viernes, 19 de abril de 2013

364.- EL PASEO AL RIO NO PIENSA MORIR


Rafael Antonio Pabón

 

Es domingo. El día comienza horas antes que cualquier otro fin de semana. Alguien impartió la orden y debía cumplirse al pie de la letra. El lunes será festivo, el primero del año, y no habrá afán. Por eso las trompetas llamaron a paseo al río.

7:00 de la mañana. No hay desayuno en casa solo preocupación por salir temprano, porque la caravana comenzó a descender hacia el punto de encuentro. No hubo tiempo ni para preparar el tinto acostumbrado. Una revisión rápida al carro, llantas en buen estado, agua, gasolina, gato, repuesto, botiquín, triángulos reflexivos y documentos al día. Así lo pedía la Policía. Lástima, cero bebidas embriagantes. Solo se admiten las gaseosas.

8:00 de la mañana. Llegada al mercado popular para desayunar. Caldo de pescado, arepa asada, huevo cocido, chorizo y gaseosa. Conclusión, en los comedores de barriada la comida es barata, buena y bien preparada. Los demás miembros del convite comieron lo que quisieron. A la hora de pagar la cuenta se dividió en partes iguales. Todos quedaron llenos y satisfechos. Primer punto positivo del día.

La carretera está en buen estado y el trayecto se hace agradable. La música suave que despacha el equipo de sonido del carro no molesta. De vez en cuando se escucha tararear una canción. En un sitio especial está la alcabala de la Policía. No piden papeles, dejan circular, entienden que no es el momento para haber bebido siquiera guarapo.

9:30 de la mañana. El viaje terminó. Comienza la búsqueda del lugar especial para montar el fogón y juntar candela. Hay voces discordantes. Unos quieren aquí; otros, allá. Los demás no opinan, esperan que la mayoría decida (como de costumbre). Por fin hay acuerdo, cualquiera cedió a las razones de los otros.

A partir de ese momento se vive el agite de la cocina. Las expertas reparten el mercado y las actividades. Buscar piedras y leña para el fogón; prender candela, soplar y atizar; pelar cebollas, papas, plátano y yuca; lavar ollas y peroles; recoger agua, de la más limpia, para la sopa; preparar la gallina, el hueso y la carne.

Los hombres, la mayoría, a hacer corrillo, hablar del prójimo, contar chistes, jugar cartas; una cerveza para la sed, otra para hacer hambre y la tercera porque tocó. Los niños, embadurnados de repelente contra los insectos, se meten al agua, chapalean, se mojan, se divierten.

En medio de la alegría no faltan los lamentos. La cámara fotográfica no aparece, se olvidó la mesa para montar el comedor, no hay cucharas para tanta gente (como en las alcaldías), los cuchillos no tienen filo, la candela no coge fuerza, el niño no echó zapatos de repuesto y la niña no llevó bloqueador

Entre los chistes de momento salen los de la gallina gorda. Al quitarle la manteca alguien dijo que perdió la liposucción. Otro se fijó en la rabadilla y la calificó de prepago. No faltó el que hizo el apunte sobre  los muslos grandes de pesista. Las alas gigantes no escaparon a los comentarios y la dueña dijo que con razón en las noches no la veía. El caparazón  inspiró el apunte final. “Era una gallina güevona”.

 
                

En los fogones vecinos aparecieron más paseantes. La alegría llenó la orilla del río. El escandaloso de siempre abrió el baúl del carro y de un jalón se escucharon vallenatos por largos minutos. Al frente, un equipo más potente respondió con otro género musical y las canciones de moda.

Las mujeres dejaron que el fuego hiciera su trabajo y decidieron darse un chapuzón. Como pudieron se taparon unas a otras para cambiarse de ropa. Dejaron el bluyín a un lado y optaron por la licra. Los hombres tenían corrillo en torno a una baraja española y se divertían como saben hacerlo en los paseos.

12:30 de la tarde. Hay que probar como va el sancocho. La alerta se riega entre niños y adultos. La primera gallina, la flaca, perdió un ala; luego, una pierna; después, parte de la carne blanca. Quedó lisiada, pero sabrosa. Un plato de caldo para calmar los bostezos. A manera de entrada, un chorizo y un pedazo de papa.

Dentro de una bolsa negra está el balde con la carne. Ocho kilos para 23 personas. No sé si es mucha o poquita. Aparece en escena el anafre. El carbón está prendido. La primera porción chirrea. A la segunda no le paran bolas, como siempre ocurre. Les dan la vuelta y el olor se confunde con el humo del fogón. El estómago pide que no haya más suplicios, que sirvan pronto.
Alguien escucha el gorgoreo y comienza el desfile de platos llenos de caldo, yuca, papa, plátano, mazorca, ahuyana, carne oreada, hueso de costilla y gallina. En otro plato, carne asada y pichaque. En un vaso, gaseosa. ¿Alguien quiere repetir?

2:30 de la tarde. El río se presta hasta para las celebraciones. En el grupo hay un cumpleañero. Llegó al cuarto de siglo de vida. El calor derritió el adorno de la torta. Qué importa si ese dulce es el que todos dejan en el plato. El canto está destemplado, pero es canto. “Que los cumpla feliz hasta el tiempo sin fin”. Abrazos, besos y felicitaciones. Cero regalos.

3:30 de la tarde. En ese momento llegan nuevos paseantes. Es hora de regresar a casa. El lugar quedó limpio de basura. Hubo jornada familiar de limpieza para colaborar con el ambiente. Nadie lo propuso, pero así funcionó. En la vía el mismo retén de la Policía. No requisan, no piden papeles, no paran a los carros. Presumen que los conductores acataron las recomendaciones de no ingerir licor para manejar. La carretera está despejada, no hay atascos. Los choferes no tienen afán, no corren, van tranquilos.

La ciudad se insinúa a lo lejos. Los pasajeros suspiran, porque ha concluido el primer puente del año, el que despide a los 12 meses anteriores. El lunes es festivo, habrá jornada de descanso y recuperación del ajetreo dominical. El martes, el trabajo espera y será una jornada continua hasta diciembre cuando se planeará el próximo paseo. Ojalá sea al río.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.

No hay comentarios:

Publicar un comentario