Gerardo Raynaud (La
Opinión)
Para contextualizar esta crónica vamos a recordar que el mercado de Cúcuta,
desde su inicio estuvo localizado en la manzana comprendida entre las avenidas
seis y siete y las calles once y doce.
Una sola manzana que después del incendio duró más de siete años como un
lote vacío, sin que se hiciera ninguna construcción, utilizándolo como
parqueadero de los vetustos camiones de la época y de los animales de carga que
entraban y salían de la ciudad con su carga de alimentos, unas veces, y otras
como lugar donde se levantaban las carpas de los circos que ocasionalmente
visitaban la ciudad.
Por iniciativa retardada de las autoridades municipales, Concejo y alcalde
incluidos, se dieron a la tarea de allegar recursos para la construcción de
unos edificios que le dieran lustre a la ciudad, además de embellecer su zona
céntrica, los alrededores del Parque Santander que ya empezaba a verse a poblado
de elegantes construcciones comenzando por el recién inaugurado edificio del
Banco Comercial Antioqueño, hermosa edificación de seis pisos con su
magnífico ascensor, el primero de la ciudad.
En la administración del alcalde Numa P. Guerrero se iniciaron las
gestiones para lograr la financiación de la construcción, pero fue el alcalde
Miguel García-Herreros quien finalmente logró allegar los recursos para la
construcción del lote que fuera el antiguo mercado.
Aún así, la manzana comprendida antes mencionada, era demasiado extensa
para una edificación de esas proporciones, de manera que la alternativa más
práctica era dividir el lote en dos, el principal sobre la calle once entre
sexta y séptima con una extensión de cincuenta metros hacia el sur, una calle
intermedia de entre quince a veinte metros y el segundo lote sobre la calle
doce.
Este segundo lote, donde estuvo ubicado el pabellón de las carnes, sería
subastado pues es el de mayor atractivo para los inversionistas, bien porque no
resultó muy afectado por el incendio y también porque en ese sector se habían
desarrollado otros proyectos de construcción que valorizaban la zona, entre
ellos, el edificio del hotel San Jorge, la nueva edificación de La Estrella y
el inmueble de El Trópico.
Aunque el municipio, para esa época, había logrado atesorar la suma de un
millón ochocientos mil pesos como parte de la financiación del Edificio San
José, las necesidades de recursos era apremiante toda vez que no se contaba con
más fondos que permitieran su obra.
La propuesta de sacar a subasta, la esquina suroeste del segundo lote,
causó gran polémica por los antecedentes que se tenía de situaciones similares,
entre ellas, la venta que le hiciera el municipio a la Beneficencia, por una
suma cercana a los cien mil pesos, del terreno donde se construiría
posteriormente el Teatro Zulima, y todo porque el dinero recibido fue a parar a
los fondos comunes del municipio y utilizado para el pago salarios,
prestaciones, crear más burocracia y otras fruslerías, como decían antes los
medios.
Dentro de los proyectos para lograr la financiación del edificio San José,
el alcalde García-Herreros estaba a la espera que el Gobierno Nacional, hiciera
entrega del lote donde funcionaba la Aduana, media cuadra más abajo del lote
donde se construiría el nuevo edificio, por la avenida séptima, aquel que fuera
erigido por el general Jorge Ferrero y que se caracterizaba por la pagoda
hindú que la identificaba y que había llegado a la ciudad equivocadamente pues
como se sabe, iba a con destino a Calcuta, también para subastarla.
Otra alternativa pensada para financiar la obra del edificio San José, fue
el cobro de un impuesto de valorización sobre el lote subastado, pero quienes
más se opusieron fueron los señores de la prensa, con el argumento que
resultaba injusto cobrarlo a quienes fueran a construir, mientras que los demás
propietarios de lotes que se verían beneficiados no tendrían que pagarlo.
Finalmente, todo el lote fue subastado y sobre la calle doce se construyó,
el edificio Arminda, cuyos principales promotores fueron los empresarios de la
casa de cambios Barbosa y los almacenes económicos, fragmento del lote que fue
adquirido por el ingeniero Fernando Seguín y su esposa Rita Ibarra,
propietarios de la marquetería Florián situada a unos pocos metros por la calle
doce.
El hecho es que la esquina que originalmente pensaba venderse, esto es, la
esquina frente a los tres edificios de más reciente construcción, el San
Jorge, La Estrella y el Trópico, se hizo pero sin que su nuevo propietario
levantara inmueble alguno.
Durante muchos años funcionó la Ferretería Uribe, sin que se pensara
trasformar esa esquina como lo hicieron en su momento, sus vecinos y que hasta
el día de hoy permanece inalterada, con los mismos muros de adobe y su techo de
teja de barro, tan comunes por los años en que fue construida y sin perspectiva
de modificación locativa en un futuro inmediato.
La principal razón para que la ciudadanía se opusiera a la venta de ese
segmento de terreno, era que le producía jugosos dividendos al municipio, toda
vez que para el último mes del año 54, se le habían consignado a la Secretaría
de Hacienda Municipal, la no despreciable suma de $14.947.oo por diversos
conceptos, pero principalmente por arriendos.
En rueda de prensa citada por el alcalde García-Herreros, para analizar la
situación de la financiación del edificio San José, la conclusión a la que
llegaron los periodistas que a ella asistieron puede resumirse en la nota
publicada en uno de los diarios de la ciudad, “… las cosas para hacerlas del
conocimiento público, es necesario meditarlas y meditarlas con la cabeza y no
con otros miembros del cuerpo que tienen otras funciones.”
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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