Luis
Fernando Carrillo
La jornada
dominical comenzaba en los hogares de hace añitos con la santa misa. Cuando eso
los jóvenes se acostaban temprano el sábado.
No existían las zonas rosas y demás sitios
de distracción de los días de hoy. Les pedían la bendición al papá y a la mamá
y se encomendaban al ángel de la guarda con esta bella oración:
“Santo
Ángel de mi guarda, Oh mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de
día, hasta que no esté en la presencia de Jesús, José y María”.
La madre llamaba hacia las seis de la
mañana y comenzaban los preparativos para la asistencia a la eucaristía, como
se le dice en los tiempos contemporáneos.
Con la mejor ropita, que era muy escasa, a
decir verdad, se llegaba a la iglesia a saludar al Creador.
Había momentos muy bonitos como la
Elevación, la lectura del Evangelio, aunque a veces el sermoncito del curita se
alargaba más de la cuenta. Exponía a los fieles, aún a los más fervorosos, a
caer en letargo y cansancio.
Se daba con cariño la limosna y se esperaba
con ansiedad la hojita parroquial. A más de novedosa, era la prueba en el hogar
de que la moneda había sido entregada a la iglesia y no distraída en una empanada
o en un masatico que se expendía cerca del atrio.
Por lo general uno se reunía a la salida
con los amigos y hacía comentarios ingenuos de las cosas del mundo pastoril en
que se vivía. Se recuerda que uno de los temas era el partido que esa tarde disputaría
el glorioso Cúcuta Deportivo. La posibilidad de colarse al estadio para verlo,
siempre y cuando se diera permiso en la casa.
II
Casi nunca se obtenía porque había que
asistir a otra práctica dominical ineludible. Era el catecismo.
Una especie de adoctrinamiento en la fe católica,
apostólica y romana. Desaparecido también hoy por
Efectos de la modernidad.
Había unos catequistas, dirigidos por el
párroco y una monja. Eran jovencitos o jovencitas mayores de edad, dignidad y
gobierno.
Por lo general los niños asistían llevados
de la mano por los “grandulones” del barrio, a quienes la madre obsequiaba un
dulce o una moneda para que los cuidaran y no cogieran malas compañías. “Cuídemelo
mucho” y “avíseme si se porta mal”.
Era la advertencia que recibían y se dirigían
al templo donde muy recogiditos en la banca escuchaban los primeros pinos
teológicos, que aún siguen acompañando a los “jechos” de hoy.
Se daba una boleta cuyo puntaje variaba
según la asistencia, el comportamiento y la asimilación de conocimientos.
El párroco se mostraba muy complacido con
el recogimiento mostrado por los párvulos y añoraba que muchos de ellos
ingresaran al seminario de Pamplona. Los despedía con una cariñosa bendición dada
majestuosamente.
Al llegar a la casa madre se mostraba muy complacida.
Repartía el puntal al que tenía derecho el acompañante.
Después oír el partido del glorioso Cúcuta
Deportivo, acabar de hacer las tareas y acostarse a dormir para el lunes volver
a la escuela.
III
Quizás es pisar la concha de la nostalgia
decir que el tiempo pasado fue mejor. Quizá no.
Lo cierto es que por aquellas calendas todo
era más sencillo, menos complicado. No se vivía en el tugurio universal que es el
mundo de hoy, con toda su complejidad siquiátrica. Se tenía menos, pero se era
más feliz.
Los días de la escuela, de la misa, del
catecismo, con toda la ingenuidad que representaban, eran camino por donde transitaron
hombres y mujeres que fueron y siguen siendo muy felices.
¿Así lo son los jóvenes de hoy?
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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