Gerardo Raynaud (La
Opinión)
Los datos
de la presente crónica fueron extraídos del magnífico libro de don Julio Pérez
Ferrero, ‘Conversaciones Familiares’, documento que retrata de manera fidedigna
las características y particularidades de la ciudad y en su honor me permito
citar las notoriedades propias de la tierra que nos alberga con las consideraciones
y agradecimientos que se merece.
Considero que
la época de mayor y más rápido crecimiento de la ciudad, se produjo
después del devastador terremoto de 1875, tiempo durante el cual sus dirigentes
aprovecharon la aparición de las modernas innovaciones y de las recientes
invenciones para traerlas y aplicarlas en la nueva población como lo fueron la
luz eléctrica, el ferrocarril, la telefonía y el telégrafo, servicios que se
instalaron y que fueron de los primeros que se tiene noticia en el país.
Comenzando
por las importantes obras de infraestructura, se dice que durante las obras de
reconstrucción se destacó un grupo de profesionales italianos que se
especializaron en la construcción de puentes como los de ‘La Donjuana’ y el de
‘San Rafael’ a la entrada sur de la ciudad. Fueron ellos el arquitectos
Cherubini y Martelli, quienes se dieron a la tarea, no sólo de erigir sus
obras, entre las cuales figuran varios templos de la provincia de Ocaña, sino
de formar albañiles y maestros de obra, que más tarde emprenderían las labores
propias de su nueva profesión.
Se tiene
noticia que aprovecharon sus enseñanzas los señores Miguel Duarte, Pedro
Chaustre, los Moreno, Ezequiel Durán entre otros. También se conoció, en estas
lides propias del sector constructor las destrezas de Juan Antonio Fontiveros,
un afamado ebanista bogotano quien sembró y cultivó su arte, dejando entre sus
compañeros de oficio, discípulos notables como don Rafael González quien lo
reemplazaría años más tarde.
Para
completar el cuadro de personajes dedicados a la construcción, debemos citar a
los primeros cerrajeros encabezados por Ángel María Duarte, quien luego de
varios años formó un grupo de ayudantes que posteriormente se independizaron.
Aunque no fueron muchos los beneficiados, sus instrucciones sirvieron para que
la profesión se proyectara en el tiempo.
Al igual que
el personaje su origen había sido Maracaibo, ciudad que ejerció una gran
influencia sobre la nuestra, por ser la entrada y salida, tanto de las
principales mercaderías que se comercializaban en la ciudad, sino como puerta
de las migraciones que llegaban del viejo continente, que por muchos años se
asentaron en la ciudad, principalmente ciudadanos alemanes e italianos quienes
contribuyeron al progreso local conjuntamente con los marabinos, para quienes
esta villa constituía un verdadero atractivo para los negocios.
De hecho es
conveniente recordar que las grandes comercializadoras alemanas radicadas en la
ciudad eran sucursales de las establecidas en Maracaibo, las cuales a su vez dependían
de una matriz ubicada en Hamburgo, ciudad alemana centro de sus operaciones
comerciales.
En el sector
de vestuario, tan desarrollado en la actualidad podemos citar como pioneros a
un señor, también ‘maracucho’, como el primer zapatero, mejor dicho, el primer
fabricante de calzado, de los muchos que en los años del siglo XX hicieron de
Cúcuta la mayor productora de calzado casual del país, don Rafael Núñez, sin
parentesco con su homólogo colombiano.
Como por ese
entonces, aún no se habían desarrollado la industria textil, las prendas de
vestir estaban en manos de sastres y costureras; pues bien, del primer sastre
de la ciudad sólo se sabe que era en ‘moreno’ dominicano de apellido Domínguez,
de quien podemos decir fue el precursor de los Dominicanos que fueron llegando
a cuentagotas a la ciudad.
Citando a don
Julio Pérez Ferrero:
“…siguiendo
la marcha progresiva de la ciudad a favor de los elementos extraños de grata y
obligada recordación, hemos de indicar que la afición a la música la empezaron
a despertar don Julio Quevedo y don Julio Rueda, bogotanos, desarrollándose
poco a poco después por los Noguera de Ocaña, los Pirela y Puche de Venezuela y
Telémaco Fornarini, italiano.
Para apreciar
lo alcanzado por el progreso en el campo de la música preciso es pintar cómo
fuera Cúcuta cuando Quevedo y Rueda hubieron de cantar una misa de réquiem:
reclutaron a cuantos podían hacer sonar un instrumento, resultando que el
clarinete tocó a cierto individuo a quien correspondía romper la música en la
orquesta y después de bien aleccionado por Quevedo para que al medir el compás
y decir uno, dos, tres, cuatro, empezara, no lo pudo conseguir pues cuando
Quevedo, que llevaba la batuta, daba las voces de la medida, nuestro hombre se
quitaba el clarinete de boca y preguntaba: ¿ya?
Después de
esa época, se formaron músicos de la talla de Carlos Jácome, Santiago Romero y
Hernán Cortés. Para pintar al primero, basta decir que en Nueva York se cantaba
en teatros y salones la canción ‘Las Golondrinas’ música de Carlos y reputada
notable”.
En el ramo de
las peluquerías y las infaltables barberías, la más famosa era la Peluquería de
Mantillita, que así le decían por su pequeña estatura, además no tenía un local
dedicado a la profesión sino que ejercía las funciones a domicilio.
Dice don
Julio Pérez, que “… los muchachos eran trasquilados por las manos femeniles de
la madre o de una tía”. La peluquería de Mantilla carecía de avisos, perfumes y
antisepsia y con todo, no se conocían los contagios que se atribuían entonces a
las peluquerías, pero como siempre, sobre alguien debían recaer las
responsabilidades y ellas por lo general, se las achacaban al pobre Mantillita.
Ahora bien,
las barberías aparecieron algún tiempo después cuando vino a estas tierras el
patriota Guevara, barbero de gran fama y de mayor prosopopeya; formaba
parte de la Guardia de la Cámara en Caracas el día en que fue asesinado don
José María Salas, crimen que vigorizó en Guevara la opinión política de
oligarca.
Continúa
diciendo don Julio Pérez:
“… Guevara
fue el primer barbero que pasó la navaja por la nuca de los parroquianos, en lo
que jamás convino Mantilla, y cuya circunstancia produjo dos bandos que, a
falta de nombre entonces llamaremos guevaristas y mantillistas.
Nos sucedió
en cierta ocasión que ocurrimos a Mantillita por haberse ausentado de la ciudad
Guevara y quien después de habernos afeitado la una mitad de la cara, al
observar nuestra nuca rapada, lo que nos denunciaba como guevaristas, con una
calma envidiable guardó su navaja y nos dijo: ‘anda que te afeite Guevara’;
tuvimos que rogarle que no nos dejara en tan triste estado, conviniendo el fin
y al cabo, rasurarnos”. Situaciones tragicómicas de antaño.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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