lunes, 27 de mayo de 2013

384.- CICERON, HONORIS CAUSA EN COMUNICACIÓN SOCIAL Y PERIODISMO DE LA UFPS


Cicerón Flórez Moya  (Discurso)



Este acto académico, en el que la Universidad Francisco de Paula Santander me confiere el título honoris causa en Comunicación Social y Periodismo representa para mí un eslabón más de la cadena de responsabilidades que la vida me ha deparado no solamente como honor sino también como prueba de un compromiso ineludible de acierto en el quehacer cotidiano de la información. Lo recibo, claro está, en ese sentido, sin pretensión alguna de vanidad que pueda  sobredimensionar lo que en realidad soy, un periodista hecho a la medida de los requerimientos éticos y de conocimiento del oficio, hasta donde humanamente alcanzo.

Al recibir este título concurren a mi memoria dos retrospectivas que en algunos puntos coinciden.

Una, mi trabajo de más de cincuenta años en los medios. Y dos, la construcción, casi en el mismo tiempo, de la universidad como corriente irrigadora de conocimiento, en Norte Santander.

CONSTRUCCION DE LA UFPS COMO IRRIGADORA DE CONOCIMIENTO

Me correspondió asistir a ese proceso de la fundación de la Universidad Francisco de Paula Santander desde La Opinión. Y de las otras también.

La vida académica de la Universidad Francisco de Paula Santander tuvo su origen fundacional el 5 de julio de 1962. El 19 de septiembre de ese mismo año adquiere personería jurídica por medio de la resolución número 20 de la Gobernación del Departamento y se incorporan las escuelas de topografía y dibujo arquitectónico. Su reconocimiento institucional se formaliza dos años después por la ordenanza 37 de 1964.

Su oficialización como ente de educación superior del orden departamental se logró por medio del decreto 323 del 13 de mayo de 1970 expedido por la Gobernación del Departamento Norte Santander.

Hoy podríamos afirmar que la vida de la universidad se suscribe en tres tiempos que se establecen como etapas de su desarrollo y las cuáles se encuentran bien diferenciadas: en primera instancia, el acto fundacional con alcance de institución privada (1962-1970) donde participa un grupo de personas que valora la educación y es consciente de la necesidad de abrirle en Cúcuta espacio a la enseñanza superior. De ese grupo hicieron parte, León Colmenares, José Luis Acero Jordán, Guillermo Eliseo Suárez, monseñor Pablo Correa León, Miguel Durán Durán, Luis Roberto Parra Delgado, Luis Figueredo Corrales, Senén Botello Rangel, Eduardo Uribe Mejía, Carmen Teresa de Rojas, Ciro Díaz Lozano, José Luis Villamizar Melo, José Trinidad Sarmiento, Jorge Alberto Muñoz, Hernando Camargo Belén, Luis García-Herreros, Luis Alejandro Bustos, entre otros. Un segundo aire, se establece a través de su transformación a institución de educación pública del orden departamental y su posterior desarrollo en el marco del decreto 80 de 1980; y finalmente su etapa actual articulada a partir de la promulgación de la nueva Constitución colombiana de 1991.

Han concurrido en este espacio-tiempo distintas facultades que hoy conforman una importante oferta educativa para los jóvenes de Norte Santander y la región de frontera. La facultad de ingeniería, con un consecutivo aporte al desarrollo de la infraestructura de nuestra región y del país; la escuela de enfermería que ha hecho una excelente contribución al desarrollo de las prácticas modernas de la atención en la salud; la facultad de ciencias y su aporte en la formación en matemáticas y física a la juventud nortesantandereana; la facultad de ciencias agrarias y del ambiente con sus novedosos programas que han incorporado la genética y la biología como elementos de investigación en el campo agrícola y pecuario, y finalmente la facultad de ciencias humanas a la que se incorpora no hace muchos años el programa de comunicación social y en el cual tiene una importante participación para su puesta en marcha y hacerlo una realidad la comunicadora Yaneth Celis y sin duda su actual rector, Héctor Miguel Parra López. Todo esto nutre de una importante cultura a la región y su relevancia es innegable, porque la universidad hace posible el camino no solo de permitir el acceso a la civilización de nuestros jóvenes educandos sino también de incorporarlos a las corrientes de pensamiento moderno que han hecho posible el avance de la ciencia y de la transformación tecnológica del mundo.

La Universidad Francisco de Paula Santander como una de la más visibles instituciones de educación superior del Norte Santander merece sostenerse en el tiempo, y son sus profesores, de cátedra o de planta, sus estudiantes y quienes trabajan en ella en el ámbito administrativo quienes tienen la inmensa responsabilidad social y ética de hacerla perenne y vigente en nuestra historia.

Pero en los últimos cincuenta años la región ha recibido el influjo de establecimientos de educación superior que han entrado a hacer presencia en este territorio. Las universidades Libre y de Pamplona han representado un valioso aporte al desarrollo del conocimiento.

Con ellas Norte Santander ya no fue el mismo departamento desligado de la dinámica de la ciencia y la tecnología o sin participación en la formación profesional abierta a la transformación que promueve el pensamiento cuando encuentra estímulo en los saberes académicos. Otras universidades como la de Santander, Simón Bolívar, Nariño, Santo Tomás, Fes y San Martín también hacen parte de ese frente dedicado a la construcción de un nuevo entorno cultural. Todas esas instituciones de enseñanza superior, con sus programas de pregrado o de especialización restan atraso o rompen de alguna manera nuestro crónico subdesarrollo.

Desde luego, falta mucho por hacer en cuanto a educación. Se necesitan nuevas metas y una mayor voluntad de acierto. No se puede caer en el conformismo de la mediocridad ni en el recorte de la visión respecto al conocimiento, ante un mundo cada vez más exigente en el dominio de los saberes y de la eficiencia en el manejo de los asuntos de alcance público y colectivo.

La universidad, igual que los medios de comunicación, tiene que ser el gran motor de transformación de la sociedad. Debe infundir lucidez. Debe generar debates y tener capacidad de convocatoria pública. Debe enseñar a pensar en el bien común, en los derechos de los ciudadanos, en la libertad, en la convivencia, en poder como instrumento de liberación y no de opresión, abusos o corrupción. La universidad como guía del reconocimiento de la realidad.

Desde el cotidiano ejercicio del periodismo, en estos cincuenta años, he asistido a ese florecimiento de la universidad en Norte Santander y a pesar de todo cuanto le pueda aún faltar pienso que su aporte a la región frente a nuevas perspectivas y posibilidades. Hay que seguir en ese rumbo.
 
MI TRABAJO DE MÁS DE CINCUENTA AÑOS EN LOS MEDIOS

El segundo aspecto del cual quiero hablar es de mi vida en los medios de comunicación. En estos he trabajado en todos los frentes del proceso informativo, desde reportero hasta director. Y fueron varios los escenarios en los cuales he intervenido: los periódicos Occidente de  Buenaventura; La Patria, de Manizales; El Campesino; El Mercurio y El Tiempo, de Bogotá; Mural y La Opinión, de Cúcuta; en la radio, Nuevo Mundo, hoy Caracol, de Bogotá, Guaimaral, San José y Voz de la Grancolombia, de Cúcuta. Algunos pinitos en televisión.

Capítulo especial en esta retrospectiva es el que corresponde a La Opinión, a la cual he estado vinculado desde su fundación en 1958, primero como jefe redacción y finalmente en la función de subdirector, con intermedio en la dirección, como encargado, por decisión de su fundador Eustorgio Colmenares Baptista en los años 80 del siglo que pasó.

A La Opinión llegué con los ánimos de la juventud en 1958. Es decir, estuve en su nacimiento identificado con los fundadores de esa empresa periodística, Virgilio Barco, Eustorgio Colmenares Baptista, Eduardo Silva Carradine y Alirio Sánchez Mendoza, quienes tuvieron desde la política la visión y la meta de un periódico que al tiempo que expresara sus convicciones liberales también reflejara la realidad de la región y contribuyera a la construcción de una corriente de opinión y de pensamiento con proyecciones de cambio, como respuesta al atraso y el conservadurismo acumulados en la región.

Mi llegada a La Opinión estuvo antecedida de los pasos que ya había dado en el camino del periodismo, en cuyo párvulo recorrido Mural fue una de las etapas de prueba. Se trataba de un semanario hecho en Cúcuta en forma artesanal en una tipografía de chibaletes, tipos sueltos en unas pocas cajas y con unos cuantos trabajadores esforzados hasta el desvelo. Me uní a esa aventura sin más activos que la vocación y los iniciales pasos dados en el periodismo, más la compañía de mi esposa Ángela y de mis primeras dos hijas, María Elena y Patricia, nacidas en Bogotá en un ambiente de resistencia estudiantil al régimen de entonces. No conocía este valle de arcillas generosas y sol canicular, pero ya tenía noción de su paisaje, de su tradición y de los rasgos de su gente.

Andrés Crovo, un poeta chileno a quien había conocido en Cali en las veladas bohemias y revolucionarias de la plaza Caicedo y el parque Santarosa, y María Elena Jiménez, me escogieron en Bogotá como corresponsal de su periódico. Lo cual me llevó a entrevistar a nortesantandereanos vinculados a la cultura en esa capital. Fueron, entre otros, Jorge Gaitán Durán, Gonzalo Canal Ramírez, Oriol Rangel y las cantantes hermanas Pérez.

En la misma época y el mismo escenario capitalino, antes de pisar estas tierras, entablé amistad, en el medio estudiantil, con cucuteños y de otros municipios del departamento. César Darío Gómez, Humberto Flórez Faillace, Luis Enrique Cárdenas Villamizar, Ramón Gáfaro y Pedro Galvis, entre otros, fueron compañeros en diferentes grados de relación.

La desaparición de Mural coincide con la puesta en marcha de La Opinión, que de semanario durante dos años se convierte en diario y crece y se consolida hasta llegar con bríos y credibilidad a la edad cincuentenaria a pesar del infame sacrificio de su fundador, Eustorgio Colmenares Baptista, por cuenta de la perversa y criminal beligerancia de un grupo armado que cambió los ideales de la vida por la degradación de la muerte y del cual puede decirse lo que escribió César Vallejo refiriéndose a la ultrajada España de la guerra civil del año 38 del siglo XX: “Todos creíamos que ibas a terminar en una llama y has terminado en una charca”.

La Opinión ha sido para mí el escenario decisivo de mi actividad periodística. Me permitió ejercer este oficio diario de la información y me he esforzado en hacerlo libre de cualquier distorsión o de presiones que pudieran restarle integridad al medio o generar sospechas entre los receptores de su información. Este medio siglo transcurrido en La Opinión me ha convertido en testigo de todo cuanto han hecho sus fundadores y sus herederos para mantenerlo en el rumbo correcto. Es un periódico con dinámica propia, en el cual los lectores pueden confiar. Hay respeto por la verdad y el rigor ético no es asunto de apariencia sino énfasis consecutivo aplicado a la conducta de quienes manejan la información.

Pienso que los reconocimientos, los premios, los homenajes y las expresiones de aplauso que he recibido y que tanto me estimulan, sin que me empalaguen de vanidad alguna, me llegan por la consanguinidad laboral y de querencia que tengo con La Opinión. Todo lo recibo con el reconocimiento que le debo a este medio y lo comparto con quienes hacen parte de esta casa, con su director José Eustorgio Colmenares Ossa a la cabeza, y mis compañeros de tareas periodísticas de todas las etapas que se han cumplido.

Es cierto que estoy en la edad de retiro. Sin embargo, todavía siento que me quedan ganas y energías para continuar contando historias y opinando sobre los hechos y los asuntos que se dan y se agitan en nuestro entorno o en otras latitudes. Es el quehacer del periodismo entendido como causa, pasión, vivencia, convicción o razón existencial. No renuncio a seguir diciendo cosas, o a meter mi olfato en el ámbito de lo público, aun a riesgo de la propia seguridad personal. No renuncio al compromiso periodístico de informar y opinar. Como escribía Quevedo: “No he de callar por más que con el dedo, silencio avises amenaces miedo”.

Señor rector de la Universidad Francisco de Paula Santander, Héctor Parra López, señores miembros del Consejo Superior, gracias por este título honorífico que me han conferido. Lo recibo consciente de cuanto implica responder ante la comunidad por la acreditación que se hace de conocimientos y de solvencia personal, pero también de compromiso de seguir aprendiendo cada día, porque también creo que “solo sé que nada sé”.

Dadas las condiciones de Norte Santander, con avances en algunos aspectos imposible de subestimar, pero también con atrasos sociales, culturales y políticos que generan debilidades ostensibles, además del peso de la corrupción con que carga la región por obra y gracia de parte de sus dirigentes que han detentado el poder, se requiere contar con medios que no se presten al encubrimiento, ni le hagan el juego a las complicidades. Medios en función de la transparencia y la verdad, como debe ser a la luz de la democracia y de un Estado Social de Derecho que no sea mera ficción. El titulo de periodista o de comunicador social debe servir para estar en la vanguardia en defensa de los intereses de la sociedad, en general. Y ese es el alcance que le doy al honor que recibo de este claustro, llamado a ser perdurable como patrimonio común del conocimiento.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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