Gerardo Raynaud
Siempre he sostenido que el terremoto de 1875 fue más
una oportunidad aprovechada que un desastre que lastimosamente produjo víctimas
que luego de llorarlas las recordamos con añoranza. Por razones como esta, los
adelantos tecnológicos del momento pudieron asentarse en nuestro terruño.
La energía eléctrica con su alumbrado público
desplazaron las anticuadas lámparas, primero de aceite y luego de un derivado
del petróleo que llamaron “luz América”, los teléfonos que permitieron reducir
el aislamiento a su mínima expresión, así como la creación de las líneas
férreas que con sus locomotoras y vagones trasportaban pasajeros y mercancías
en tiempos muy reducidos considerando las limitaciones de la época, ferrocarril
que es bueno recordar no fue el primero, ni siquiera el segundo del país sino
el tercero.
Cronológicamente hablando, el de Panamá en 1855, luego
el ferrocarril de Bolívar en 1871 y en 1888, el 30 de junio, el ferrocarril de
Cúcuta.
Pero en términos de comunicaciones es conveniente
incluir otro aspecto que muy poco se ha comentado en el ámbito regional y que
Cúcuta fue una de las pioneras en Colombia, el servicio de correos privados.
Desde el inicio de la civilización, la necesidad de
comunicarse entre sí, fue siempre una de las principales prioridades para los
humanos. Esa necesidad hizo que se crearan variados métodos para contactarse,
no sólo entre ellos, sino también con las fuerzas de la naturaleza o los dioses
y sus misteriosos mundos, mucho antes de la invención de la escritura.
Siempre se buscaba la forma más rápida, oportuna y
eficiente de lograr una comunicación, y a partir de este concepto comenzaron a
desarrollarse formas que fueron evolucionando hasta llegar a lo que hoy
conocemos como el correo instantáneo.
Antes del descubrimiento de América, las entonces
potencias o imperios, sólo habían manejado las comunicaciones, digamos,
terrestres. Sumerios, egipcios, fenicios, hebreos, arameos, chinos, griegos y
romanos, entre otros conocidos del viejo mundo, así como los incas y sus
“chasquis” en América, crearon sus propios y originales sistemas de “correos”,
unos más eficientes que otros, sin embargo, cuando España y Portugal se vieron
frente al reto de establecer sistemas de comunicación que les permitiera el
control de sus posesiones de ultramar, se vieron obligados a crear sistemas
administrativos que posibilitaran controlar personas, territorios y riquezas al
otro lado del océano.
Por ello, la organización de los correos resultó
determinante para la eficiente gestión de las colonias, así fuera que la
divulgación de las leyes y demás decisiones tardaran en llegar entre seis y
diez meses, no así las cartas ordinarias que entre Santafé y Cádiz o viceversa
podían tardar entre 12 y 18 meses, si es que llegaban algún día.
Así pues, las rutas de correo en el Imperio Español,
se prolongaron desde el siglo XVI y terminaron a finales del XIX, a medida que
las colonias se fueron independizando. A partir de entonces cada nueva nación
estableció su propio esquema de correos.
Durante la primera década de 1800, el correo oficial
de ultramar había desaparecido prácticamente y la circulación de rumores y
falsas noticias generaban una sensación de caos, no había manera de saber lo
que sucedía en la madre patria, en esos días invadida por Napoleón, sin
embargo, las cartas no dejaban de circular, pues lo hacían en los navíos
ingleses y franceses que llegaban a los puertos del Caribe.
Entre 1810 y 1815 los gobiernos provinciales
lograron establecer sistemas de correos mediante postas militares, enviados
especiales y el servicio de correo que sobrevivió a muchas adversidades.
Los nacientes estados regionales (Cundinamarca,
Antioquia, Santander, etc.) lograron mantener el sistema de circulación
no solo de noticias y correspondencia sino de caudales, especialmente que eran
procesados en la Casa de Moneda de Santafé.
Establecido el estado republicano, una de sus primeras
medidas consistió en establecer la franquicia postal para los impresos nacionales
y extranjeros.
A pesar de los múltiples fraudes, el sistema postal
del país mantuvo su reglamentación basada en las normas que habían regido el
correo español de finales del siglo XVIII. Hasta 1865, fecha de la llegada del
telégrafo, el gobierno se encargaba de organizar y vigilar el sistema postal,
establecer rutas de correo, su regularidad y los costos del porte.
Por las características topográficas del país, el
acceso a destinos remotos no era fácil así que para sortear la geografía y
llevar la correspondencia cada vez a más lugares, el propio Estado
subcontrataba con empresas particulares, por tiempo determinado a compañías
privadas para que trasportaran la correspondencia nacional.
El rápido avance de las ferrovías, carreteras y rutas
de autobuses, permitió que más zonas se insertaran a la economía, no así los
sistemas de correspondencia y paquetería, lo que originó la aparición de otras
formas de trasporte más rápidas y eficientes que las que el gobierno ofrecía.
Entre estas, el Correo del Comercio, una empresa
creada, en 1890, de “motu proprio” por los comerciantes de Cúcuta, quienes
colaboraron con el gobierno de Venezuela para que las comunicaciones mutuas se
mejoraran y tuvieran una adecuada organización.
Se lee en uno de los informes que rendía la Cámara de
Comercio de Cúcuta al Ministro de Industria que, “desde tiempo inmemorial, el
comercio de Cúcuta, se hizo cargo del correo por Maracaibo, subvencionando en
un principio este servicio, a fin de obtenerlo expreso.”
La ruta utilizada era la de Puerto Villamizar y
Encontrados. También se manejó, desde 1922, la ruta del Ferrocarril del Táchira
y desde San Antonio hasta Cúcuta, el Ferrocarril local. Cuando los problemas de
navegación del rio Zulia se hicieron manifiestos, la nueva ruta se le otorgó al
Ferrocarril.
El Correo del Comercio no imprimió estampillas sino
que utilizaba un matasellos sobre las estampillas de correo nacional.
Durante la época de la Guerra de los Mil Días, la
Junta Revolucionaria de Cúcuta, dirigida por los liberales insurgentes, emitió
sus propias estampillas y utilizaba su matasellos sobre las estampillas
nacionales y sobre algunas emisiones regionales. Estas últimas fueron
utilizadas aún después del conflicto, dado el desorden que se presentó por la
falta de recursos para reemplazarlas.
El Correo del Comercio fue asumido por la Cámara de
Comercio en 1915, una vez reglamentado su funcionamiento.
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