El Espectador
Hace 25 años, un 24 de noviembre de 1992, mientras se
realizaba el Banquete del Millón número 32 en el Hotel Tequendama, falleció en
Bogotá el sacerdote que a través de la comunicación demostró al país que la
compasión y el trabajo son los verdaderos pilares de la paz. Su obra es un
legado.
“Llevó una vida sencilla y generosa. Lo que recibía lo
daba a los que lo necesitaban. Una vez fui de viaje y como él me había contado
que solía pintar cuando era joven, le llevé una caja de óleos de colores.
Semanas después le pregunté: Padre, ¿cuándo va a
comenzar a pintar? Y me respondió: “Excusas, ya la regalé”.
El recuerdo es del sacerdote Diego Jaramillo, director
de la Corporación Minuto de
Dios y el evocado es
el padre Rafael García Herreros, fallecido hace 25 años, después de
una generosa vida dedicada a consolidar una obra que hoy sigue siendo ejemplo
de auténtica construcción de paz.
Hasta el último de sus días, a los 83 años, el padre
García Herreros estuvo pendiente de que el corazón de los colombianos se
volcara hacia los humildes. Falleció el lunes 24 de noviembre de 1992, en
momentos en que en otro punto de la
ciudad se desarrollaba la trigésimo segunda edición anual del Banquete del Millón,
un evento que él se inventó en 1961 para que los más pudientes pagaran ese
precio por una taza de consomé y un pedazo de pan, acto simbólico de
solidaridad con los pobres. Ese fue el capítulo social de su legado. Su obra es
mucho mayor y la Corporación
Minuto de Dios da testimonio de ella.
Nacido en Cúcuta en
enero de 1909, Rafael García Herreros fue el tercero de siete hijos del
hogar constituido por el general Julio César García Herreros y su esposa, María
Unda.
De su padre heredó la disciplina y el emprendimiento;
y de su madre, los valores que permitieron que encontrara su vocación
religiosa: la compasión y amor por los necesitados. En agosto de 1934 fue
ordenado sacerdote, luego pasó por los seminarios de Santa Rosa de Osos y
Jericó en Antioquia, Pamplona, Cartagena y Cali no sólo fortaleciendo sus
condiciones de teólogo, sino también sus dotes como educador en filosofía y
lenguas clásicas (latín y griego).
Esas dotes personales y profesionales derivaron
también en una personalidad afecta a la comunicación oral y escrita. De hecho,
hasta su muerte, el padre García Herreros siempre tuvo tiempo para leer y
escribir. Devoraba textos en castellano u otros idiomas y le encantaban los
cuentos.
De manera dispersa, “se han publicado más de 200
relatos suyos”, recuerda su sucesor, el sacerdote Diego Jaramillo. Además, dejó varias obras de teatro, perfiles con vidas
de santos, crónicas de viajes u oraciones. Una faceta intelectual
que igualmente explica por qué en el desarrollo de su obra fue determinante su
visión periodística.
En 1946, cuando la radio empezaba su ciclo estelar, en
una emisora de Cartagena se inventó el programa La hora católica, y
cuatro años después, El Minuto de
Dios, que empezó a
retransmitirse en Cali, Medellín y Bogotá. Pero en 1954 llegó la
televisión a Colombia y García Herreros entendió que era el momento de expandir
su idea radial hasta la pantalla chica. Por eso, en enero de 1955, cuando la
televisión apenas nacía -llevaba siete meses-, realizó la primera transmisión
de su programa. “Hoy lleva 62 años al aire y algunos dicen que puede ser uno de
los más antiguos del mundo”, recalca el padre Diego Jaramillo.
Cuando surgió sólo había un canal de televisión en el
país, de tal modo que, a partir de ese momento y durante 38 años, los
colombianos se acostumbraron a verlo y escucharlo con sus mensajes. Cuando
murió en 1992, pasó a hacerlo el
padre Diego Jaramillo, quien cumple 25 años refrendando este testimonio de
fe que concluye con una frase que muchos saben de memoria: “Dios mío, en tus
manos colocamos este día que ya pasó y la noche que llega”. La breve plegaria
de un sacerdote eudista que, cuando conoció la radio y la televisión, asumió
que iba a ser la base de su labor social.
“Esa frase es una oración para la noche. En ella damos
gracias al señor por el día de trabajo que está culminando y ponemos en sus
manos el día que llega. La repito porque invita a la gente a orar”, afirmó el
padre Diego Jaramillo, quien recuerda que, cuando salió al aire el
programa El Minuto de Dios, García Herreros recibió un
patrocinio de $1.500, que repartió equitativamente entre tres familias pobres
que llevó al espacio de televisión. Al cuarto día, una mujer lo buscó y le dio
otros $1.500. Desde entonces nunca faltó quién ayudara para que esos 60 segundos
germinaran.
Gracias a esas donaciones no sólo el programa se
sostuvo, sino que se beneficiaron cientos de familias de escasos recursos. Y en
esa tarea, detrás del consejo a cada familia para que no se gastara lo recibido
en necesidades cotidianas, despuntó la idea de que esos capitales se usaran
para comprar terrenos en los que esas mismas familias fueran construyendo sus
viviendas.
Y como al sacerdote eudista le gustaba caminar
meditando, alguna vez pasó por un tugurio que después transformó en ocho
viviendas. Después contó en su programa cómo y con quiénes lo hizo, y no
demoraron las respuestas.
En menos de una semana
el filántropo Antonio Restrepo Barco le regaló una fanegada de tierra
al occidente de Bogotá y otro acreditado hombre de negocios aumentó la dádiva.
Esas fueron las primeras piedras para la construcción del barrio Minuto de
Dios, diseñado voluntariamente por un arquitecto que también se sumó al
proyecto.
Las primeras tres casas se entregaron en abril de
1957. Después vinieron más, hasta que se fue armando el barrio. Pero como
García Herreros entendía que faltaba un componente educativo, para 1958 estaba
listo el colegio.
Hoy son 18 colegios de bachillerato y siete jardines
infantiles, tanto en Bogotá como en otras ciudades, a los cuales acuden cerca
de 25.000 estudiantes. Eso sin contar la Universidad Minuto de Dios, creada en
1988. En la actualidad, esta entidad de educación superior se encuentra en 42
municipios y brinda educación a más de 75.000 alumnos.
Una obra a la que se fueron sumando a través de los
años en el Museo de Arte
Contemporáneo en 1966, el teatro en 1971, y obviamente la parroquia San Juan
Eudes, el mismo barrio que regentó hasta su deceso Rafael García
Herreros.
De manera paralela, como su incursión diaria en la televisión
lo volvió famoso y las caricaturas, imitaciones o referencias a su vida y obra
se hicieron permanentes, él transformó ese reconocimiento público en otra idea
para ayudar a los desprotegidos.
El 25 de noviembre de 1961, en el Hotel Tequendama de
Bogotá, convocó a expresidentes, empresarios, ministros, autoridades civiles,
militares y diplomáticos, entre otros, a la primera edición del Banquete del Millón. Desde entonces, ya son
57 años consecutivos de un evento social que se ha replicado con éxito en Nueva
York, Los Ángeles y Miami.
De manera apropiada, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) lo calificó como
un modelo de erradicación de la pobreza. No sólo el banquete, sino el barrio,
el museo, el teatro, la universidad, los colegios, la obra del sacerdote Rafael
García Herreros que también se extendió a zonas afectadas por desastres
naturales. Como a Lérida, Guayabal y Chinchiná, tras la tragedia de Armero en
1985; el apoyo a las víctimas de deslizamientos en Villa Tina (Medellín) o la creación de la Fundación Eudes, en la que se
atienden a personas afectadas por VIH y sida.
La extensión de este artículo no alcanza para
pormenorizar el legado social que dejó el sacerdote cucuteño a Colombia, eso
sin mencionar los momentos en que decidió apoyar los procesos de paz y
reconciliación que intentaron alejar del país al monstruo de la violencia.
Su recordada intervención para que Pablo Escobar Gaviria cesara su terrorismo y
fuera a una cárcel en 1991, fue apenas la más notoria de esas
contribuciones.
Un año después su vida se apagó y la noticia dejó
pensando si no era un compromiso para quienes a esa hora asistían al Banquete
del Millón.
Su ausencia ya va por un cuarto de siglo, pero en el
barrio que fundó, en la universidad que cada día tiene más alumnos o en las
decenas de proyectos sociales que la corporación Minuto de Dios desarrolla, su
imagen y recuerdo siguen vigentes. Cada noche lo ratifica el padre Diego
Jaramillo en televisión, cuando difunde mensajes que lo rememoran sin
nombrarlo.
En la actualidad, en
el interior de la Iglesia, se promueve su beatificación, que Jaramillo defiende en una
frase: “Fue un gran comunicador que encontró la forma de divulgar la palabra de
Dios y hacerla obra”.