Gerardo Raynaud (La
Opinión)
Teatro Cúcuta posteriormente Teatro
Guzmán
A principios del siglo XX, las expresiones culturales, aunque relativamente
pocas, eran frecuentes en la Cúcuta recién reconstruida después de los
terribles acontecimientos de la Guerra de los Mil días. Eran pocos los
escenarios, así que muchas de las reuniones “cultas”, se escenificaban en
alguna de las grandes casonas de los adinerados de la época. Pero este no fue
caso del concierto de nuestro título.
Poco tiempo había transcurrido desde que se dio al público el magnífico
Teatro Cúcuta, sitio que fue el centro de la actividad cultural y por ende, el
más apropiado para proponerle al refinado público una velada que trascendió
durante mucho tiempo, por la calidad de sus presentaciones pero especialmente,
por el objetivo que perseguía, recaudar los fondos necesarios para sufragar las
necesidades de la Sociedad San Vicente de Paul, institución que contribuía a
paliar las carestías y penurias de los integrantes más desfavorecidos de
nuestra ciudad, algo así como una Teletón de ahora.
El Teatro Cúcuta, era un recinto pequeño, adecuado para las condiciones y
realidades del momento.
Para la ocasión, había sido adornado con exquisito gusto y con verdadera
estética. Todo allí era luz, perfume, flores, armonía, reflejo del amor, el
cariño y la pasión con que se engalanaban los espacios que albergaban, por esos
días, los eventos culturales.
Organizado por los señores Elías M. Soto, Federico E. Faría, Andrés Durán y
Juan A. Nieto, miembros de la Sociedad antes mencionada, quienes no omitieron
medios para que el acto revistiera el lucimiento y armonía que hiciera que su
obra coronara con feliz éxito. La jornada estuvo acompañada musicalmente por la
Banda del Batallón Tiradores, por esos días acantonado en la ciudad y cuya
permanencia garantizaba su seguridad.
Tal como estaba programado, el sábado 6 de mayo de 1905, a las ocho y media
de la noche, se dieron cita para recibir a la belleza, a la elegancia y al
arte, el público que invadió literalmente el magnífico recinto del Teatro
Cúcuta. Estaban colmados todos puestos, desde la platea hasta los palcos, y el
aviso que anunciaba el inicio de la función se hacía sonando unas campanillas,
que al mejor estilo de las llamadas a misa, repiqueteaban tres veces. Al tercer
campanillazo, se alzó el telón y en el escenario, convertido en suntuoso salón
por el coreógrafo señor Federico Faría, fueron apareciendo las señoritas y
caballeros que tan generosamente habían accedido a prestar su contingente
artístico e intelectual para aquella función organizada con el noble fin de dar
un pan a los menesterosos.
La gala fue dividida en dos actos, bellamente armonizados para que los
asistentes mantuvieran viva su atención, de los variados que se presentaron a
su consideración.
La programación inició con el discurso del señor Melitón Angulo Heredia,
quien en galanas y bien pensadas frases se expresó sobre la caridad, tema que
se pretendía despertar entre los participantes y que al final fue aclamado con
entusiasmo.
Seguidamente, se ejecutó el concierto de piano a cuatro manos, “Qui
Vive” de Wilhelm Ganz, por parte de las señoritas Concepción Gandica y
Antonia María Rodríguez; una oleada de ruidosos aplausos se confundió con las
últimas notas de la interpretación.
Seguidamente, el trío de cámara, integrado por Julio Angulo, Gustavo
Schlottmann y Elías M. Soto, en violín, flauta y piano respectivamente, ejecutó
magistralmente la obertura “Entführung” de Mozart, acto de la ópera “El rapto
del serrallo”, largamente aplaudida.
Siguieron las actuaciones de la señorita Mercedes Gandica en dúo con el
coronel Vélez Méndez, tenor lírico, quienes cantaron “Llorando y por culpa mía”
fragmento de la obra “Anillo de hierro”.
El programa de la noche continuaba con la intervención del señor Francisco
Faccini, interpretando la sonata de Bethowen “La Patética”, pero que por
ausencia del cantante, fue interpretada por la señorita Antonia María
Rodríguez, muy aplaudida y en verdad que no era para menos, pues su personaje
en la obra “el gran Maestro”, era de muy complicada ejecución para una voz
femenina como la suya, con lo que demostró ser poseedora de grandes virtudes y
refinado gusto.
A renglón seguido, el poeta Francisco Morales B., recitó el poema de su
autoría llamado “Margarita”, lleno de bellas y delicadas líneas de arte nuevo y
gran afluencia de símbolos poéticos. La cadencia escogida unida al sentimiento
definible de la de la composición, hicieron que el público conmovido batiera
palmas con entusiasmo y espontaneidad.
Para finalizar la primera parte de este concierto, en la voz del tenor
lírico Julio J. Mora, cuya voz delicada y al mismo tiempo robusta, se escuchó
la canción “El beso de adiós” compuesta por Adelina Fatti y acompañado en el
piano por el maestro Soto, como en otras ocasiones fueron reiterados las
aclamaciones y aplausos.
Para la segunda parte de este concierto del arte y la caridad, luego del
ajuste que se le hiciera al escenario adecuándolo a los nuevos requerimientos,
se dio comienzo con el poema “Enigmas de la suerte” recitado por su autor Saúl
Matheus, bardo cucuteño, interrumpido en varios ocasiones por los aplausos, que
al final aumentaron y que hicieran que el autor tuviera que salir repetidamente
a la escena.
El segundo número, constituyó toda una sorpresa, pues se presentaron en
escena dos jovencitos, en el piano la niña Lucía Pérez y en la flauta el joven
Encarnación Moyano quienes interpretaron la pieza “La Fantasía del Trovador”,
acto de la conocida ópera de Verdi, cuya calidad interpretativa fue largamente
reconocida por el público.
Le siguieron dos piezas operáticas muy conocidas en el mundo del bel canto,
el primero, “La Gran Fantasía de Rigoletto” cantada por la soprano cucuteña
Antonia María Rodríguez, bajo la dirección del maestro Angulo Lewis.
La segunda, una realización a cuatro manos en el piano, del maestro Elías
M. Soto y la señorita Concepción Gandica, quienes se hicieron merecedores de
nutridos y calurosos aplausos.
Antes de finalizar, el maestro Gustavo Schlottmann, presentó en solitario
la clásica pieza del clasicismo musical de Mozart, la “Romanza célebre” para
flauta, tocada con verdadero sentimiento.
Por último, una pieza del repertorio musical colombiano, el bambuco “Genio”
de autoría del maestro Federico Faría, estrenado esa noche.
Cuando el reloj de la catedral marcaba las once y media de la noche,
estaban saliendo los últimos asistentes pensando cuándo volverían a tener la
oportunidad de repetir una velada tan exquisita.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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