La Opinión - Editorial 05/03/2017
Posesión de Claudia Elizabeth Tolosa Martínez como rectora en agosto de 2015
La universidad, se dice en el mundo entero,
menos en Cúcuta, es la casa del pueblo. Es el laboratorio donde se ensayan,
prueban y aprueban, desde donde se diseminan todas las semillas de lo
intelectual de la región. Incluidas, obvio, todas las ideas sociales, políticas
y económicas.
Es la madre nutricia, la que amamanta hasta
quedar exangüe, la que enseña a todos los habitantes de su entorno, como ser
más inteligentes, es decir, la manera de enfrentar con mayor éxito los
problemas con las herramientas que les entrega.
La universidad es, por decirlo de una
manera entrañable, parte de la familia ampliada. Tan importante es, en verdad,
que no se concibe una sociedad sin una universidad que sea su síntesis, donde
todos se reflejen, donde todos se reconozcan y donde todos se toleren.
Así debería ser la Universidad Francisco de
Paula Santander (UFPS). Pero no lo es. Ni lo será mientras lo académico, lo
científico, lo educativo sigan sepultados por el partidismo —no por lo
político, que es de la esencia de la universidad— y el interés egoísta de
algunos grupos e individuos.
En otra parte, hoy estaría el pueblo avergonzado
por razón de su universidad y su futuro. No se entendería por qué razón, de sus
23 carreras profesionales, solo dos, enfermería e ingeniería de sistemas, están
acreditadas por el Estado. Las demás, según esto, no son de calidad. Ni más ni
menos.
Acá, la situación no da para tanto, por
razón del conformismo con el que en muchos casos se asume la realidad y la
costumbre de saber que las cosas anómalas son siempre consecuencia del
partidismo (o la politiquería, como lo llama la gente) y su inherente corrupción.
Pero hay que hacer lo que sea necesario
para dar a los nortesantandereanos la universidad que no solo imaginan sino que
merecen. Pero la UFPS no puede estar entre las cinco peores universidades de
Colombia, de acuerdo con el último estudio de U-Sapiens. Ser 89 entre 94 no es
ningún mérito, ningún honor.
Pero, ¿estará la región para darle a su
alma mater el vuelco radical que por ahora necesita? Un cambio así requiere de,
prácticamente, hacerla de nuevo, para limpiarla de vicios y liquidar las herencias
que incluyen la universidad y sus cargos en sus patrimonios. Hay dudas de que
se entienda que es imperativo el cambio.
Allí se necesitan nuevos directivos, nuevos
maestros, nuevos trabajadores y nuevos estudiantes; de estos últimos son
necesarios unos que exijan, que reclamen que por su dinero les den lo mejor y
lo que desean, que contraten los maestros que les garanticen la calidad que en
su mayoría los de ahora no tienen.
El cambio requiere, también, que la oferta
académica está de acuerdo con las necesidades de Norte de Santander. Quizás sea
más importante formar expertos en turismo, que en derecho; más profesionales en
la industria de la restauración, que en comunicación social, por ejemplo.
Hay que sincerar la universidad, hay que
abrirla a todos, vincularla a todos los estamentos —menos a los partidistas— y
asearla y sanearla en todos los sentidos.
De lo contrario, el escalafón de 94 le
quedará corto a la UFPS…
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