Padre
Rafael García-Herreros Unda
(Emisión
de El Minuto de Dios, 17 de junio de 1983)
Padre
Rafael García-Herreros
Está Cúcuta cumpliendo 250 años de fundada
por doña Juana Rangel de Cuellar y permítame el país que yo, que soy nacido en
Cúcuta, diga algunas palabras sobre ella.
Nací en un hogar cucuteño, de una de las
familias más antiguas de la ciudad. Me crié allí en la escuelita de la hermana
Rosalía. Jugué con todos mis coterráneos en la plaza de Mercedes Abrego dañando
los jardines y bajando cocos.
Oí desde niño a don Elías Soto tocando en
mi propia casa, las ´Brisas del Pamplonita´ donde él me enseñaba inútilmente
música en compañía de mi hermana Matilde, escuché los versos de Pacho Morales y
los poemas de Teodoro Gutiérrez Calderón los aprendí de memoria.
Me aprendí de memoria ´La bandera
colombiana´. Oí los sermones encendidos, como los de Savonarola, del padre Demetrio Mendoza y
del padre Jordán. Leí muchas veces cuando niño las cartas del general Santander
a mi abuelo don Manuel. Las tengo en mi casa. Me quedé extasiado mirando las
palmeras del parque Santander y su estatua de bronce. El era mi pariente.
Subí a echar cometas en La Piedra del
Galembo. Me bañé mil veces en los pozos del río Pamplonita. Me agarré a puño
cuando niño con Virgilio Barco. Vi pintar muchas veces al genial pintor
cucuteño Salvador Moreno. Recorrí todas las calles de mi ciudad en un pequeño
caballo que mi padre me había obsequiado. Estuve mirando las excavaciones de
los pozos de petróleo de mi tierra. Compré dulces de contrabando de Venezuela.
Oí muchas veces el relato del Terremoto de
Cúcuta donde murieron muchos de mis antepasados. Me contó mi madre muchas veces
todos los detalles del sitio de Cúcuta. Ella me relató lo que dijo mi abuela
frente a la estatua de Santander cuando la ciudad estaba sitiada: ´Pariente, he
ahí tu obra´.
Oí tocar al violinista de mi tierra, Angel
María Corzo. Me bañé muchas veces en la toma sucia que pasaba por el solar de
mi casa y colindaba con los Hernández. Comí los pasteles de Pacho, los
arrequives de doña Corina, y pezuñas de cerdo de La Turra Petra.
Aprendí a leer en La Historia de Cúcuta de
don Luis Febres Cordero, mi pariente. Me dio férula en mis manos infantiles,
don Luis Salas Peralta, en la clase de aritmética.
Con
sus padres y dos de sus hermanos
Estuve muchas veces enfermo de disentería,
cuando niño, por comer almendrones que caían de los árboles. Me cuidó el
inmortal médico de la ciudad, don Erasmo Meoz. Vi a doña Amelia Meoz construyendo
hospitales y asilos para pobres. Vi a doña Teresa Andressen haciendo colegios y
asilos para niños. Es decir que yo soy entrañablemente cucuteño.
Hoy a los 250 años de su fundación quiero
saludar a esa ciudad y agradecerle su aire, su agua, su ambiente, sus
estrellas, sus modales, su franqueza, su lenguaje, su visión bellísima de la
patria y del cerro Tasajero, lleno de petróleo y su contemplación todas las
noches del Faro del Catatumbo.
Quiero tributarle un homenaje a mi ciudad
natal que se ha levantado sola, casi nunca ha sido ayudada seriamente por el
gobierno central, aunque ella ha aportado las leyes de la patria con el general
Santander y ha aportado una magnífica colaboración con sus hijos mejores.
Al conmemorar 250 años de su fundación,
sepa el país que Cúcuta la silenciosa, la ciudad que es un bosque de árboles,
la ciudad que le dio las leyes con Santander, es una ciudad de grandes valores,
de una historia llena de poesía, de generosidad y de progreso.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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