miércoles, 3 de febrero de 2021

1825.- EL VUELO DEL CAPITAN ARMANDO ESPINOSA

Alvaro Estévez Wilches

 

Armando Espinosa Dávila

Sonaba el réquiem por el año 1957, cuando llegué a la barriada de La Cabrera y tuve oportunidad de conocer mis primeros amigos en Cúcuta, entre ellos a un joven dicharachero, alegre y parrandero, que se adjudicaba autoridad de mandar a quien quería; pero amando y sirviendo a todo el que conocía: Era Armando Espinosa Dávila.

Siempre sonriente y con ínfulas de mandamás, costumbre adquirida por la solvencia económica de su progenitor don José del Carmen y por el hecho de ser, hasta ese momento, el único que manejaba vehículo automotor, a la sazón de un Ford 48 negro (apodado “la mecha”), que pagaba todas las consecuencias de la intrepidez de su joven dueño o usurpador, pues era de su papá, pero él se daba sus mañas para sonsacárselo sin permiso a cualquier hora.

La calle 18 de La Cabrera era un lugar donde lo único que le faltaba era pavimento, de lo demás todo le sobraba: juventud, alegría, mujeres hermosas, amigos, bailes, madres alcahuetas, siendo en este punto doña Margot de Espinosa quien se ganaba el premio, pues era capaz de aguantarse hasta a su propio hijo Armandito, y a todos y cada uno de los jóvenes habitantes de esa barriada.

Tratando de armar el crucigrama humanístico de nuestro entorno, encuentro a: Los Espinosa (Lolita, Armando, Margarita, Hugo, Maruja y Pachito; los Jaimes (el doctor Hermes, Antonio, Blanquita -la mejor bailarina del sector-, Darío y Samuel); los Soto (Darío y Enrique); los Avendaño, sólo nombro a Luis, Orlando, German, Gustavo etc. Beatriz y María Eugenia (pues de lo contrario se haría interminable, pues entre ellos había 3 parejas de gemelo); los  Zambrano (Celina, Enrique, Alfonso y Mirian); los Becerra (Absalón, Sergio y Mercedes); los García-Herreros; los Mora; los Durán Porto (Pacho y Álvaro); los Colmenares; los Venezolanos; las Payares (Genarina y Virginia);  Carmen Elena y Gladys;  los Estévez (Álvaro, Adolfo, Nelly y Luddy); los Mogollón (Blanca, Matilde, Gisela y Nelly); doña Consuelo (la de los helados);  German Ramírez; los Fuentes (Claudio, Juvenal, Felipe y Luisa); los Amado (Pedro y Lucio); los Peñaloza (Arnaldo e Ignacio); los Parada (con la linda y sofisticada Judith); los Paz (Adolfo, Antonio y Nelly);  los Faría; el mono arquitecto y su deslumbrante esposa; el “negro” Márquez; Myriam Villamizar (sus padres Josefa y Pacho, en casa de ellos se hacían las fiestas vespertinas dominicales pagas); Teresa Seguin;  las Calderón, que con los Avendaño, eran  los de más alto estrato, pues vivían en un segundo piso; los Roldán; los Miranda; José Isidoro Farfán; Luis Ernesto Cote; Domiciano Gelves; los Garzón (Julio, Orlando, German, María Elsy (Pilli) y Libia por quien uno de los Peñaloza tuvo un encuentro coñacístico con Julio el mayor; los Barrientos (Totín) y  tantos más. Dejo como tarea para quien quiera ampliar, completar y terminar este hermoso laberinto juvenil de barriada, está irrevocablemente autorizado para hacerlo.  Eso sí, debe pasar por el cedazo de la veracidad de un jurado conformado por Armando, Hugo y yo.

 

Sus padres don José del Carmen y doña Margot

Era la bella época en que los sábados “escanciábamos” media de ron Caldas  con 10 Coca-Colas en la casa de doña Josefa (Chepa) la mamá de Myriam, en alegres bailes sabatinos o dominicales de 2 a 6 de la tarde, con entrada paga a 50 centavos, para la “trapiada” del piso y la dosis etílica, asistiendo generalmente las mismas parejas y fue donde se generaron tantos primeros amores, al ritmo de la ya existente Billo’s,  Pacho Galán, Lucho    Bermúdez, Lucho Macedo, uno que otro pasodoble y los infaltables boleros de Lucho Gatica, Los Panchos, Nat King Cole, Olimpo Cárdenas y otros, que yo colocaba, pues era lo único que  sabía bailar y lo único que Blanquita no bailaba.

La amistad hace que la memoria se rejuvenezca. Recuerdo un acróstico que me pagó Armando (muy bien, por cierto) para él ofrecérselo a una de las venezolanas, llamada Nancy:

No hay para mi manjar agua ni vino

Ahora solo tu amor me sirve de alimento,

Ni en mis ansias febriles he podido,

Compenetrar entre mi ser tu aliento

Ya que veloz, pero celoso, se te lleva el viento.

Creo que esta joven y hermosa venezolana le correspondió, pues esa noche hubo jolgorio en la calle 18 alrededor de “la mecha”.

Aquí creció Armando. Raudo en “la mecha”, este inquieto amigo, que a cada instante mojaba sus labios con saliva y los remojaba en Montes de Oca, El Cafetal, Montecarlo, Salón Castalia y otros alegres lugares como el infaltable Salón Luisa y el billar de la 18 con avenida 6 de Enrique Jaimes, donde muchos aprendieron a jugar billar, va disfrutando sin afán, pero con prisa su vida y así llegar a lo que sería el inicio de su gran pasión, la aviación.

Crean en compañía con German Cabrales una agencia de viajes AEROVIAJES, y para distraerse en sus ratos libres; abre una cafetería llamada Siete Tres (por cuya interpretación entre las radiocomunicaciones en la aviación se entendía como “Adiós” ó “Te Espero”) y, coincidencialmente, su dirección era calle novena Nº 4-73, de la cual no recuerdo cómo y porqué de su final. En todas sus Empresas siempre acompañado de su tía la inolvidable Rita Elisa, siempre activa y de un humor contagioso.

Por circunstancias de la vida, resuelve irse a vivir a España, donde a la sazón ya vivía gran parte de su familia y se dedica al comercio de fármacos, país donde logró descollar económicamente, para luego devolverse a Colombia. Se radica inicialmente en Cali y luego en Bogotá, donde lo encuentro con una charcutería. Regresa a España y no lo volvemos a ver.

¿Por qué el CAPITÁN?

Dejo esta parte a expensas de mí ya caduca memoria, pero creo que a consecuencia del uniforme que utilizaba en SAM: Camisa blanca manga larga, corbata y pantalón oscuro, que se asemejaba al que usaban los pilotos y que él adoptó de forma permanente, pues parece, así se creía también piloto y por eso se autoproclamó Capitán y porque además fue gerente de la empresa de Aviación AEROTOR (De los Cabrales ocañeros).

Fue un “Capitán” de la vida y la amistad. Honesto, sincero, alegre, trabajador y con un alto concepto y vigilancia a su entorno familiar.

Bueno, ya prendió “la mecha” y se fue. Buen viento, amigo Armando.

 

 

Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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