Gustavo Gómez Ardila (La
Opinión)
Como fue el último de la camada, a Rosendo le tocó hacer los oficios de la
casa, por los que ya habían pasado los nueve hermanos mayores. Desde la vereda
Palo Colorado, en Chinácota, tenía que ir hasta el pueblo a comprar los
fósforos, las velas y los tabacos que, a veces, se les olvidaban en el mercado
del domingo.
Era a él a quien mandaban a la huerta casera a traer el racimo de plátanos
y las yucas para el almuerzo. Alimentar diez o doce bocas no se hacía con un
par de chochecos, ni con media libra de carne. Y si no alcanzaba, ahí estaba el
menor, Rosendo, para que solucionara los problemas.
Por eso, a la salida de la escuela, el niño, de diez años, no podía irse, con
los amigos de las fincas vecinas, a los cafetales a cazar pajaritos o a matar
lagartijas o a robar mangos y naranjas. A él le tocaba ayudarle a la mamá en la
industria casera: moler café, empacarlo y venderlo.
El papá, don Antonio Cáceres, había montado ese pequeño negocio, vender
café molido, al que acudían las amas de casa de la vecindad. Café Radio,
como se llamaba, era la sensación porque les ahorraba a las señoras la pereza
de tostar el café y molerlo, para su uso diario.
Desafortunadamente el papá falleció y le tocó a la viuda, doña Carmen
Orozco, hacerle frente a la situación para alimentar esa catorcera de
muchachitos. Rosendito, el menor, tenía apenas cinco años.
Nadie entiende por qué ese nombre, de Café Radio. Dicen algunos que
seguramente por estar a la moda. El progreso empezaba a llegar a
Chinácota, los radios estaban en su apogeo, y un café molido y empacado, con
ese nombre, tal vez tenía mayores ventas. El viejo le jalaba al mercadeo.
A pesar de la falta del padre, el negocio siguió creciendo y Rosendo se
convirtió en el ayudante número uno de la mamá. Tostaba, molía, empacaba,
vendía y cobraba. Pero una crisis a nivel mundial del grano, afectó también a
Café Radio, y la empresa debió ser clausurada.
De
izquierda a derecha: Aldo Antonio Fuentes, Rosendo Cáceres, Ricardo Navarro,
Carlos Celis, Francisco Ramírez, Gustavo Reyes Duque y Marco Aurelio Pompeyo.
Rosendo, que cursaba bachillerato en el San Luis Gonzaga, debió venirse a
Cúcuta, a vivir con una tía, y se hizo alumno del colegio Sagrado Corazón de
Jesús, donde se graduó de bachiller, y de donde pasó a la Universidad Nacional
a estudiar medicina.
Con el cartón de médico bajo el brazo y el baulito con su ropa, Rosendo
Cáceres Durán regresó a Cúcuta a hacer el internado en el hospital San Juan de
Dios, hizo el rural en Salazar de las Palmas (donde le fue muy bien porque
además se consiguió a la cucuteña Anita Orozco, con quien se casó), y se
vinculó definitivamente al San Juan de Dios, en el edificio, donde hoy,
restaurado, queda la biblioteca Julio Pérez Ferrero.
Con frecuencia me encuentro con el doctor Rosendo en la Biblioteca.
Asiste a los eventos culturales que allí se realizan (el hombre es un enamorado
de la cultura en sus diversas manifestaciones), pero siempre se detiene frente
a los pabellones en los que se dio a conocer como anestesiólogo. Se le
humedecen los ojos, el alma se le llena de recuerdos, suelta un montón de
suspiros y se aleja con la cabeza gacha, atribulado de nostalgia.
El 13 de noviembre de 2019 estuvo de cumpleaños el doctor Caceritos, como
le dicen sus amigas, las empleadas de la Clínica Norte, que compartieron con él
muchas horas de su trabajo, después de que el San Juan de Dios se convirtiera
en el Erasmo Meoz.
Seguramente recibió en su día, y seguirá recibiendo, muchas felicitaciones,
muchos piquitos y muchos abrazos, porque el doctor Caceritos es un ser
excepcional: sabio, pero sencillo; poseedor de una vasta cultura, pero no se
las da; reparte cariño y amistad a manos llenas, sin esperar nada a cambio;
tiene un maravilloso don de gentes que esparce por donde quiera que
camina.
Se siente orgulloso de su esposa, ya fallecida, y de sus cuatro
hijos, todos profesionales (médicos, los dos varones), y orgulloso
de sus amigos, que los tiene por montones, y de sus papás y hermanos y demás
familiares.
Rosendo Cáceres Durán, sin querer queriendo, se metió para siempre en la
historia de Cúcuta y en la del hospital San Juan de Dios. Ojalá que todos estos
días le sigan cantando el japy verdi. Que bien merecido se lo tiene.
Nota.- En el marco de la ceremonia del 5 de agosto de 2020, de la
Fundación Cultural El Cinco a las Cinco, donde se celebró los 14 años de la
creación del movimiento académico cultural que ha trascendido en el tiempo y en
el espacio en la ciudad en diversos ambientes, se le hizo entrega de la Distinción Marco León Mariño,
Ciudadano Ejemplar 2020, al doctor Rosendo Cáceres Durán, prestigioso médico
anestesiólogo de la ciudad, quién se ha distinguido por sus aportes a la
ciencia, la cultura y el deporte.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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