jueves, 9 de agosto de 2018

1352.- A PROPOSITO DE UN LIBRO: LA BILLO´S EN EL TIEMPO



Luis Fernando Carrillo  (Imágenes)


-I

Hacia los años sesenta del siglo XX funcionaban cerca del parque de La Bola, globo terráqueo donado por la colonia italiana residente en Cúcuta hacia 1940, al conmemorarse los cien años del fallecimiento del general Francisco de Paula Santander, tres sitios vitales en la perspectiva de la nueva ciudad. Su dueño el comerciante don Arturo Mesa siempre encariñado con La Villa.

Eran La Pilarica, el Autolouch, algo novedoso, y el Cordobés, sitio decente y agradable donde se ingería cerveza Costeñita, tan buena la grande como la chiquita, a precios módicos. Algo fundamental en la pobreza de los estudiantes de la época, sus clientes más habituales.

Fue en este sitio, lleno de añoranzas donde se oían en la vieja Wurlitzer, no es atrevido decirlo, la música que marcaría una época. Bastaba echarle una moneda para que el brazo se disparara en busca de la canción que se quería oír y entonces se oía en su majestuosidad y estilo a la Billo’s Caracas Boy’s.

Los cantantes inolvidables Felipe Pirela y Cheo García que trasportaban los amores y sentimientos a lo que sería para siempre inolvidable. El director de la orquesta Luis María Frómeta Pereira, Billo Frómeta, marcaria las notas a estas dos genialidades del canto.

-II

Costeñita va costeñita viene hasta donde la plata alcanzaba. Esto por cierto permitía vislumbrar el futuro de muchachos y muchachas. Los sueños de una ciudad que para entonces era decente, amañadora, irremplazable.

Imposible olvidar ahora cuando los años pasaron inexorablemente, los mosaicos de La Billo’s que, como el diez, son derroche de sentimiento, de arte, y de unas voces grandes en el bolero. Pirela arrullaba con su voz y Cheo García que entraba a la orden de Billo Frómeta.

Cómo olvidar el significado de lo que fue y de lo que pretendía volver en el bolero grandioso de Enrique Cadímaco, que Pirela engrandecía en la belleza de su estilo mientras,

“Afuera es noche y llueve tanto!... Ven a mi lado, me dijiste, hoy tu palabra es como un manto... un manto grato de amistad...tu copa es ésta, y la llenaste. Bebamos juntos, viejo amigo, dijiste mientras levantabas tu fina copa de champán...”

Éste tango abolerado se oyó por primera vez, por los jóvenes y amigos de ese entonces en una fiesta en la casa de Montgomery Rangel y departían la alegría amigos como Humberto Castillo, Ismael Quintero, Álvaro Yepes, y otros que con las amigas de ayer y de siempre esperaban felicidad y si acaso por la vuelta para estrechar recuerdos y amistades definitivas.

-III

Eran los mismos amigos de El Cordobés, del bar Rojo y Negro situado en ese entonces en la avenida 2a. con calle 10, eran las noches de un dulce prostíbulo donde Camelia, hermosa para ese entonces, alegraba la naturaleza y la vida de aquella casa que quedaba cerca del puente San Luis y en toda esta ilusión y amor por la vida.

Cómo olvidar el piqueteadero de La Pesa, a donde se iba a tomar caldo de venas y a la Turra Petra, Aquí me quedo, situado a la vuelta del camellón del cementerio. Las pezuñas y el bisté que preparaba son de grato recuerdo como también su dueña, la inolvidable Turra.

Todas estas evocaciones al leer el libro de Sergio Peña Granados, Billo’s en Cúcuta y su legado musical, editado por la fundación El Cinco a las Cinco, que dirige el Doctor Patrocinio Ararat. El doctor Peña Granados  es un prestigioso jurista que ejerció en Cúcuta como juez del circuito, radicándose posteriormente en Bogotá, pero sin olvidar a San José de Cúcuta.

-IV

Este esfuerzo literario hay que agradecerlo, así como se agradece a éste pueblo que dio a los jóvenes de ese entonces alegrías, amores, sueños y esperanzas. Esas esperanzas que aun permiten caminar en este suelo maravilloso que se resiste a no degradarse a pesar de las injurias de que es objeto.

Los días de Billo, de Felipe, de Cheo García, y del mismo inolvidable Alfredo Sadel, siguen vigentes. En la ciudad se oyen los cantos de la Billo’s que hacia los sesenta hicieron pensar que la vida era música, y que en la ciudad siempre permanecería el legado de sus fundadores de aquí y de afuera.

Por eso sigue sonando el Mosaico No 10:

“Siento en mi alma renacer muerta ilusión y la ternura que anheló mi corazón, nublado y triste atardecer fue aquel querer, atardecer primaveral, vuelve a mi ser…. Te sigo esperando, te sigo aguardando, testigo es la noche de mi padecer, te fuiste aquel día, me diste un beso, dijiste espera, que yo he de volver”.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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