Gerardo Raynaud
(La Opinión)
En 1945 se produjo uno de los tantos golpes de estado que sacudieron al
pueblo de Venezuela a mediados del siglo pasado. Era presidente por esas
calendas, el general Isaías Medina Angarita, quien había sido elegido de manera
indirecta por el Congreso venezolano, luego de la entrega voluntaria que
hiciera el presidente Eleazar López Contreras.
Es importante anotar que el régimen democrático venezolano había sido
ajustado a las condiciones particulares de los mandatarios desde la presidencia
del general Juan Vicente Gómez. Era el clásico sistema electoral indirecto,
según el cual el pueblo elegía a los concejales, esos sí de manera directa,
pero ellos se encargaban de elegir a los Diputados al Congreso (Cámara baja),
los cuales a su vez, designaban los Senadores (Cámara alta) y entre las dos
elegían al Presidente.
Además, sólo podían votar los mayores de 21 años que supieran leer y
escribir, es decir, alrededor de un 10% de la población. Parte de esas
limitaciones, más otras restricciones a los derechos civiles, llevaron a los
continuos “golpes de estado”, liderados en su totalidad por los militares con
el acompañamiento del naciente partido Acción Democrática.
Para nuestra crónica, el contexto se ubica en el segundo semestre de
1945, cuando se constituyó como cuerpo ejecutivo, la Junta Revolucionaria
de Gobierno, sucesora del derrocado presidente Medina Angarita.
Era presidente de esa Junta, Rómulo Betancourt, acompañado de cuatro
civiles y dos militares, todos jóvenes políticos menores de 45 años. Desde
entonces comenzó el “remezón”, con el nombramiento de todos los dignatarios,
que a partir de su posesión comenzaron a despachar en sus respectivos cargos y
entre ellos, los del servicio diplomático exterior que para el caso del cargo
de mayor jerarquía en el Consulado General de Venezuela en la ciudad de Cúcuta,
le correspondió ciudadano Estrada Vargas.
El nuevo cónsul reemplazó a sus antecesores, los doctores Armando González
Puccini y Alberto Bustamante, quienes dejaron muy en alto la imagen de su país
y las suyas propias en razón de las contribuciones y aportes que entregaron a
ciudadanos e instituciones que las requirieron.
Y aunque no todos los medios recibieron al recientemente nombrado
funcionario con las expectativas positivas, bien fuera porque simpatizaran o no
con la nueva situación política del país vecino, todos presentaron
respetuosamente sus saludos y bienvenida.
No pasó mucho tiempo para que las relaciones entre el funcionario acreditado
por el gobierno de la Junta Revolucionaria y los representantes y autoridades
de la ciudad se tensaran. Desde que se iniciaron las relaciones binacionales,
el comportamiento de los representantes había sido intachable, de verdaderos
hermanos como se esperaba, además, porque el desempeño de la representación
siempre había estado en manos de personas oriundas del estado limítrofe, muchas
de ellas con nexos y lazos de parentesco con familias asentadas en la región.
El primer grito de alarma lo dieron sus mismos paisanos cuando reclamaban
que les cobraba “derechos exagerados y fuera del reglamento que sobre la
materia existía en su país”, como también se quejaban del proceder “nada cortés
ni cordial en la expedición de pasaportes y licencias”.
El hecho es que la información se filtró a los medios que la divulgaron,
irritando de tal forma al cónsul, que no contento con asumir una actitud poco
digna de un representante diplomático, por la respuesta poco educada, no dudó
en presentar una queja formal ante la Junta Revolucionaria de Gobierno,
informando de los hechos y que, por fortuna, no le dieron la importancia que
aspiraba se le diera y le permitiera realizar actos revanchistas.
Claro que este proceder no hizo más que “alborotar el avispero” y a partir
de ese momento, todos los medios enfilaron baterías contra el desacreditado
representante venezolano. Se leía en uno de los diarios locales que “al señor
cónsul se le ha metido en el magín la idea muy propia de su caletre, que la
Junta Revolucionaria lo ha enviado a Cúcuta al desempeño de funciones reñidas
con las que corresponde llevar a cabo a un agente extranjero acreditado ante
nuestro gobierno.
Así se explica que hubiese pretendido conseguir que nuestra policía se
dedicara a perseguir armas en los domicilios de Cúcuta, seguida por las
atrabiliarias indicaciones que le dictara su condición de adicto a la causa del
doctor Betancourt (Rómulo)”.
Continua diciendo el periódico en uno de sus editoriales “…flaco servicio
le hace el doctor Estrada Vargas a su gobierno con estas actitudes contrarias a
la cordialidad que se ha mantenido por las autoridades fronterizas de ambos
gobiernos. Estamos seguros que los primeros en censurarlo son sus propios
copartidarios de la Junta Revolucionaria, porque el nuevo gobierno de Venezuela
no ha venido a perseguir sino a implantar nuevos sistemas de renovación
administrativa en contra de los regímenes despóticos y tiránicos como los que
cayeron al paso triunfal de los nuevos gobernantes venezolanos”.
A pesar de la calma que reinó durante unos días, nuestro cónsul de marras
no se aguantó las ganas de intervenir en la política local, que por esos días
caldeaba el ambiente por las campañas electorales a la presidencia de la
república que se realizarían el 5 de mayo siguiente.
Finalizando el mes de enero, el candidato liberal Gabriel Turbay programó
su visita a la ciudad. Recordemos que en esas elecciones se presentaron tres
candidatos “fuertes”. El partido liberal, dividido entre Jorge Eliécer Gaitán y
Gabriel Turbay, era de las simpatías de la Junta Revolucionaria del vecino
país, y Mariano Ospina por el partido de oposición de entonces.
Mencionan las crónicas que fue ostensible su intromisión en las luchas
políticas partidistas colombianas, por la conducta observada durante la visita
del candidato Turbay.
Todo el público vio, dicen las noticias, que el cónsul ocupó un
puesto en el auto que conducía al candidato hacia el parque Santander y
allí, en la glorieta “en medio de los cabecillas liberales, como si se tratase
de un agasajo social, con el ingrediente adicional que intervenía con el mismo
fervor público que el liberalismo de Cúcuta le tributaba a su candidato”.
Después de estos sucesos y con el cambio de gobierno nacional, el cónsul
fue removido, trasladado o nombrado, no sabemos dónde.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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