Guillermo
Maldonado Pérez
Asistí
como invitado a la reciente Fiesta del Libro de Cúcuta (2017), cuyo lema
general fue “Encuentros con el Caribe”. El tema convocó, naturalmente, a
notables representantes de la costa norte. Di a mi participación el título de
“El Caribe: mar literario”, tema inscrito bajo el signo de la celebración de
los 50 años de la aparición de Cien años de soledad. La
presente es una síntesis de la parte que se refiere a Cúcuta y su relación con
el Caribe.
Como
oriundo de la región sede me pareció pertinente unirme al tema, pues Norte de
Santander no solamente colinda en gran medida con tierras de Macondo, y con
Venezuela en toda su extensión oriental—país caribe del cual hemos recibido
notable influencia—, sino porque Cúcuta y su región pertenecen en sí mismas al
área del Caribe.
Es algo
que se siente fácilmente; la antigua relación con Maracaibo, por lógica
geográfica y vínculos históricos, culturales, comerciales, así lo atestiguan.
Incluso desde antes de la llegada de los españoles, los nativos motilones —de
nación caribe— hacían su comercio en canoas por los ríos Zulia, Pamplonita y
Catatumbo, hasta el lago de Coquivacoa y viceversa.
Vías
fluviales que durante los siglos XVIII y XIX permanecieron vigentes y marcaron
la época dorada del comercio cucuteño —cacao y café—, con los mercados
norteamericanos y europeos.
Es la
llamada región zuliana; durante dos siglos que precedieron a la fundación de
Cúcuta, la capital jurisdiccional de la comarca fue Nueva Pamplona, ciudad que
se constituyó como base en la exploración del camino a la culata del Lago de
Maracaibo; el encuentro de las minas de oro en Páramo Rico frenó el proyecto,
retomado más tarde con las avanzadas de los capitanes Juan Rodríguez Suárez y Juan
Maldonado que fundaron las ciudades de Mérida y San Cristóbal, respectivamente.
Los
primeros habitantes de Cúcuta comprendieron desde el comienzo que la ruta
natural para el comercio regional era la vía a Maracaibo; mediante cobro de
peajes construyeron un carreteable hasta el puerto de San Buenaventura, después
llamado Puerto Villamizar; ya en el siglo XIX, después del terremoto que asoló
la ciudad, cucuteños visionarios construyeron el Ferrocarril que iba hasta el
puerto mencionado, por donde empezaron a sacar sus productos al mar: cacao,
café, etc.; de vuelta, por obvias leyes de mercado, llegaron toda clase de
mercancías que dieron fama al comercio local y sus almacenes de prosapias
legendarias.
En
aquellos tiempos para ir a Maracaibo, el viajero debía tomar el ferrocarril,
que en un primer trayecto de unos cincuenta kilómetros lo conducía a Puerto
Villamizar, donde podía hacer conexión con el ferrocarril del Táchira, que a su
vez lo llevaba a Encontrados; allí barcos de vapor lo transportaban por el
río Catatumbo al Lago, y luego en embarcaciones de mayor calado a Maracaibo.
Entre
varios testimonios que existen al respecto, hemos escogido fragmentos de
un diario de viaje de tres pamplonesas —tía y sobrinas adolescentes— al Caribe
en 1890, dada su espontaneidad y viveza descriptiva:
Día 15. Tomamos
enseguida el tren que debía conducirnos al puerto. Allí después de un magnífico
almuerzo a bordo del vapor América, descansamos y salimos a las tres de
la tarde. Si el tranvía nos causó tan grata impresión, cómo sería la vista de
un vapor!...
Día 16.
Habiéndonos encontrado la madrugada de este día con el vapor anclado aguardando
El Uribante que debía conducirnos a Maracaibo, aprovechamos la demora para
dirigir un saludo a La Vega y Pamplona.
A las
tres de la tarde fuimos sorprendidas por el espectáculo más imponente que
suponerse puede. El Uribante con toda su majestad y belleza se dejó ver
anunciando nuestra próxima salida…
Día 17.
A las cinco de la mañana salió nuestro El Uribante con la velocidad acostumbrada y a las
tres de la tarde fuimos sorprendidas por la vista de la inmensa laguna… Momentos
antes de perder de vista la tierra, vimos varios caimanes a los que viajeros
les hacían disparos…
…Al oír
anunciar la entrada a la laguna, creímos ver aparecer el triple de la de Cácota;
pero ¡oh, sorpresa!… Imposible dar una idea de la inmensidad de este lago. El
cambio repentino de las aguas amarillas que traíamos, con las que nos esperaban
verdes y cristalinas como las esmeraldas, fue otra impresión que nos sorprendió
vivamente.
Día 18.
A las cinco de la mañana anuncia el vapor con su campana la llegada a
Maracaibo. (Del diario de viaje de Virginia, Carlota y Anita Hernández a Nueva
York, en 1890).
Hoy se
puede ir a Maracaibo en 24 minutos en avión, y por tierra en tres horas
(?), que es la misma distancia que hay entre Valledupar y Barranquilla.
¿Qué es la región zuliana?
“Se denomina así el territorio que abarca el
occidente venezolano y el oriente de Norte de Santander, que comparten la
cuenca del Lago de Maracaibo, surcada por ríos navegables que históricamente
han servido como rutas que conectan el interior de la región con el mar (Jaime
Pérez López ”Colombia y Venezuela”).
La
expresión cucuteña “nostalgia de mar” alude a la frustración y al aire caribeño
que caracteriza a la ciudad. En el período geológico secundario la región fue
un mar dulce, que se redujo al Lago de Maracaibo.
Al
disolverse la Gran Colombia, los nuevos límites impuestos le cerraron a la
región su vocación marítima.
Tres intentos
hizo Norte por vencer la gran muralla de la cordillera oriental y conectarse
por el río Magdalena: carretera, tren y cable aéreo. Los tres fracasaron.
Quedó el
aire diáfano, la transparencia de su luz constante y el argumento supremo de la
poesía que disuelve límites impuestos por los poderes terrenales.
Un amigo
que de niño leyó las aventuras del Corsario Negro, de Salgari, me contaba de su
maravillosa sorpresa al descubrir que la novela sucedía en Maracaibo, ciudad de
donde era una de sus abuelas, llegada a Cúcuta en el siglo XIX; en su casa,
como en otras, era usual oír de Maracaibo, y de Curazao, nombres casi
mitológicos que le resultaban tan familiares como si quedaran cerca, tal vez un
poco más abajo, siguiendo el curso del Pamplonita.
No se equivocaba;
en un revés de su aventura novelesca, el Corsario se refugia en la selva
cercana, que no podía ser otra que la del Catatumbo. (“¡Maracaibo, Maracaibo,
has sido cruel conmigo y yo lo seré para ti!”). Al chico de la historia
se le hizo fácil, pues, ir al río todos los días, porfiado en que en cualquier
momento vería entrar el navío del Corsario Negro, con su bandera pirata
ondeando en lo más alto.
Parece
garciamarquiano el cuento, sobre todo porque es contado por un adulto a través
de los ojos del niño que fue —los niños son los únicos seres capaces de
vivir con naturalidad mundos fantásticos—, como sucede con el narrador de Cien
años de soledad; la mención de la gran novela caribeña, aparecida en 1967,
nos lleva al tema propuesto, el Caribe: Mar literario.
Descrito
como mar abierto, el Caribe aparece, sin embargo, rodeado de las costas
continentales y de islas e islotes que lo acotan como un escenario de agua
azul, en donde ha ocurrido toda la historia. Abarca desde el sur de la Florida,
el Golfo de México, América Central, las islas mayores, y desde la
desembocadura del Orinoco —donde Daniel Defoe ubicó la isla de su Robinson
Crusoe— hasta el Darién, en tierra colombiana.
No
escasearon en épocas pasadas opiniones adversas, desmedidas, contra la costa Caribe,
pronunciadas por intelectuales y políticos del altiplano, que
consideraban a gentes de la región como casi bárbaras, sin
capacidad de creación y nula capacidad intelectual.
Es parte
de la tradicional mirada desdeñosa que desde su atalaya capitalina, ciertas
élites suelen otorgar a la provincia colombiana. ¿Qué podían decir hoy de una
región que ostenta siete premios Nobel de Literatura? William Faulkner, el gran
novelista del Sur, Octavio Paz de México, país en gran medida caribeño; Miguel
Ángel Asturias, de Guatemala, Saint John Perse, gran poeta francés nacido en
Guadalupe; Derek Walcot, Homero del Caribe, poeta de lengua inglesa, Nacid en
Santa Lucía; V.S. Naipul, nacido en Trinidad; y Gabriel García Márquez,
nuestro Nobel, en 1983.
García
Márquez dijo una vez que solo había escrito sobre una pequeña región del Caribe
colombiano.
Gerald
Martin, en su estupenda biografía del Nobel, define el área: “La verdadera
región en torno al pueblo literario de Macondo es la zona norte del antiguo
departamento del Magdalena, que va de Santa Marta a la Guajira, por Aracataca y
Valledupar”.
Pequeña
región del mundo que inspiró Cien años de soledad, cuya magia
primordial no solo reside en sus maravillosas historias, sino en la invención
de un lenguaje, único e imprescindible.
Desde el
umbral de dos mundos fantásticos, los Andes y nuestro Caribe de la olvidada
región Zuliana, celebramos con alegría los 50 años de la aparición de la
gran novela caribeña y universal.
‘
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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