Gustavo Gómez Ardila (La
Opinión)
La tarde del domingo 2 de junio de 2019 estaba triste y calurosa. Los
amigos de Jaime nos agolpábamos a la puerta de la iglesia, pero el hombre no
llegaba. Él sabía que tenía una cita con nosotros, pero se estaba dando sus
mañas para no llegar de primero como siempre solía hacerlo.
“Yo los esperé durante mucho tiempo, ahora que me esperen”, seguramente se
decía para sus adentros.
De pronto, con la brisa, se corrió un murmullo entre los asistentes: Jaime
llegaba. Serio, con una seriedad que parecía prestada, que no era la suya.
Porque siempre había sido afable, cariñoso, alegre.
Llegó pálido, como cuando uno se dispone a iniciar un recorrido que no
conoce.
Hubiera querido bajarse del ataúd para saludarnos a todos, de mano, de
abrazo, sonriente, pero las circunstancias no lo permitían.
Allí estaban algunos de sus viejos compañeros de la Dian, y los periodistas
deportivos que con Jaime hicieron muchas jornadas a la pata del balón y otros
deportes.
Había gente de la Asociación de Escritores, de la Sociedad Bolivariana, del
movimiento literario Círculo Rojo y de la academia de Historia, a la que tanto
él quiso.
Pero, sobre todo, estaban sus amigos, aquellos a quienes más que la mano
para saludarlos, Jaime les daba, nos daba, su corazón.
Y a su lado, siempre a su lado, como en vida, su esposa tan entregada por
entero, y sus dos hijas, vestidas de blanco y de lágrimas.
Conocí a Jaime Contreras Valero hace muchos años, cuando fue la mano
derecha de José Luis Villamizar Melo en la fundación de la Sociedad
Bolivariana, y del Mono Parra Delgado en la creación de la Sociedad
Sanmartiniana.
Supe, entonces, de su fiebre por las letras y por la historia. Lo invité a
formar parte de la Academia de Historia y allí publicó la Historia del Colegio
Gremios Unidos y la historia del colegio de Durania.
Escritos suyos fueron publicados en el suplemento Imágenes de este diario y
hasta compuso versos que no publicaba porque eran para su consumo personal,
según sus propias palabras.
Tuvo un gran amor por las colecciones de estampillas, monedas y
billetes. Formaba parte de organizaciones que tienen los filatelistas y
los amigos de la numismática.
En la biblioteca Julio Pérez Ferrero, hace algún tiempo hubo una exposición
suya de estampillas sobre Bolívar y Santander en las jornadas de la
independencia granadina, lo que cautivo el interés de profesores e
investigadores de la historia.
Pero todo camino tiene su regreso, de acuerdo con el poeta. Y Jaime debió
regresar a la tierra. Había nacido en Salazar de las Palmas y sus cenizas
quedaron en su querida Cúcuta.
Estamos seguros su familia y amigos, de que Jaime se encuentra a la derecha
del Padre, porque fue un hombre bueno que a nadie le hizo daño. En el cielo ya
no tendrá la seriedad del pasado domingo cuando llegó a su propio funeral,
porque dicen que allá todo es sabrosura, felicidad y rumba sana.
Que nos vaya guardando un buen puesto, es mi deseo y que descanse en paz.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.