Timoteo Anderson
A través del perforado
techo de la iglesia de Arboledas se podían observar
Las amenazantes ruinas
de la torre y el cielo azul.
Me acuerdo bien esa noche. Habíamos recibido visitas y por ese
motivo estábamos alrededor de la mesa a una hora inusual cuando normalmente,
como joven, ya estaría dormido.
De pronto, la vieja nevera Servel comienza
a brindarnos un interesante baile saltando de lado a lado, siempre acercándose
hacia nosotros, pero sin caer de lado. Creo que el ruido que más se
escuchaba fue el zapateado del nuevo bailarín.
Siendo un sábado, al otro día, domingo, nos levantamos temprano de costumbre ya que mi padre oficiaba los servicios en 2 iglesias... una en español y luego un servicio en inglés para las muchas familias de los empleados de la Colombian en el auditorio del Colegio de la Colpet que estaba a diagonal de Gremios Unidos (Avenida 4, entre Calles 13 y 14).
La respuesta de la Colombian no
se hizo esperar y al otro día llegó a nuestra casa un camión lleno de sacos de
granos y comidas para ayudar a los damnificados.
En especial se quería llevar ayuda a los campesinos de la fracción
de San Pablo, localizada
entre Villa Sucre y Barrientos (entre Salazar-Arboledas).
Me correspondió ayudar a empacar muchas decenas de
"salchichas" con 3 clases de granos. Con el material de los
costales se amarraba bien una punta, se echaba 5 kilos de frijol, se amarraba
nuevamente, se echaba 5 kilos de arroz, se amarraba bien, y la 3era bola con
otro grano. Así cada "salchicha" pesaba unos 15 kilos y era
fácil de transportar.
A los pocos días viajamos con la camioneta "panel" llena hasta
el techo con las salchichas y
otras ayudas no sabiendo hasta dónde llegaríamos.
Hasta Durania todo bien, pero como ese mayo, a diferencia del mayo
actual (2020), el invierno era recio,
antes de llegar a Villa Sucre nos quedamos empantanados en un tremendo
barrial.
Sin embargo, como se había tenido comunicación con algunos de los
campesinos de la fracción, ellos se habían dado cuenta de lo precario de esa
última sección de "trocha" y creyendo que cumpliríamos ese día, habían bajado bestias
hasta Villa Sucre y luego hasta estar esperándonos justo en el lugar
donde sabían que nos
quedaríamos estancados.
Yo me quedé adentro pasando hacia afuera las muchas
"salchichas" y otras provisiones que con agrado recibían los varios
arrieros que nos esperaban.
Con la camioneta ya bastante "aliviada" de su bienvenida
carga, se pudo por fin echar hacia atrás y regresar a Cúcuta para seguir
organizando más envíos.
Años más tarde visitaba a la fracción
en diferentes ocasiones, y con mis hijos, y todavía en algunas casas campesinas
de tapia pisada que
no se habían caído del todo en esa ocasión, se podía apreciar grietas,
recuerdos de aquel 8 de julio de
1950.
COMENTARIO
Hugo Espinosa
Estado en que quedó la casa de
don Agustín Hernández en Arboledas.
Muros de tapia y caballete de
cañabrava.
A tu
relato, C.R. Timo, quisiera aludir también el mío, no tan humanitario como el
tuyo, pero con la coincidencia que anoche, 5 de mayo 2020 (día 53 de la
cuarentena del Covid-19), luego de terminar de leer el libro del
"Terremoto de Arboledas-Cucutilla y Salazar", en la madrugada de
este miércoles 6, tuve una vivencia onírica de ese fatídico día del 8 de julio
de 1950, del que ahora deseo remembrar, así:
"Antes
de irme a dormir, mi madre planchó mi muda de ropa con la que a la
mañana siguiente, iría a la misa dominical de las 7 a.m. en la Iglesia Catedral
de San José; recuerdo que yo le ayudaba a colocar las planchas en el anafe
con carbón (a la usanza, eran de hierro colado y enumeradas de acuerdo al peso
para el dobles de la prenda).
Terminada
la labor, a eso de las 8:30 de esa noche (o algo así) me acompañó a rezar y a
acostarme.
Como
comentario al margen, ahora hago referencia a la impresión de esos azarosos
momentos los cuales quedaron en mi psiquis grabados como una impronta
indeleble, creo, por dos razones:
UNA, por el
despertarme con ese sobresalto de oír los gritos de mi madre y las
tribulaciones impactantes de ese mi primer momento de terror, hasta ahora
desconocido, tan desafortunado y vivido a tan corta edad; y, DOS: por la
novedad y algarabía, que escuchaba, tenía planeado de mi padre, de la posibilidad
de tener que dormir, esa noche, en el patio de un pequeño tejar (para ladrillo
de obra en arcilla) de don Pedro Nereo, colindante con la parte de atrás de la
segunda salida de nuestra vivienda y con callejuela comunitaria de
por medio, que tenía nuestro lote-casona situada en el barrio Cuberos Niño
(nomenclatura actual comprendida entre la Av. 7A y 8 y calles 19A y 20).
A eso de
las 10:30 (más o menos oí algo así), vino un segundo y fuerte remezón cuyo
pánico se apoderó del vecindario y que luego de que
"entrara" más la noche, decidieron mi padre y otros vecinos, el
de dormir a cielo abierto en el patio de señor Nereo, decisión que para el
grupo de pequeñines se convirtió más en jugarreta que de ponderar las
consecuencias del acto.
En mi
sueño, ciertamente reviví el patio del chircal donde se acomodaban los
ladrillos de arcilla para asolearlos antes de ser introducidos en
el horno. Los materiales rústicos de varas de madera delgada entrelazada
para conformar las cercas-linderos de algunas casas vecinas, la callejuela.
La casa de
doña Virginia Morantes y de Don Lucho Garzón (compadres de mis padres), que
quedaba al final de la callejuela y tenía a la entrada de su patio un inmenso
árbol, no recuerdo ahora si era de mamón o de jaboncillo. Vislumbré la tienda
de La Concentración (esquina de la Av. 8 con 20) y Los Tres Pitos (llaves
hidráulicas donde los vecinos íbamos a proveernos de agua para ser transportada
a yugo hasta las respectivas viviendas). Jugué con mi amigo
German Garzón (q.e.p.d.) y otros más a quienes olvidé sus nombres.
Para esa
época no existía el Canal de Puente Barco y las calles eran en arenales;
hacia la cuestica para empalmar con la Av. 8 (a un lado de la
tienda de La Concentración), mi padre había mandado a colocar unas
calzahuellas en concreto para facilitar la llegada de sus vehículos hasta
el garaje de la casa que tenía entrada por la Avenida 8.
Qué
nostalgia dan esos hermosos recuerdos…
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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