Gerardo Raynaud (La Opinión)
El emblemático parque Mercedes Abrego, erigido en honor a la heroína local
a finales del siglo XIX, no siempre fue el lugar de esparcimiento y reunión al
que estaban acostumbrados sus vecinos.
Después del terremoto, el cementerio fue reubicado en el mismo sitio que
hoy ocupa el parque, pero que con la rápida expansión que se produjo y el
acelerado desarrollo, producto de las modernas instalaciones que se
construyeron y la aplicación de las nuevas iniciativas traídas de Europa y los
Estados Unidos, que fueron haciendo de Cúcuta una de las urbes más innovadoras
y por lo tanto, más atractivas para la apertura de actividades productivas,
fueron desplazando espacios que se requerían para suplir las necesidades de la
población, bien para su vivienda como para las actividades comerciales.
Es necesario recordar, que la conocida hoy como avenida octava, era
inicialmente la calle de Moreno, la que posteriormente tomó el nombre de
carrera Cundinamarca, cuando se implementó la primera nomenclatura oficial de
la ciudad y que era uno de los pasos obligados para ir a la Estación Cúcuta,
sede principal del Ferrocarril de Cúcuta donde salían y llegaban los trenes de
las tres líneas que tuvo la empresa por esa época, la línea Norte, hacía el
Lago de Maracaibo, puerta de entrada y salida de las mercancías de importación
y exportación, la línea a la Frontera, que se dirigía a la población de San
Antonio y que servía además, de tranvía para el trasporte de los pobladores que
iban y venían de Venezuela, y la línea Sur, que tuvo la intención de unir por
esta vía, la ciudad con el interior del país pero que solamente alcanzó a
llegar hasta el caserío de El Diamante, sobre la vía a Pamplona.
Apenas diez años después de la reconstrucción de la ciudad, se comenzó a
erigir el templo católico que bautizaron con el nombre de San Antonio de Padua,
frente al conocido ‘Cementerio del Llano’, clausurado antes de la inauguración
del templo para dar paso al levantamiento de un hermoso parque en honor a la
primera heroína local bárbaramente ejecutada por los españoles en 1813, siendo
la única mujer apresada y condenada sin fórmula de juicio por el solo delito de
haber contribuido con la causa libertadora.
Fue precisamente por esta razón que la sociedad y el gobierno, honraron la
figura de la mujer cucuteña, al designar en su honor, un monumento que la
recordara por siempre.
Concluida la construcción de la iglesia de San Antonio, el parque Abrego
como se conocía entonces, comenzó a consolidarse como sitio de reunión de sus
vecinos, quienes al finalizar sus jornadas, se congregaban para departir e
intercambiar conversaciones, como era la costumbre por aquellos días.
En su estado original se veían apenas algunas plantas que rodeaban el busto
de la homenajeada, sin más ornamentos que la simple y sencilla estatua ubicada
en el centro de la plazoleta, situación que se mantuvo inalterable durante
buena parte de la primera mitad del siglo pasado.
Fue promediando el cuarto decenio del siglo XX, que los vecinos del barrio
El Llano decidieron constituir una “Junta de Embellecimiento” que llamaron
Junta Pro-Parque Abrego, quienes con su espíritu altruista no tenían otro
miramiento que ver embellecida la ciudad y que lograron que el municipio les
destinara, de su presupuesto, la suma de mil pesos, que fueron invertidos, lo
mismo que las partidas que le asignó la Junta de Mejoras y Embellecimiento de
la ciudad, en hacer de aquel hermoso rincón, un verdadero sitio de recreo. En
esta Junta Pro-Parque Abrego, se tenía la noción que los parques eran las salas
de recibo de las ciudades y que por ello, debían permanecer bien atendidos y
cuidados para que tanto viajeros como moradores, sintieran el buen nombre y
prestigio de la ciudad.
La Junta, liderada por el apreciable caballero cucuteño Elio Pacheco,
inició sus actividades reuniendo los materiales necesarios para los nuevos
andenes de mosaico, como era lo usual, y que circundan el terreno, la
reconstrucción, dentro de un concepto técnico y de presentación artística de la
glorieta, lugar de ejecución de los conciertos y retretas musicales, el trazado
de modernos y prácticos senderos peatonales, así como, la formación de un
centro de recreo infantil y la colocación de los postes de alumbrado, que sirva
todo, como un centro de atracción de propios y extraños.
Tal vez, lo mejor de este ambicioso proyecto, era que se proponía
conseguir, buena parte de los recursos, mediante cuotas voluntarias de los
vecinos.
Sin embargo, para que el proyecto pudiera desarrollarse como
inteligentemente se había planeado, existía un problema. El costado occidental
del parque, que en esa época tenía menos de la mitad de su área actual, estaba
ocupado por una serie de antiguas viviendas, de aspecto ruinoso y que impedían
que pudiera llevarse a cabo la obra.
Era imperativo entonces, aplicar como medida coercitiva, la ley de
expropiación, que de acuerdo con los cálculos efectuados por el municipio,
ascendía a la suma de ochenta mil pesos, con la cual se cubrían las
indemnizaciones y de esa manera el parque Abrego alcanzaría la extensión que la
misma ley establecía de no menos de una hectárea.
La zona expropiable tenía una capacidad de construcciones desde épocas
remotas, de unas veinte habitaciones, según los estudios presentados por las
oficinas del municipio, que al costo de cuatro mil pesos en promedio, por el
avalúo catastral, daría un monto total de ochenta mil pesos aproximadamente, lo
que hace viable la expropiación de acuerdo con las exigencias de modernización
que el conjunto urbano presentaba ante un futuro inmediato, se lee en el
concepto técnico-jurídico presentado al alcalde.
Aunque el proyecto no se desarrolló como se había planteado, si se realizó
una remodelación integral del parque, como puede apreciarse en las fotografías
que se muestran. Las casas ruinosas que se mencionaban, finalmente se
demolieron para dar paso a una callejuela que hoy se aprecia en el costado
occidental del parque.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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