Gerardo Raynaud
Desde que comenzaron a florecer las relaciones entre los pueblos hermanos
de Cúcuta y del Táchira, a principios del siglo XX, y los lazos culturales,
comerciales y de parentesco se fueron extendiendo a lo largo y ancho de la
línea limítrofe que los divide, las dependencias se fueron consolidando día a
día, hasta el punto de la inevitable coexistencia permanente.
Con la construcción del ferrocarril a la frontera, se hizo necesaria la
construcción de un puente que uniera la entonces Villa de San José con la
floreciente población de San Antonio, en la vecina Venezuela, la cual había
adquirido inusitada importancia por ser la cuna del presidente Juan Vicente
Gómez, quien por obvias razones, la privilegiaba con toda clase de obras para
el bienestar de sus habitantes.
En 1919 dio la orden de construir el primer puente sobre el río Táchira, el
cual fue inaugurado el 24 de julio de 1927, –fecha importante para los
venezolanos y que aprovechan para celebrar cualquier actividad que recuerde la
partida del Libertador- y que en ese día, en presencia del presidente
colombiano, Abadía Méndez, asistente a la magna apertura, pronunciaría las
palabras que aún retumban en el ambiente, pero que hoy se dan por olvidadas:
“Uniría los países como un gaje de
cordialidad que realiza con la nación hermana. Uno de los ideales de nuestro
Libertador y que sería el férreo eslabón que conservará unido para siempre los
dos pueblos de aquel genio y la misma lucha gloriosa de la independencia”.
En 1962, este puente fue sustituido por uno más amplio y moderno.
Al abrirse el paso por el nuevo puente, habitantes de Ureña, la otra
población vecina del estado Táchira, esta sí de más reciente fundación,
manifestó su interés por tener una comunicación más expedita con su vecina
Cúcuta y por ello inició una cruzada con miras a llamar la atención de los gobernantes
de ambos países para lograr tal fin.
A mediados del decenio de los años treinta, aprovechando el encuentro que
habían programado en el puente internacional, los presidentes Eduardo Santos y
Eleazar López Contreras, se conformó una Junta Promotora, integrada con
elementos prestantes de las dos ciudades, para entrevistarse con los
mandatarios y plantearles “el deseo que anima a los pueblos fronterizos de ver
cristalizada en hechos cumplidos, la construcción de un puente que los una.”
Dicen las crónicas del momento que fue bien recibida la insinuación y que
se hicieron “promesas alentadoras” alrededor del tema.
Aún recuerdo las peripecias que había que hacer para atravesar el Táchira,
que sólo se podía en épocas de verano. Para los automotores, prácticamente
podían hacerlo los grandes vehículos como camiones y buses, y ocasionalmente
los carros grandes que circulaban en aquel tiempo, pero sólo cuando el caudal
del rio era mínimo.
Para los transeúntes había una canoa que los trasportaba de una orilla a la
otra, aprovechando un canal que surtía del líquido las haciendas del lado
venezolano. Anecdóticamente, debido a las características mecánicas de los
automotores, que entonces tenían frenos de tambor, era frecuente que no
pudieran frenar al llegar a los retenes de entrada de cualquiera de los dos
países, pues el tambor se llenaba de agua, impidiendo el accionar de las bandas
de frenado. Afortunadamente, las autoridades conocían el problema y pocas veces
reconvenían a los conductores.
Tuvo que producirse un nuevo encuentro presidencial, esta vez, la visita
del presidente López Pumarejo a la capital venezolana para reactivar el tan
anhelado proyecto. En la reunión anterior, tanto el general López Contreras
como el presidente Santos, prometieron dedicar su atención en forma práctica
hasta poner en el terreno de las cosas hacederas la construcción de ese puente.
No se sabe cuáles fueron las causas para incumplir con ese compromiso y el
hecho es que fue una de las tantas promesas lanzadas al viento y nunca
formalizadas. Aunque hubieran transcurrido algunos años después de la primera
entrevista, en la que se presentó la solicitud seria del proyecto del puente
internacional de Ureña, con renovados ímpetus enfilaron sus banderas para
presionar a los nuevos mandatarios y recordarles lo que sus antecesores habían
prometido en actos de imponderable exaltación patriótica.
El comité que antes había sido nombrado, ahora con nuevos y renovados
miembros, reafirmaron sus intenciones de mantenerse en pie de lucha para
conseguir el ansiado paso vehicular y por ello redactaron un documento
motivador que tenía como fin convencer a las máximas autoridades de ambos
países, de su realización.
Apartes del manuscrito rezaba entre otras que, “puestos hoy los gobiernos de Colombia y Venezuela en manos de otros
hombres patriotas y bolivarianos como aquellos a que nos referimos, es
preciso hacerles saber que los pueblos vecinales a la diamantina serpiente que
sirve de límite en las naciones de su administración, insisten en solicitar la
concesión de ese beneficio comunicativo, informarlos de cómo puede ser posible
que exista una sección de esta frontera en condiciones tan deslustradas de la
presentación que se requiere para inmortalizar la verdadera lealtad en los
principios y fines de la solidaridad de los dos pueblos hermanos; recordarles
el hecho indiscutido de que si bien está en esas externaciones se elastilicen
en actos sociales de más o menos fastuosidad, también lo es la necesidad de que
a esos pueblos se les retribuya su conformidad, aceptación, apoyo irrestricto,
con obras que les haga fácil su movimiento comercial, su intercambio familiar y
sus aspiraciones de progreso.
Pero en estos pueblos que viven la
vida de las insuficiencias económicas, industriales, comerciales, sociales y de
raigambres sanguíneas, no se palpa con hechos prácticos… y esto no puede
continuar así, es por eso que hoy venimos a reclamar de los señores
presidentes, que movidos por la realidad de este reclamo respetuoso, tomen en
cuenta aquello que nos ofrecieron sus antecesores y en un acto de patriotismo
brinden a estos pueblos que también lo son suyos, esa obra a manera de ofrenda
gratificadora… que hará perdurable el recuerdo hacia los presidentes que los
han regido”.
Aún con las buenas intenciones manifestadas por estos presidentes, pasaron
casi 20 años antes de ver materializado el proyecto.
Efectivamente, ya en los gobiernos de Betancourt y Lleras Camargo se
inauguraron, no solamente el magnífico puente viga de 315 metros, que
bautizaron no con el nombre del prócer Francisco de Paula Santander, sino el
nuevo puente internacional Simón Bolívar.
Esta foto
del puente Francisco de Paula Santander corresponde al 2002,
durante
unos trabajos de rehabilitación.
Los 210 metros de largo que tiene el otro puente
binacional guardan momentos de la historia contemporánea de la zona de
frontera. El Puente Internacional Francisco de Paula Santander, como se
bautizó, sobre el río Táchira, une a Cúcuta, Norte de Santander con Ureña y con
San Antonio del Táchira. Es la segunda vía terrestre que comunica a Colombia
con Venezuela por el Táchira, tiene unos 210 metros de largo, 9,90 metros de
ancho y una calzada de 7,30 metros en dos carriles.
Debido al auge del comercio entre los dos países,
ambos gobiernos decidieron construir la infraestructura, seis años después de
inaugurado el puente internacional Simón Bolívar.
A Colombia le correspondió asumir la edificación del
puente, cuya inversión fue de 6 millones 265 mil 830 pesos. Venezuela costeó el
valor de los planos de la obra. Los trabajos fueron ejecutados por la empresa
Urbanizadora David Puyana SA, los cuales comenzaron el 28 de octubre de 1968.
El puente fue escenario de diversas protestas de contrabandistas y maleteros.
El puente fue terminado el 28 de noviembre de 1969 y
su inauguración se dio el 17 de diciembre. Era la época del sesquicentenario de
la fundación de la Gran Colombia, por eso los gobiernos del colombiano Carlos
Lleras Restrepo y del venezolano Rafael Caldera decidieron ponerle el nombre del
prócer que luchó junto a Simón Bolívar.
El puente guarda momentos de la historia contemporánea
de esta zona de frontera. A demás de ser un símbolo de unión, ha sido un
espacio para la protesta.
Desde el 19 agosto de 2015, los puentes
internacionales, incluyendo el de Ureña-Cúcuta, permanecen cerrados por orden
de Maduro. Un año después, se dio reapertura al paso peatonal.
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