Gastón Bermúdez Vargas
César Yáñez Rodríguez
Corría el mes de febrero de 1964 cuando llego a Tunja (Boyacá), proveniente
de Cúcuta, a cursar el 4º bachillerato en el colegio Santo Domingo de Guzmán de
los padres dominicos. Desde que me bajé del bus, la bienvenida fue un penetrable
frío paramuno, más cuando yo por esa época estudiantil, era un jovenzuelo a
cumplir los 17 años, proveniente de tierras calurosas, unas veces compartidas
con amistades cucuteñas y otras tantas entre abrazos familiares ´maracuchos´.
No obstante el inclemente clima tunjano no me era del todo desconocido, toda
vez que mi madre, cucuteña, como a la usanza de padres venezolanos, también me había
mandado interno en primaria a Pamplona un par de años y en Bochalema por un
año.
En el primer día de clases en el colegio y en la hora del recreo, fue fácil
observar por su alta estatura y constitución corporal gruesa y fuerte, a uno de
mis compañeros de curso con un balón de baloncesto, quien se dirige a uno de
los aros de la única cancha que tenía el colegio; juego que se compartía con
puros lanzamientos y rebotes al aro al azar, en el que por mi condición y
habilidad para el juego, adquirida en Cúcuta en CORSAJE, logré asirme del balón
en varias oportunidades. Al terminar la hora del recreo, el mismo muchacho toma
el balón y corre a la fila para entrar nuevamente a oír las clases restantes.
Al cumplir las clases de la mañana y de la tarde, entre materia y materia,
el muchacho del balón se me presenta como César Yáñez y durante el transcurso de la jornada, nos
fuimos informando de los orígenes, inquietudes, gustos y preferencias
personales e inmediatamente hubo una empatía entre nosotros.
Actualmente entrada universidad
Santo Tomás de Tunja,
antiguamente la del colegio Santo
Domingo de Guzmán
Al salir de la última clase, invitado por él a un ´perico´, nos dirigimos
al grill, lo que ciertamente me causó algo de confusión, porque no era hora
apropiada para un perico, pero sin embargo acepté en gesto de reciprocidad por
la naciente amistad. Sentados en la mesa y ordenando al mesero el pedido, me di
cuenta que el ´perico´ no era otra cosa que un café con leche, pequeño, con 2
cubitos de azúcar, y no como lo dispone la receta cucuteña de “huevos revueltos
con cebolla y tomate”. Ahí en el grill continuamos conociéndonos. A partir de
ese momento fuimos unos verdaderos amigos y compañeros durante el único año que
yo estudié en Tunja.
A los pocos días, me invita a su casa para hacer las tareas y estudiar
algún tema para el día siguiente. Ya en su casa maternal, me conduce a una habitación
donde estaba doña Adela, su señora madre, detrás de una máquina tejedora
haciendo un suéter y en voz amable y de bienvenida, me ofrece un tinto. Veo pasar
a una niña con trenzas y César me la presenta como su hermanita Margarita. Al
poco rato, llega de la calle un muchachón y se dirige a César como ´Yáñez´, haciéndome
la observación que es su hermano Jairo y que estudia en el colegio (creo primer
año). Luego me entera que su ausente padre era cucuteño. Así fue como conocí a
su distinguida y afable familia. Posteriormente era recibido en esa casa como
si fuera la mía y era tratado con mucho cariño.
Templo de Santo Domingo
César era de Tunja y estudiaba en el Santo Domingo desde primaria, por lo
tanto los Yáñez eran muy apreciados por el rector, el Padre Murcia y demás
padres dominicos y profesores. Con sentido de pertenencia, era interesante
oírlo hablar de la historia del colegio, del convento de los dominicos y en
especial de la Iglesia Santo Domingo. El
templo data desde el siglo XVI (1560).
Me enseñó casi inmediatamente las costumbres de la ciudad, entre ellas una
de las más tradicionales y muy propia del tunjano, que era darle ´la vuelta al perro´, hábito de darle la vuelta a
la manzana después de fumarnos un cigarrillo, comenzando en la esquina del
colegio Boyacá, caminando en el sentido de las agujas del reloj la hoy calle 19
o primera calle Real; cruzar al camellón de la iglesia Santo Domingo, hoy
carrera 11ª; luego la calle de los Frailes, hoy calle 20, hasta la Esquina de
la Pulmonía; terminando el recorrido por el costado occidental de la plaza de
Bolívar, la calle de los balcones, para culminar nuevamente en la esquina del
colegio Boyacá, para fumarnos otro cigarrillo. En este costumbrista recorrido,
se intercambiaban los chismes colegiales y citadinos; en esa zona-área, tienen
actividad las principales tiendas, comercios y los primeros bancos de la
ciudad. Para buscar alguna persona, sólo bastaba con hacer dicho recorrido.
Esa esquina
del colegio Boyacá, por cierto fundado por el general Santander en 1822, era la
esquina más caliente de las cuatro de la plaza de Bolívar y de donde se podía
observar las niñas que pasaban a pie para ir a los diferentes destinos que
tenían y también recorrían los buses escolares de mujeres durante la semana,
para por lo menos hacerles a las niñas un guiño.
Esquina del colegio Boyacá
Los fines de
semana con César, era programa ir a visitar amigas y pasar una tarde de música
y cerveza, cuando no había fiestas organizadas pagas. A propósito, César era
muy bien visto por las ´cocacolas´, quienes decían que él se parecía a Elvis
Presley, que de paso se lo creía y se esmeraba en aprender pasos de ´rock and
roll´ durante la semana para lucirlos en las visitas o bailes organizados.
Nos gustaba
mucho oír la música de Neil Sedaka, Paul Anka, Enrique Guzmán, César Costa,
Rocío Durcal, así como sus películas. Surgían Palito Ortega y Leo Dan. También
en ese tiempo tenían mucha influencia las películas juveniles norteamericanas,
tal como ´Amor sin barrera´, sobre nosotros los juveniles de la época, hasta el
punto de tratar de imitar las barras de jóvenes y muchas veces por cuestión de
amores de alguno de sus miembros, honor al reto o hasta por rivalidades, llegábamos a pleitos callejeros en grupos.
César era un
enamorado del basquetbol, tenía ganas, estatura, cuerpo y fuerza, pero al
momento le faltaba flexibilidad, reflejo y soltura. Trató de pertenecer en ese
año al equipo del colegio, pero creo que sólo lo integró, en un amistoso contra
el equipo de Ingeniería de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
Yo aprovechaba para tomarle el pelo, diciéndole que era “muy tronco y torpe”.
En ese año se efectuó una eliminatoria contra el Colegio Boyacá, ganada por
nuestro colegio, para ser los representantes de Boyacá al l Campeonato Nacional
Intercolegial en Bogotá, que por cierto lo ganó el colegio Sagrado Corazón en
representación del Norte de Santander. Quizás en los siguientes dos años pudo
él haber pertenecido al equipo, no lo sé, porque era muy perseverante para
lograr sus metas.
Reunidos en diciembre de 2010 en el club Tennis de Cúcuta:
César Yáñez, Gastón Bermúdez, Alvaro Hernández, Olga de Hernández, Silvia de
Flórez, Yolanda de Yáñez y el ´Mono´ Flórez.
En noviembre
de ese año, exitosamente terminamos el 4º año de bachillerato y a pesar de
haber pasado un año de nuevas y muchas experiencias, partí de la ciudad de
Tunja con la seguridad de no volver a ver a mi compinche, porque yo tomaría
nuevamente el camino de mis estudios en el colegio Sagrado Corazón en Cúcuta mi
querida tierra, como así sucedió.
Pasaron los
años y no supe más de César, hasta que en alguna oportunidad, hice un paseo a
Tunja por el año 1974, con el fin de ver y reencontrarme con mis antiguos
amigos, busqué a César con insistencia y me informaron que vivía en Bogotá,
pero sin más referencia. Perdí a mi amigo, pensé.
Por los años
90, en unos días que estuve en Cúcuta, mi primo Alvaro Hernández me menciona
que conoce una persona de Tunja que pregunta por mí, en esa oportunidad no
indagué mucho, porque ya partía hacia Caracas. Hasta que en otro viaje,
sorpresa, supe que era César Yáñez y logramos reunirnos. Fue emocionante ese
encuentro, donde entre unos escoceses, repasamos nuestras vidas desde el
momento en que había partido yo de Tunja. Hablamos de nuestros estudios,
nuestros amigos comunes, nuestras familias y de la vida profesional, hasta
quedar completamente al día. César era el mismo, un conversador entretenido,
tomador de pelo, alegre y muy amigable. Además ahora era un empresario exitoso
y se veía realizado, cumplía los sueños de su juventud.
Posteriormente
conozco primero a su esposa Yolanda y luego a cada uno de sus hijos, a Diego y
Andrea y luego a César Augusto. Asistimos al matrimonio de Diego, pero no
pudimos hacer presencia en el de Andrea, que fue en Villa de Leiva. También
hice contacto nuevamente con doña Adela, y qué bien estaba, se notaba tranquila
y feliz, lo que se merecía después de haber trabajo tanto detrás de la máquina
de tejer para levantar a sus hijos, además tenía a los tres juntos: César,
Jairo y Margarita.
Estos
recuerdos inolvidables, perdurarán en mí, para el resto de mi vida. César se
nos adelantó el 3 de abril de 2019 en la Clínica Cardioinfantil de Bogotá, a la cual
había sido trasladado hacía varias semanas. Dios
tenga en la gloria a César, y termino parafraseando una frase de Alberto
Cortez: ´Que suerte he tenido de nacer, para estrechar la mano de mi amigo!
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