Luis
Arturo Melo
Pisando los
años 60 éramos unos adolescentes inmamables con sobradas razones. El entorno
cultural nos motivaba, y -¡qué atrevimiento!-, en los centros literarios del
colegio, posábamos de intelectuales biches.
No era para menos. Vivimos en tiempo real fulgores culturales. En el palacete de la Gobernación del Departamento de sus muros no colgaba como ahora propaganda política, ni pendones laudatorios al gobernante, sino cuadros de la nueva ola pictórica colombiana, de los monstruos sagrados: de Obregón, de Botero, de Grau, de Negret y Manzur y en los pasillos las esculturas modernistas de Ramírez Villamizar. Los gobernadores de la época eran de talla intelectual como Eduardo Cote Lamus y la escala de valores diferentísima a la degradada actual.
En ese entorno conocí a Yolanda Lamk Valencia.
Yolanda estudiaba en el Colegio de las Bethlemitas recién fundado en la calle 11 entre avenidas segunda y tercera e integraban un combo de sardinas insoportables y burleteras con Marina Melo, Eumelia Arámbula, Nelly Mogollón, Zaide Quintero, Gladys Matamoros, Elisa Soto, Merceditas Téllez, entre otras. Yo era estudiante del Colegio La Salle y contrarrestábamos sus agradables agresiones y burlas con actuaciones gregarias y de género con Polo Sosa, Alberto Rosal, Mario José Luna, Carlitos Villamizar y el Gordo Jaime Ramírez.
Golpe iba y
golpe venía con las insoportables y todo dentro de la mayor cordialidad.
Yolanda era líder y no obstante ser la menor del combo, vetaba y sacaba al que
quería y luego en su nunca inacabable estrategia de gran conciliadora, con un
abrazo o un gesto afectuoso recomponía el grupo. Era curioso pero sus mejores
aliadas casi todas tenían su residencia a lo largo de la avenida tercera del
barrio La Playa. Mi prima Marina Melo en la 17 y de ahí hacia abajo y hasta el
colegio de las “Belemas” las demás.
Con ellas y mirándonos de lejos, vimos en el Teatro Santander el estreno de la magistral película La Guerra y La Paz de Tolstoi, en la versión dirigida por King Vidor, y El puente sobre el Rio Kwai de David Lean con Alec Guinnes y William Holden, cuya marcha musical tomaron desde entonces para algunos noticieros cotidianos de la localidad.
Ya hechos bachilleres todos, nos perdimos en ese peregrinar de la época por no tener en la ciudad una universidad. Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena, Manizales y Bucaramanga eran nuestros destinos académicos. Las amistades de crianza se fueron esfumando, las distancias y el tiempo crearon baches en el afecto común, y esa tendencia egoísta de nuestra idiosincrasia nunca dejó recomponer cercanías, que si lo fueran, construirían más identidad regional.
Sin embargo, Yolanda nunca dejó esfumar su capacidad de liderazgo, que era un don natural que adornaba con su autoridad moral. Un reencuentro con ella, era como iniciar una conversación suspendida ayer, así pasaran meses y aún años. La retomaba con la mayor naturalidad y con algunos amigos como yo, terminaba en el más cariñoso pero espectacular regaño.
El último que
recibí, en el atrio de “La Canasta”, tuvo que ver con mi deserción goda y mi
vinculación verde a la campaña de Anthanas. Premonitoriamente me advirtió el
golpe verde que hace poco recibí. Así era Yolanda.
La lotería que se ganó José Rafael su marido del alma, fue la bendición de Dios con la que lo arropó para siempre. A él y a sus hijos les entrego este agradable recuerdo, pues su vida fue siempre una canción a la alegría.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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