sábado, 6 de enero de 2018

1243.- CUCUTA Y SU GENTE EN 1947



Gerardo Raynaud

En el año del título, el doctor Alfonso Meisel Ujueta, presentó ante la Sociedad Médico Quirúrgica del Atlántico un extenso documento en el que plasmó una investigación realizada sobre las características psico-somáticas del cucuteño de esa época.

Divide el doctor Meisel su escrito en cinco capítulos, en los que muestra las particularidades de los habitantes de la región; son estos, su geografía mínima y ancestros; Cúcuta: centro radial; sinopsis de la patología regional; esquema biopológico y esquema psicológico.

Por tratarse de una disertación descriptiva de nuestros habitantes me parece interesante divulgarlo, con el ánimo de establecer la evolución que desde entonces ha sufrido la población local, estudio que podría emprender alguno de nuestros futuros profesionales.

En el primer capítulo se hace una breve referencia cronológica en aspectos geofísicos de la región. De cómo el territorio se divide en dos grandes regiones divididas por la bifurcación de la cordillera Oriental que define la geografía física del departamento, una que se adentra en el vecino país y la otra que muere en la Guajira. La primera, que denomina el pilar de Labateca que comprende las tierras irrigadas por el río Margua o Alto Sarare, tributario de la hoya hidrográfica del Arauca y la otra que abarca las altiplanicies y llanuras que rinden sus aguas a la hoya del Lago de Maracaibo. Solamente una excepción modesta, la constituyen algunos ríos de la región de Cáchira y El Carmen que buscan en reducido caudal, la hidrografía del Magdalena.

Los núcleos aborígenes que poblaban ambas regiones son definidos de igual manera, pero que en nuestro caso sólo mencionaremos los relacionados con el bastión andino, encontrándose allí el país de los Cúcutas y Chitareros, de los Cíneras, Chinácotas y Bochalemas así como,  los Hacaritamas y Teoramas. Eran conglomerados que ocupaban aproximadamente las cuatro quintas partes del departamento en un extenso espacio de forma trapezoidal cuyos puntos podrían ser la Serranía de Motilones y la confluencia de los ríos Zulia y Grita por un lado y el nudo de Santurbán y la meseta de Chinácota por el otro.

Los núcleos humanos más densos estaban concentrados en el valle canicular escondido entre los montes serranos, así pues la personalidad psico-somática del aborigen iba modelándose “en un juego de artesas y con un horizonte roto por el cerro o farallón cordillerano apto para la defensa o la excursión pirática y de cuyas pendientes el agua traía el humus que fertilizaba la tierra del collado.” Es así como concluye el investigador las características de los antiguos pobladores, “laborioso e inconstante, vivaz y confiado el del valle cálido; reflexivo, romántico y algo aventurero el de la fada de la cordillera; tardo, abscóndito y místico el del páramo. Era la simbiosis bio-telúrica, enmarcada de dardos, de instinto, de astucia, de sufrimientos y goces que generaba el dominio primitivo y total.”

El culto primario a la madre tierra y a la libertad, así como la civilización y los cruces raciales han pulido la personalidad del aborigen, pero en unos ha obrado como estímulo de reflejos creadores y en otros los caminos trágicos abiertos por una pasión, un ideal o por cualquier fruslería doméstica.

En su segundo capítulo, describe a Cúcuta como centro de un circuito donde converge un cromatismo de tonalidad monótona y reverberante y las colinas que franquean la entrada a una urbe que ha sido fundida y refundida en un crisol viril con las hormonas del español, del Caribe y del cuarterón de ahora. Concluye que Cúcuta se diferencia de las otras ciudades del país, según dice, la geometría, el paisaje, la selva, la frontera y el elemento humano que la habita le dan una manera de ser y si fuera lícito decirlo, “una personalidad propia e incomparable.”

Parece que el doctor Meisel quedó impactado por las condiciones de la ciudad que según él, se levantaba en una zona ocre, yerma y desolada que sustenta al resignado cují y al nada exigente cactus que parece vengarse de la pobreza del suelo con la excrecencia de su aguijón traumático y a poca distancia, un retazo esmeralda de un valle bi-pátrida recostado a unos cerros siempre azules. En su concepto, la selva y la frontera eran las raíces nutricias, con las que se hunden en el sur y el occidente, por donde circula la savia genealógica del cucuteño. Por esos caminos vino el indio y tras él llegaron el blanco y el negro, el  mestizo y el mulato.

Por su caracterizada arborización, característica impuesta desde su reconstrucción, pareciera que la selva fuera alejándose de la ciudad, pero el influjo continúa  con la persistencia de del zigzaguear ígneo de su faro, ese mismo que ejerce su poder de hechizo, de atracción que la manigua ejerce sobre los hombres.

Hasta la ciudad llega el fluido esotérico que penetra sutilmente en la psiquis de sus moradores y los retiene y atrapa, neutralizando la invitación a la fuga que le hace la frontera; espiritualmente, la frontera es lo inestable, lo huidizo, un punto de escape. Quizás el choque emocional entre esos dos factores disímiles, explique ciertos estados psicológicos del habitante de Cúcuta.

En el capítulo en que expone el esquema psicológico del cucuteño, lo describe según la clasificación del psiquiatra suizo Jung, como del tipo extrovertido y cita el estudio Análisis Espectral del Norte de Santander, realizado por el doctor Pérez Hernández, en el que detalla las características de personalidad que lo definen así, mentalidad extrospectiva, brillo en la imaginación, inestable en sus ideas y en sus efectos, generoso y esquivo a la reflexión y al estudio y con un sentido práctico de la vida.

Finalmente y como consecuencia de las condiciones anteriores se le debe agregar a su personalidad, la facilidad de adaptación. En el tratamiento de la personalidad típica del cucuteño, por añadidura se contempla el llamado “gallo cucuteño”, el genuino que nada tiene que ver con el chiste tosco carente de ingenio o con alusiones innobles.

Se acepta que es una de las tantas modalidades de la ironía, sui géneris y vernácula, resultado de la eclosión entre su temperamento extrovertido, adaptable, amortiguador y plástico y el carácter áspero, egotrópico y de aristas belicosas que deriva de su ancestro Caribe. 

Parece que con el avance del tiempo y la pérdida de las costumbres ancestrales de reuniones y tertulias, la tradición de la cual surgía el sarcasmo y la sátira propia de la ciudad, ha ido perdiendo este hábito, una de las características más demostrativa de la personalidad local.



Sigamos pues con la descripción que hiciera, en buena hora, el doctor Alfonso Meisel Ujueta sobre el cucuteño de mediados de siglo. En el capítulo tercero hace una sinopsis de la patología regional. Comienza por aclarar que ésta no dista de ser diferente a la de sus similares de las ciudades enclavadas en la zona tropical del continente. Incluso llama la atención que haga la mención de que “una palabreja que en ninguna otra parte del mundo goza de tanta popularidad como en Cúcuta, sea la colibacilosis o infección colibacilar.”


Para los habitantes de hoy pareciera comprensible, toda vez que hasta ese año, apenas comenzaba a estrenarse la potabilización del agua en un acueducto que  iniciaba su proceso, después de años de consumo del líquido obtenido de la toma pública o de los aljibes, sin mayor tratamiento que el filtrado rudimentario que se hacía con tinajas de piedra tallada.

En los meses de junio hasta agosto, dice que “los vientos fríos del sur refrescan la atmósfera enrarecida de la canícula; en esa época, predominan la gripe, las afecciones bronco pulmonares, se recrudecen los estados reumatoides y son frecuentes las alergias y las dermatosis, la insuficiencia hepática se acentúa y por ende, las dispepsias y las colitis.”

Termina su análisis patológico con alguna descripción relacionada con el clima y las fechas mensuales argumentando que por efecto de los vientos alisios del nordeste que suavizan las temperaturas “pagan su tributo los hipertensos y los cardio-renales; entre abril y mayo y octubre y noviembre, se exacerban las endemias del grupo coli-tifo-disentérico y el de las salmonellas.”

Dirán los entendidos su opinión sobre este tema, pues la poca información que conozco sobre las cuestiones patológicas regionales, no me permite juzgar la realidad de las conclusiones manifestadas en esta publicación.

El tópico con el que continúa su observación, lo denomina ‘esquema biotipológico’ y lo desarrolla utilizando la conocida clasificación del alemán Ernst Kretschmer, quien se destacó por sus estudios que relacionan el temperamento y la constitución corporal de las personas.

Sus apreciaciones fueron que “el cucuteño, más bien pertenece al tipo atlético, la talla es mediana y la estructura ósea y muscular se encuentra proporcionalmente desarrollada. La vida orgánica cumple su función con ritmo aceptable para una zona cálida de situación mediterránea.

El tonus vago-simpático se mantiene en un equilibrio más o menos estable y el reflejo óculo-cardíaco, las veces que se ha investigado, apenas modifica el contaje del pulso.”

Sigue describiendo otras características como el color de los ojos, diciendo que es frecuente el marrón y en las mujeres agrega que tienen reflejos irisados azabaches. El color de la piel en otra de sus descripciones, lo define como ‘blanco matizado ante el predominio del canelo para la piel con insistente recargo de pigmento facial por la tan común insuficiencia hepática. Racialmente es un mestizo y en su modelaje genético han intervenido el indio, el español y el africano.’

En cuanto a la incidencia del entorno expresa que la irradiación muy intensa en este valle excita considerablemente la retina que se defiende con el juego del diafragma pupilar asociado a distancia por contracciones faciales, acentuando surcos y rasgos que le dan al habitante de Cúcuta un semblante algo adusto o veladamente hosco.

Según Meisel, el cucuteño, biotipológicamente, es un tirodeano normal. Aunque es cierto que su metabolismo basal, cuando se ha tomado con el método de Read cuyos datos son bastante aproximados, es un poco bajo. El cálculo realizado señala en 36% en promedio, valor que se cree se debería a una disminución de las oxidaciones por adaptación a la temperatura ambiente.

El funcionamiento normal de la glándula tiroides, en Cúcuta, asegura Meisel, tiene como causa indudable dos factores: la presencia de yodo en la sal de consumo y la alimentación.

El caso del primer factor, es la explicación de la baja incidencia de afecciones originadas por las deficiencias tiroidianas, como el bocio endémico y sus ad lateres como el cretinismo o el mongolismo. Sin embargo, su investigación anota que ya se comienza a observar en los consultorios, disfuncionamientos glandulares, en razón a que desde hace unos diez años ha dejado de consumirse la sal marina, rica en iodo por la sal gema extraída de las minas de Zipaquirá, “que carece de las dosis mínimas de ese elemento.”
  
En la evaluación  que realiza del factor alimentación, argumenta que el problema es muy grave. Extensas zonas de la población viven una tragedia fisiológica; hecho que debe plantearse sin demagogia y con la franqueza que exige una situación biológica de lamentables consecuencias. Cito su apreciación, tal vez la más cruda:

“… no es un desaguisado afirmar que el cucuteño, por lo menos el de las clases sociales estudiadas, sufre de un tipo de hambre que no es como dice Paul de Kuif, el hambre del rostro demacrado ni la del estómago vacío que busca algo con qué llenarse, sino el hambre oculta por el aporte insuficiente de elementos esenciales en la ración alimenticia.”

A esta conclusión llegó luego de la aplicación de una encuesta realizada en algunos sectores de las clases media y obreros, en la que encontró que se consumían solamente unas 1.712 calorías diarias, cifra que escasamente era suficiente para satisfacer las necesidades energéticas del organismo, especialmente en los obreros; además que la alimentación era incompleta debido a la ausencia casi absoluta de verduras y frutas frescas, así como de leche, fuente principal de vitaminas y minerales.

Finaliza el estudio, que fue presentado en la Sociedad Médico Quirúrgica del Atlántico, con la explicación del, en ese entonces, famoso ‘gallo cucuteño’, ya mencionado anteriormente. 




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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