Gerardo Raynaud
Agonizaba 1968, año de múltiples vicisitudes, cuando sucedió un hecho que sacudió aún más las fibras de la sociedad local. Las hermanas Isabel y Amira Barroso, unas ancianas señoritas, fueron vilmente asesinadas en su humilde residencia identificada con el número 5-39 de la calle quince, a escasos metros del centro de la ciudad. Era el viernes 18 de octubre y un mensajero de Telecom, que ocasionalmente entregaba telegramas que le enviaban sus parientes, se extrañó que a esa hora, las 4:30 de la tarde la puerta de la calle estuviera entreabierta, pues sabía de los temores que las ancianas tenían y por eso mantenían siempre la puerta con llave y trancada desde el interior. Dicen las crónicas que el mensajero tuvo una inquietante sospecha y por lo tanto, se asomó temeroso y vio con consternación la dantesca escena. Despavorido corrió hasta el DAS que entonces quedaba en la calle 17 entre segunda y tercera a relatar lo que había visto. De inmediato un par de agentes se desplazaron al sitio de los acontecimientos, no sin antes advertirle al pobre mensajero que quedaría a la orden de la institución, como sospechoso, situación que por esa época era de común ocurrencia y que era la razón por la cual, muchos se abstenían de avisar o denunciar actos ofensivos.
A su llegada, los detectives se encontraron con una pequeña habitación, escenario del crimen, reguero y destrozos, cosas rotas casi inservibles y el cuerpo de Isabel, de 65 años, tendida sobre la cama y el de Amira, en el suelo. Al parecer habían muerto de asfixia y se avizoraban claros indicios de violencia morbosa; al principio se pensó que había sido un crimen por codicia, pues se rumoraba que las ancianas señoritas almacenaban cantidades de dinero, joyas y otros valores. De acuerdo con las primeras pesquisas, se determinó que los delincuentes habían accedido a la morada por un muro posterior, pues encontraron pisadas y un matero roto en el patiecito que colindaba con su habitación y después de su criminal acto, salieron a la calle por la puerta principal. Muchas versiones circularon sobre la muerte violenta en el sentido de que no fueron ladrones profesionales de grandes ejecutorias, pues parece que no sabían tras de qué iban y es posible que la muerte, pudo no ser necesariamente el robo y quizás, por el tiempo prolongado que estuvieron amordazadas se haya producido su deceso. También se especuló sobre la posibilidad que pandillas juveniles hubieran intervenido en el suceso, pero esta hipótesis fue descartada prematuramente por la autoridad alegando que éstas no habían llegado a cometer aún, este tipo de fechorías. Al principio no se pudo establecer si había dinero en la habitación, pero las autoridades argumentaron que un golpe de estas proporciones no se ejecuta para salir con las manos vacías.
Pero, ¿quiénes eran las señoritas Barroso? En algunos sectores de la ciudad, se señalaba a las ancianas como personas adineradas pero avaras. Provenían de una familia de acaudalados comerciantes en el ramo de la actividades farmacéuticas, pues habían sido propietarios de las boticas Barroso, Blanco y la Cucuteña, las que habían funcionado años atrás, pero que después de algunos periodos difíciles tuvieron que cerrar sus puertas. Se pudo establecer que sus padres les dieron una esmerada educación, incluida la educación musical, para lo cual adquirieron un piano de cola, importado de Europa a comienzos de siglo, pero que pasada la guerra civil de los Mil Días, la familia vio menguada su fortuna y tuvieron que vender sus pertenencias paulatinamente para poder sobrevivir, incluyendo el famoso piano. Las colecciones de arte francés, varias porcelanas italianas Cappo di Monte, unas piezas de cristalería de Bohemia y otros lujos refinados fueron vendidos por la familia a precios irrisorios. Sin embargo, Isabel y Amira continuaron sus estudios y alcanzaron a diplomarse como Maestras Normalistas, profesión que desempeñaron con orgullo la mayor parte de su vida, pues al momento de su muerte, gozaban de su respectiva jubilación. A pesar de tener asegurada su pensión, las distintas circunstancias que en ese momento vivía el país, no les garantizaba a los retirados, un transcurrir digno, ya que en muchas ocasiones las mesadas no llegaban oportunamente.
Tres días después, se practicó la inspección judicial por parte de la jueza Séptima Penal Municipal, la doctora Perla Betty Vélez de Prada. Recordemos que esta misma jueza murió de manera violenta, tras un atentado, que no tuvo relación con este caso, varios años más tarde. En esa detenida inspección ocular se encontró en un envoltorio, que habían disimulado siete monedas de oro que tenían un valor aproximado de $3.000 y una multitud de documentos que arrojaron luces sobre la personalidad, la historia y los problemas que aquejaban a las víctimas. Después se pudo establecer que las hermanas Barroso no poseían bienes de fortuna y que sus problemas económicos se hacían cada día más angustiosos. En sus últimos días, vivían de los auxilios de sus familiares con quienes mantenían contacto vía telegráfica, uno de cuyos mensajeros fue precisamente quien descubrió el crimen.
Durante toda esa semana se desarrollaron intensas pesquisas para dar con el paradero de los homicidas y ya al final de la misma, en una casa del barrio Gaitán, se encontró una apreciable cantidad de finas porcelanas, así como unas cartas de los familiares de las Barroso y un reloj de leontina. La dueña de la casa, una mujer de apellido Valencia se había enterado del crimen por la prensa y narró a los detectives que tres personas le habían solicitado que les guardara los objetos por unos días mientras regresaban de un viaje. Después de esta operación, los detectives pudieron identificar a los sujetos a quienes lograron apresar y develar lo sucedido. Los antisociales habían planificado el robo en una casa del Barrio Magdalena; fueron cuatro hombres y tres mujeres, entre ellas Edna Esther Correa conocida en los bajos fondos como la Negra Mónica quien fue la persona que relató con detalle los hechos. Una vez ultimados los pormenores, la banda salió de allí, con su buena dosis de mariguana en la cabeza, escalaron la pared posterior de la vivienda, amordazaron a las ancianas e iniciaron el saqueo.
Parece ser que las morrocotas halladas por la jueza, eran sólo una parte de una cantidad apreciable que fue sustraída.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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