Rafael Humberto Guerrero
El primer nombre de San José de Cúcuta fue Kuku-ta, en honor a los indios
que en la región residían, y significaba La Casa del Duende. La ciudad
encerraba un toque mágico. Progresó muy rápido y ya en 1875 era una prospera
urbe, con marcada influencia alemana e italiana, además de la propia raza
mestiza de sus pobladores.
Tenía bancos, su orquesta filarmónica, florecientes tiendas multitemáticas
y un marcado comercio con Europa a través de la vía rio Zulia-rio
Catatumbo-lago de Maracaibo y océano Atlántico. Es así como en el palacio de
Buckingham se tomaba chocolate cucuteño.
Años más tarde la propia reina de Victoria sería benefactora en la nueva
Cúcuta. Pero algo salió mal. Muy mal. El 18 de mayo de 1875, la ciudad fue
destruida por un pavoroso terremoto. Murieron la mitad de sus pobladores, seis
mil habitantes. Sin embargo la ciudad fue reconstruida tres años más tarde.
Los bardos venezolanos con maravillosos cantos y poemas rindieron su
tributo a la ciudad destruida. Uno de ellos Arístides Garbiras, expresó sus
sentimientos en una maravillosa prosa “La Colombiana Encantada”. Y así
cita:
“Pocas millas más allá de nuestra frontera occidental, Colombia la
ilustrada, la prudente Colombia, nuestra hermana en las glorias y en el
infortunio, contaba entre todas sus maravillas un alcázar de esmeraldas.
Dentro de aquel recinto moraba como nuncio de pasional esplendor una
hermosa matrona de arrobador talante, de hechicero y dulcísimo rostro, de
seductores modales, de nobles y benéficas aspiraciones.
Su frente límpida y serena, como el sueño de las vírgenes y su mirada llena
de sonrisas y de halagos, encantaba a quienes la veían, y aprisionaba todas las
voluntades, todas las afecciones.
Su flotante y rizada cabellera estaba constantemente acariciada por las
brisas del Pamplonita y del Táchira y sobre las espirales de aquellos rizos
caían a millares los diamantes de las cordilleras….
… Corría el tiempo lleno de ilusiones para los moradores, que formaban la
custodia de aquel placentero recinto, y cuentan que un día lleno de luz
vivificadora apareció sobre una de las eminencias más cercanas un anciano de
torvo aspecto, de gigantescas formas, encanecida barba y nevada cabellera.
Vestía un negro ropaje y llevaba en su derecha una vara en forma de tridente.
Miró con severidad todos aquellos valles, movió la vara con señal
cabalística y al punto se estremeció la tierra con violencia. Un ruido
aterrador y siniestro dejose oír repercutido en varias direcciones, y en medio
de una nube de polvos y vapores, desapareció por completo aquel alcázar y en
sus ruinas se hundió la colombiana.
Aquel anciano fue el destino. Aquella colombiana fue Cúcuta.
Empero los espíritus aficionados a creer en lo maravilloso y en las
narraciones cabalísticas, dicen que la colombiana Cúcuta está solo encantada;
que a través de los cristales del Pamplonita, en las noches en que la luna los
ilumina con luz de perla, se la descubre enterrada a poca distancia, bella,
alegre y adorable, como en sus mejores días ; dicen que aquel anciano que
apareció en sus cercanías y a cuyas señas surgió la fatalidad, fue un mágico
resentido que volverá no tarde, y que al tocar el suelo con la punta de su
tridente aparecerá de nuevo y llena de vida y de porvenir la colombiana
encantada.
Las flores que en ella perecieron, embellecen hoy los jardines del cielo”.
-Arístides Garbiras. San Cristóbal 1876.
Y el mágico resentido de torvo aspecto no regresó, pero más tarde se escuchó
el eco de una formidable voz y se rompió el hechizo: “Surge et
ambula”, y San José de Cúcuta logró aquello que parecía imposible:
su reconstrucción.
Se levantó como el ave fénix de sus cenizas (ruinas), alzó el vuelo hacia
mejores horizontes, plena de ilusión, de nuevos sueños, también de esperanzas,
para encontrar caminos de progreso para sus nuevas generaciones.
Esos cucuteños de entonces, no eran extraterrestres, simplemente era una
generación, que conoció el dolor, en medio de la felicidad. Sin esperar un solo
instante se lanzaron a enfrentar su reto contemporáneo. Y lo lograron.
Cómo nos hace falta a los cucuteños de este nuevo milenio, la fuerza
interior de esos emprendedores y ejecutivos antepasados. Vale la pena, colocar
a veces el espejo retrovisor, para reconocer nuestra propia fuerza. El ADN
colectivo no se pierde.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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