Gerardo Raynaud
En el
año del título, el doctor Alfonso Meisel Ujueta, presentó ante la Sociedad
Médico Quirúrgica del Atlántico un extenso documento en el que plasmó una
investigación realizada sobre las características psico-somáticas del cucuteño
de esa época.
Divide
el doctor Meisel su escrito en cinco capítulos, en los que muestra las
particularidades de los habitantes de la región; son estos, su geografía mínima
y ancestros; Cúcuta: centro radial; sinopsis de la patología regional; esquema
biopológico y esquema psicológico.
Por
tratarse de una disertación descriptiva de nuestros habitantes me parece
interesante divulgarlo, con el ánimo de establecer la evolución que desde
entonces ha sufrido la población local, estudio que podría emprender alguno de
nuestros futuros profesionales.
En el
primer capítulo se hace una breve referencia cronológica en aspectos geofísicos
de la región. De cómo el territorio se divide en dos grandes regiones divididas
por la bifurcación de la cordillera Oriental que define la geografía física del
departamento, una que se adentra en el vecino país y la otra que muere en la
Guajira. La primera, que denomina el pilar de Labateca que comprende las
tierras irrigadas por el río Margua o Alto Sarare, tributario de la hoya
hidrográfica del Arauca y la otra que abarca las altiplanicies y llanuras que
rinden sus aguas a la hoya del Lago de Maracaibo. Solamente una excepción
modesta, la constituyen algunos ríos de la región de Cáchira y El Carmen que
buscan en reducido caudal, la hidrografía del Magdalena.
Los
núcleos aborígenes que poblaban ambas regiones son definidos de igual manera,
pero que en nuestro caso sólo mencionaremos los relacionados con el bastión
andino, encontrándose allí el país de los Cúcutas y Chitareros, de los Cíneras,
Chinácotas y Bochalemas así como, los Hacaritamas y Teoramas. Eran
conglomerados que ocupaban aproximadamente las cuatro quintas partes del
departamento en un extenso espacio de forma trapezoidal cuyos puntos podrían
ser la Serranía de Motilones y la confluencia de los ríos Zulia y Grita por un
lado y el nudo de Santurbán y la meseta de Chinácota por el otro.
Los
núcleos humanos más densos estaban concentrados en el valle canicular escondido
entre los montes serranos, así pues la personalidad psico-somática del aborigen
iba modelándose “en un juego de artesas y con un horizonte roto por el cerro o
farallón cordillerano apto para la defensa o la excursión pirática y de cuyas
pendientes el agua traía el humus que fertilizaba la tierra del collado.” Es
así como concluye el investigador las características de los antiguos
pobladores, “laborioso e inconstante, vivaz y confiado el del valle cálido;
reflexivo, romántico y algo aventurero el de la fada de la cordillera; tardo,
abscóndito y místico el del páramo. Era la simbiosis bio-telúrica, enmarcada de
dardos, de instinto, de astucia, de sufrimientos y goces que generaba el
dominio primitivo y total.”
El culto
primario a la madre tierra y a la libertad, así como la civilización y los
cruces raciales han pulido la personalidad del aborigen, pero en unos ha obrado
como estímulo de reflejos creadores y en otros los caminos trágicos abiertos
por una pasión, un ideal o por cualquier fruslería doméstica.
En su
segundo capítulo, describe a Cúcuta como centro de un circuito donde converge
un cromatismo de tonalidad monótona y reverberante y las colinas que franquean
la entrada a una urbe que ha sido fundida y refundida en un crisol viril con
las hormonas del español, del Caribe y del cuarterón de ahora. Concluye que
Cúcuta se diferencia de las otras ciudades del país, según dice, la geometría,
el paisaje, la selva, la frontera y el elemento humano que la habita le dan una
manera de ser y si fuera lícito decirlo, “una personalidad propia e
incomparable.”
Parece
que el doctor Meisel quedó impactado por las condiciones de la ciudad que según
él, se levantaba en una zona ocre, yerma y desolada que sustenta al resignado
cují y al nada exigente cactus que parece vengarse de la pobreza del suelo con
la excrecencia de su aguijón traumático y a poca distancia, un retazo esmeralda
de un valle bi-pátrida recostado a unos cerros siempre azules. En su concepto,
la selva y la frontera eran las raíces nutricias, con las que se hunden en el
sur y el occidente, por donde circula la savia genealógica del cucuteño. Por
esos caminos vino el indio y tras él llegaron el blanco y el negro, el
mestizo y el mulato.
Por su
caracterizada arborización, característica impuesta desde su reconstrucción,
pareciera que la selva fuera alejándose de la ciudad, pero el influjo
continúa con la persistencia de del zigzaguear ígneo de su faro, ese
mismo que ejerce su poder de hechizo, de atracción que la manigua ejerce sobre
los hombres.
Hasta la
ciudad llega el fluido esotérico que penetra sutilmente en la psiquis de sus
moradores y los retiene y atrapa, neutralizando la invitación a la fuga que le
hace la frontera; espiritualmente, la frontera es lo inestable, lo huidizo, un
punto de escape. Quizás el choque emocional entre esos dos factores disímiles,
explique ciertos estados psicológicos del habitante de Cúcuta.
En el
capítulo en que expone el esquema psicológico del cucuteño, lo describe según
la clasificación del psiquiatra suizo Jung, como del tipo extrovertido y cita
el estudio Análisis Espectral del Norte de Santander, realizado por el doctor
Pérez Hernández, en el que detalla las características de personalidad que lo
definen así, mentalidad extrospectiva, brillo en la imaginación, inestable en
sus ideas y en sus efectos, generoso y esquivo a la reflexión y al estudio y
con un sentido práctico de la vida.
Finalmente
y como consecuencia de las condiciones anteriores se le debe agregar a su
personalidad, la facilidad de adaptación. En el tratamiento de la personalidad
típica del cucuteño, por añadidura se contempla el llamado “gallo cucuteño”, el
genuino que nada tiene que ver con el chiste tosco carente de ingenio o con
alusiones innobles.
Se
acepta que es una de las tantas modalidades de la ironía, sui géneris y
vernácula, resultado de la eclosión entre su temperamento extrovertido,
adaptable, amortiguador y plástico y el carácter áspero, egotrópico y de
aristas belicosas que deriva de su ancestro Caribe.
Parece que con el avance del tiempo y la pérdida de las costumbres ancestrales de reuniones y tertulias, la tradición de la cual surgía el sarcasmo y la sátira propia de la ciudad, ha ido perdiendo este hábito, una de las características más demostrativa de la personalidad local.
Finaliza el estudio, que
fue presentado en la Sociedad Médico Quirúrgica del Atlántico, con la
explicación del, en ese entonces, famoso ‘gallo cucuteño’, ya mencionado anteriormente.
Parece que con el avance del tiempo y la pérdida de las costumbres ancestrales de reuniones y tertulias, la tradición de la cual surgía el sarcasmo y la sátira propia de la ciudad, ha ido perdiendo este hábito, una de las características más demostrativa de la personalidad local.
Sigamos pues con la descripción que hiciera, en
buena hora, el doctor Alfonso Meisel Ujueta sobre el cucuteño de mediados de
siglo. En el capítulo tercero hace una sinopsis de la patología regional.
Comienza por aclarar que ésta no dista de ser diferente a la de sus similares
de las ciudades enclavadas en la zona tropical del continente. Incluso llama la
atención que haga la mención de que “una palabreja que en ninguna otra parte
del mundo goza de tanta popularidad como en Cúcuta, sea la colibacilosis o
infección colibacilar.”
Para los habitantes de hoy pareciera comprensible,
toda vez que hasta ese año, apenas comenzaba a estrenarse la potabilización del
agua en un acueducto que iniciaba su proceso, después de años de consumo
del líquido obtenido de la toma pública o de los aljibes, sin mayor tratamiento
que el filtrado rudimentario que se hacía con tinajas de piedra tallada.
En los meses de junio hasta agosto, dice que “los
vientos fríos del sur refrescan la atmósfera enrarecida de la canícula; en esa
época, predominan la gripe, las afecciones bronco pulmonares, se recrudecen los
estados reumatoides y son frecuentes las alergias y las dermatosis, la
insuficiencia hepática se acentúa y por ende, las dispepsias y las colitis.”
Termina su análisis patológico con alguna
descripción relacionada con el clima y las fechas mensuales argumentando que
por efecto de los vientos alisios del nordeste que suavizan las temperaturas
“pagan su tributo los hipertensos y los cardio-renales; entre abril y mayo y
octubre y noviembre, se exacerban las endemias del grupo coli-tifo-disentérico
y el de las salmonellas.”
Dirán los entendidos su opinión sobre este tema,
pues la poca información que conozco sobre las cuestiones patológicas
regionales, no me permite juzgar la realidad de las conclusiones manifestadas
en esta publicación.
El tópico con el que continúa su observación, lo
denomina ‘esquema biotipológico’ y lo desarrolla utilizando la conocida
clasificación del alemán Ernst Kretschmer, quien se destacó por sus estudios
que relacionan el temperamento y la constitución corporal de las personas.
Sus apreciaciones fueron que “el cucuteño, más bien
pertenece al tipo atlético, la talla es mediana y la estructura ósea y muscular
se encuentra proporcionalmente desarrollada. La vida orgánica cumple su función
con ritmo aceptable para una zona cálida de situación mediterránea.
El tonus vago-simpático se mantiene en un
equilibrio más o menos estable y el reflejo óculo-cardíaco, las veces que se ha
investigado, apenas modifica el contaje del pulso.”
Sigue describiendo otras características como el
color de los ojos, diciendo que es frecuente el marrón y en las mujeres agrega
que tienen reflejos irisados azabaches. El color de la piel en otra de sus
descripciones, lo define como ‘blanco matizado ante el predominio del canelo
para la piel con insistente recargo de pigmento facial por la tan común
insuficiencia hepática. Racialmente es un mestizo y en su modelaje genético han
intervenido el indio, el español y el africano.’
En cuanto a la incidencia del entorno expresa que
la irradiación muy intensa en este valle excita considerablemente la retina que
se defiende con el juego del diafragma pupilar asociado a distancia por
contracciones faciales, acentuando surcos y rasgos que le dan al habitante de
Cúcuta un semblante algo adusto o veladamente hosco.
Según Meisel, el cucuteño, biotipológicamente, es
un tirodeano normal. Aunque es cierto que su metabolismo basal, cuando se ha
tomado con el método de Read cuyos datos son bastante aproximados, es un poco
bajo. El cálculo realizado señala en 36% en promedio, valor que se cree se
debería a una disminución de las oxidaciones por adaptación a la temperatura
ambiente.
El funcionamiento normal de la glándula tiroides,
en Cúcuta, asegura Meisel, tiene como causa indudable dos factores: la
presencia de yodo en la sal de consumo y la alimentación.
El caso del primer factor, es la explicación de la
baja incidencia de afecciones originadas por las deficiencias tiroidianas, como
el bocio endémico y sus ad lateres como el cretinismo o el mongolismo. Sin
embargo, su investigación anota que ya se comienza a observar en los
consultorios, disfuncionamientos glandulares, en razón a que desde hace unos
diez años ha dejado de consumirse la sal marina, rica en iodo por la sal gema
extraída de las minas de Zipaquirá, “que carece de las dosis mínimas de ese
elemento.”
En la evaluación que realiza del factor
alimentación, argumenta que el problema es muy grave. Extensas zonas de la
población viven una tragedia fisiológica; hecho que debe plantearse sin
demagogia y con la franqueza que exige una situación biológica de lamentables
consecuencias. Cito su apreciación, tal vez la más cruda:
“… no es un desaguisado afirmar que el cucuteño,
por lo menos el de las clases sociales estudiadas, sufre de un tipo de hambre
que no es como dice Paul de Kuif, el hambre del rostro demacrado ni la del
estómago vacío que busca algo con qué llenarse, sino el hambre oculta por el
aporte insuficiente de elementos esenciales en la ración alimenticia.”
A esta conclusión llegó luego de la aplicación de
una encuesta realizada en algunos sectores de las clases media y obreros, en la
que encontró que se consumían solamente unas 1.712 calorías diarias, cifra que
escasamente era suficiente para satisfacer las necesidades energéticas del
organismo, especialmente en los obreros; además que la alimentación era
incompleta debido a la ausencia casi absoluta de verduras y frutas frescas, así
como de leche, fuente principal de vitaminas y minerales.
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