Gerardo Raynaud (La Opinión)
A principios de siglo XX la agitación política giraba en torno a las
acciones separatistas del departamento de Panamá. En las principales capitales
colombianas se presentaban manifestaciones de protesta en contra de lo que
llamaron entonces, ‘el incalificable y bochornoso atentado separatista del día
3 de noviembre, de unos pocos desnaturalizados hijos del Istmo de Panamá,
cobardemente ayudados por los ambiciosos yankees,’.
Cúcuta no era la excepción y por tal
motivo, el 12 de noviembre del año en referencia, se realizó una patriótica
manifestación en el parque Santander, en donde fueron pronunciados notables
discursos por los principales líderes regionales, entre los que se contaban Hermes
García G., Luis Febres Cordero, Luis F. Marciales, Carlos Jácome y el general
Luis Morales Berti.
En todos ellos se escucharon frases altamente civilizadoras y llenas de
patrióticos conceptos que arrancaban nutridos y calurosos aplausos de los
asistentes. Todos los oradores se manifestaron en contra de las intenciones
cismáticas de los dirigentes panameños pero fue el general Morales Berti el más
enfático en manifestar la necesidad de unión de todos los elementos y partidos,
de desprendimiento para llevar a cabo el sometimiento de los insurrectos e
invitar al pueblo a firmar una enérgica protesta en contra de los desmanes del
Coloso del Norte.
Por su parte, don Carlos Jácome destacó el valor del partido Liberal por su
gran amor hacia la conservación y fueros de la patria concluyendo que era
necesario compactar las filas para salvar la dignidad nacional.
Esta era la situación política que
se vivía en todo el país, pero para esos finales de año, las grandes
expectativas estaban puestas en los resultados de las pruebas finales, que
debían presentar los estudiantes de los pocos pero selectos colegios del país.
La presentación de los exámenes finales revestía una solemnidad desconocida
en nuestros días, que es necesario recordar para ilustración de nuestros
lectores. Durante el día de los exámenes finales, los inspectores de la
Secretaría de Instrucción Pública se desplazaban hasta los colegios para supervisar que las pruebas se realizaran dentro de la
más estricta seriedad y que además se desempeñaban como jurados calificadores.
Los alumnos del último año eran distribuidos, por lo general, en un salón
de actos y acomodados de manera que estuvieran separados a un metro de
distancia en cada sentido, esto con la intención de evitar fraudes de cualquier
índole.
Es de anotar que en esa época, esto era posible debido a los pocos colegios
y estudiantes que entonces existían, lo cual permitía que el desarrollo de esta
actividad se realizara con holgura y sin apremios. De igual manera, se invitaba
a los padres de familia y a las autoridades que a bien quisieran asistir a este
acto netamente académico.
Ahora bien, promediando el mes de noviembre de 1903, las reverendas
Hermanas de la Caridad, discípulas de Marie Pousepin que regentaban el Colegio
de la Presentación de Cúcuta, procedieron a formalizar la serie de pruebas que
graduarían las alumnas de su prestigiosa institución. El acto finalizador de
sus tareas escolares cautivó la atención de todos los asistentes quienes
pudieron comprobar de primera mano la eficiente labor educativa de las
reverendas hermanas.
El primer examen presentado fue el
de Historia, asignatura que incluía los temas referentes a los usos,
costumbres, religión y gobierno de los aborígenes y la biografía de los conquistadores
del Nuevo Reino de Granada. Seguidamente, la cátedra de geografía, que fue calificada como
‘sobresaliente’ por los jurados, en la cual se describió, por parte de los
estudiantes, las valiosas riquezas de del Departamento, su comercio, industria
y agricultura.
En matemáticas, las tiernas niñas hicieron gala de su precisión femenil,
dentro de las limitaciones de una época en que estas labores estaban más
pensadas para el género masculino.
A continuación presentaron las pruebas de lenguaje, donde la hermosa lengua
de Castilla tenía su puesto en el precepto de la rígida gramática. Para
terminar esta primera etapa erudita, dos pruebas fueron ejecutadas, botánica y
religión, presentadas como las ciencias de la flor y de la fe, aquellas que más
comprende la exquisita sensibilidad de la mujer.
Siguieron las evaluaciones en las artes manuales. Para ello fueron presentadas las obras de costura, que a opinión de las
entendidas matronas y señoritas consultadas, aseguraron que lo exhibido:
objetos artísticos, dibujos de mérito, bordados primorosos, excelentes labores
de pelo y delicados encajes, no tenían nada que envidiarle a las renombradas
manufacturas de Brujas o de Manchester, las de mayor prestigio en el mundo de
antaño. Decían las crónicas del momento, no a modo de lisonja sino en honor a
la verdad, que la industria cucuteña estaba de plácemes ante estos avances
significativos de nuestras artesanías.
Ante una concurrencia donde estaba reunido lo más granado de la sociedad
local, que rendía su tributo de admiración a las promotoras de este torneo del
saber, se dio inicio al acto cultural que cerraba con honores la presentación
que demostraba las capacidades de las alumnas que obtenían su certificado de
idoneidad.
Como introducción a la fase cultural se presentó la comedia “El viaje de
Tobías”, obra en la que las señoritas Amalia y Otilia Gálvis y Mercedes Estévez
representaron los papeles de “el Arcángel”, el “joven Tobías” y la madre de
este; actuación que ganó los elogios del público, por las enseñanzas que
transmitía.
También fue del agrado general, el diálogo “Doña Soledad” y los versos de
“La Molinera”, cantados graciosamente por la señorita Cristina Hellal. Con
estruendos aplausos se recibieron las obras selectas ejecutados en piano y
violín por la señorita Soledad Colmenares y el señor Julio Angulo.
Amenizó la velada la banda marcial
del Batallón Tiradores, recientemente reorganizada luego del sangriento
desenlace producto de la última guerra civil vivida con espanto y consternación por la población de
la ciudad.
Distribuidos los testimonios de honor y los meritorios premios entregados a
las alumnas, el padre Valderrama, párroco de la iglesia de San José, pronunció
la disertación de cierre en la que se demostraba los beneficios que recibían
quienes recibían una educación regida por la moral cristiana.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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