Gerardo Raynaud
Era la época de galladas, camajanes y de “hijos de
papi” que se peleaban en duelo por las lindas chicas que asistían a las Coca
Colas bailables de los sábados en casas de familia o en algunos de los
prestigiosos clubes sociales de las entonces grandes ciudades del país. Eran
los primeros “rebeldes sin causa” que sacaban sin permiso el carro de la
familia y se paseaban orondos por las pocas anchas y desoladas calles de
la ciudad, terminando muchas veces en los reconocidos lupanares de aquel famoso
barrio al norte, por la antigua ruta del ferrocarril.
Eran buscapleitos, guapetones, osados, irreverentes e
irresponsables. Sus atuendos eran bluyines america¬nos, camisas de colores
vivos, zapatos mocasines, medias blancas, gafas de lentes oscuros, corte de
pelo cepillo, el mismo de los militares americanos. Los de más alcurnia se
vestían con prendas de los exclusivos almacenes como el Tony, el LECS, Los Tres
Grandes, Valher o en La Corona, mientras que otros menos ambiciosos pero
igualmente pretenciosos se vestían en El Roble, El Ley o el Tía.
Habían desarrollado su vocabulario propio, a la usanza
de los grupos que buscan su real identidad, como es usual en esos casos y que
crecía a medida que fue popularizándose. Propio de su léxico eran palabras
como: hebra, vestido completo; chamarra, chaqueta de cuero; zafa, no
moleste o no joda; pinta, buen atuendo informal; buena pinta, bien plantado;
sardina(o), persona joven; loro, radio; bobo, reloj; zonas, cuidado, ojo; trabado,
enmarihuanado; cacho, cigarrillo de marihuana; cayetano, callado, no hable;
Carretilla, hablar mucho; novilla, novia; llave, amigo leal; zanahorio (a),
sano sin mañas; darse el ancho, retirarse; tirar paso, bailar bien; teus,
usted.
Aunque muchas han desaparecido para darle paso a las
nuevas acepciones que por el avance de los tiempos se hacen necesarias, algunas
todavía subsisten y son de uso frecuente y conocido. Por los años sesenta era
habitual verlos estacionados en las esquinas de la quinta avenida con calles
once o doce, frente al Tony o al Ley, al mejor estilo de los miembros del club
de observadores de chicas, de don Abundio.
A raíz de la notoriedad que tomó esta forma de
comportamiento, algunos clubes sociales se propusieron aprovechar la ocasión y
se lanzaron a promocionar un famoso reinado que buscaba coronar la más bella de
las jovencitas de esta categoría y de ahí nace el evento llamado ‘La Reina de
los Cocacolos’, que en Cúcuta asumió con entusiasmo el Club Tennis, que durante
varios años del decenio en mención, fue uno de sus principales atractivos.
En la gran mayoría de los clubes sociales de las
ciudades capitales de departamento, este reinado se realizaba hasta que fue
atenuándose con el paso de los tiempos y nuevas modas fueron adueñándose de la
población joven. Solo ha mantenido vigencia en el Club Campestre de Ibagué,
donde aún se conserva esta actividad decembrina.
En esta crónica nos ubicaremos en el mes de diciembre
de 1957, mes de festejos y de alegría, que reúne a propios y extraños, en los
salones de fiesta de los grandes centros sociales, para contarles sobre la
escogencia de la Reina de los Cocacolos de ese año, en la ciudad de Cúcuta.
Reinaba en el Club Tennis de Cúcuta un clima de
jolgorio propio de esa época, temporalmente libre de las angustias políticas
del momento, luego de la instauración del Frente Nacional y el advenimiento de
una paz, que aunque frágil presagiaba cambios importantes en el devenir de la
nación.
Los socios se preocupaban más por el desarrollo de sus
fiestas de fin de año que por el futuro y en razón de ello, se habían
programado los tradicionales bailes de las novenas y el remate anual con su
‘baile de locos’ el 28 de diciembre, ‘día de los inocentes’, en la época en que
sus instalaciones todavía no habían sido trasladadas a su actual sede.
Para la ocasión fueron varias las candidatas que con
el correr de los días, entusiastas planeaban actividades que les concedieran
los favores del público, pero en especial de los jurados, que tenían la difícil
tarea de elegir la soberana que representaría a la juventud del club, que
entonces eran llamados ‘Cocacolos’.
Al aproximarse el día de la decisión, el grupo fue
reduciéndose y puede decirse que en la fase final, algo así como las finalistas
del concurso, fueron Elvirita Luzardo y Martha Castro Soto. Luego de una larga
deliberación, los jurados conscientes de su responsabilidad, le otorgaron el
cetro y la corona a Martha, no sin antes aclarar que ambas candidatas merecían
la distinción pero que desafortunadamente solo una podía ser coronada.
La ganadora, hija de Humberto Castro Ordóñez y Cecilia
Soto de Castro, a quien adornaban cualidades tanto físicas como morales, una
vez proclamada respondió a las inquietudes del numeroso público que ansiaba
conocer sus opiniones e inquietudes sobre el noble honor de representar a los
adolescentes que como ella constituían la nueva generación.
Su primera reacción luego del anuncio real fue que
había sentido una emoción enorme, que no lo creía, pues le parecía un sueño del
que no quería despertar pero que al sentarse en ese hermoso trono se dio cuenta
que todo era una bella realidad.
De sus competidoras alabó sus cualidades,
especialmente a su última rival de quien dijo que su donosura morena y sus
profundos ojos verdes habían cautivado a la concurrencia, que había sido su
rival más competente por su gracia, simpatía y belleza, y que siempre creyó que
sería la ganadora.
Sobre sus gustos respondió que le gustaba la música,
según su estado de ánimo, alegre en los momentos de alegría y música suave al
atardecer o cuando la nostalgia la invadía. En cuanto a la lectura, prefería
los versos particularmente los de Julio Flórez y José Asunción Silva, sin dejar
de lado las novelas que estaban en la biblioteca de su padre. De su hobby nos
contó que le encantaba tener grandes álbumes de fotos y coleccionar porcelanas.
Y antes de que un nutrido grupo de cocacolos viniera a llevársela para concluir
la jornada, le preguntaron si tenía novio y sonrosándose un poco, respondió que
estaba aún muy joven para eso, pero que ya tendría tiempo de pensarlo.
Para concluir la velada, la nueva reina de los
Cocacolos estuvo departiendo con cada una de las comparsas, hasta que la fiesta
hubo terminado, poco tiempo antes de amanecer.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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