miércoles, 17 de febrero de 2021

1832.- LA CONVENCION DE CUCUTA

 Jorge Meléndez Sánchez (Imágenes)

 

Llegar al valle de Cúcuta, bien a la Villa de San José o a la vecina, al oriente y lindes de frontera, de Villa del Rosario, resultaba normal para los compradores de cacao y para comerciantes, en general, familiarizados con la producción agropecuaria local y con el paso de textiles de origen en Socorro, con destino a Maracaibo y sus hacendados.

También se “pasaba” por el valle, cuando los pasajeros, además, de los comerciantes, buscaban salir a Cartagena y al mar Caribe, vía occidente, pasando por el Puerto Real de Ocaña.

Esto nos da idea de la destacada ubicación del Valle de Cúcuta, en las comunicaciones de la época.

Para el año 1821, los triunfos de los ejércitos independentistas, requerían establecer un proyecto constitucional básico, mediante el cual, pudieran redefinir las condiciones heredadas del régimen colonial. No se trataba de dar vuelta total a las leyes coloniales, sino, prácticamente de recomponerlas y adaptarlas al proceso liberador, asumido por Simón Bolívar, mediante el respaldo británico y con la justicia de un objetivo autónomo, que nos permitiera asumir el papel de pueblos libres, tan difundido en las influencias de la Independencia norteamericana y de la revolución francesa.

Todo empezaba con el rechazo a la dominación colonial española, con la redefinición territorial, con la aproximación a la forma de gobierno republicano y, sobre todo, a la forma de participación política de los nuevos ciudadanos republicanos.

El rechazo al dominio colonial, había llegado a formas radicales por el autoritarismo ejercido por Morillo y sus sucesores, ante la incapacidad de dominio civil y militar. Los embargos de bienes, los reclutamientos obligados y la represión que legaba, fácilmente a las ejecuciones, habían desatado la fuerza de la opinión pública, que llegó a incluir muchos sacerdotes, desobedientes a las orientaciones dadas por algunos jerarcas.

La conducta de las autoridades coloniales exasperó y provocó desautorización entre los habitantes, pero solo se expresó con éxito en las acciones militares.

Los que llegaron a la cita en el valle de Cúcuta, en 1821, estaban eufóricos con los triunfos. Habían pasado la larga noche del combate y los sobrevivientes mostraban disposición para integrar una gran nación, guiados por la mente soñadora de Bolívar y por el efecto mágico en los seguidores, que ya empezaban a mitificar sus andanzas.

Había llegado la hora de brindar con tranquilidad por la patria prometida. La primera opción era territorial. Recomponer el extenso territorio de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá y darles las consideraciones propias del reconocimiento, a la condición de autonomía lograda con la furia de los ejércitos y con el apoyo británico. La idea de crear la Gran Colombia, un homenaje a Colón y al ser libre americano, todo a la medida de los sueños de la época.

Empezar por unir a la Nueva Granada y a Venezuela, donde los triunfos eran resonantes, seguir el combate hacia el sur y buscar, en la vértebra andina, los designios de la libertad y la defensa conjunta de los territorios, sonaba bien.

Eso sí, el diseño de semejante gesta partía de los inconvenientes propios del presupuesto disponible y ese fue tema de discusión y del nacimiento de discordias. Se impuso la idea bolivariana y Santander, y los demás constituyentes, debieron recordar que Bolívar, después de Boyacá, en 1819, había destacado la guerra ganada, en asocio con los recursos de la producción agropecuaria en los alrededores de Tunja y Bogotá.

 

Bolívar adoptó con el alma la ciudadanía grancolombiana y la destacó, como el primer ciudadano de Colombia. De hecho, el genio de la guerra fue convincente y arrebató en sueño el futuro latinoamericano.

Otra cosa pudo verse también en la aceptación del proyecto por necesidades propias de la guerra, lo cual daría origen a disensiones. Definitivamente, la geografía fue reacia al proyecto de la Gran Colombia. La inclusión de Panamá, y del Ecuador, sin consultas previas, reivindicaban la antigua administración colonial, caracterizada por la lentitud que garantizaban las distancias. 

Hablar de Provincias para empezar a recomponer la administración, poco resolvía, pues las vías de comunicación seguían aislando del poder central. 

Ese sería el tema de la Gran Convención de Ocaña, en 1828, donde el proyecto sufrió el desenlace fatal de las “incomprensiones”, según el cómodo decir de algunos historiadores.

El paso a dar, obligante, lo constituía la organización de la administración, desde luego desde los lineamientos dados en Cúcuta, los cuales, podían verse como aproximaciones a un proyecto republicano en serio y en eso un abogado nacido en el mismo valle, residente en la capital, el general Francisco de Paula Santander, es quien se le mide a semejante empeño. 

Por experiencia familiar, sabe de las tradiciones binacionales del valle y, por designio histórico, debe conformarse a las ideas británicas y francesas, condicionantes de todo el proceso. Bolívar optaba por el centralismo como fórmula de unidad y fortaleza, enfrentado a quienes le bajaban el volumen al modelo, por considerarlo inapropiado a los intereses regionales, como quien dice, la geografía vuelve y juega.

Entonces, las regiones deben entrar a mostrar su peso en las novedades. Serán dolores de cabeza para bolivarianos y santanderistas. Los acuerdos posibles estaban en manos de los gestores de la producción y el comercio, aun teniendo en cuenta el poder de los fusiles y bayonetas; he ahí un primer argumento de disolución. 

Unos y otros hablaban de civilistas y militaristas, lo cual, parecía identificar mejor las tendencias de acuerdo a la multiplicación de Jefes en la milicia, que, a su vez, resulta inapropiado, pues, todas las regiones generan sus propios “combatientes”.

En un momento dado, los “comerciantes caraqueños”, civilistas, desafiaron a Bolívar, sobre todo cuando se habló de pagos a la deuda, contraída por la guerra. Ya era el final de Bolívar saliendo de Bogotá, en 1829, a buscar salud en clima cálido y aquel reclamo de sus paisanos fue muy inoportuno, según el relato de Joaquín Posada Gutiérrez. 

El drama que tocaba la esencia del mecanismo democrático, según la época, era el sistema electoral. Tenía que ver todo con la readaptación del sistema de vasallaje colonial, al destacar la calificación de votante a quien tuviera propiedades y tuviera las luces del alfabeto, algo de lo cual, estaban excluidos los seres humanos, que formaban la nación profunda de negros, indios, mulatos y mestizos. O sea, que la sociedad excluyente permanecía viva, reconociendo que se abordaba la ciudadanía bajo condiciones más universales y, desde luego, retando el andamiaje heredado.

En manos del General Santander estuvo el proyecto liberal personal al cual tenía que adaptarse. La falta de personal capacitado para la administración pública y la reorganización institucional, dieron base a inconformidades que, si bien resultan normales en todo ejercicio político, para él fueron personalizadas con sus seguidores civilistas y definidos como liberales. 

La inconformidad de los sectores tradicionales, identificados con el colonialismo español, enfrentó con la doctrina del Bien Común, las discrepancias frente al liberalismo. El enfrentamiento de Bolívar y Santander, un esquema de mirada disolvente, no fue profundo.

Los dos héroes fueron amalgamados por los mismos problemas de la construcción administrativa, y si los que rodearon a Bolívar buscaron la camorra utilizando la condición enfermiza del Libertador, y la consiguiente limitación para ejercer dominio absolutista, no lograron ni siquiera romper el viejo amor de las jóvenes Ibáñez, a quienes la gloria tocaba por igual, en los dolores y en las alegrías de la patria naciente. 

Al final, el modelo monárquico y centralista que los enfrentó, no alteró el curso de la visión personal y, en cambio, sí constituye un tema que trasciende hasta el siglo XXI, buscando reacomodar los intereses de los sectores más humildes, dentro del proyecto de sociedad democrática, incluyente y menos desigual. 

Los historiadores del futuro, con debida idoneidad y patrocinio académico, podrán aclarar las condiciones internacionales en las cuales se desenvolvió el proceso de la Gran Colombia. Por fuera de los tráficos ideológicos, es conveniente revisar el verdadero papel del Imperio Británico, en el patrocinio de la guerra y en las formas de proyectar su experiencia para gestionar una unión inspirada en lo suyo y, desde luego, dependiente de sus intereses promisorios.

Bolívar, concluimos, se inspiró en ellos, mientras Santander, parecía inspirarse en la fuerza del federalismo norteamericano. 

El Templo de la Villa del Rosario, donde se alojó la voz de los constituyentes, está hoy en día a la intemperie, afectado desde 1875, por el terremoto que derrumbó sus muros. La conservación histórica, junto a la memoria de Los Libertadores, ha esculpido el patrimonio del Valle de Cúcuta. 

Sólo falta el visitante que venga a inspirarse en su historia, para remitirse a los mejores intereses de la nacionalidad colombiana.

 

 

Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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