
el río Pamplonita desde el puente San Rafael (que aún no se llamaba Hernández
Bustos, que en ese momento era Ministro de Guerra), hasta el puente San Luis,
que aún sin terminar sirvió para guarecer los barrios de la margen izquierda de
las abundadas que periódicamente se presentaban.
Así las demás
peticiones fueran a parar al rincón de los olvidos, los habitantes de la ciudad
hacían lo posible mantener una actitud digna ante el olvido, casi permanente y
que aún hoy se mantiene.
Veamos pues, qué
otras necesidades se ventilaban:
1. La
intensificación de los trabajos de las carreteras nacionales y el camino del
Sarare; 2. La aceleración de los trabajos del Catatumbo por las compañías
petroleras para que ocupen mano de obra de la región; 3. Las
construcciones necesarias para el desarrollo de la ciudad, se planteaban entre
otras, la terminación de la Cárcel del Circuito, el Palacio Nacional, un nuevo
manicomio, campos de deportes y el establecimiento de una granja agrícola
experimental.
En cuanto a las
relaciones con nuestro vecino natural, no había una dependencia notoria a pesar
de los ya vencidos tratados, pues se mantenía la habitual confraternidad que
venía existiendo desde tiempos ancestrales, sin embargo, la necesidad de un
buen tratado comercial estable, así como unos incentivos al fomento del
turismo, parecían imperativos para propiciar un desarrollo sostenible.
Y fue precisamente
hace ochenta años cuando se presentó una situación similar a la que se vive
hoy, pero esta vez, fueron las autoridades colombianas las que desataron
persecuciones y decomisos de moneda venezolana, toda vez que desde hacía poco
más de un año se había presentado un éxodo de dinero venezolano y una
inmigración de obreros del vecino país, atraídos por las perspectivas de
trabajo y de comodidades que se vislumbraban, una vez terminado el conflicto
con el Perú.
No existían
entonces las casas de cambio, una actividad existente en las fronteras de casi
todos los países del mundo, así pues, la sociedad mercantil de la ciudad y los
congresistas, convencieron al gobierno nacional de tomar cartas en el asunto y
por tales circunstancias se expidió un decreto que reglamentaba la circulación
de moneda extranjera a los turistas que ingresaban al país por sus principales
puertos, Cúcuta incluida y que en el artículo segundo decía “las personas que
tengan en su poder monedas de plata venezolana tienen la obligación de
venderlas a la sucursal del Banco de la República en Cúcuta”, además de otras
normas que produjeron consecuencias adversas para el comercio de la ciudad,
porque alejó a los compradores venezolanos, toda vez que se creó un impuesto
del 5% a las mercancías que se vendieran hacia Venezuela.
En este contexto,
la posición asumida fue la de firmar la prórroga del convenio comercial
Colombo-Venezolano expedido años atrás, a pesar de la férrea oposición que
suscitó entre algunos ministros, que incluso amenazaron con demandarlo por
inconstitucional; afortunadamente los impedimentos fueron aclarados y la vida
económica de la región retomó su rumbo, pues las rentas departamentales de ese
año permitieron que el gobierno nacional girara los recursos para impulsar las
necesidades más apremiantes anteriormente citadas.
Resueltos entonces
los impases presentados con los turistas venezolanos, y establecida desde
entonces, la nueva actividad que permitía, con ciertas restricciones, las
operaciones cambiarias, el comercio siguió fortaleciéndose como se aprecia en
el despliegue que las grandes empresas del país y la región hacían entonces.
Breuer Moller &
Cía., ofrecía lo último en máquinas de escribir portátiles, la Continental
portátil, que permitía llevarla consigo a la casa, oficina o de viaje; también
promocionaba los motores Deutz Diessel, indispensables en aquellos tiempos,
cuando el servicio eléctrico era deficiente, pues además de incluir un
generador eléctrico, su tamaño era reducido, apropiado para ser instalado en
cualquier negocio.
Para los ingenieros
y constructores, dado el impulso que se le diera entonces a la construcción de
urbanizaciones, la fábrica de cementos Diamante ponía a su disposición sus
renombradas marcas Diamante y Titán, que se garantizaban como productos
netamente colombianos; eran vendidos por la compañía del ingeniero Salvino.
Por su parte,
Bavaria comenzaba a introducirse en el mercado local con sus tradicionales
marcas Pilsener y Bohemia, además de su Maltina, las que competían con los
productos de las dos cervecerías locales, la Cervecería Santander y la Cervecería
Nueva de Cúcuta, abierta unos seis años antes.
Y como el vicio no
pierde oportunidad, la Compañía Colombiana de Tabaco, emprende una agresiva
campaña que pretende desplazar, particularmente a los cigarros, en una región
tabacalera por excelencia y comienza a promover su producto más conocido,
el Pielroja.
Discretamente, se
muestra como el signo de la felicidad, pues “siempre marca las horas felices
del buen fumador” y remata con “la experiencia de muchos años, continúa al
servicio de los fumadores”.
Como al parecer,
los dolores eran más frecuentes de lo común, muchos eran los productos que lo
combatían. Neuralgina, por ejemplo, se anunciaba con caricaturas que llamaban
la atención, especialmente al público local tan propenso a la “mamadera de gallo”,
como aquella que decía “No me crea tan idiota, me rio de sus consejos, yo solo
tomo Neuralgina para los dolores”.
Por su parte,
Antonio Ruiz, de los laboratorios de su nombre, escribía “el hombre para
triunfar en la vida, no debe tenerle miedo sino a una sola cosa, AL MIEDO. El
miedo a un dolor de cabeza si no tiene a la mano una o dos pastillas de
Dolorina”.
Finalmente, para
los dolores de garganta, que decían “era la puerta de entrada de los gérmenes”,
gárgaras de Dioxogen, que “para el germen nocivo es la muerte y para el ser
humano, la vida”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario