Es domingo. El día comienza horas antes que cualquier
otro fin de semana. Alguien impartió la orden y debía cumplirse al pie de la
letra. El lunes será festivo, el primero del año, y no habrá afán. Por eso las
trompetas llamaron a paseo al río.
7:00 de la
mañana. No
hay desayuno en casa solo preocupación por salir temprano, porque la caravana
comenzó a descender hacia el punto de encuentro. No hubo tiempo ni para
preparar el tinto acostumbrado. Una revisión rápida al carro, llantas en buen
estado, agua, gasolina, gato, repuesto, botiquín, triángulos reflexivos y
documentos al día. Así lo pedía la Policía. Lástima, cero bebidas embriagantes.
Solo se admiten las gaseosas.
8:00 de la
mañana. Llegada al mercado popular para desayunar. Caldo de pescado, arepa asada,
huevo cocido, chorizo y gaseosa. Conclusión, en los comedores de barriada la
comida es barata, buena y bien preparada. Los demás miembros del convite
comieron lo que quisieron. A la hora de pagar la cuenta se dividió en partes
iguales. Todos quedaron llenos y satisfechos. Primer punto positivo del día.
La carretera está en buen estado y el trayecto se hace
agradable. La música suave que despacha el equipo de sonido del carro no
molesta. De vez en cuando se escucha tararear una canción. En un sitio especial
está la alcabala de la Policía. No piden papeles, dejan circular, entienden que
no es el momento para haber bebido siquiera guarapo.
9:30 de la
mañana. El viaje terminó. Comienza la búsqueda del lugar especial para montar el
fogón y juntar candela. Hay voces discordantes. Unos quieren aquí; otros, allá.
Los demás no opinan, esperan que la mayoría decida (como de costumbre). Por fin
hay acuerdo, cualquiera cedió a las razones de los otros.
A partir de ese momento se vive el agite de la cocina.
Las expertas reparten el mercado y las actividades. Buscar piedras y leña para
el fogón; prender candela, soplar y atizar; pelar cebollas, papas, plátano y
yuca; lavar ollas y peroles; recoger agua, de la más limpia, para la sopa;
preparar la gallina, el hueso y la carne.
Los hombres, la mayoría, a hacer corrillo, hablar del
prójimo, contar chistes, jugar cartas; una cerveza para la sed, otra para hacer
hambre y la tercera porque tocó. Los niños, embadurnados de repelente contra
los insectos, se meten al agua, chapalean, se mojan, se divierten.
En medio de la alegría no faltan los lamentos. La
cámara fotográfica no aparece, se olvidó la mesa para montar el comedor, no hay
cucharas para tanta gente (como en las alcaldías), los cuchillos no tienen
filo, la candela no coge fuerza, el niño no echó zapatos de repuesto y la niña
no llevó bloqueador
Entre los chistes de momento salen los de la gallina
gorda. Al quitarle la manteca alguien dijo que perdió la liposucción. Otro se
fijó en la rabadilla y la calificó de prepago. No faltó el que hizo el apunte
sobre los muslos grandes de pesista. Las alas gigantes no escaparon a los
comentarios y la dueña dijo que con razón en las noches no la veía. El
caparazón inspiró el apunte final. “Era una gallina güevona”.
En los fogones vecinos aparecieron más paseantes. La
alegría llenó la orilla del río. El escandaloso de siempre abrió el baúl del
carro y de un jalón se escucharon vallenatos por largos minutos. Al frente, un
equipo más potente respondió con otro género musical y las canciones de moda.
Las mujeres dejaron que el fuego hiciera su trabajo y
decidieron darse un chapuzón. Como pudieron se taparon unas a otras para
cambiarse de ropa. Dejaron el bluyín a un lado y optaron por la licra. Los
hombres tenían corrillo en torno a una baraja española y se divertían como
saben hacerlo en los paseos.
12:30 de la
tarde. Hay
que probar como va el sancocho. La alerta se riega entre niños y adultos. La
primera gallina, la flaca, perdió un ala; luego, una pierna; después, parte de
la carne blanca. Quedó lisiada, pero sabrosa. Un plato de caldo para calmar los
bostezos. A manera de entrada, un chorizo y un pedazo de papa.
Dentro de una bolsa negra está el balde con la carne.
Ocho kilos para 23 personas. No sé si es mucha o poquita. Aparece en escena el
anafre. El carbón está prendido. La primera porción chirrea. A la segunda no le
paran bolas, como siempre ocurre. Les dan la vuelta y el olor se confunde con
el humo del fogón. El estómago pide que no haya más suplicios, que sirvan
pronto.
Alguien escucha el gorgoreo y comienza el desfile de
platos llenos de caldo, yuca, papa, plátano, mazorca, ahuyana, carne oreada,
hueso de costilla y gallina. En otro plato, carne asada y pichaque. En un vaso,
gaseosa. ¿Alguien quiere repetir?
2:30 de la
tarde. El
río se presta hasta para las celebraciones. En el grupo hay un cumpleañero.
Llegó al cuarto de siglo de vida. El calor derritió el adorno de la torta. Qué importa
si ese dulce es el que todos dejan en el plato. El canto está destemplado, pero
es canto. “Que los cumpla feliz hasta el tiempo sin fin”. Abrazos, besos y
felicitaciones. Cero regalos.
3:30 de la
tarde. En
ese momento llegan nuevos paseantes. Es hora de regresar a casa. El lugar quedó
limpio de basura. Hubo jornada familiar de limpieza para colaborar con el
ambiente. Nadie lo propuso, pero así funcionó. En la vía el mismo retén de la
Policía. No requisan, no piden papeles, no paran a los carros. Presumen que los
conductores acataron las recomendaciones de no ingerir licor para manejar. La
carretera está despejada, no hay atascos. Los choferes no tienen afán, no
corren, van tranquilos.
La ciudad se insinúa a lo lejos. Los pasajeros
suspiran, porque ha concluido el primer puente del año, el que despide a los 12
meses anteriores. El lunes es festivo, habrá jornada de descanso y recuperación
del ajetreo dominical. El martes, el trabajo espera y será una jornada continua
hasta diciembre cuando se planeará el próximo paseo. Ojalá sea al río.
Recopilado
por : Gastón Bermúdez V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario