Juan Pabón Hernández (Imágenes)
Además de ser un notable oftalmólogo,
director de la Clínica Peñaranda, Carlos Iván tiene una especial afición por la
música.
Hace unos días venía con el interés de
conversar con él, quizá porque va creciendo mi añoranza al ver cómo se van
terminando las cosas, las costumbres, los afectos y “las gomas”, como dice el
entrevistado, cómo desaparecen los ritmos buenos, la salsa, la balada, el
bolero, en fin.
De manera que, en estos días, al recordar las
fiestas de los años 80 que él organizaba en el Club Tenis, para la Fundación
Fahne, de niños con cáncer, decidí buscarlo para hablar con él acerca de la
música de esos años.
EL CICLO DE SUS GUSTOS
Su afición al rock comenzó a los 10 u 11 años, cuando en
Cúcuta se escuchaban emisoras de San Cristóbal, Venezuela, como Radio 860, con
muestras de lo que sonaba en los Estados Unidos y, por supuesto, no se
conseguía acá: “Oíamos rock, de todo un poco, dice, en esa emisora que era
buenísima porque tenía gran variedad y nos actualizaba en temas gringos, para
gente joven”.
Yo recuerdo que en los carros había unos equipos para
poner casetes grandes, con cintas de música. Ni pensar en lo de ahora que se
reduce a audífonos; se usaban los pantalones “botacampana” y muchos se dejaban
el cabello largo tratando de imitar a los cantantes norteamericanos.
Un amigo le regaló un disco de Deep Purple, un grupo de
rock pesado, y ahí empezó el gusto (¿delirio?) por este género.
En ese tiempo, además, estaba en Cúcuta Tijuana Discos,
donde un amable señor venezolano, José Bohórquez, se preocupaba por tener de
todo un poco y traía música que no se conseguía en otro lado: Ir a Tijuana era
casi una tradición y allí todos buscábamos los temas de nuestros afectos,
atendidos por don José.
A mí me guardaba boleros y música romántica; Carlos Iván,
por supuesto, iba y compraba cosas de Elton John, o el Concierto para
Bangladesh, el primer concierto con fines humanitarios organizado por George
Harrison y Erick Clapton, o la música que lo hacía interesar cada vez más en
sus aficiones.
Lo que comenzó así, en 1971, se fue agrandando y hoy en
día posee mil acetatos. “Yo era bicho raro, ninguno de mis amigos era
aficionado al rock; algunos fueron cogiendo el gusto: era como primero de
bachillerato”.
En 1971 y 72 proliferaron los grupos en la radio.
Paralelamente, aprendió algo de guitarra y música, de lo cual le queda algo,
dice; formó un conjunto en el Seminario Menor, con Iván Darío Caicedo, Carlos
Ali Romero y otros, en el cual tocaban de todo un poco, balada y pop en
español.
“A las niñas de esa época les gustaban los detalles, cada
mes de novios, tarjetas, esquelas, bobadas. Teníamos permiso hasta la 9:00
p.m., así estuviéramos a media cuadra de la casa. Los tiempos eran más
románticos, aunque las peladas lo hacían sufrir a uno, eran más de lucha por un
cine o un beso, la verraquera de agarrar la mano, en emociones que uno
disfrutaba gota a o gota; era la época de aprender a bailar –la mamá y las
hermanas enseñaban– había fiestas abiertas en las casas y bailes en el Club del
Comercio”.
Siguieron los 80, los 90, los 2000, hasta hoy, cultivando
la música, el rock, el son cubano y la salsa.
Tuvo que esmerarse para sobreponerla como alternativa a
la predominancia de Billos’ y Melódicos en los gustos de los cucuteños a
seleccionar los mejores intérpretes, los temas, para llamar la atención.
En los 14 cañonazos de cada año buscaba los dos o tres temas de salsa. Por ejemplo,
Homenaje a los Embajadores, Wganda Kenyz, Fruco, con El Preso, porque no había mayor difusión y, para oír esa música,
había que ir a La Ínsula, al Viejo Tango y otras cantinas.
Luego, en Bogotá, conoció compañeros a quienes les
gustaba el son cubano: como a los 19 años, empezó a oírlo, se enamoró de su
melodía y de las letras románticas, divertidas, bonitas, de los diferentes
ritmos y virtuosas interpretaciones del tres, “que es como una guitarra de tres
cuerdas de a tres”.
La música fue cambiando, como todo; los computadores
llevaban el ritmo y las canciones de los 70 y los 80 se disolvieron en manos de
DJs, quienes imponían las canciones, con un sonido igual en todo. Iban
desapareciendo en las fauces innovadoras del modernismo los honores de la
música.
Incluso los rockeros decían que la música disco no era
música: ¿Qué diremos ahora?
Destellaban los Bee Gees que, después de aquellos Beatles
del 60, fue un grupo que promovió lo más destacado de la música juvenil.
Llamaba la atención el rock pesado de Leonel Richard, de Joe Cocker, que
generaba unas sensaciones muy placenteras.
“Se devuelve uno en el tiempo y evoca grandes alegrías y
sentimientos emocionantes, por lo bueno del ritmo y los excelentes músicos que
tocaban guitarra, batería, en mezclas que daban ganas de bailar y brincar.
Después de los años uno la escucha y siente las mismas cosas”.
UN POCO DE SOCIOLOGÍA
“Aunque no entendía inglés, me apasionaba la melodía y,
luego, cuando lo entendí, me di cuenta de que las canciones narraban la vida
americana con todas esas historias casi legendarias de procesos de poblamiento,
de costumbres, en fin.
Si antes era más impresionante el ritmo que la letra,
ahora comprendí que había toda una protesta, contra el racismo, en defensa de
los valores americanos, a su manera, del amor, de la mujer, en medio de todos
los ritmos, del jazz, del blues, mezclados en la música que evolucionaba. (En
California conocí un templo en silencio de jazz, guardo esa boleta para
acordarme del hombre negro)”.
La balada era popular y con ella empezó su adolescencia:
“cuando uno se estaba comenzando a enamorar: Camilo Sexto, Los Tres Tristes
Tigres, Los Pasteles Verdes, Los Ángeles Negros, Ana y Jaime, el Club del Clan,
Harold, Christopher, Vicki, hasta Claudia de Colombia; era música suave,
melódica, pero no espectacular, pero las letras sí llegaban al alma. Era un
contexto romántico, yo me acuerdo de mis amigas”.
Ocurrió que se programó una fiesta anual para los niños
de Fahne. Poncho Rodríguez, Enrique Camargo y Carlos Iván, se encargaron de
ella y fue muy exitosa, porque además de compartir gustos musicales parecidos
pudieron presentar videos láser, revivir grupos viejos, renacer el rock. Fue
muy bien recibida; la primera la empezaron poniendo el video del festival de
Woodstock, hora y media, luego rock bailable, salsa, Billo’s y Melódicos:
“la emoción de la gente era indescriptible, como si hubiéramos
vuelto a los 16 años. La gente cantaba, bailaba, se abrazaba, había emoción en
todos los ambientes, mejor dicho…Y aprendimos a poner la música en dosis
graduales, para que la gente se fuera emocionando poco a poco.
Primero música balada en inglés y español, comenzaban a
tomarse los traguitos y a oír canciones que no escuchaban hace 20 o 30 años, la
gente se paraba, comenzaban a fluir el sentimiento y los recuerdos en la memoria
y luego íbamos subiendo las revoluciones y nos daban la 6:00 a.m. y la gente no
se quería ir.
Otros grupos empezaron a hacer lo mismo, pero con fines
comerciales, sin el sentimiento que le poníamos, saturaron el mercado, para
ellos y nosotros, hasta que tuvimos que finalizarlas”.
Terminamos hablando de los jóvenes de hoy, de los hijos,
de los sentimientos distintos que la música despierta. Y de las evocaciones de lo
viejo, como en la emisora de la UFPS 95.2 FM, que toca rock de antes. O de las
épocas de gente famosa, de San Remo, de Gigliola Cinqueti, Mari Trini, Rocío
Durcal y Marisol, Nino Bravo, canciones y películas que cantaban al amor.
“Pero ahora las letras se volvieron vulgares, los niños
de 4 años hacen movimientos sensuales, las niñas tienen un vocabulario grosero,
en fin, una pérdida de valores y un empobrecimiento de la parte afectiva de la música.
El sexo es bonito, pero es más bonito cuando se hace con sentimiento. Si no,
pierde mucho la gracia.
Me parece que son muy pobres espiritualmente; los jóvenes
ahora se refugian en el hermetismo, porque tienen poco que hablar, son
alejados, metidos en la tecnología, en las comunicaciones impersonales. No
disfrutan lo sencillo, los juegos, el amor, las novias, llegan de una a todo y
a los 12 o 13 van conociendo todo”.
El mundo personal de los jóvenes es complicado, es
difícil hablar con ellos. Siempre contestan: “bien, todo bien”.
“A mis hijos le trasmití mi ejemplo, los valores que
aprendí, el deporte, las gomas de las cosas sanas y buenas, y ellos empiezan a
disfrutarlas con sus amigos. Uno sería más feliz viéndolos que llevaran una vida
como más despacio, que disfrutaran cada regalo que da la existencia.
Definitivamente cuando uno se va acercando al final y
debe sacarle más sabor a cada cosa que deba disfrutar un valor que haya tenido
desde pelao”.
EPÍLOGO
Carlos Iván se ha dedicado a clasificar uno por uno los
acetatos, a digitalizar canciones y guardarlas en discos duros, muy bien
seleccionada, organizada, y “me la paso haciendo listas para una fiesta u otra,
sigo interesado, sigo oyendo, bajando música, me gusta me gusta hacer fiestas,
tomarme unos traguitos en mi casa, con poquitos amigos… cada vez quedamos
menos”.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.