Gerardo Raynaud (La Opinión)
Día del Trabajador.
La celebración del día del trabajo es una de las festividades más recientes
en la historia de la humanidad. Antes de la Revolución Industrial, la actividad
laboral se circunscribía a labores artesanales y para los trabajadores no
existían reglamentaciones que regularan su actividad, entre otras cosas, porque
no existían empresas propiamente constituidas, las cuales empezaron a aparecer
cuando las dinámicas fabriles y las operaciones manufactureras se hicieron cada
vez más necesarias, a medida que la población requería de elementos que
facilitaran la solución de sus necesidades y ayudaran a llenar las carestías
que se presentaban debido a la sobrepoblación que invadía los principales
centros poblados de las nacientes ciudades del antiguo y del nuevo continente.
A lo largo del siglo XIX, multitudes de todo el mundo eran especialmente
atraídas por las oportunidades, que se presentaban al margen de las ciudades
que se fueron industrializando con la puesta en marcha de los recientes
inventos, en términos de mecanización de procesos, tales como el empleo y
transformación del vapor y luego con las aplicaciones, cada vez más crecientes
de la energía eléctrica.
Este fenómeno hizo que se fueran creando las primeras villas humildes que
albergaban a cientos de miles de trabajadores que esperaban ser contratados en
las grandes compañías manufactureras que comenzaban a expandirse, gracias a la
demanda que de todos los países llegaba en solicitud de sus productos.
En esa época, los trabajadores eran considerados un recurso más y los
administradores no los diferenciaban de los demás insumos, razón por la cual,
su trabajo se programaba con la misma rigurosidad con que se hacía con las
máquinas, sin considerar diferencias. Esto contribuyó a que se conformara un
movimiento obrero que buscara la reivindicación de una jornada laboral que
tuviera en cuenta las limitaciones humanas.
En ese momento, en algunas de las principales ciudades de los Estados
Unidos, sólo existía una norma que permitía trabajar un máximo de 18 horas
diarias “salvo en caso de necesidad” y cuya infracción su multaba con la suma
de $25 dólares.
Para 1830, el movimiento obrero había logrado que algunas legislaturas
locales, como en las ciudades de Chicago y Nueva York, se estableciera la
jornada laboral de las ocho horas; pero sólo hasta 1868 se expidió la Ley
Ingersoll, que establecía la jornada de las 8 horas diarias, pero con cláusulas
que permitía que se extendiera hasta 18 horas. Su reiterado incumplimiento
llevó a huelgas violentas y a la radicalización de los gremios y sindicatos de
trabajadores y para comienzos del siglo XX, con la internacionalización del
movimiento obrero y la aparición de las corrientes socialistas y comunistas, y
la adopción del socialismo como sistema económico en numerosos países de Europa
y Asia, y más tarde en África y América, se dio un impulso a la celebración del
Día de los Trabajadores, que finalmente acogió como su fecha clave, el 1 de
mayo.
En Colombia, tuvo un carácter diferente a la de otros países, pues no se
había constituido una clase obrera, sino bien avanzado el siglo pasado y el
primer Día del Trabajo celebrado en el país se realizó el primero de mayo de
1914, convocatoria hecha por la Unión Obrera de Colombia, en Bogotá. El acto
principal de este primer día del trabajo, fue un desfile desde la Plaza de
Bolívar hasta el barrio “La Perseverancia, en el que se enarbolaron banderas
blancas, mientras se entonaba el Himno Nacional”. Acto seguido se procedió a la
colocación de la primera piedra de un monumento conmemorativo a esa fecha.
En Cúcuta, mientras tanto, este Día del Trabajo, se pospuso unos diez años,
pues sólo se tiene noticias de su celebración en 1924. Como era tradicional por
aquellos días, el festejo en mención, era un certamen que se celebraba con la
solemnidad propia de las ceremonias patrocinadas por la Iglesia con carácter de
magnificencia y severidad.
No hubo desfiles ni mucho menos manifestaciones con reivindicación de los
derechos incumplidos, a pesar de la “vocinglería de los promotores del desorden
que ocultan su falta de fuerzas y la pobreza de sus ideas con aparatosa y
ridícula ostentación”, era la apreciación de los voceros de la curia local,
ante los asomos de inconformidad de algunos personajes reunidos en el parque
Santander frente a la iglesia de San José.
A las ocho de la mañana de ese 1 de mayo, las autoridades civiles y
militares, los estudiantes de las escuelas y colegios de la ciudad, los
empleados públicos, un gran número de señoras y señoritas y el pueblo obrero
católico, dieron comienzo a la celebración de su día, iniciándose con un Te
Deum, acción de gracias al Todopoderoso y la elocuente oración que el R.P.
Demetrio Mendoza pronunció sobre la problemática actual: las relaciones entre
patronos y obreros.
En ardoroso verbo, el padre Mendoza expuso la necesidad de que “amos y
trabajadores, reconociendo sus derechos y deberes recíprocos, comprendiendo los
unos y los otros que son partes que se complementan, procuren caritativa
ecuanimidad para de esa manera, evitar los trastornos sociales que han acabado
con muchas naciones del viejo mundo y son el más grande peligro para el nuevo
continente.”
El orador terminó su discurso probando que la Iglesia Católica es quien ha
resuelto, por boca del papa León XIII, el problema obrero, lo cual le mereció
un prolongado y caluroso aplauso.
A continuación, el doctor Víctor M. Pérez, profesional recién afincado en
la ciudad, después de terminar sus estudios en la capital de la república y
considerado defensor de las teorías sociales de la Iglesia, ensalzó las
virtudes del esfuerzo cristiano y cómo la Iglesia Católica era la clave
apaciguadora de las agitaciones socialistas que por esos días sacudían al
mundo.
La agraciada señorita Rita Omaña, alumna de la Escuela de Artes y Labores,
declamó con encantadora naturalidad la sentida y original “Oración al Trabajo”
del ilustre poeta colombiano Adolfo León Gómez.
Para terminar el certamen, los obreros representados por los gremios de
zapateros, carpinteros, sastres, albañiles, herreros, hojalateros,
alpargateros, costureras, jornaleros, lavanderas, tipógrafos y sirvientas,
probaron su cariño por el pueblo que los beneficia y al compás de las notas de
las bandas musicales del Departamento y del Regimiento Santander, como remate
de la jornada se llevó a cabo la rifa de cuatro libras esterlinas (monedas de
plata) para cada uno de los gremios asistentes.
Pasado el mediodía, los participantes retornaron a sus casas, algunos con
sus premios pero todos con la satisfacción de agradecimiento por el
reconocimiento a sus labores. Era jueves, de manera que había que reintegrarse
a su trabajo al día siguiente.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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