La ciudad progresaba a pasos agigantados terminando la mitad del siglo XX.
Aunque persistiera la incertidumbre política debido a la pugnacidad que tenían
los seguidores de los partidos tradicionales, se avizoraban tiempos mejores a
medida que transcurrían los días.
Después de la reconstrucción, la ciudad venía creciendo sin alejarse de su
plaza principal y los barrios que la circundaban se extendían tímidamente hacia
el sur y el occidente, dejando una vasta franja de tierra que ocupaba la margen
izquierda del río Pamplonita, por esos días bastante caudaloso y amenazante por
sus frecuentes crecidas que mantenía en vilo a los moradores de esa vecindad.
Por razones como esta, el desarrollo de la villa de San José, se había
proyectado hacia las zonas altas del noroeste que aunque carecían de muchas de
las comodidades de las viviendas del centro, les daba cierta seguridad a sus
pobladores. Barrios como El Callejón, Loma de Bolívar, Cundinamarca, Carora y
otros circunvecinos fueron alejándose del centro a medida que la ciudad se
extendía. Los terrenos cercanos a la ribera baja del Pamplonita, estuvieron
vedados para las construcciones durante la primera mitad del siglo XX.
Por la década de los treinta, empresarios, ingenieros y terratenientes se
dieron a la tarea de ofrecer oportunidades de vivienda, una actividad
desconocida entonces, toda vez que la construcción en general, era del
exclusivo dominio de las élites del lugar, característica de todas las principales
ciudades del país.
Antes de la llegada de la Colombian Petroleum Company, empresa que propició
la construcción de los barrios Colsag y Colpet como vivienda para sus
empleados, la actividad inmobiliaria se reducía a pocas transacciones de finca
raíz y las principales firmas constructoras se dedicaban casi exclusivamente a
las edificaciones comerciales y unas pocas industriales, pues estas últimas se
acomodaban en residencias ya construidas y se adaptaban sin mucha dificultad, a
sus necesidades.
Por ello es necesario recordar a don Rafael Mondragón Z. como el pionero de
esta actividad, paisa nacido en Medellín, quien llegó acompañado de su esposa
Sofía Arroyave, también de Medellín y aquí nacieron tres de sus hijos.
Su primer proyecto, que llamó Barrio Latino, como una grata recordación de
la grandeza del imperio romano que tanto admiraba, tuvo un rotundo éxito, razón
de más para continuar con la siguiente etapa, con un nuevo plan de vivienda que
resultó ser aún más novedoso y que constituye el tema de nuestra crónica.
El sector escogido para la nueva urbanización de don Rafael era un terreno
comprado a la familia Castro Ordóñez, denominado La Garita, -nada que ver con
su homónimo del corregimiento de Los Patios en la vía a Pamplona, recordado
sitio donde muriera accidentado el gobernador Eduardo Cote Lamus en agosto de
1964-.
El lote en mención era un extenso globo de tierra ubicado en un área que va
desde la calle octava con avenida segunda, -sitio donde estaba emplazado el
Club Tennis-, hasta las inmediaciones del “Stadium Santander”, nombre que
recibía la cancha del estadio de futbol inaugurado siete años antes.
El terreno había sido dividido por mitad, ya que comprendía dos sectores,
por haberse diseñado con anterioridad, la “Avenida Diagonal o Gran Avenida” que
posteriormente tomaría, una vez terminada, el nombre de Diagonal Santander.
El plan, según sus promotores, era muy atractivo pues se trataba de ofrecer
100 lotes de trescientos metros cuadrados cada uno, con amortización gradual
por quincenas y además, sorteos también quincenales. Esta segunda serie, como
dio por llamarla don Rafael, era en realidad la ampliación del barrio Latino
que con acierto tomó el nombre de Barrio Latino Norte.
En esa época los trámites se realizaban y eran aprobados por las
Secretarías de Hacienda y de Obras Públicas y el visto bueno de la Sociedad de
Mejoras Públicas.
La nueva urbanización constaba de calles con afirmado, sardineles y
alcantarillado local. Las obras de ingeniería fueron contratadas con la firma
Pérez & Faccini, la más grande y organizada de la ciudad. A los compradores
se les entregaba una acción, representativa de la propiedad del terreno,
documento que le permitía al tenedor participar de los sorteos quincenales, que
jugaban con la Lotería de Cúcuta, siempre y cuando estuviera al día en el pago
de sus cuotas. La oficina que atendía los negocios de venta inmobiliaria,
estaba situada en la avenida sexta No. 9-23 frente al almacén de Leonidas Lara
e Hijos Ltda. Los más adinerados llamaban al teléfono 172 para averiguar por
los lotes.
La campaña de ventas comenzó a mediados del mes de septiembre de 1947 se
promocionaba como “la urbanización más central, a dos pasos del corazón de la
ciudad. Una zona digna de edificaciones cada día más modernas sin que sean
prohibitivas para la clase media, pues su sistema de cuotas y sorteos, permiten
a muchas familias adquirir la base del hogar seguro y permanente.”
En otras promociones, ya avanzado en proceso de colocación y cuando sólo
faltaban menos de diez lotes por vender, se lanzó una agresiva campaña en
la que se mostraban los atractivos originados, sobre todo por su ubicación, que
se anunciaba “a cuatro cuadras del Club de Cazadores y a pocos pasos del
Palacio Nacional, el Stadium y el Club Tennis.”
Para el remate de ese año y buscando agotar en su totalidad el proyecto, se
decidió realizar una rifa entre los suscriptores, de los últimos dos lotes del
proyecto y dos botellas de whisky que serían sorteados el 2 y el 16 de
diciembre, días martes que eran los de la Lotería de Cúcuta, que dicho sea de
paso, su premio mayor era entonces, de nueve mil pesitos.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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