Gerardo Raynaud (La Opinión)
Al fondo se aprecia el tipo de construcción (aula de
clase) que se efectuó en el colegio Sagrado Corazón. La fotografía corresponde
a un acto imitando a Los Beatles, el 15 de mayo de 1966, día del maestro, 23 años
después al año mencionado en esta crónica sobre la construcción. En primer
plano Isaías Guillermo Toscano Fuentes, Jos Leconte Kade, Carlos Edgardo Rodríguez
y Gastón Bermúdez Vargas.
Una costumbre local, que aún perdura a pesar del avance de las nuevas
tecnologías, es el encuentro con las amistades en alguna cafetería para
intercambiar opiniones y discutir de lo divino y lo humano, en torno a un
pocillo de buen y aromático café, que en nuestro medio se llama ‘tinto’.
“Arreglar el país”, era una de las excusas que convocaba a los parroquianos
en una de las mesas de los conocidos cafés de la época, como el Rialto, el
Centenario, y más recientemente el Cordobés o la Araña de Oro; dicen las “malas
lenguas” que esa fue una de las razones por la cuales tuvieron que cerrar, pues
durante horas permanecían allí sentados, sin consumir prácticamente nada a
excepción del consabido ‘tinto’ que les duraba toda la jornada, esto es, toda
la tarde, hasta entrada la noche cuando, por fuerza mayor, debían retirarse pues
la cena no daba espera y “la patrona”, no permitía demoras ni menos ausencias
injustificadas que apoyaran ganarse una bien merecida cantaleta con todo y
corte de servicios.
En este 1943, se aproximaba el fin de año y las controversias giraban
esencialmente en torno a dos temas, uno estructural para las familias, el cual
preocupaba evidentemente a los más jóvenes, debido a la proximidad de la
terminación de sus estudios y por ende, a la presentación de sus exámenes
finales.
Era entonces, un acto que involucraba una alta dosis de seriedad, con la
presencia de los inspectores de la Secretaría de Instrucción Pública, quienes
supervisaban su ejecución y no permitían el mínimo desliz de quienes se
presentaban a tan importantes pruebas.
En esas tertulias no se hablaba tanto del desarrollo de esas actividades
sino de los resultados obtenidos, de los triunfos y fracasos de los muchachos,
los cuales eran reconocidos como buenos y malos estudiantes y de lo que les
auguraba el futuro.
El otro tema, un poco más coyuntural, reflejaba la preocupación que
representaba la cercanía de las festividades de fin de año; la preparación de
los tradicionales eventos que congregaba a la familia entera, en especial el
juego de los ‘aguinaldos’, que entusiasmaba a todos, desde los mayores hasta
los más jóvenes.
La preparación de las ‘novenas’ que se programaban sobre todo en las
parroquias, pero especialmente en la mayoría de los clubes y de las
instituciones sociales, ocasión que aprovechaban para departir sanamente al son
de los acordes bailables que proveía Discos Fuentes. Estaban de moda el
Currimbí fandango, y los porros, “El Matador”, “El Aguador”, “El Capitán
Mandola” y “El Gallo no Murió”.
Los más pudientes se reunían en la casona del afamado Club del Comercio, en
la esquina de Nariño con Venezuela, esto es, en el cruce de la calle 11 con
avenida cuarta.
Pero en estas tertulias, que repito, se sucedían todos los días al caer de
la tarde, se comentaban los hechos cotidianos, en especial los sucedidos
durante el día, muchos de ellos ampliados y hasta exagerados, según quién los
contara. Lo más asombroso es que nadie ignoraba esos acontecimientos y es como
si todos hubieran estado presentes en el momento del suceso, cada cual haciendo
sus aportes y enriqueciendo las acciones.
En un día cualquiera se escuchaba a los contertulios, renegar de quienes se
bañaban en el ‘pozo de la canoa’, bajo el puente de San Luis, pues era
considerado una afrenta al pudor y la moralidad pública hacerlo sin ropas
apropiadas. El padre Rubio, a la sazón cura párroco de San Luis, abogaba
continuamente ante las autoridades para que dictaran normas que prohibieran el
baño debajo del puente, sin que sus peticiones tuvieran eco, ni siquiera le
‘paraban bolas’ a las razones que exponía en el púlpito y menos aún en la
publicación del órgano oficial de la parroquia “Alerta”. La noticia servía para
que los más ‘mamadores de gallo’ recrearan sus apuntes, de los cuales ninguno
salía bien librado.
Otros comentarios menos triviales se escuchaban, cuando en una oportunidad
se presentó una afluencia de monedas falsificadas, de veinte centavos. Los más
perjudicados eran los tenderos, pues a pesar de su experiencia, las
falsificaciones eran de tan buena calidad que las diferencias eran mínimas,
razón por la cual, muchos habían sido defraudados y engañados, pero lo que más
preocupaba era la inacción de las autoridades para remediar el problema.
Incluso, hubo quien llevó las monedas falsas para enseñarlas a sus compañeros
de corrillo, hecho que sirvió más de burla por haberse dejado engañar, que de
ilustración del ilícito.
En una oportunidad, la tertulia destapó una agria discusión por la
presentación de un proyecto en el Congreso, por parte de los representantes del
departamento. Es preciso anotar que el círculo de asistentes a los
tradicionales coloquios, eran amigos y conocidos de tiempo atrás. No los reunía
ningún fin en particular, salvo el intercambio esporádico de noticias y sucesos
del diario acontecer de la ciudad; esto a pesar de las diferencias ideológicas,
que de ninguna manera afloraban en las conversaciones, pues era de amplio
conocimiento las diferencias político partidistas de la época.
Sin embargo, ante una proposición presentada en la Cámara de
Representantes, para que se autorizara una partida para auxiliar la
construcción de un edificio a los Hermanos Cristianos y ampliar las
instalaciones del Colegio Sagrado Corazón, se desató entre los concurrentes una
áspera desavenencia, pues algunos que eran afiliados a la Sociedad de Artesanos
Gremios Unidos, por demás liberales y masones, los representantes políticos nunca
habían querido gestionar una partida que les permitiera ampliar sus
instalaciones.
Aunque la discusión amainó con la llegada de la noche y la despedida de sus
miembros, la controversia se extendió a los medios posteriormente.
Algunos comentarios de prensa sobre este caso, en el cual se defiende la
postura de los políticos solicitantes del auxilio, se aprecian en el fragmento
de esta columna, “…se trata de un auxilio para construir un edificio que va a
quedar en Cúcuta, y no es plata para la Comunidad. Dicho edificio no se lo van
cargar, ese queda haciendo parte de los haberes de las obras a favor de la
ciudad y con esas razones no se va ninguna parte, no se puede adelantar el
progreso de un pueblo, porque existen mezquindades que de civismo no entienden
ni jota”.
Finalmente el auxilio se aprobó y con él se construyó la batería de aulas y
el laboratorio de química, ubicado en la acera norte de la calle 16 entre
avenidas tercera y cuarta de la ciudad.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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