viernes, 20 de septiembre de 2019

1565.- UN CONSUL SUI GENERIS



Gerardo Raynaud  (La Opinión)

En 1945 se produjo uno de los tantos golpes de estado que sacudieron al pueblo de Venezuela a mediados del siglo pasado. Era presidente por esas calendas, el general Isaías Medina Angarita, quien había sido elegido de manera indirecta por el Congreso venezolano, luego de la entrega voluntaria que hiciera el presidente Eleazar López Contreras.

Es importante anotar que el régimen democrático venezolano había sido ajustado a las condiciones particulares de los mandatarios desde la presidencia del general Juan Vicente Gómez. Era el clásico sistema electoral indirecto, según el cual el pueblo elegía a los concejales, esos sí de manera directa, pero ellos se encargaban de elegir a los Diputados al Congreso (Cámara baja), los cuales a su vez, designaban los Senadores (Cámara alta) y entre las dos elegían al Presidente.

Además, sólo podían votar los mayores de 21 años que supieran leer y escribir, es decir, alrededor de un 10% de la población. Parte de esas limitaciones, más otras restricciones a los derechos civiles, llevaron a los continuos “golpes de estado”, liderados en su totalidad por los militares con el acompañamiento del naciente partido Acción Democrática.

Para nuestra crónica, el contexto se ubica en el segundo semestre de 1945, cuando se constituyó como cuerpo ejecutivo, la Junta Revolucionaria de Gobierno, sucesora del derrocado presidente Medina Angarita.

Era  presidente de esa Junta, Rómulo Betancourt, acompañado de cuatro civiles y dos militares, todos jóvenes políticos menores de 45 años. Desde entonces comenzó el “remezón”, con el nombramiento de todos los dignatarios, que a partir de su posesión comenzaron a despachar en sus respectivos cargos y entre ellos, los del servicio diplomático exterior que para el caso del cargo de mayor jerarquía en el Consulado General de Venezuela en la ciudad de Cúcuta, le correspondió ciudadano Estrada Vargas.

El nuevo cónsul reemplazó a sus antecesores, los doctores Armando González Puccini y Alberto Bustamante, quienes dejaron muy en alto la imagen de su país y las suyas propias en razón de las contribuciones y aportes que entregaron a ciudadanos e instituciones que las requirieron.

Y aunque no todos los medios recibieron al recientemente nombrado funcionario con las expectativas positivas, bien fuera porque simpatizaran o no con la nueva situación política del país vecino, todos presentaron respetuosamente sus saludos y bienvenida.

No pasó mucho tiempo para que las relaciones entre el funcionario acreditado por el gobierno de la Junta Revolucionaria y los representantes y autoridades de la ciudad se tensaran. Desde que se iniciaron las relaciones binacionales, el comportamiento de los representantes había sido intachable, de verdaderos hermanos como se esperaba, además, porque el desempeño de la representación siempre había estado en manos de personas oriundas del estado limítrofe, muchas de ellas con nexos y lazos de parentesco con familias asentadas en la región.

El primer grito de alarma lo dieron sus mismos paisanos cuando reclamaban que les cobraba “derechos exagerados y fuera del reglamento que sobre la materia existía en su país”, como también se quejaban del proceder “nada cortés ni cordial en la expedición de pasaportes y licencias”.

El hecho es que la información se filtró a los medios que la divulgaron, irritando de tal forma al cónsul, que no contento con asumir una actitud poco digna de un representante diplomático, por la respuesta poco educada, no dudó en presentar una queja formal ante la Junta Revolucionaria de Gobierno, informando de los hechos y que, por fortuna, no le dieron la importancia que aspiraba se le diera y le permitiera realizar actos revanchistas.

Claro que este proceder no hizo más que “alborotar el avispero” y a partir de ese momento, todos los medios enfilaron baterías contra el desacreditado representante venezolano. Se leía en uno de los diarios locales que “al señor cónsul se le ha metido en el magín la idea muy propia de su caletre, que la Junta Revolucionaria lo ha enviado a Cúcuta al desempeño de funciones reñidas con las que corresponde llevar a cabo a un agente extranjero acreditado ante nuestro gobierno.

Así se explica que hubiese pretendido conseguir que nuestra policía se dedicara a perseguir armas en los domicilios de Cúcuta, seguida por las atrabiliarias indicaciones que le dictara su condición de adicto a la causa del doctor Betancourt (Rómulo)”.

Continua diciendo el periódico en uno de sus editoriales “…flaco servicio le hace el doctor Estrada Vargas a su gobierno con estas actitudes contrarias a la cordialidad que se ha mantenido por las autoridades fronterizas de ambos gobiernos. Estamos seguros que los primeros en censurarlo son sus propios copartidarios de la Junta Revolucionaria, porque el nuevo gobierno de Venezuela no ha venido a perseguir sino a implantar nuevos sistemas de renovación administrativa en contra de los regímenes despóticos y tiránicos como los que cayeron al paso triunfal de los nuevos gobernantes venezolanos”.

A pesar de la calma que reinó durante unos días, nuestro cónsul de marras no se aguantó las ganas de intervenir en la política local, que por esos días caldeaba el ambiente por las campañas electorales a la presidencia de la república que se realizarían el 5 de mayo siguiente.

Finalizando el mes de enero, el candidato liberal Gabriel Turbay programó su visita a la ciudad. Recordemos que en esas elecciones se presentaron tres candidatos “fuertes”. El partido liberal, dividido entre Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay, era de las simpatías de la Junta Revolucionaria del vecino país, y Mariano Ospina por el partido de oposición de entonces.

Mencionan las crónicas que fue ostensible su intromisión en las luchas políticas partidistas colombianas, por la conducta observada durante la visita del candidato Turbay.

Todo el público vio, dicen las noticias, que el cónsul ocupó un puesto  en el auto que conducía al candidato hacia el parque Santander y allí, en la glorieta “en medio de los cabecillas liberales, como si se tratase de un agasajo social, con el ingrediente adicional que intervenía con el mismo fervor público que el liberalismo de Cúcuta le tributaba a su candidato”.

Después de estos sucesos y con el cambio de gobierno nacional, el cónsul fue removido, trasladado o nombrado, no sabemos dónde.






Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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