Luis Fernando Carrillo (La Opinión)
Recuerdan los días de la adolescencia que el
trasporte lo prestaba la empresa “Transurbanos Cúcuta Ltda”, de propiedad
del señor Víctor Cárdenas. Tenía sus oficinas y parqueaderos en la avenida once
entre calle diez y once. A donde se acudía con frecuencia a comprar la
tiquetera con la que obtenían los escolares rebaja considerable en el pasaje
dado el espíritu altruista del dueño. La ruta utilizada era la avenida
séptima hacia el centro de la ciudad viniendo de los barrios como
Sevilla, Pescadero, entre otros.
Se recuerda aun la calidad del servicio. Limpieza,
choferes de buenas maneras, cada puesto tenía un timbre y un ayudante pasaba
cobrando el valor del pasaje, de veinte centavos aproximadamente. Los jóvenes
cedían el asiento a los mayores. Si no se hacía así de vez en cuando el adulto
los increpaba solicitándolo. Rara vez sucedía porque la buena educación venia
de la casa y de la escuela.
Allí subían estudiantes, trabajadores, y empleados a
cubrir sus faenas. Con el tiempo aparecieron dos buses de propiedad de don
Víctor Solano. Prestaban el servicio y se recuerda como Myriam Solano
hija de don Víctor cogía el trasporte en su casa que quedaba en la avenida
séptima con calle cuarta. Don Víctor era comerciante, cabeza de una
prestante familia. Cuando esto el sitio era residencial. Casi siempre nos
encontrábamos con ella que iba para el colegio Santa Teresa y con Ismael
Quintero y Trino Villamizar. Parches de toda la vida.
Con el tiempo este trasporte propio de una ciudad
buena fue desapareciendo. Surgió el de hoy, 2018. En realidad no se
lo merece San José de Cúcuta.
Hay empresa por montones con buses viejos. Se dice que
son traídos de otras ciudades después de ser chatarrarizados. Se observa que no
hay limpieza, ya no existe el ayudante que recoge el valor de los pasajes.
Ahora, en la puerta de entrada se forman problemas para cubrirlos.
El chofer arranca bruscamente sin esperar que los
pasajeros se sienten con las incomodidades que esto supone. Muchas veces no hay
respeto ni para mujeres, ni con niños. Lo importante es partir cuanto antes. No
hay una reglamentación adecuada.
El caos del trasporte urbano sin necesidad de ser
investigador se puede deducir cuando se observa la calle novena, la calle
octava, la avenida séptima. No hay poder humano que ponga fin a tanto
caos. Por el contrario aparecen nuevos buses, nuevas empresas, nuevos
taxis con el pandemonium consiguiente.
Son los tiempos, se dirá. La ciudad moderna es
un infierno. Es cierto es una selva con todos los peligros de un mundo
deshumanizado. Con ésta advertencia sálvese quien pueda.
Sin embargo hay que hacer el intento. Hay que
hacer lo posible para que funcione por lo menos lo elemental, las buenas
maneras, el respeto al pasajero que sintetiza todo lo que hay que superar.
Ya no son los días de la familia Cárdenas ni de la
familia Solano. Una ciudad naufragando en las miserias. Un presente que no
tiene futuro.
Será difícil establecer un nuevo orden en el trasporte
urbano pero quizá los que vienen puedan empezar la trasformación de la ciudad,
su modernización y hacer de su trasporte algo digno y humano. Lo demás es
cháchara.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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