Tomado del
Libro del Centenario del Club Comercio
En Cúcuta se construyó, con dineros de Domingo Guzmán, el que se
convertiría en el primer teatro, hecho en madera, casi en su totalidad. Se
levantó en el sitio actual de la Avenida Sexta entre calles octava y novena. En
un principio se llamó Teatro de Cúcuta. Posteriormente se le puso el nombre de
Teatro Guzmán.
En la década del 80 se inauguró el Ferrocarril de
Cúcuta y se abrió el mundo para la ciudad. Los jóvenes de las familias
pudientes estudiaban en Londres, pues era más fácil viajar a la capital de
Inglaterra que a Bogotá.
En el Club de Comercio se oía la música que producía
el fonógrafo, el cual consistía en un mecanismo que hacía mover unos cilindros
de goma. Este maravilloso invento de Edison, hacía furor por aquella época.
Tenía la ciudad 12.000 habitantes, 7 calles, 6 avenidas
y 5 años, pues el terremoto del 18 de mayo de 1875 la había destruido
totalmente.
El padre Ramón García, cura de Bochalema en carta al
Dr. Laureano Manrique describe cómo era Cúcuta en 1880.
Sr. Dr. Laureano Manrique
Mi muy querido amigo:
No quisiera irme de esta ardiente y pintoresca ciudad,
sin enviar a Ud., mi fino amigo, mis afectuosos recuerdos y con ellos, por vía de obsequio, una ligera
noticia descriptiva, trazada a grandes brochazos, que le dé siquiera una remota
idea del nuevo Cúcuta, pues del que Ud. conoció en el año de 1841 al que hoy
existe, hay tanta distancia como de la tierra a la luna.
Este nuevo Cúcuta ha perdido mucho de su antiguo
genial carácter, que era peculiar y exclusivo, pues aunque algo le queda del
tipo calentano, ya ha transigido mucho con la ruana del parámetro y la
chaquetica blanca cedió su puesto a las holapandas y levitas de larga y flotante
falda, gruesa y reluciente botonadura, que bien les sienta a los cuerpos
delgados, flexibles y elegantes de los hijos de este delicioso valle.
Aseguran todos que la nueva población, así delineada
como está, con calles anchas y rectas, consulta más la comodidad y la belleza; sea,
y no quiero contradecir tal opinión. Pero la gracia y especial fisonomía de la
muy alegre y antigua ciudad, con su aire novelesco y su exquisito aseo, no es
posible dejar de echar de menos. Será que tanto nuestro espíritu como nuestro
corazón se apegan a los paisajes y localidades que se conocieron en los días de
la infancia? No hay duda el grande escritor francés Msr. de Lamartine, no vio
una casa mas pintoresca que la granja o cortijo donde él se crió. La
memoria guarda frescos esos recuerdos,
y es por eso por lo que yo siento pena y mi espíritu se abate, al acordarse del
histórico y bullicioso Cuatro Esquinas, La Plazuela de Cortés, y otros parajes
deliciosos, que hoy apenas, se puede reconocer. Cuántas veces, al pasar por
cerca de aquellas venerables ruinas, rodó una lágrima de mis ojos, al evocar
lejanos tiempos y dulces memorias…
La parte poblada, no hay duda, es magnífica, tiene un
aire enteramente moderno, según dicen, europeo; las amplias avenidas, que dan
entrada a la plaza principal, son espaciosas y elegantes y están sembradas de
largas hileras de clemones (ojalá fueran nísperos), de pobre follaje, que
prometen sombra dentro de algún tiempo; pero que todavía están como los álamos
de Msr. Chateaubriand cuando escribía las Memorias de Ultratumba en el Vallée
aux Loups, que es necesario prestarles sombra, sombras que ellos devolverán
algún día.
La Gran Plaza, centro de la población, es un
hectómetro perfectamente cuadrado, bella, limpia y nivelada; creo que no tendrá
rival en Colombia. Aquí tiene lugar el mercado diario y el dominical; sensible
es que poblaciones esencialmente católicos no establezcan sus mercados en otro
día fuera del domingo, como sucede en los Estados de Boyacá y Cundinamarca y
aun en los mismos Departamentos del Socorro, Vélez, Guanentá y Soto, que
pertenecen a ese Estado. Se echa de menos al frente de esta plaza EL Templo
Parroquial, que es como si dijéramos el rostro y la mirada de todo centro
poblado, grande o pequeño.
El espero y grupo que se han empleado en la
reedificación de la nueva ciudad, no dejan nada que desear. La cuatro Boticas
principales, tan lujosas como bien servidas, son de un tono verdaderamente
francés y las elegantes y vistosas casas de comercio de los señores Bonet y
Compañía, Estrada e Hijos, Díaz y Cía., Gandica, Riedel, Cabrera y Ferrero, son
hermosísimas.
LA Aduana, propiedad de la nación, es un edificio de
hierro grande y de bella apariencia, pero no muy adecuado para este clima.
El hospital de caridad, regular edificio, costeado con
limosnas de doña Victoria Reina de Inglaterra y el benemérito patriota Vicente
Agustín Galvis, tiene tres Departamentos con grandes salones, agua abundante y
espaciosos patios. Hace falta allí un oratorio. La Sindicatura está
perfectamente bien servida por el Sr. Juan Atalaya, creo que sin remuneración
alguna; pero su caridad no quedará sin recompensa, y la gratitud y
consideraciones de los cucuteños no le serán escatimadas porque bien las
merece.
El camellón o gran carretero del comercio (av. 7ª) por
donde deberá pasar el ferrocarril hasta los almacenes de depósito, es digno de
verse, como un cosmorama y por la noche en silencio y calma, alumbrado con gas
y cubierto de paseantes. Aquí está, aquí vive el Cúcuta mercantil; aquí es
donde se encuentran los hombres de cálculo, del tanto por ciento, los hombres
números, como los llama cierto sujeto.
Frente a la capilla de San Antonio, que hoy está como
a unas cuatro cuadras debajo de la que Ud. conoció (estaba situada en la calle
11 entre avenidas 7ª y 8ª) se halla una linda y deliciosa plaza bautizada con
el simpático nombre de Mercedes Abrego, heroína mártir de nuestra
independencia, gloria de nuestra querida patria, cubierta de árboles de gran
ramaje y pintoresco aspecto; esta plaza, silenciosa y fresca, es un paseo
público de lo más agradable. Muchas tardes gocé de este inocente y grato placer
sumergido en una dulce contemplación; tuve momentos deliciosos, trayendo a mi
memoria, entre otros nombres , el de
aquel que nunca podrá olvidarse en Cúcuta, el del Dr. Domingo Antonio Mateus,
el sincero y leal amigo víctima del terremoto de 1875. Trabajó con constancia
en esta ciudad por la construcción de un magnífico templo que estaba casi del
todo concluido cuando se verificó la terrible catástrofe.
Como por encanto, como por sueño me parecía ver
aquellos dos ídolos del pueblo, aquellos filántropos que se familiarizaban
hasta con el infeliz, cuya memoria vive y vivirá siempre, Pedro María Reyes y
Juan Luciani. Quién no conoció aquellos venerables patriarcas?
La capilla de San Antonio que hoy sirve de parroquia ,
es un bonito y elegante edificio perfectamente aseado y paramentado con esmero.
En los días de gran concurso tiene que ser incómoda y en extremo calurosa.
Hay aquí establecidas algunas hermandades. La del
Sagrado Corazón de Jesús, dignamente presidida por la estimabilísima y virtuosa
Enriqueta Ferrero; es algo reducido su número , pero presta importantísimos
servicios. Actualmente se ocupa de colectar una suma para la consecución y
transporte de las hermanas de la caridad para el Hospital y la enseñanza de los
niños pobres, sostiene una escuela católica y enseña el catecismo todos los
domingos. En esta hermandad figuran desde las primeras matronas de la alta y
culta sociedad, hasta las más humildes hijas del pueblo, pues para entrar en
esta congregación sólo se les exige una conducta intachable y virtud
acrisolada.
La Asociación del señor San José, compuesta de
honrados y virtuosas artesanos, hijos del pueblo, pero de costumbres sanas y
conducta irreprendible, contribuye a fomentar el culto y le prestan importantes
servicios al párroco. Tienen estatutos y reglamentos que ellos observan
estricta y religiosamente. Esta asociación está en vía de hacer grandes cosas,
si, como espero, ella toma todo el incremento que debe, y acomete sin miedo la
reforma y moralidad de las costumbres.
Hay también en
Cúcuta un teatro de propiedad particular, que facilita el establecimiento de
compañías dramáticas en ciertas temporadas. El local es precioso y elegante
monumento construido con mucho gusto y arte; allí tuvieron lugar los actos
literarios del Colegio de Zea, dirigido por los señores Vega y Belloso, que
ojalá continúe su marcha para honra y provecho de la juventud cucuteña.
La nueva ciudad está hoy dividida en nueve barrios o
secciones, algo distantes unos de otros, a saber: La Vega, El Caimán, El
Páramo, El Llano, El Callejón, La Playa, Curazao y Los Balcones. El día que la
población se condense y el comercio y la industria revivan, Cúcuta será una de
las primeras ciudades de Colombia.
No se puede negar que el aire particular y propio,
especial del cucuteño, tiene perfecta analogía con el aspecto de la naturaleza
y lo risueño y alegre de este ardiente clima. El cucuteño es vivo, inteligente,
simpático y agradable en todas sus manifestaciones; propenso a la hilaridad y a
los placeres, como bien inclinado al trabajo, a la industria a las artes y a
las letras, pues para todo tiene vocación; y así como es abierto, franco y
listo para la diversión, es también piadoso y espiritual para concurrir y tomar
parte en los actos religiosos. Esto, por supuesto en lo general, pues siempre
hay que exceptuar algunos descreídos, de vida impura, escoria despreciable en
toda sociedad.
Este pueblo tan festivo, tan alegre y formal, desprendido
y generoso en otros tiempos; este pueblo cucuteño tan enemigo de la tacañería,
apura hoy hasta las heces el amargo cáliz de la pobreza, porque en un día y en
menos de un segundo quedó desposeído, viudo, huérfano, mendigo y sin hogar,
vagando a la ventura como triste paria, viendo derruidos escombros y confusas
ruinas, su patria, su hogar y sus haberes.
Pobre pueblo cucuteño! El terremoto del 18 de mayo de
1875, y luego la crisis económica que sobrevino después, le tiene reducido a
una dura y triste situación, pero este virtuoso y simpático pueblo, valiente y
resignado, lleva su pesada cruz con cristiana paciencia y estoica conformidad,
no sin derramar en el silencio abundantes lágrimas; pero esas lágrimas serán
enjugadas, y este pueblo purificado por el martirio y depurado por una larga y
dolorosa expiación, recuperará el bien perdido y tras los largos días de
infortunio vendrán los florecientes años de prosperidad y de ventura.
Tales son mis votos y tales mis esperanzas.
Su affmo. amigo, Ramón García
Diciembre 16 de 1880
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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