Gerardo Raynaud
Durante el primer cuarto del siglo XX, las disputas entre los partidarios
del liberalismo y la curia eran pan de cada día, pues ni uno ni otros perdían
oportunidad para lanzarse dardos y puyas, cuando no pasaban a mayores los
momentos en que, envalentonados ambos grupos, relucían las armas y los hechos
degeneraban en luctuosas acciones que ambos lamentaban posteriormente.
Aunque el poder de la curia venía desde los tiempos del descubrimiento, en
el tiempo de esta crónica había tomado gran preponderancia, particularmente
tras la firma del Concordato de 1887 mediante el cual a la curia se le había
otorgado el control de la educación, de las misiones y la autoridad moral del
país. Desde ese mismo momento, la curia se puso del lado del Partido
Conservador.
No era pues extraño, que desde los púlpitos o en sus cartas pastorales, los
obispos y párrocos llamaran al pueblo conservador a votar y apoyar a los
seguidores del partido azul e incluso invitaban a los feligreses a atacar a los
liberales y condenaban los programas del partido como anticlericales y masones.
En la provinciana Cúcuta de aquellos años, los aguerridos curas pero
especialmente los que se desempeñaban como párrocos de la principal iglesia de
la ciudad, imponían sus propias leyes, tal como lo leyéramos en el magnífico
libro del doctor Alirio Sánchez Mendoza titulado “Demetrio Mendoza, el amo de
la parroquia” del cual extrajimos, algunos apartes en unas crónicas que denominamos
“Curas Célebres”. Las pugnas surgidas con este párroco y con quien
posteriormente lo reemplazaría, eran verdaderas batallas campales con los
líderes del partido liberal, connotados personajes de la vida social, económica
y política de la ciudad.
Ante el avance de la tecnología y el incipiente progreso que se avecinaba
con la aparición de los medios de comunicación, particularmente con la prensa
escrita, algunos sacerdotes de avanzada y previendo las posibilidades de
influir en la población, se dieron a la tarea de lanzar sus propios periódicos
como un complemento de lo que divulgaban en los púlpitos.
Este fue el caso del padre Demetrio Mendoza con un impreso “El Popular”,
interdiario que se hizo popular en la década de los veinte, pues años antes
había fundado su primer periódico religioso que llamó “El Granito de Arena”, el
cual mantuvo en receso por razones económicas.
Posteriormente, cuando el P. Mendoza dejó su cargo en manos del padre
Jordán, éste continuó con su obra editorial hasta su desaparición en el año
1946.
Vale decir que utilizaban estos rotativos como una manera de imponer su
voluntad, de atacar a sus supuestos enemigos y por último, divulgar la palabra
de Dios.
Mientras duró la llamada “Hegemonía Conservadora” hasta el año 30, estos impresos,
se iban lanza en ristre con todo lo que contradijera las orientaciones de la
Iglesia, sin contemplaciones y con la complicidad de las autoridades y sin
piedad en contra de los personajes del partido de la oposición.
Después del año en mención, cuando los liberales ascendieron al poder, los
ataques mermaron pero el poder de la Iglesia seguía siendo muy poderoso y las
publicaciones se fueron suavizando pero sin desaparecer por completo.
En 1924, el R.P. Mendoza publicó en El Popular una columna sobre el
boicoteo liberal a raíz de un evento que pasaré a contarles más adelante. En
esa ocasión, la Dirección Nacional Liberal, había expedido una circular que a
la letra decía:
“En toda población donde cualquier sacerdote ocupe la tribuna sagrada o use
la prensa para combatir al liberalismo o recomendar determinada lista de
candidatos, los liberales se abstendrán de contribuir para el sostenimiento del
culto y laborarán porque todos hagan lo mismo.”
Con esta norma, la guerra estaba declarada. Escribió entonces El Popular:
“Pretende la Dirección del Liberalismo convertir en axiomas que todos
deben acoger y respetar los funestos errores que ella profesa. El liberalismo
no tiene derecho a la existencia ni a consideraciones ninguna de parte del
sacerdote católico, que ha recibido la misión de enseñar a los hombres las
verdades necesarias a su salud.”
Y a continuación presenta su argumento mediante el cual condena la
extorsión como una ignorancia atrevida, puesto que el hambre con que amenazan
no es un arma de temer, pues se ha probado que el enemigo de Dios y de los
sacerdotes católicos no es el vientre y que los servidores de Cristo siempre
pudieron superar estas limitaciones. ¿Quién puede temblar ante semejantes
adversarios? Se preguntaba el padre Mendoza y agregaba: “la Iglesia no se
morirá de hambre si los liberales no contribuyen con el culto.”
Liberales como Cuberos Niño, Emilio López, los Duranes, los Vargas, etc.
etc., nunca han pagado los diezmos y primicias, ni siquiera en su niñez,
cuando oficiaban de acólitos dieron una sola moneda, sentenciaba el párroco y
por el contrario, la Iglesia da todos los días sus limosnas a infinidad de
liberales, que sin este apoyo hubieran muerto de necesidad, a pesar de hallarse
repletas las arcas de los burgueses liberales.
Y le da la estocada final al más ilustre de los liberales de época. Resulta
que don Gumersindo Soto, un ilustre feligrés de la parroquia de San José, había
ofrecido regalar un órgano de viento o aerófono, instrumento que se proponía
importar de Alemania por intermedio de una de las casas de comercio de esa
nacionalidad, con destino a la principal iglesia de la ciudad, pero esta
operación había sido negada por el encargado a aprobar estas operaciones, don
Manuel Guillermo Cabrera, quien además de agente bancario era uno de los
directivos liberales de más reconocimiento.
Así que escribió una diatriba en la que decía:
“…si este señor imposibilitó la adquisición de aquel instrumento, fue por
odio a la religión, por odio a Dios, cuya gloria iba a cantar el rey de los
instrumentos.” Y remata, “muy bien entiende el señor Cabrera, que el P. Mendoza
cuando salga de Cúcuta, no puede llevarse el hermoso templo que ha construido
ni los elegantes y sólidos edificios del Centro de San José y de La Prensa Católica;
todas esas obras de progreso quedarán para ornato y utilidad de Cúcuta, la
ciudad amada del señor Cabrera.”
Resumiendo, la norma expedida por la Dirección Liberal, según el P.
Mendoza, se viene practicando sin lograr que los sacerdotes enmudezcan y pacten
con el error.
Así es que con el tiempo y el cambio de personajes, se logró la adquisición
de un órgano que le diera lustre a la iglesia de San José, cuando
posteriormente fue elevada a la categoría de catedral.
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