David Bonells Rovira
Ha cambiado bastante la Cúcuta de 1980
de la de 1880 y 1930. Tiene actualmente 400.000 habitantes, 74 barrios, un área
urbana de 40 kilómetros cuadrados, el centro de la ciudad ocupa 130 hectáreas,
funcionan 8000 establecimientos comerciales, 15 aviones llegan diariamente a
Cúcuta, 40.000 turistas y un millón de dólares.
Tiene dos universidades, un Instituto de
Cultura y Bellas Artes, varias bibliotecas, 89 escuelas, 49 colegios de segunda
enseñanza y 60 de primaria.
Más de 100 hoteles, entre ellos 14 de
primera categoría y un sinnúmero de buenos restaurantes.
El Dr. David Bonells Rovira, describe
así a la ciudad:
Emplazada en el valle que
topográficamente forman al abrirse los dos ramales de la cordillera Oriental,
entre tres ríos y a corta distancia de la frontera con Venezuela, Cúcuta es lo
que se llama un lote bien situado y de porvenir.
Destruida por un terremoto y vuelta a
levantar en ese mismo sitio, Cúcuta fue hasta no hace mucho tiempo una urbe
ortogonal de calles anchas y cuadras de cien metros. Hoy, apremiada por las
migraciones y el aluvión demográfico, surge ante los ojos del visitante como la
típica mancha de tinta que en el mapa simboliza la ciudad moderna.
Si la miramos desde arriba, como a vuelo
de avión, no nos será difícil distinguir el valle y los cerros que lo cercan.
El río fluye allí como fluye la línea del destino sobre la palma de un puño que
se cierra. La lluvia cae a cántaros apenas de vez en cuando, y la tierra es
árida y desguarnecida bajo el rigor sol.
Lo que fue la ciudad reconstruida de
finales de siglo, es hoy el área comercial central de la urbe moderna. Aquí y
allá fueron cambiando el uso de la tierra, renovando viejas edificaciones y
emplazando otras. El parque ya no es parque sino plaza y sirve de vestíbulo a
los almacenes y edificios bancarios y de oficinas que se apiñan a su alrededor.
En el área circundante a este sector la
ciudad se deteriora, el tiempo poco a poco ha venido escarbando los solares de
El Contento, La Cabrera, Carora, El Llano y Callejón; otro tanto ocurre con el
Latino y con La Playa, hoy en proceso de renovación. No lejos de allí comienza
a desarrollarse la ciudad moderna, la nomenclatura es igual pero a la inversa, calle
segunda, calle primera, calle primera norte, calle tercera… lo mismo sucede a
la derecha donde la Cero marca los dos comienzos de la avenida primera.
A lado y lado de estas vías han ido
brotando casas y edificios de moderna arquitectura, donde habitan familias de altos
y medianos ingresos; son los barrios: El Rosal, Blanco, Libertadores, Quinta
Vélez, Colsag, Riviera, Quinta Oriental, Popular, Quinta Boch, Lleras Restrepo…
Un poco más allá, sobre las laderas de
los cerros, la marginalidad le sirve de telón de fondo a la ciudad: miles de
tugurios emplazados al pie de la erosión van formando un cinturón de
desarraigo, en cuya trama la pobreza ciudadana encuentra su máxima expresión.
Lo que sigue después son los barrios
obreros, localizados sobre el lomo de los cerros y a lo largo de las vías
regionales que unen a Cúcuta con los municipios vecinos de El Zulia, Villa del Rosario
y Ureña.
Aquí se vuelve difusa la visión de la
ciudad, ya no cabe en el ojo y se diluye. Es necesario palparla más de cerca
para saber que Cúcuta no es solo el paisaje urbanístico que se ha contemplado
desde el aire, sino que existen también una serie de hechos y factores que
tienen ocurrencia en el lugar, y que hacen de la capital del departamento Norte
de Santander el polo de desarrollo urbano más importante del noroeste del país
y el principal centro de integración y comercialización fronteriza en el área
Colombo Venezolana.
No es de extrañar entonces que Cúcuta
sea una ciudad con huéspedes a la que diariamente afluyen cientos de hombres y
mujeres provenientes de las más diversas regiones.
No en vano el tipo humano del cucuteño
se ha venido formando de la continua mezcla de inmigrantes que desde tiempo
inmemorial han elegido a la ciudad como su centro de operaciones.
Este hombre ha forjado su carácter en el
yunque de la esperanza y de la ilusión. Por eso tiene su estilo propio y a la
vez inconfundible. Es recio y tranquilo como el paisaje, y posee la audacia, la
hospitalidad y la desolación de quien alguna vez fue huésped y ahora es anfitrión.
Basta asomarse a un almacén, cruzar una calle o atravesar la plaza para
comprender que la ¨Ciudad de las Puertas Abiertas¨ no ha sido una leyenda, y
que aún en los sitios reservados por otras ciudades para las gentes del lugar,
el extranjero es bienvenido.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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