miércoles, 29 de febrero de 2012

135.- UN PERIODICO CON METAS CUMPLIDAS

Cicerón Flórez Moya 


En el acto de inauguración de la prensa duplex de La Opinión aparece, Juan E. Martínez, Luis Anselmo Díaz, Francisco Berrío, Gustavo Ararat, Eustorgio Colmenares Baptista, Isacar Parada, Alfonso Astidias y la joven periodista y poeta Amparo Osorio.

En 1958 Cúcuta, capital del Departamento Norte de Santander,  era ciudad intermedia con una población de menos de 100.000  habitantes. Entonces también  en  su economía  predominaba la actividad comercial, movida igualmente en esa época, por la concurrencia de compradores venezolanos. Los dirigentes regionales de todas las corrientes estaban pendientes de los acontecimientos políticos que de una u otra manera marcaban nuevos rumbos. En 1957 el acuerdo bipartidista de liberales y conservadores, liderado por los ex presidentes Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez había precipitado la caída del gobierno presidido por el general Gustavo Rojas Pinilla, quien el 13 de junio de 1953 se  tomó el poder mediante un golpe militar, poniendo  así fin al mandato constitucional de Laureano Gómez, a quien en ese momento reemplazaba en la jefatura del Estado el  Designado Roberto Urdaneta Arbeláez.

La dictadura de Rojas, de 1953 a 1957, ya era asunto del pasado y el país había entrado en un proceso de transición, con la creación del Frente Nacional, una fórmula política que puso en igualdad de condiciones a liberales y conservadores para el manejo del Gobierno. También se había convertido en asunto del pasado la violencia que atizó el sectarismo partidista, la cual dejó unos 300.000 muertos y representó, además, una profunda crisis institucional de la nación. El 9 de abril de 1948, en el mismo período, esa situación tocó fondo con el asesinato del jefe liberal Jorge Eliécer Gaitán,  un hecho que desencuadernó más a Colombia y fue la mecha para el llamado ´Bogotazo´.

En ese marco de reconciliación política que surgió tras la caída de Rojas, se restablecieron las garantías consagradas en la Constitución para el ejercicio político. Se volvieron a elegir los miembros de las corporaciones representativas de la voluntad popular y el Presidente de la República. Los poderes públicos recobraron su vigencia.

En Norte de Santander, como en el resto del país, la política volvió a ejercerse a través de los canales legales. Había un nuevo aire para expresar las ideas y surgían espacios para el fortalecimiento de la democracia.

Dirigentes liberales de Norte de Santander tomaron conciencia de la necesidad de contar con un medio de comunicación que les permitiera expresar sus ideas  y sus propuestas para articularse a esa dinámica. Virgilio Barco Vargas, quien había regresado al país tras varios años de exilio académico en el exterior a que lo llevó la violencia que se desbordó en Colombia entre finales de los años 40 y  parte de los 50 del siglo XX, puso a consideración de un grupo de sus amigos en Cúcuta la iniciativa, la cual encontró positiva respuesta en Eustorgio Colmenares Baptista, Eduardo Silva Carradine y Alirio Sánchez Mendoza, a quienes se sumaron León Colmenares Baptista,  Eduardo Gaitán Durán, Ismael Quintero Quintero, Reinaldo Viccini Ruán y Enrique Hoyos, entre otros. Todos bajo el común denominador político del Partido Liberal.  Del cruce de propuestas nació el proyecto de La Opinión, como publicación semanal y como  órgano portador de las ideas de esa colectividad.

La iniciativa se concretó sin pérdida de tiempo y se convino entre Barco y sus amigos  confiar  el manejo del periódico al médico  Alirio Sánchez y al odontólogo Eustorgio Colmenares Baptista, quienes asumieron la dirección y la gerencia de  esa empresa recién creada. Barco estaba siempre atento a sus desarrollos desde Bogotá y Eduardo Silva Carradine tenía las funciones de asesor de la publicación.

La Opinión contó en la etapa de su nacimiento con  el afecto de Gonzalo Canal Ramírez, quien manejaba en Bogotá la  Editorial Antares, era conocedor de los nuevos desarrollos tecnológicos de las artes gráficas y tenía amistosa cercanía con Barco y el grupo promotor del periódico.

Una vez se consolidó el proyecto de la publicación recibí una invitación de Barco a reunirme con él en la residencia de la familia Gaitán Durán, situada en la avenida 3, entre calles 9 y 10, frente al Palacio Nacional. En ese encuentro, coordinado por Eustorgio Colmenares, vi por primera vez a Barco. Él expuso las finalidades de la publicación y me ofreció la jefatura de redacción. Yo había llegado a Cúcuta el 17 de septiembre de 1957, procedente de Bogotá  para trabajar en Mural, el periódico fundado por el chileno Andrés Crovo Amón y María Elena Jiménez, su esposa, una antioqueña que había encontrado en el periodismo el campo adecuado a sus vivencias intelectuales y políticas.

Entre reuniones constantes y muy animadas por la perspectiva de la publicación del periódico, fue tomando forma el proyecto de La Opinión.  El consultorio de Eustorgio Colmenares se convirtió en oficina para ordenar los asuntos  que correspondían a la incipiente empresa. Sin mucha experiencia en publicaciones periodísticas, se fue avanzando en el ordenamiento de los soportes iniciales. Se hicieron cálculos aproximados de costos, se buscaron suscriptores para garantizar lectores, se  seleccionaron colaboradores y se alistaron repartidores, voceadores y puestos de venta antes de que apareciera la primera edición del periódico. Un mes después de consolidada la organización básica se le puso fecha a la primera salida del semanario y esta previsión se hizo efectiva el 31 de mayo de 1958.

Esa primera edición, en tamaño octavo de pliego, de 16 páginas, fue impresa en los talleres de El Criterio, de propiedad de la Diócesis de Cúcuta y de cuya administración era responsable el presbítero Daniel Jordán, párroco de la catedral de San José, con talante dogmático y de ostensibles convicciones conservadoras, identificado con el pensamiento de Laureano Gómez.

El tiraje de esa primera edición fue de unos 3.000 ejemplares. Se había creado en la ciudad la expectativa de la aparición del nuevo periódico, que entraba a compartir lectores con Diario de la Frontera, conservador, fundado y orientado por Luis Parra Bolívar; Sagitario, de línea liberal, dirigido por Montegranario Sánchez y vocero del grupo político  que respondía a las directrices de Nicolás Colmenares, comerciante y político, con posiciones distintas a las que tenían, en diferentes aspectos, los fundadores de La Opinión y Comentarios, un semanario que antes fue diario, de propiedad de José Manuel Villalobos.

En la primera edición de La Opinión, se definieron las bases de esta publicación. Fue una carta al lector en estos términos:

“Estimado lector:

“Las siguientes líneas no están destinadas a crearle a usted un preconcepto sobre este periódico. Ni buscan ilusionarlo respecto al proyecto que hemos concebido como empresa de cultura y de opinión. Usted tiene su criterio y aspiramos a que nos juzgue desde ahora y posteriormente con absoluta libertad y también con sinceridad. Sin embargo, y sin que caigamos en contradicciones con lo anterior, hemos creído conveniente presentarle algunas inquietudes nuestras relacionadas con este semanario, así como informarlo sobre sus planes generales, en cuya realización lo consideramos a usted como el mejor aliado.

“Al comprometernos a publicar LA OPINIÓN hemos tenido en cuenta más de una cuestión. Esto no ha surgido caprichosamente. Resulta, amigo lector, que nosotros estimamos necesario plantear en forma objetiva y realista los problemas de Cúcuta y, en general, los del departamento. Pero algo más: creemos que esos problemas deben llevarse al debate público, al conocimiento e interés de la población sobre bases concretas, con una organización, con un plan y con unidad. Para alcanzar este propósito debemos descartar las improvisaciones, la pasividad y el criterio tropicalista de la casualidad. Entonces hemos convenido conscientemente en investigar y estudiar para presentar a la consideración y discusión de ustedes los problemas sociales, administrativos, económicos, etc. que confronta la humanidad de esta parte de Colombia, para que en ese ambiente de libre movilización de conceptos, de ideas, de interpretaciones, forjemos y propongamos conjuntamente posibles soluciones. Y lo hemos proyectado así porque atendemos a una dirección de nuestro tiempo y de nuestra patria: esa dirección indica que los asuntos del Estado y los generales de la sociedad deben tratarse con la intervención de la opinión pública, a la cual nosotros le asignamos una categoría fundamental.

Y al lado de esto pensamos destacar los valores regionales, el desarrollo del departamento, las cuestiones culturales, los hechos deportivos, o de la vida corriente de nuestro pueblo. En fin, buscamos recoger el movimiento de Cúcuta, y de Norte de Santander en todos sus aspectos y en su realidad.

“Este semanario, amigo lector, dado el carácter de sus propósitos y su orientación, va a hacerse con objetivo sentido periodístico, pero con elementos nuevos- y en evolución permanente. De tal mañera que usted no encontrará aquí desbordamientos literarios, ni sofisticación en el lenguaje, ni argumentaciones revestidas de retórica. Nos importará presentar las cosas con seriedad. Descartamos igualmente ese fenómeno, a veces común, de la vulgaridad y el tratamiento despectivo a las personas. Como quiera que somos partidarios de que todas las cuestiones sean tratadas con ideas, aquí no tendrán cabida las colaboraciones tendenciosas o de doble sentido, o de soterrada infamia. Nuestro criterio liberal, no en el sentido partidista sino ideológico, será una constante barrera contra la irresponsabilidad, el oportunismo o la abyección.

“Tampoco LA OPINIÓN será un periódico al servicio de ningún grupo, ni degenerará en un órgano de explotación política. Es evidente que nuestros puntos de vista van a chocar con otros. Eso no quiere decir que asumamos una actitud absolutista.

“Quienes no se sientan identificados con nosotros en los planteamientos, que más que nuestros serán la síntesis de la opinión pública, podrán desde estas páginas presentar libremente sus tesis, siempre y cuando no alteren la línea de honestidad, responsabilidad y seriedad que se ha trazado el periódico.

“Le hemos dado poca importancia a casos de crónica roja. Estimamos que en un semanario es difícil esta clase de material, siempre y cuando no sea su especialidad. Pero no se nos escapará el necesario examen que conviene hacer sobre la materia.

Esto es, más o menos, amigo lector, lo que deseábamos decirle. Tal vez se nos han pasado algunas cosas. En el mismo periódico encontrará usted mejor definida nuestra línea de acción. Está Usted, en todo caso, frente a una nueva publicación, que aspira a cooperar al desarrollo integral de esta ciudad y del departamento desde su posición democrática y con su contenido fundamentalmente regional”.

En otra que enseguida se transcribe, también de alcance editorial, se reafirmaban los principios que guiarían a La Opinión, que nacía como semanario de orientación liberal:

“Es nuestro firme propósito que LA OPINIÓN sea un desvelado servidor de los intereses de Cúcuta, inspirado permanentemente en la política de igualdad, entendimiento, honestidad y justicia que constituyen la esencia misma del Frente Nacional.

“Todos los hechos que afecten directa o indirectamente a nuestra ciudad capital y al Departamento, así como todas sus inquietudes, nos encontrarán siempre listos, si no para aportar soluciones definitivas, sí por lo menos como vehículos de difusión a sus aspiraciones o para ayudar a un  planteamiento claro y exacto de sus problemas en forma que permita a todos nuestros conciudadanos opinar con bases ciertas sobre cada una de sus diversas fases.

“Inspirados en el más alto patriotismo y con el deseo irrevocable de hacer labor constructiva, no está dentro de nuestro programa despilfarrar el tiempo que pudiera ser útil a la solución adecuada de los problemas del Municipio y del Departamento, con críticas precipitadas o sensacionalistas, o entablado polémicas de carácter personal, que a nada conducen, que nada resuelven y que a nadie benefician.

“Estas son las ideas y normas sobre las cuales conformaremos nuestras actuaciones.

Sea ésta también la ocasión para presentar nuestro saludo a los colegas de los periódicos y radioperiódicos locales, con quienes aspiramos a identificarnos en el mejor servicio a los intereses de la colectividad”.

II

En sus dos años como semanario La Opinión puso en circulación varias ediciones, al cabo de las cuales se decidió  pasar a diario y con esa finalidad se le dio un nuevo impulso a la  empresa que ya estaba en marcha  Se alquiló una casa en la avenida 4, entre calles 16 y 17, frente a la edificación que es actualmente la sede  del periódico y allí se instalaron las máquinas, más los elementos básicos  destinados a la administración y la redacción. Se disponía de un linotipo para levantar textos, una prensa plana de alimentación manual , tipos sueltos  utilizados en la titulación, dos máquinas de escribir, chibaletes y otros muebles que contribuían  al funcionamiento de la empresa ya consolidada.

Eustorgio Colmenares cerró su consultorio odontológico para dedicarse  de tiempo completo a La Opinión. Siguió en la gerencia, al igual que Alirio Sánchez en la dirección y el suscrito en la jefatura de redacción.

La circulación de La Opinión se programó de lunes a sábado, para descansar el domingo. Anualmente se daban vacaciones colectivas entre  diciembre y enero durante dos semanas. Tampoco se laboraban los días festivos.

El 15 de junio de 1960 se publicó la primera edición del nuevo diario, tras  dos meses de preparación de ese cambio, para el cual Eustorgio Colmenares Baptista y su esposa Esther Ossa de Colmenares habían puesto empeño y entusiasmo, con dedicación sostenida y diarias gestiones de promoción y ordenamiento.

Entre Eustorgio Colmenares Baptista y Alirio Sánchez Mendoza siempre hubo entendimiento para el manejo del periódico. Identificados políticamente, estuvieron exentos de desacuerdos y todo lo decidían con el mejor ánimo. Ese mismo espíritu predominaba en las relaciones con Virgilio Barco, Eduardo Silva, León Colmenares y otros amigos afines al grupo. Lo cual generaba un ambiente positivo para el periódico.

Al iniciar su nueva etapa La Opinión  ratificó los principios aplicados a su orientación. Y en el editorial de esa primera edición de diario puntualizó:

NUEVA ETAPA  DE  LA OPINIÓN

“Decimos que LA OPINIÓN inicia una nueva etapa al reaparecer como diario. Y no se trata de un propósito formal o de un interés superficial, sino de una empresa que hemos proyectado con perspectiva a penetrar en la vida norte- santandereana. Este periódico, que tiene arraigo en las ideas liberales, pretende asumir la realización de todo un trabajo periodístico que resulte, por lo menos, consecuente con las aspiraciones del pueblo y el impulso que los diferentes sectores sociales le ponen al desarrollo general de la región.

Principalmente ubicamos nuestra tarea en Norte de Santander, sin localismos torpes, pero también sin evasivas o fugas con relación al medio en que nos movemos. Los periódicos de provincia necesariamente tienen que hacerse en esa línea sin que por esto se acomplejen o se reduzcan por la subestimación de los prejuicios seculares. Ya desde LA OPINIÓN semanario habíamos asimilado esta posición, de todas maneras justa y lógica, si tomamos en cuenta las exigencias concretas que se plantean, para sacar al departamento de su atraso e integrarlo a la evolución económica, social, política y cultural que se opera en el país. Una sociedad anclada en la maraña del feudalismo, la injusticia y la ignorancia tiene “que recibir por todos los canales fuerzas de irrigación renovadoras si aspira reponerse. El periodismo debe contribuir con decisión a esa transformación. Y LA OPINIÓN se considera obligada en empresa de tanto fundamento.

“Políticamente, este periódico no necesita presentación. Su orientación es definídamente liberal, con una amplia concepción de la democracia y de la libertad, posición que corresponde a la Colombia de hoy y que estamos obligados a sostener y fortalecer para salvar la dignidad de nuestra historia y de nuestras gentes. Ni el sectarismo, ni la chismografía parroquial podrán enervar nuestra tarea. Nos proponemos hacer política con un sentido racional de ésta, porque estamos seguros de que las grandes taras señaladas a los partidos y a sus acciones, provienen de la ordinariez, la irreflexión, el oportunismo, la estrechez gamonalista y el resentimiento, toda esa escoria negativa, que se superpone sobre los principios para anularlos, desarticularlos en su esencia, con el bastardo interés de fabricar posiciones, sin ninguna conciencia ni sentido alguno de servicio creador. Colombia y Norte de Santander requieren hacer su renovación sustituyendo las jefaturas domésticas de la vieja política, por gentes de nueva visión, nuevas concepciones, nuevos planteamientos y nuevo estilo. Porque no están en juego ciertamente las ideas sentimentales de los partidos, sino el destino total de un pueblo, de una nación. El liberalismo necesita encuadrar su acción dentro de situaciones más progresistas, concordantes con su función democrática. Esto no será posible si el partido no cuenta con dirigentes capaces para asumir su movimiento y llevarlo hasta las masas con honradez y claridad. No son las viejas banderas, ni los caudillos retrasados, ni el alarido primario. Son fundamentalmente los principios, la capacidad, los resultados, no adobados de rencores ni de objetivos personalistas y, mucho menos egoístas. La política se hace racional y se humaniza, o no cumple y en ese caso los partidos no tendrán nada que hacer. Por esta misma orientación hemos creído en el Frente Nacional. Y además la identificamos con el gobierno del presidente Lleras, en donde vemos el nacimiento de una Colombia más sólida y más viva.

“Todas estas consideraciones son el espíritu de LA OPINIÓN. Vamos a realizarlas diariamente, serenamente, juiciosamente. Para eso se han ligado a esta publicación personas en quienes creemos de verdad. Nuestros colaboradores, por lo tanto, gozarán de confianza y libertad, aunque no siempre coincidamos en los enfoques de ciertos asuntos. La unidad del periódico se salvará en su avance, es decir, en el cumplimiento de sus propósitos fundamentales. Por lo demás, LA OPINIÓN será hecha con intransigente responsabilidad en la información, la crítica y los planteamientos. Nuestros lectores saben que no nos enredamos en resentimientos, ni en vaguedades, ni en indirectas, porque consideramos ese estilo contrario a la ética del periodismo democrático y moderno”.

III

Sin precipitaciones, con un manejo realista, La Opinión despegó como periódico diario. Utilizó adecuadamente  los recursos disponibles y puso todo su empeño en la información local,  conforme a la orientación trazada por sus fundadores.  Poco tiempo después de iniciada esta nueva etapa, Alirio Sánchez se retira de la dirección del periódico y la asume Eustorgio Colmenares Baptista. Bajo su conducción se  cumplen metas  que le infunden mayor dinámica a la empresa. Se introducen nuevas tecnologías y progresivamente se amplía la redacción. Se suceden etapas de mejoramiento y se consolidan condiciones óptimas en los diferentes aspectos de la empresa.

Un paso importante fue el que se dio en diciembre de 1992 cuando se decidió  que La Opinión  circulara el domingo  con el suplemento Imágenes,  con temas de arte, literatura y ciencia y, en general, las diferentes manifestaciones de la cultura.

Poco tiempo después, el 12 de marzo de 1993, el periódico  fue estremecido con la muerte de su fundador, Eustorgio Colmenares Baptista. Un golpe absurdo perpetrado  por uno de los grupos armados que  han sometido a Colombia a la recurrente escalada de violencia. Fue esa una adversidad atroz y desgarradora, pero no abatió lo que se había construido. Se inició una nueva etapa bajo la dirección de José Eustorgio Colmenares Ossa, médico, hijo del fundador y quien desde sus actividades profesionales, estaba atento a los desarrollos del periódico. Dedicado de tiempo completo a sus nuevas responsabilidades, preservó los principios que alentaron a La Opinión desde su fundación  y ha cumplido nuevas metas con resultados que  se aprecian en las fortalezas de la empresa con las cuales celebra los 50 años de su circulación como diario.





Recopilado por : Gastón Bermúdez V.

viernes, 24 de febrero de 2012

134.- LA QUINTA YESMÍN , UNA CENTENARIA CASA QUE HUELE A PAPEL Y TINTA

Celmira Figueroa


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Teresa Abrajim Elcure, quien está próxima a cumplir 82 años, se asoma por el ventanal que da acceso a la avenida cuarta con la calle 16 o antigua calle Zea, esquina. Su rostro se tropieza con un vidrio que le impide sentir el aire fresco como solía hacerlo de  niña, cuando vivía con su padre José Abrajim, su madre Nayibe Elcure y sus hermanos Yesmín, Josefina, José, Antonio y Consuelo.

Toca una de las hojas de la ventana y certifica que es la original, que se mantiene intacta, a pesar de  los años. Mira el piso y trata de evocar el pasado. En la Quinta Yesmín estuvo hasta los cuatro años porque a raíz de la muerte de su madre, en 1929, su padre decidió partir a Barquisimeto, Venezuela, en 1932 y de ahí a Francia, en barco.

“Aquí quedaba un piano de cola y se acostumbraba a tocar por las tardes”, señala el espacio que hoy ocupa el escritorio de la administradora Patricia Monsalve, y que a  mediados de 1968 estaba el que ocupaba Eustorgio Colmenares Baptista. Alza la mirada con el asombro de reencontrarse con el alto techo donde se cambiaron las cañabrava por machimbre,  a raíz del incendio de que fue objeto el 6 de agosto de 2005.

Teresa Abrajim Elcure sale de esa pieza lamentándose de no haber podido vivir más tiempo en Cúcuta, en esta casa que hoy ocupa el periódico La Opinión y que también fue suya. Se admira de las reformas hechas, que conservaron la esencia o el estilo español de la época, del siglo XIX. Más adelante se detiene en un pasillo donde nada ha variado: las paredes de bahareque, el techo de cañabrava sostenida por 14 travesaños y las ventanas pequeñas de madera gruesa con hierro. Se llena de nostalgia, pero al mismo tiempo respira tranquila por constatar que la centenaria casa está en buenas manos y han respetado ese patrimonio nortesantandereano.

Teresa Abrajim Elcure llegó el miércoles 19 de mayo, en horas de la tarde, a la Quinta Yesmín cuando una cuadrilla de obreros raspaba paredes, apuntaban techos, rodaba andamios para proseguir con la pintura. Todos trataban de ´rejuvenecer´ la vieja casona para que estuviera como una quinceañera para el cumpleaños 50 del periódico que se imprime en sus entrañas. No era la primera vez que la visitaba. Lo había hecho unas tres veces, después de radicarse en Cúcuta. No ha podido aportar mucho a la reconstrucción de su historia porque los recuerdos son vagos y quienes pudieron tener datos exactos han muerto.

Sin embargo, coincide con la letra menuda que reza en las escrituras: su papá le vendió a la señora Margarita Sánchez viuda de Cárdenas, quien a su vez la cedió  el 24 de junio de 1968 a Eustorgio Colmenares Baptista. Transacción que se hizo ante el Notario Primero Principal del Circuito, Luis Antonio Cáceres y ante los testigos instrumentales José Dolores Herrera y Ramón Olivo Niño.

La Quinta Yesmín colindaba por el norte, calle 16, con la Quinta Cogollo, propiedad de Arturo Cogollo y por el occidente con propiedades de Ana Josefa Pérez de Palacios.

Se aclara en esa escritura, número 1.053, que el inmueble lo hubo la vendedora por compra que hizo al señor José E. Abrajim, según escritura 246 del 25 de febrero de 1963 de la Notaría Primera de Cúcuta.

Eustorgio Colmenares Baptista pagó la casa en varias cuotas. El precio fijado de esta venta fue la suma de $150 mil y el término para pagarlo fue de dos años.

Al firmar la escritura  entregó $40 mil a la señora Margarita Sánchez. El saldo, o sea, la suma de $110 mil, lo pagó así: $30 mil el primero de junio de 1969; $40 mil el primero de diciembre de 1969; $40 mil, el primero de junio de 1970. El interés fue del uno por ciento sobre los saldos pendientes. Para garantizar ese pago tuvo que aceptar hipotecarla.

Las reformas

La Quinta Yesmín ha conservado su esencia, su carácter, que la remonta a las construcciones de principio de Siglo XIX, donde imperaba el estilo español. Es decir, la cañabrava, madera, hierro, tejas de barro, tapia pisada, piso de gres hecho a mano, y techos de  por lo menos tres y cuatro metros de altura.

Las casas donde vivían las personas adineradas se caracterizaban por diseños que rompían los esquemas tradicionales: antejardín, rejas de hierro forjado hechas y traídas de Alemania.


 1910

La Quinta Yesmín tenía, y sigue teniendo,  ventanales de madera, tipo balcón,  protegidos por rejas con arabescos y por fuera sobresale, a manera de columnas en el techo, una especie de triángulo con acabados de la época barroca. Allí, en alto relieve,  en cada uno de los balcones, se destaca  la palabra Quinta y Yesmín,  que por lo general el transeúnte no puede casi apreciar  por la frondosidad de los árboles.

Aún conserva las dos gradas para acceder por la puerta principal a las que se les anexaron, especies de pasamanos, también con arabescos en hierro forjado, que  se “estrellan” contra un par de columnas cortas, para dar paso a un semi-arco de madera. Hasta hace una década colgaba allí el aviso de La Opinión, pero con motivo del cumpleaños 40,  el  arquitecto Álvaro Hernández Valderrama lo hizo fundir en bronce, en el piso marmolizado.

El portón de la entrada, que son dos hojas grandes de madera gruesa, con altos relieves, fue recuperado. El acceso al mezzanine, (que eran unas escaleras de tablas) donde quedaba la oficina del doctor Eustorgio Colmenares Baptista se quitó y se le dio más privacidad, dando lugar a una escalera en forma  de caracol, en madera y hierro, pero con entrada por el pasillo.

El arquitecto quiso conservar el aspecto original y por eso trabajó básicamente con esos tres elementos: hierro, madera y vidrio, pero le imprimió el toque contemporáneo, rompiendo así con el tradicional blanco de la fachada, que era  difícil conservarlo siempre limpio. Del blanco se pasó a un morado suave, después a un ocre y ahora se pintó de palo rosa, destacando, en blanco, los elementos de alto relieve.

Las oficinas que hoy ocupa el director José Eustorgio Colmenares Ossa y la secretaria Lilia Zambrano fueron reformadas, hace cinco años, por el incendio que dejó todo destruido. Se aprovechó, igualmente, para rediseñar la sala de redacción construyendo un mezzanine de madera con acceso a una escaleras, que también forman un caracol, en madera y hierro con arabescos. Las oficinas del subdirector Cicerón Flórez Moya, y la del jefe de redacción, Ángel Romero Bertel, que quedan contiguas, tienen un aire de frescura. La antesala a una sala de recibo, en el mismo espacio, se decoró con sillones de telas con colores ácidos y se aprecia una división modular, en donde el vidrio juega un papel importante.

La Quinta Yesmín, donde vivió Doña Teresa Abrajim Elcure, se ha ido extendiendo. Antes sólo llegaba, por la avenida 4, hasta donde empiezan hoy los talleres de tipografía. Y por la calle 16 hasta donde quedan, internamente, las dependencias de fotocomposición y el CTP, que es donde se arma en forma electrónica el periódico y se transfieren, desde el computador hasta unas planchas metálicas, el material que finalmente se imprime en la rotativa.

Lo que en otrora era una de las primeras casas contiguas de propiedad de la familia Palacios, por la calle 16, se ha convertido hoy en una especie de galpón a donde se pasó, ensanchada, la rotativa, que es donde se imprime el periódico todas las noches. Allí el arquitecto Hernández Valderrama hizo el empalme perfecto dejando en los pasillos una estela romántica que traslada  la imaginación a las calles de Cartagena, valiéndose de faroles, proyectores, jardines y bancas de hierro.

Se aprovechó la otra casa para las oficinas del periódico Q´hubo y en la parte trasera se habilitó un  espacioso comedor y un salón herméticamente cerrado, con sistema de aire acondicionado, donde se llevan a cabo los consejos de redacción, en horas de la mañana, y también se usa para conferencias o atender a los colegios que visitan diariamente las instalaciones de La Opinión.

Aún se observan obreros dando los últimos toques donde se acomodó el archivo de contabilidad y el reciclaje.

Teresa Abrajim Elcure recordó, antes de irse, que en la Quinta Yesmín, funcionaron también las oficinas de la Petroleum Company y el Instituto Colombo-americano. Salió y recorrió nuevamente la fachada y posó frente a una de las ventanas por donde se asomaba, de niña, a ver la calle empedrada y a escuchar el ruidoso sonido del tranvía.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.


miércoles, 22 de febrero de 2012

133.- CUENTOS DE ESPANTO Y MIEDO

Carlos Humberto Africano

Hace días leí en el diario El Tiempo un artículo sobre “la inspiración”, donde les preguntaban a varios reconocidos autores sobre el momento de “la aparición de la musa”. Todos respondieron que “esa aparición” es apenas un instante, cuando surge la idea, y que a partir de allí lo demás es, como decía un presidente nuestro: trabajar, trabajar y trabajar.

Bueno, “me atropelló la diosa inspiración”. Se me atravesó en el camino como mula resabiada, porque la venía esquivando con este temita, que me lo presentaba de manera insistente y yo eludía abordarlo. Pero se me atravesó la condenada y pensé, después, que hasta se había presentado personalmente, pues fui sorprendido por una encantadora dama quien, aunque tiene poca afinidad conmigo, amablemente, con una espléndida sonrisa en sus labios, puso en mis manos el diario La Opinión y con su dulce voz me dijo: “Tome, profe, lea”. El periódico traía el artículo del amigo Gustavo Gómez Ardila “De las cosas de antes”, que habla de esas cosas que ya desaparecieron, como la mecedora de mimbre, el aguamanil y la bacinilla. Pero, además, decía Gustavo que no eran sólo ellas, sino que también desaparecieron las costumbres, como aquella de salir al atardecer al andén a refrescarse con la brisa de esa hora.

Recordé que no sólo era a refrescarse, sino a charlar en familia y con los vecinos. Hoy, esa buena costumbre se perdió. En la familia, hoy sólo hay incomunicación entre espectadores mudos frente a la odiosa pantalla de plasma o de cristal. Se acabó la camaradería y la amistad con los vecinos; o “la conocencia”, como decía mi nona Justina. Hoy todo es impersonal y se trata a la gente con recelo, con desconfianza y hasta con intolerancia.

Y fue ahí donde por fin la acosadora logró su cometido con su “misteriosa aparición” en la forma de mujer hermosa. En ese momento, nuevamente “la musa me aporreó” con los recuerdos de las cosas desaparecidas y no pude rehuir el recuerdo de que, hablando de apariciones y desapariciones, cómo será que hasta “las apariciones” desaparecieron, pues los espantos y los aparecidos se acabaron. Aquellos diablos, brujas y duendes se esfumaron como por encanto. Desaparecieron como por arte de magia los pactos con el diablo, los pactos con los muertos para que “cantaran la zona” sobre dónde enterraron sus guacas repletas de morrocotas; las ánimas en pena y los muertos aparecidos a la media noche. Desaparecieron los hombres lobo, las mujeres serpiente, las gritonas, las lloronas, los patasolas y los descabezados.

Ahora sí ya no tenía escapatoria, había sido atrapado por la musa. Así que juntos (con la musa, no con la dama) nos escapamos por el camino de mi amigo Gustavo Gómez Ardila. Con ella acariciándome, disfruté de sus placeres, al recordar que a las 7 de la noche, después de la comida (nosotros al último “golpe” lo llamamos comida, no cena), como no existía el odioso aparatico, nos sentábamos en el andén a “ver” y oír “las películas” de espanto y miedo que contaban los nonos o las nonas con espeluznantes narraciones, sobre personajes venidos del más allá. La película la contaban con todos los detalles y pormenores, que conocían íntimamente y que nos ponían los pelos de punta, porque ellos mismos eran los protagonistas de encuentros,  combates,  pactos,  carreras y escondrijos con aquellos asustadores seres.

Qué susto tan hijuemíchica: el alma empezaba a salirse del cuerpo, los ojos se brotaban, la sangre empezaba a hervir en las venas, un sudor frio recorría nuestro cuerpo, las manos sudaban copiosamente en ese delicioso pero a la vez temeroso momento del inicio de otro viaje al desconocido más allá, cuando veíamos que el nono o la nona empezaba la tarea parsimoniosa de encender el respectivo tabaco “Villamizar”, por el que ya había el primer roce nervioso por quedarnos con el anillo de papel del empaque. Después de la primera bocanada de humo, para llamar la atención, empezaba con su cansada voz: “Recuerdo (otra bocanada) cuando aquí mismito, en San… me topé de manos a boca con…”, y el nombre del fatídico personaje desataba la ola de sustos y miedos. Era el “detente” de todos, que quedábamos petrificados y, como autómatas, con ojos desorbitados seguíamos el expectante relato de esa película que no ocurría allá en la pantalla sino aquí en la vida real.

Era un viaje a lo desconocido con esos diabólicos seres descabezados, mancos o cojos esqueletosos, gritonas o lloronas cuyo lamento se oía lejos cuando estaba cerca y en cambio, cuando estaban lejos, el lamento se percibía al oído. ¡Qué susto! Era un encuentro con mulas que echaban candela por las patas; caballos negros que parecían dragones; diablos con sus botas de fuego, ardiendo; espantos, sustos y miedos personificados y materializados como translúcidas almas en pena; fantasmagóricas calaveras; fosforescentes ataúdes; muertos conocidos que saludaban con la mano fría, entierros (guacas) que sacaban y luego desaparecían a la vista porque “tenían pacto” con el muerto. Y todo esto ocurriendo en sitios por donde nosotros transitábamos, que en ese momento se transformaban en oscuros y peligrosos caminos de borrascosas tempestades con ensordecedores truenos e iban acompañados con personajes reales que teníamos a nuestro lado, pues siempre estaban en el reparto: la tía, el tío, ño fulano, ña fulana, el padrino, la madrina, el compadre o la comadre. Pero lo más impresionante eran los espectaculares efectos especiales que cada uno le ponía a sus cuentos.

Eran bellas alucinaciones dignas de Edgar Allan Poe: el carro fantasma echando chispas por debajo; el desfile del entierro invisible; el gato negro de ojos maledicentes que se transforma en diablo, o en mujer o en pantera; el duende chiquito, rechoncho, cojo y gruñón que se llevaba a los muchachos malos a rastras y, para que los devolviera, sus familias tenían que hacer mucha bulla; el perro diabólico con dientes de piraña; el diablo grandulón de capa negra y sombrero grande, flotando por los aires; la bella dama volando que, cuando ríe, muestra su dentadura desmueletada y sus filosos colmillos; el diablo jugando con monedas de oro por los aires; la clásica bruja volando en la escoba, que se transforma en serpiente, pero que, cuando se reza el Credo de para atrás, se transforma en la persona que es o se convierte en gallinazo, pero cuando se le arrojan unos granos benditos de mostaza también se transforma en la persona que es, y para que lo deje en paz a uno hay que regalarle sal bendecida y con esto también se conoce a la bruja, pues al otro día, unos decían que, la primera mujer con la que uno se encuentre, esa es, o que ella misma iba a solicitar que le regalaran un poquito de sal.

Pero, además, como la película ocurría en un tiempo inmemorial que podía ser el del momento, los tenebrosos personajes podrían estar por ahí cerca, al acecho, de modo que con mucho sigilo para no levantar sospechas del temor que nos embargaba, echábamos furtivas miradas hacia las esquinas o hacia los lugares oscuros “esperando no ver” al diablo llamándonos, o a la bruja bailando, o a la dama desmueletada sonriendo, o al carro sin ruido desapareciendo, o, peor aún, al duendecillo carcajeándose en la rama de un árbol, amenazando con su dedo maléfico, indicando que uno de nosotros sería el secuestrado de esa noche. Para completar el cuadro, en la semioscuridad y el silencio de la noche cualquier ruido o movimiento parece sospechoso, de modo que los gatos maullando por los tejados eran motivo suficiente de preocupación y de miradas inquietantes y el pulso se aceleraba en ese momento porque algún gracioso, con lo peligrosa que estaba la vaina, gritaba con voz de ultratumba: “Aaaquí estaaamooos”, y todos nos carcajeábamos nerviosamente. En ese momento, otro gracioso se reía con la quejumbrosa risa que ahora los efectos especiales le ponen a los seres de ultratumba en las películas, para más risas y más miedos. Al rato, otro susto más por el revoleteo de algún pato jirirí o de una garza extraviada. Ahora era el mismo nono quien confirmaba la llegada de esos seres: “Ya están por ái, óiganlos”, decía, y el miedo se acentuaba por el graznido de un pato, que era aprovechado por el tío o la tía para reforzar al nono, preguntando en tono quedo: “Esa es la llorona, ¿la oyen?”. Y en ese momento alguien del grupo pegaba un grito o hacía sonar unas latas.

Qué susto tan hijuep… Más lueguito, el canto “a deshoras” de un gallo era el clímax de la película porque, según el nono, aquello era un mal presagio y sentenciaba que algo malo ocurriría aquella noche. Para colmo, todo aquello era el recuento de lo que ayer les había ocurrido a ellos, con el mensaje de que mañana nos podría ocurrir a nosotros. Con cuentos así, ¿quién podría irse a la cama a dormir tranquilo?

Unas veces “la película” era aquí y otras, allá, porque los nonos de nuestros vecinos de cuadra también hacían sus relatos. De modo que cuando por alguna razón algún nono no salía a presentar “su función” de esa noche, sus espectadores cogían para donde estuviera el nono más cercano “pasando” su película. Lo bueno era que no había lugar para el aburrimiento por ver la misma película dos, tres o diez veces (como sí ocurre ahora) porque cada película era distinta, pues cada nono contaba la suya con él de protagonista, director y editor, con sus propios personajes de reparto, con sus propias locaciones, con argumento y guión propios. Todo esto hacía más interesante el ambiente entre nosotros, pues era la rivalidad de saber cuál nono era el más arrecho por haber tenido más y mejores encuentros con los seres del más allá.

Porque no eran cuentos, eran realidades. Su mayor éxito y nuestra admiración y creencia en ellos estaba en que teníamos la certeza de que sus relatos eran propios y reales. Porque a los pocos libros que había sobre el tema, ellos no tenían acceso; los demás, aún no estaban escritos, y el cine aún no había llegado a Cúcuta. De modo que eran ellos quienes in-ventaban la ficción con sublime fantasía e imaginación convirtiéndola en realidad, a diferencia de lo que ahora ocurre, donde la espeluznante realidad parece ser una copia de una repugnante película de horror repetida N veces. Hoy, todo aquello es un recuerdo almacenado en libros y películas que fueron escritos y sacadas de los relatos de nuestros nonos, que ahora reposan al lado de aquellos otros libros y películas que sólo son copias de esta cruda realidad que nos ha tocado vivir.

Pero como tenían que variar el repertorio, también hacían relatos con personajes criollos que igualmente ellos creaban con su exuberante imaginación. Relatos que fueron recogidos, algunos de ellos, en una versión personal por Beto Rodríguez, en el diario La Opinión. Así aparecieron:

     - La dama del puente: una chica muy bella que se aparecía en el puente, antes de los dos cementerios que hay hoy en la vía a Los Patios, que pedía el aventón y, después de que se montaba en el carro, se convertía en un esqueleto.

     - El diablo del King Kong: que se aparecía en el “desnucadero” de ese nombre, que quedaba cerca de “Tarapacá” (por ahí en la avenida 13 con calle 16), como un parroquiano grandulón, negro, rigurosamente vestido también de negro, bigotón, luciendo sombrero alón, sacando chispas con sus botas, deslumbrando y agraciando a las chicas con monedas y objetos de oro que sacaba de la nada  y  luego desaparecían de la cartera de ellas, e invitando a los caballeros a unirse a su mesa.
(“Desnucadero” es el genérico cucuteño para “motel” o burdel. Parece que la versión original de este cuento data de los años 20 del siglo XX en el sitio donde actualmente está el convento de las monjas clarisas, que era originalmente el bar King Kong y que, según la leyenda, hubo de edificarse el convento para quitar la maldición y correr al diablo. Pero después “reapareció” en el Nuevo King Kong.)

     - La monja clarisa: una agraciada dama que se aparecía en las noches oscuras por la Columna de Padilla, caminado con un bebé en los brazos. Era la llorona criolla que había sido obligada a entrar al convento de las clarisas, que queda por esos lados, porque “se comió el avío antes del recreo” con su novio.

     - El muerto de El Casino: un personaje que se suicidó cuando quedó arruinado por las continuas pérdidas de juego en El Casino, que quedaba en la esquina de la avenida 7ª con calle 9ª, y que después de su muerte se aparecía penando, vestido de paisano, jugando a las cartas con los parroquianos.

     - El teniente de El Castillo: El Castillo es una casona de rara arquitectura medieval, que queda en la avenida 4ª con calle 6ª, cuyo dueño era un teniente del ejército que encontró a su “amada y fiel” esposa en gimnasia sexual con otro hombre y “sucedió lo que tenía que suceder”. En ese castillo nadie podía y aún nadie puede vivir porque…

     - La Casa Encantada: una casa que aún existe y queda en la avenida 5ª con calle 17, en la que nadie podía vivir porque los objetos adquirían vida propia. Así, los platos volaban, los cuadros se zafaban de sus soportes, los muebles bailaban, los objetos pequeños desaparecían.

     -La Casa Embrujada: una casa que aún existe y queda al inicio del camellón del cementerio, en la “Esquina Miraflores” (calle 11 con avenida 15). A diferencia de “La Casa Encantada”, los objetos volaban, pero eran arrojados con violencia contra las paredes y contra el piso. Además, un fuerte olor a excremento se sentía en la casa y aparecían por todos lados heces de humanos y animales.

     -El descabezado del puente de San Luis: un loquito del más allá que andaba con su cabeza debajo del brazo, o a veces pateándola como si fuera balón de fútbol, que se aparecía furtivo, saliendo de entre las sombras en ese sitio y que perseguía a transeúntes, ciclistas o vehículos.

     -El niño de la muralla: un niño que murió ahogado en alguno de los pozos del río Pamplonita y que después se aparecía corriendo en la muralla de contención (lo que llaman hoy El Malecón) con su piel translúcida y fosforescente, en el barrio San Rafael, por ahí al frente de lo que ahora es el DAS. El peligro eran sus ojos inyectados de fuego y a quien mirara…

Con la misma inventiva nos echaban cuentos locales del barrio: el duende cojo de la esquina tal; el carro fantasma de la cuadra tal; la niña, o mujer o anciana del callejón tal; el susto, o miedo o aparición frente al sitio tal. Y casi siempre este era el remate de la velada a las 9 ó 10 de la noche y a esa hora, con la semioscuridad reinante en las calles y el silencio nocturno, irse para la casa a dormir, era para mearse del susto.

Fue por esos tiempos (años 60) que llegó a Cúcuta la primera película de miedo y que curiosamente era la única que no había sido contada por nuestros nonos: Drácula.

Y claro, con todos esos cuentos de espanto y miedo, el fervor por lo desconocido era un culto y estos cuentos estuvieron de boca en boca, como los cuentos de caballería en tiempos de Cervantes, y por supuesto que, para ponerle más suspenso a la proyección de la película, ésta fue presentada a media noche.

También por esos años de sustos, miedos y apariciones se inició el nadaísmo, y el abogado, poeta y quien sería gobernador de Norte de Santander, Eduardo Cote Lamus, se trajo a Jota Mario Arbeláez a dar un recital poético. Como era obvio en este ambiente fantasmal que se vivía, la citación para el recital no podía ser en otro sitio que el Cementerio Central; y la hora, naturalmente fue la media noche.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.


lunes, 20 de febrero de 2012

132.- DON JUAN ATALAYA Y PIZANO

Luís A. Medina S.


Juan Atalaya y Antonia

Del libro “La Familia Ferrero” cuyo autor es el médico cardiólogo Carlos S. Ferrero, tomamos para “CITA HISTORICA” algunos datos biográficos de Don Juan Atalaya y Pizano, natural de Jerez de la Frontera de la madre España, quien casó en Cádiz el 3 de febrero de 1774 con doña María Dolores Pizano.

Seguramente muchas personas y aún estudiantes desconocen la vida de este personaje, generoso y altruista, así como la historia de la ciudad misma, de los pobladores y fundadores de esta tierra, de esta Cúcuta fundada por doña Juana Rangel de Cuéllar al donar media estancia de ganado mayor que medían 782 hectáreas.

“Don Juan Atalaya con su esposa Doña María Dolores Pizano se residenciaron en Cádiz donde nacieron los dos primeros hijos de Don Juan Atalaya y fueron bautizados en la misma Antigua Catedral, parroquia de Santa Cruz” Francisco de Paula Gregorio Atalaya Pizano y José Atalaya Pizano.

Don José Atalaya y Pizano casó en Cádiz en la Parroquia del Rosario el 28 de enero de 1799, con Doña Silvestra Hazeta, y administró el sacramento el cura don Bonifacio Trinidad Castelli. Fueron sus hijos de este matrimonio los siguientes:

l.  Francisco Agustín, 14 de marzo de 1800.
2. Cayetano Ángel, 13 de mayo de 1801.
3. Luís Agustín José, Septiembre de 1803, muere en el mismo año.
4. María Dolores, 9 de noviembre de 1805.
5. José, 16 de septiembre de 1807, muere en 1813.
6. Juan Joseph Silvestre, 2 de mayo de 1810.
7. Manuel Cayetano José Juan, 8 de marzo de 1813.
8. María Regla Josefa Claudia, 10 de julio de 1814.
9. Josefa María, 4 de noviembre de 1817.
l0.José María, 26 de junio de 1821.

Parece que Don Juan Atalaya y su esposa Doña María Dolores Pizano, se residenciaron más tarde en el Gran Puerto de Santa María y debieron tener más hijos en el lapso comprendido entre 1776 y 1784 que nace su hijo Don Juan de Atalaya, tronco de la familia en Colombia y Venezuela.

La ciudad y gran Puerto de Santa María, en la Provincia de Cádiz, es muy importante y de ella vinieron a la América muchos andaluces que se radicaron en Pamplona. N. de
Santander.

Don Juan de Atalaya, tronco de la familia en Colombia y Venezuela nació en la ciudad y gran Puerto de Santa María y fue bautizado en la Iglesia Prioral, Parroquia de Nuestra Señora de los Milagros. Don Juan Atalaya, como se acostumbró llamar, pasó su niñez, adolescencia y juventud en Andalucía al lado de los suyos. A principios del año 1815 embarca para América y llega a Maracaibo en donde se relaciona con la familia Rodríguez Butrón que tenía seguramente amistad y conocimiento de los Atalaya de Cádiz.

De la familia Rodríguez Butrón fue don Antonio Manuel Ramón Rodríguez Monsalve, natural de la provincia de Cádiz, en donde nació el 17 de enero de 1753, quien salió de Cádiz para América el 30 de septiembre de 1784 y llegó a la Guaira el 15 de noviembre del mismo año. Pasó a Maracaibo, a donde arribó el 26 de febrero de 1785.

Don Juan Atalaya contrae matrimonio en Maracaibo el 23 de octubre de 1815 con Doña Antonia Josefa Paula María del Carmen Rodríguez Butrón, nacida en Maracaibo el 15 de enero de 1795. Se bautizó el día 18 del mismo mes y año. Fue hija de don Antonio Manuel Rodríguez Monsalve y Doña Nieves Butrón Machado. Murió, cuatro días después del terremoto de Cúcuta el 22 de mayo de 1875.

Don Juan Atalaya era un hombre de empresas comerciales. Primero en Maracaibo y después en Cúcuta en donde se radicó en el año de 1835. “Fue generoso al donar al Municipio de Cúcuta el 21 de septiembre de 1850, cuatro estancias de ganado mayor para que fueran propiedad del Cabildo. Hoy día esos terrenos constituyen el Barrio de Juan Atalaya de la ciudad de Cúcuta. Tenía raras costumbres: se hacía siempre la corbata de lazo sobre la quijada y luego la dejaba caer sobre el blanco cuello de la camisa; cuando en su hogar se servía la comida, los que llegaban retardados, se sentaban a la mesa, pero sólo podían comer del manjar que en ese momento se estaba comenzando a servir; tenía por todas sus siete hijas y frecuentemente les obsequiaba telas finas para que hicieran vestidos, pero exigía que para lucirlos, estrenaran todos a la vez; como su hija Adelaida era algo despaciosa para la costura y las demás hubieran terminado sus crinolinas, deseando usarlas prontamente, convenían en salir todas al salón, ataviadas con sus hermosos y amplios trajes y Adelaida por detrás de todas sacaba la cabeza, entre sus hermanas que la tapaban con amplias faldas, don Juan no reparaba el engaño filial; cuando sus hijas estaban en el salón recibiendo las visitas de los jóvenes que las pretendían, al sonar en el reloj las 10 de la noche, don Juan les decía a los pretendientes “son las diez, deja la calle para quien es ‘
.

El distinguido escritor e historiador don Leonardo Molina Lemus, nos presenta una historia cronológica de don Juan Atalaya, tomado también del libro de “La Familia Ferrero”.

De este enlace se desprende una numerosa familia que se emparentó en Colombia, entre otros, con descendientes de la heroína Mercedes Ábrego, con la familia del General Virgilio Barco, la del doctor Emilio Ferrero y la del prócer y mártir de la Independencia Joaquín Camacho, de cuya rama proviene el notable cardiólogo bogotano Ramón Atalaya, quien era su bisnieto. Una de las hijas de don Juan, doña María Dolores— se desposo con el bogotano Francisco Javier Caro, tío del poeta José Eusebio Caro.

Y su nieta María Antonia Ferrero Atalaya fue la esposa del expresidente de la república, General Ramón González Valencia. La rama venezolana también se ha visto honrada con muy valiosas figuras de la sociedad.

El médico Ferrero Ramírez escribe que “don Juan Atalaya era un hombre de empresas comerciales importantes y sus negocios fueron muy prósperos. Su partida de bautismo, que transcribimos de la obra arriba citada, dice como sigue:

“En la ciudad y Gran Puerto de Santa María el viernes catorce de mayo de mil setecientos ochenta y cuatro, Yo, don Diego Felipe de Vergara cura de la Iglesia Mayor Prioral de esta ciudad, bauticé a Juan Manuel José María Francisco de Paula Pedro Regaldo, hijo de don Juan de Atalaya y de doña María Dolores Pizano que dijeron ser casados en Cádiz, nació a trece de dicho mes y año, fueron sus padrinos don Manuel Tocado y doña Faustina de Cañas, a quien advertí el parentesco espiritual y su obligación y lo firmé. Diego Felipe de Vergara. (Libro 91 folio 11 vuelto, Parroquia de Nuestra Señora de los Milagros)”.

Hijos del matrimonio Atalaya Rodríguez fueron: Antonia Josefa, María Ramona, Josefa Amelia, Juan Manuel, Petra Estefana, Adelaida, José Antonio, Carmen Francisco Antonio y Edelmira Paula. Sólo los dos últimos nacieron en Cúcuta. Los restantes son oriundos de la ciudad de Maracaibo.

Todos se casaron con colombianos, excepto doña Adelaida, quien lo hizo en San Cristóbal con el español Domingo Martínez.

Don Juan Atalaya fue propietario de extensas haciendas en las vecindades de Cúcuta, entre las que sobresalía la de Aguasucia, donde se elaboraba panela. Las instalaciones de esta finca debieron ser muy confortables, pues allí falleció doña Edelmira Atalaya de Maldonado, bisabuela de la familia cucuteña Barco Vargas, el día 7 de noviembre de 1875.

Según partida del libro 6 de defunciones, folio 2, de la parroquia catedral de San José, que dice textualmente:

“En la capilla de Nuestra Señora del Carmen en el llamado ruinas de Cúcuta a ocho de noviembre de mil ochocientos setenta y cinco se hicieron funerales con oficio rezado al cadáver de la señora Edelmira Atalaya, esposa que fue del señor Benigno Maldonado. Se administraron los sacramentos de la penitenciaría y extremaunción, pues murió en Aguasucia. Nepomuceno Landazábal”. Esta partida nos da a entender que las principales familias de la extinguida ciudad, tuvieron en las viviendas rurales no afectadas por el espantoso cataclismo que refugiarse durante mucho tiempo en las viviendas donde el cataclismo no afectó demasiado. Aguasucia está situada a nueve kilómetros al sur de la ciudad de Cúcuta y posee una pequeña capilla construida en 1789 cuando fue propiedad de una comunidad religiosa de Pamplona.

Al distribuir la cuantiosa fortuna dejó ricos a sus herederos, el ilustre peninsular fue generoso y expresivo con su patria adoptiva, pues le donó, para futuros ensanches, la pintoresca sabana donde hoy se desarrolla la populosa ciudad cucuteña que con justicia lleva su nombre.

También forman parte de esta valiosísima donación, las tierras donde hoy se asientan los barrios de Chapinero, Barrio Nuevo, Tucunaré, Doña Ceci, Claret, Los Motilones y Comuneros.

En el gesto del señor Atalaya se advierte un elevado y claro fin altruista, pues él adquirió estos terrenos exclusivamente para obsequiarlos al cabildo, para que le sirviesen de ejidos, según reza la respectiva escritura.

“Los regaló al mes de haberlos adquirido. Sin embargo la posteridad poco ha hecho por elevar tan imponderable beneficio. Ha sido más consecuente con doña Juana de Cuéllar”.

Don Juan Atalaya falleció en Cúcuta el 15 de enero de 1860, a la edad de setenta y seis años. Nuestra búsqueda de la partida de defunción ha sido infructuosa, pues muchos libros parroquiales desaparecieron durante el terremoto. Su distinguida esposa sobrevivió quince años, pues se contó entre las víctimas de la aludida tragedia, en la cual resultó gravemente herida, falleciendo cuatro días después.

Esta modesta información busca hacer un poco de luz, sobre una persona que intuyó hace más de un siglo el inmenso crecimiento de la capital nortesantandereana. Un personaje que es parte del patrimonio histórico de la ciudad y que tiene muchos méritos abonados para la gratitud de los colombianos. “Hasta aquí los datos históricos de don Leonardo Molina Lemus”.

Don Juan Atalaya, fue concejal de Cúcuta, en aquella época en que los nombrados debían reunir cualidades excepcionales de dignidad ciudadana, condiciones morales y todo un decálogo de virtudes y requisitos de ley, donde se exigía no ser deudores al fisco o la Real Hacienda y no tener causa criminal pendiente y el juramento era solemne y se le entregaban las varas o credenciales y juraban fidelidad.

Fue Síndico del Hospital San Juan de Dios durante varios años, posesión a la que sirvió cívica y generosamente.

HALLAZGO. En una de las andanzas periodísticas e históricas, encontré en uno de los llamados cuartos de “San Alejo” en la Iglesia de San Antonio de Cúcuta, una lápida de mármol de Carrara, de un metro diez centímetros de alto por noventa centímetros (1.10 x 90) con la siguiente inscripción corno lo muestra la fotografía tomada en el lugar del hallazgo:

HISTORICA LAPIDA

“JUAN ATALAYA”
Nació el 13 de mayo de 1784
en el Puerto de Sanita María en España
Murió el 15 de Enero de 1860.

De inmediato publiqué la fotografía en uno de los diarios de la ciudad de la histórica lápida del benefactor, dirigiéndome a la Academia de Historia del Norte de Santander y nadie se interesó.

Un año más tarde, cuando el centenario del terremoto, me dirigí al entonces Director del llamado “CUCUTA 75” Dr. Luís Raúl Rodríguez Lamus, y el silencio fue sepulcral.

Esa placa bien hubiera servido, para erigirle un monumento al benefactor de Cúcuta, JUAN ATALAYA, allá en el barrio de “Juan Atalaya” que forma parte de los terrenos que él obsequió para complementar la fundación de Cúcuta.



Recopilado por : Gastón Bermúdez V.