Cicerón Flórez (La Opinión)
La mayor tragedia material de la historia de Cúcuta ha sido su destrucción
causada por el terremoto del 18 de mayo de 1875.
Hace, pues, 144 años la ciudad quedó devastada en toda su extensión. Fue un
golpe de muerte y pulverización. Un sismo inesperado, mientras la
población del entonces entorno avanzaba sin presagios de adversidad en sus
actividades cotidianas.
Los historiadores y otros estudiosos de semejante aniquilamiento ya han
descrito su magnitud e interpretado sus efectos y las acciones que siguieron
para la reconstrucción.
De todo ello quedan enseñanzas que deben tomarse en cuenta en esta etapa de
tantos desajustes y desvíos estimulados por la irresponsabilidad y la codicia,
unidas a la recurrente proclividad de abuso del poder público.
Se debe destacar como positiva la reacción de entereza de los
sobrevivientes del desastre. No cayeron en la sumisión a esa inclemencia de la
naturaleza, ni se desvanecieron en el pesimismo. Asumieron sus responsabilidades
bajo la luz de una voluntad de superación y como una empresa colectiva sin
cálculo de utilidad particular.
Predominó una visión sin mezquindad y puesta en la perspectiva del bien
común, como debía corresponder frente a una situación en que está de por medio
la vida con todo cuanto se requiere para hacerla sostenible y creadora.
La reconstrucción de Cúcuta fue asumida con lucidez y esto hizo que se
procediera con precisiones y acierto. No hubo chambonadas deleznables, ni lo
aparente sustituyó a lo sustantivo.
Se trazaron las metas correspondientes y se avanzó en el tejido de la nueva
urbe libre de ligerezas y tomando en cuenta la realidad.
Era como una planeación de sentido común, poniendo por encima de caprichos
individuales la conveniencia de todos. Así se sustentó el proceso que debía
tener resultados de consolidación de lo que estaba en marcha.
Los resultados de la reconstrucción de Cúcuta en el siglo XIX fueron un
buen ejemplo en el manejo de lo público. No hubo aprovechamientos reprochables
y se generaron acciones de emprendimiento que le dieron a la ciudad una
dimensión de progreso, una corriente de fecunda proyección, lo cual se tradujo
en una economía de mayores beneficios para los trabajadores y la comunidad el
general.
De las ruinas y las cenizas dejadas por el terremoto; de la desolación y
del dolor por las víctimas de la hecatombe se dio el salto a la reparación con
el esfuerzo de quienes siguieron vivos o de los que llegaron para unirse a las
tareas de resurgimiento.
El esfuerzo local fue motor decisivo y estuvo a la vanguardia en todo
momento, con la directriz de líderes del talente de Francisco de Paula Andrade,
a quien se debió el nuevo trazado urbanístico, merecedor de alta calificación.
A ese estremecedor terremoto de hace 144 años han seguido réplicas de
origen político, económico, o social, también de alto impacto, cuyas secuelas
son nocivas.
Se impone que la ejemplar lección de la reconstrucción sea tenida en cuenta
para salir de la tormenta que asfixia a la Cúcuta de hoy.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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