jueves, 18 de octubre de 2018

1389.- CUCUTA, UNA CRISIS CONSTANTE



Gerardo Raynaud  (La Opinión)


Cúcuta antes del terremoto de 1875.

Esta región ha padecido los rigores de las crisis desde su fundación, tal vez con mayor frecuencia y más intensidad que otras. Unas veces beneficiosas bajo la forma de bonanzas, otras catastróficas con resultados desastrosos en materia de desempleo, caos e inseguridad, tanto en lo social como en lo económico.

Sin mucho retroceder, digamos que las mayores crisis comenzaron luego del primer gran terremoto de 1875. En ese entonces la recuperación fue tan rápida y el progreso tan vertiginoso que en apenas quince años se estableció el ferrocarril y posteriormente el tranvía, el alumbrado eléctrico; en menos de dos años se reconstruyó el hospital, las vías de comunicación terrestres y fluviales, todo esto cuando la población local era de tan solo doce mil personas.

Vino luego la Guerra de los Mil Días, durante la cual la ciudad sufrió sus rigores durante cuatro años y sobrevivió a un sitio de 35 días en los cuales se vieron muestras de heroísmo y sacrificios sin par.

La Primera Guerra Mundial sobrevino pocos años después, presionando una crisis universal que no afectó de manera significativa la economía regional ni la vida local, pero sí contribuyó a escasear algunos productos que no impactaron el tradicional devenir de sus pobladores.

En el período de la primera postguerra y hasta el año de la Gran Depresión en 1929, no se presentaron grandes variaciones en el mundo que ahora trataba de superar las dificultades dejadas por la confrontación armada del viejo continente.

Desde ese año hasta comienzos de la década de los sesenta, algunas crisis que pudiéramos denominar como “menores” se fueron sucediendo, tal como brevemente paso a contarles.

A comienzos de los treinta, se presenta la primera de las ya largas disputas con nuestro vecino. Por los abusos y la congestión presentados en los puertos del Lago de Maracaibo, por donde transitaban las mercancías que venían y salían de Cúcuta, el ferrocarril tuvo que suspender sus actividades con el consecuente desempleo y el malestar general que por fortuna y gracias a la intervención del presidente venezolano Juan Vicente Gómez, oriundo de San Antonio del Táchira, conocedor de las dificultades que esa situación creó, intervino para solucionar el problema y de paso, el nuestro.

Sin embargo, los rifirrafes continuaron de lado y lado de la frontera. A mediados de la década de los treinta, primero en el 34 y a raíz de los inconvenientes generados por la importación de sal y ganado, ambos gobiernos firmaron un “arreglo sobre relaciones comerciales” mediante el cual se permitiría, libre de gravámenes, la importación de hasta veinte mil sacos anuales de 60 kilos y de un máximo de 25 mil cabezas de ganado durante el mismo periodo. Este “arreglo comercial” tendría una vigencia de un año, pudiéndose renovar por períodos análogos “si no fuese denunciado tres meses antes de su fecha de expiración”.

Cúcuta durante el ´Sítio´, avenida 7ª con calle 8 en 1900.

En 1937 se dio una situación similar a la que se presenta hoy (2017), pero esta vez, fueron las autoridades colombianas las que desataron persecuciones y decomisos de moneda venezolana, toda vez que desde hacía poco más de un año se había presentado un éxodo de dinero venezolano y una inmigración de obreros del vecino país, atraídos por las perspectivas de trabajo y de comodidades que se vislumbraban, una vez terminado el conflicto con el Perú.

No existían entonces las casas de cambio, una actividad existente en las fronteras de casi todos los países del mundo, así pues, la sociedad mercantil de la ciudad y los congresistas, convencieron al gobierno nacional de tomar cartas en el asunto y por tales circunstancias se expidió un decreto que reglamentaba la circulación de moneda extranjera a los turistas que ingresaban al país por sus principales puertos, Cúcuta incluida y que en el artículo segundo decía “las personas que tengan en su poder monedas de plata venezolana tienen la obligación de venderlas a la sucursal del Banco de la República en Cúcuta”, además de otras normas que produjeron consecuencias adversas para el comercio de la ciudad, porque alejó a los compradores venezolanos, toda vez que se creó un impuesto del 5% a las mercancías que se vendieran hacia Venezuela. 

En este contexto, la posición asumida fue la de firmar la prórroga del convenio comercial Colombo-Venezolano expedido años atrás, a pesar de la férrea oposición que suscitó entre algunos ministros, que incluso amenazaron con demandarlo por inconstitucional; afortunadamente los impedimentos fueron aclarados y la vida económica de la región retomó su rumbo, pues las rentas departamentales de ese año permitieron que el gobierno nacional girara los recursos para impulsar las necesidades más apremiantes.

En 1942, a raíz de una serie de decomisos realizados por la Aduana Nacional al comercio local y a los visitantes venezolanos se produjo un movimiento de protesta que culminó  con una serie de medidas entre las cuales figura el “Estatuto de Régimen Fronterizo Venezolano Colombiano” firmado en Caracas el 5 de agosto de 1942, refrendado posteriormente en el Congreso por la ley 13 de 1943. Esta crisis terminó oficialmente con la visita que hiciera a esta presidente venezolano Isaías Medina Angarita.

Con el fin de reafirmar los compromisos adquiridos años anteriores, en 1946 se estableció el llamado “Modus Vivendi Comercial” dados los excepcionales lazos de amistad que unen a nuestros dos países y a título de naciones fronterizas, según lo expresado por los cancilleres firmantes.

Cúcuta en los finales de los 50 del siglo XX. Avenida 5ª con Calle 12.

Como en tratados anteriores se adoptó la modalidad de “canje de notas”  por considerar que constituía el procedimiento más expedito para resolver los inconvenientes fronterizos menores que periódicamente se presentaban.

En este nuevo tratado se reafirmaba buena parte de los acuerdos anteriores, tales como los intercambios de sal y ganado vacuno, los cobros y las exoneraciones de aranceles, el libre tránsito de las mercancías colombianas por territorio venezolano, entre los que se incluían los productos con destino a la ciudad de Arauca y los bienes y demás maquinaria que atravesaban el territorio del vecino país con destino a los campamentos de la Colombian Petroleum Company. 

El cobro de los derechos por los servicios prestados en ambas naciones serían los mismos que se les cobraría al comercio del respectivo país y para terminar, la duración del presente arreglo será de un año a partir de la fecha de su firma, que fue el 11 de octubre de 1946, pero que podría ser prorrogado a su expiración un año más, como efectivamente sucedió, suscitando la siguiente crisis.

El “Modus Vivendi Comercial” firmado en 1946, solamente duró dos años pues debido a las mejoras implementadas en Colombia en los sistemas de trasporte, la centralización del Banco de la República y las restricciones no arancelarias a la importación de ciertos productos de Venezuela, unido a la progresiva escasez de algunos productos e esa nación y la creciente devaluación del peso colombiano, hicieron que el tráfico fronterizo fluyera con mayor intensidad en la medida que nuestros productos resultaran más baratos para los compradores venezolanos, produciéndose una inversión de los saldos de intercambio comercial, situación que llevó a la aparición de la primera gran “bonanza” del siglo XX.

Durante el decenio de los cincuenta, se produce en ambas naciones un reacomodo democrático, introduciéndolos en un ámbito político ajeno de autoritarismos y de conflictos partidistas. Apenas un convenio fue firmado en 1952 entre ambos países, sin que tuviera una incidencia directa con los problemas de su frontera terrestre, toda vez que se relacionaba con el ya largo diferendo surgido con los islotes del archipiélago de Los Monjes.

Así pues, en 1960 se presentó una nueva depresión económica, esta vez motivada por una serie de medidas tomadas por el gobierno colombiano en franco perjuicio de la economía local como fueron la eliminación del puerto terrestre de Cúcuta como centro exportador de café y la suspensión y anulación del comercio importador y mayorista así como el desplazamiento hacia las  actividades de menor escala, tipificadas con la simple distribución de las manufacturas colombianas por el sistema de agencias intermediarias, dejando escasos beneficios que no contribuían al desarrollo regional ya que no aportaba valor agregado representativo.

El proceso de recuperación económica fue oportuno gracias a la decidida participación de los sectores productivos de la ciudad pero especialmente a la gestión del recién nombrado Ministro de Fomento Rafael Unda Ferrero quien lideró proyectos como la Zona Franca, el Distrito de riego del Zulia, la Central Térmica de Tibú, la construcción de las sedes bancarias del B.C.H. y el Banco del Comercio –en la esquina de la calle once con avenida cuarta, en el inmueble donde funcionó por años el Club del Comercio-, además de la promoción de actividades de fomento industrial y agropecuario mediante el otorgamiento de créditos, en esa época redescontables en los Fondos administrados por el Banco de la República y finalmente, la contratación que hiciera con el profesor Lauchlin Currie de un estudio de programas de inversión y desarrollo del Norte de Santander.

Calle 11 entre avenidas 4a. y 5a. Pleno sector comercial de la ciudad. Década de los 70.


La década de los setentas tuvo un transcurrir económico estable para la región debido a los altos ingresos percibidos, en Venezuela, especialmente por sus exportaciones petroleras y por el cauteloso manejo de nuestra economía que se tradujo, a mediados de esa época, en un desbordamiento de las ventas minoristas a los “turistas venezolanos” que nos visitaban, configurándose la segunda y tal vez, la más importante de las “bonanzas” y que por las actitudes esgrimidas por quienes venían de compras, se llamó la época del “ta barato, dame dos”. 

La alegría no duraría mucho, pues el viernes negro de febrero de 1983, se produce, aunque anunciada la más grave crisis del siglo XX, la que nadie creía debido a los efectos adormecedores de ocho largos años de fáciles y crecientes ingresos del comercio, consecuencia de las ventajas comparativas de nuestros productos y en razón de nuestra envidiable ubicación geográfica.

La catástrofe económica y social fue de tal magnitud que la ciudad sobrevivió gracias a la intervención del gobierno y a la migración que redujo considerablemente la población, estimada entonces en un 25%.

La economía local sufrió un proceso de reordenamiento; las actividades productivas se acomodaron a las nuevas condiciones y se incentivó, como siempre sucede en estos casos, la actividad manufacturera, como si eso contribuyera a solucionar un problema estructural en una región donde la relación de intercambio mantiene una diferencia tan grande que siempre será más rentable y cómodo el ejercicio del comercio.

En esta ocasión los más importantes proyectos esbozados por el gobierno, no todos lograron materializarse. Los principales proyectos desarrollados fueron: la Fundación para el Desarrollo empresarial del Norte de Santander, FUNDENOR; el Fondo Mixto de Promoción Turística del Norte de Santander; proyectos de infraestructura como la Central Termoeléctrica de Tasajero, el Paseo de los Próceres –conocido hoy como el malecón-, la construcción de la nueva sede del Banco de la República y las carreteras a la frontera a Puerto Santander y San Faustino.

Al año siguiente se construye el oleoducto Caño Limón Coveñas, que absorbe de cierto modo el desempleo generado por la crisis del bolívar, pero contribuye a la aparición de un fenómeno peor e inexistente, la guerrilla.

Entre los proyectos que no se realizaron, está el ingenio azucarero del Zulia, identificado como AZURCA, que a pesar de la promoción de la Corporación Financiera del Oriente, financiando la obra, los inversionistas venezolanos nunca se manifestaron y por el contrario, siempre obstaculizaron el desarrollo de la idea, pues nunca mostraron interés, toda vez que entraría a competir con el Central Azucarero de Ureña, argumento de más para torpedear la empresa.

Terminando el siglo, la economía venezolana entró nuevamente en crisis, razón por la cual en 1994 se introduce el control de precios y de cambios. La agitación política no se hace esperar y antes de finalizar el siglo, aparece en escena un nuevo partido, el Movimiento Quinta República,  hoy Partido Socialista Unido de Venezuela y con él su ideología “el Socialismo del Siglo XXI” y con ellos, la más dura, larga y calamitosa de las crisis del pueblo venezolano, que de una manera u otra siempre nos afectará.

Con Chávez en la presidencia, en sus primeros años mejoró la calidad de vida de sus gobernados con la implementación de sus programas sociales conocidos como Misiones Bolivarianas, pero esta situación duró mientras el precio del petróleo se mantuvo alto.

Para el 2010, los fenómenos, inflacionario y de escasez se incrementaron y la enfermedad del presidente venezolano hizo mella en su organismo hasta que en marzo de 2013 falleció.

Con la llegada de un nuevo mandatario, ignorante en materia de gobernabilidad, La situación se agravó a tal punto que en agosto de 2015 se tomó la medida unilateral de cerrar la frontera común, primero en el Estado Táchira días más tarde, en el resto de la frontera. Aunque el cierre perjudicó la actividad económica de la región, las dificultades que afrontaba el vecino no incidieron de la misma manera que en anteriores ocasiones.

Como es usual, el apoyo del gobierno, esta vez, se hizo vía otorgamiento de créditos blandos y como medida coyuntural, la exoneración por tiempo limitado, del IVA sobre los  productos de mayor incidencia en la canasta familiar.

La frontera fue reabierta parcialmente y con ciertos condicionamientos y la acostumbrada crisis ya no nos afecta tanto como en ocasiones anteriores.




Recolectado por: Gastón Bermúdez V.

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