Luis
Fernando Carrillo (Imágenes)
-I
La historia del hombre es la historia de
su medicina. De sus remedios y con ellos los sitios donde con el avance de su
civilización se expenden. Seguramente en los primeros estadios de su historia
este afán de creación fue rústico.
Apoyado en las hierbas que los “yerbateros”
comenzaron a aparecer. Las divinidades se mezclaban con los magos, brujos y
curanderos que recetaban las pócimas que tenían el poder de curar.
Los avances de la ciencia no pudieron
desterrar estos primeros pasos. Está bien que así haya sido. La ciencia no es
un absoluto. Entonces estos personajes con su poder de curación están en todos
los sitios.
También se comercian en los mercados hierbas
tradicionales como el jengibre, el toronjil, la yerbabuena, la caléndula, la manzanilla,
el sauco, el yantén, la sábila, que están en los hogares desde remotos tiempos y
cuya permanencia será por siempre.
El hombre les tiene fe a estos medicamentos
porque vienen de la naturaleza misma y el hombre es naturaleza. La fe que se
les tiene es inmensa. Mucha gente no recure a medicamentos de laboratorio. Va a
ella para encontrar la solución a sus enfermedades.
El médico, como se le conoce hoy aparece en
estadios cercanos al hoy en que se vive. Galeno, Hipócrates, por ejemplo, son
hijos del mundo occidental, sin que esto quiera decir que en el Oriente
carecieran de ellos.
En este eterno buscar de la salud. Entonces
naturaleza, remedios, el hombre mismo, que los receta y que los utiliza son un
todo en la unidad del universo.
-II
Esta introducción para venir a San José de
Cúcuta y recordar el significado de esta preocupación. Es bueno perpetuar médicos
como Carlos Ardila Ordóñez, Joaquín Abello, Alirio Sánchez Mendoza, Epaminondas
Sánchez, Edmundo Martínez, Antonio Vicente Ramírez Calderón, Eduardo Porras,
Carlos Vera Villamizar, Alberto Duarte, Rosendo Cáceres, Mario Mejía y Mario
Díaz.
Todos en ese empiece temprano y preocupado
de lo que fue la medicina quizás en la mitad del siglo XX. Con esa medicina vinieron
las droguerías que atendían las prescripciones del médico sin la existencia total
de los fármacos de hoy que se venden a precios exorbitantes, sin un control sobre
los laboratorios lo que lleva a muchos a buscar la ayuda de las hiervas
tradicionales que se expenden en los mercados o por los que van por las
barriadas anunciándolos.
Entre esas Droguerías que fueron inicio se
recuerdan La Droguería Ayala de don Juan Jesús Ayala, situada en la calle 11 con
avenida 7 esquina, La Droguería Vargas, de doña Dora Jaramillo, La Droguería
Navarro, de los hermanos del mismo nombre, La Droguería Española, La Droguería
Eslava, de don Luis Francisco Eslava, La Droguería Ruiz, de don Zoilo Ruiz, La Droguería
Ureña, de don Tito Jesús Ureña.
La Droguería Atenas de don Joaquín Rangel,
el abuelo de Claudia Uribe, la Droguería Táchira de don Dióscoro Méndez, La
Droguería Ganada de don Andrés Hernández, La Droguería Central de don Eusebio
Granados, la Droguería Cúcuta de Alfredo Moreno, La Droguería Pinto de un señor
del mismo apellido, que se recuerda porque fabricaba la pomada Usola, yéndose
con el tiempo para Cali sin que se volviera a saber de él.
La Droguería Yepes de don Pedro Yepes,
antioqueño de grata recordación en la ciudad, La Droguería Americana de don
Numa Pompilio Guerrero, La Droguería Trónchala de Eduardo Assaf, farmaceutas
graduados de la Universidad Nacional.
La Droguería Zulima de don Pacho Pérez, La
Droguería San Marcos de don Marcos Romero, La Droguería Latina de don Santos Ramírez,
famoso por ser muy acertado con los niños y defensa junto con Pacho Neira de la
selección de futbol de Norte de Santander, todas ellas situadas sobre un perímetro
definido del centro de la ciudad.
También es bueno evocar a los practicantes o
“ampolleteros”, que al llamado iban a los hogares a colocar las inyecciones y recetaban
cuando se les pedía la ayuda.
-III
Este era todavía un mundo sencillo. La
medicina se ejercía casi paternalmente. La meta era la curación. Los tiempos han
cambiado. Ahora las droguerías, laboratorios y muchas especializaciones se
ejercen con el criterio del dinero, de la ganancia capitalista.
Muchos de estos sitios y personajes han ido
desapareciendo para dar paso a la explotación que se esconde detrás de
conocimientos y productos que curan mágicamente según lo dice.
Aun así, la yerbabuena, el toronjil, la
sábila siguen siendo panacea. Se le tiene una fe que hace los milagros. Son los
tiempos de las grandes cadenas de farmacias, son los tiempos de las grandes
clínicas, son los tiempos de la medicina sofisticada.
Son los tiempos de la EPS, de las IPS, de
las ARL y ARS, ineficientes porque perdieron el rumbo de su misión.
Por eso en medio de toda esta maraña, los
yerbateros y sus hierbas, los “curiosos”, los practicantes no se olvidan. Como
no se olvida a Maximino Olivares que allá en Carora por los años 50 era el
traumatólogo y fisiatra al que se acudía. Su nombre aún es recordado, como son
recordados todos aquellos que desprendidamente buscaban curar con sus
rudimentarios conocimientos.
No eran tiempos para ganar sino para servir
al prójimo. No son los tiempos de hoy. Hay que seguir andando.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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