Cicerón
Flórez Moya (Discurso)
Este acto académico, en el que la Universidad Francisco de
Paula Santander me confiere el título honoris causa en Comunicación Social y Periodismo
representa para mí un eslabón más de la cadena de responsabilidades que la vida
me ha deparado no solamente como honor sino también como prueba de un
compromiso ineludible de acierto en el quehacer cotidiano de la información. Lo
recibo, claro está, en ese sentido, sin pretensión alguna de vanidad que
pueda sobredimensionar lo que en
realidad soy, un periodista hecho a la medida de los requerimientos éticos y de
conocimiento del oficio, hasta donde humanamente alcanzo.
Al recibir este título concurren a mi memoria dos
retrospectivas que en algunos puntos coinciden.
Una, mi trabajo de más de cincuenta años en los medios. Y dos,
la construcción, casi en el mismo tiempo, de la universidad como corriente
irrigadora de conocimiento, en Norte Santander.
CONSTRUCCION DE LA UFPS COMO IRRIGADORA DE CONOCIMIENTO
Me correspondió asistir a ese proceso de la fundación de la
Universidad Francisco de Paula Santander desde La
Opinión. Y de las otras
también.
La vida académica de la Universidad Francisco de Paula Santander
tuvo su origen fundacional el 5 de julio de 1962. El 19 de septiembre de ese
mismo año adquiere personería jurídica por medio de la resolución número 20 de
la Gobernación del Departamento y se incorporan las escuelas de topografía y
dibujo arquitectónico. Su reconocimiento institucional se formaliza dos años
después por la ordenanza 37 de 1964.
Su oficialización como ente de educación superior del orden
departamental se logró por medio del decreto 323 del 13 de mayo de 1970
expedido por la Gobernación del Departamento Norte Santander.
Hoy podríamos afirmar que la vida de la universidad se suscribe
en tres tiempos que se establecen como etapas de su desarrollo y las cuáles se
encuentran bien diferenciadas: en primera instancia, el acto fundacional con alcance
de institución privada (1962-1970) donde participa un grupo de personas que
valora la educación y es consciente de la necesidad de abrirle en Cúcuta
espacio a la enseñanza superior. De ese grupo hicieron parte, León Colmenares,
José Luis Acero Jordán, Guillermo Eliseo Suárez, monseñor Pablo Correa León,
Miguel Durán Durán, Luis Roberto Parra Delgado, Luis Figueredo Corrales, Senén
Botello Rangel, Eduardo Uribe Mejía, Carmen Teresa de Rojas, Ciro Díaz Lozano,
José Luis Villamizar Melo, José Trinidad Sarmiento, Jorge Alberto Muñoz,
Hernando Camargo Belén, Luis García-Herreros, Luis Alejandro Bustos, entre
otros. Un segundo aire, se establece a través de su transformación a
institución de educación pública del orden departamental y su posterior desarrollo
en el marco del decreto 80 de 1980; y finalmente su etapa actual articulada a
partir de la promulgación de la nueva Constitución colombiana de 1991.
Han concurrido en este espacio-tiempo distintas facultades que
hoy conforman una importante oferta educativa para los jóvenes de Norte
Santander y la región de frontera. La facultad de ingeniería, con un
consecutivo aporte al desarrollo de la infraestructura de nuestra región y del
país; la escuela de enfermería que ha hecho una excelente contribución al desarrollo
de las prácticas modernas de la atención en la salud; la facultad de ciencias y
su aporte en la formación en matemáticas y física a la juventud
nortesantandereana; la facultad de ciencias agrarias y del ambiente con sus
novedosos programas que han incorporado la genética y la biología como
elementos de investigación en el campo agrícola y pecuario, y finalmente la
facultad de ciencias humanas a la que se incorpora no hace muchos años el
programa de comunicación social y en el cual tiene una importante participación
para su puesta en marcha y hacerlo una realidad la comunicadora Yaneth Celis y
sin duda su actual rector, Héctor Miguel Parra López. Todo esto nutre de una
importante cultura a la región y su relevancia es innegable, porque la
universidad hace posible el camino no solo de permitir el acceso a la
civilización de nuestros jóvenes educandos sino también de incorporarlos a las
corrientes de pensamiento moderno que han hecho posible el avance de la ciencia
y de la transformación tecnológica del mundo.
La Universidad Francisco de Paula Santander como una de la más
visibles instituciones de educación superior del Norte Santander merece
sostenerse en el tiempo, y son sus profesores, de cátedra o de planta, sus
estudiantes y quienes trabajan en ella en el ámbito administrativo quienes
tienen la inmensa responsabilidad social y ética de hacerla perenne y vigente
en nuestra historia.
Pero en los últimos cincuenta años la región ha recibido el
influjo de establecimientos de educación superior que han entrado a hacer
presencia en este territorio. Las universidades Libre y de Pamplona han
representado un valioso aporte al desarrollo del conocimiento.
Con ellas Norte Santander ya no fue el mismo departamento
desligado de la dinámica de la ciencia y la tecnología o sin participación en
la formación profesional abierta a la transformación que promueve el
pensamiento cuando encuentra estímulo en los saberes académicos. Otras
universidades como la de Santander, Simón Bolívar, Nariño, Santo Tomás, Fes y
San Martín también hacen parte de ese frente dedicado a la construcción de un
nuevo entorno cultural. Todas esas instituciones de enseñanza superior, con sus
programas de pregrado o de especialización restan atraso o rompen de alguna
manera nuestro crónico subdesarrollo.
Desde luego, falta mucho por hacer en cuanto a educación. Se
necesitan nuevas metas y una mayor voluntad de acierto. No se puede caer en el
conformismo de la mediocridad ni en el recorte de la visión respecto al
conocimiento, ante un mundo cada vez más exigente en el dominio de los saberes
y de la eficiencia en el manejo de los asuntos de alcance público y colectivo.
La universidad, igual que los medios de comunicación, tiene que
ser el gran motor de transformación de la sociedad. Debe infundir lucidez. Debe
generar debates y tener capacidad de convocatoria pública. Debe enseñar a
pensar en el bien común, en los derechos de los ciudadanos, en la libertad, en
la convivencia, en poder como instrumento de liberación y no de opresión,
abusos o corrupción. La universidad como guía del reconocimiento de la
realidad.
Desde el cotidiano ejercicio del periodismo, en estos cincuenta
años, he asistido a ese florecimiento de la universidad en Norte Santander y a
pesar de todo cuanto le pueda aún faltar pienso que su aporte a la región
frente a nuevas perspectivas y posibilidades. Hay que seguir en ese rumbo.
MI TRABAJO DE MÁS DE CINCUENTA AÑOS EN LOS MEDIOS
El segundo aspecto del cual quiero hablar es de mi vida en los
medios de comunicación. En estos he trabajado en todos los frentes del proceso
informativo, desde reportero hasta director. Y fueron varios los escenarios en
los cuales he intervenido: los periódicos Occidente de Buenaventura; La Patria, de Manizales; El
Campesino; El Mercurio y El Tiempo, de Bogotá; Mural y La Opinión, de Cúcuta; en la
radio, Nuevo Mundo, hoy Caracol, de Bogotá, Guaimaral, San José y Voz de la
Grancolombia, de Cúcuta. Algunos pinitos en televisión.
Capítulo especial en esta retrospectiva es el que corresponde a
La Opinión, a
la cual he estado vinculado desde su fundación en 1958, primero como jefe
redacción y finalmente en la función de subdirector, con intermedio en la
dirección, como encargado, por decisión de su fundador Eustorgio Colmenares
Baptista en los años 80 del siglo que pasó.
A La Opinión llegué con los ánimos de la juventud en 1958. Es decir, estuve
en su nacimiento identificado con los fundadores de esa empresa periodística,
Virgilio Barco, Eustorgio Colmenares Baptista, Eduardo Silva Carradine y Alirio
Sánchez Mendoza, quienes tuvieron desde la política la visión y la meta de un
periódico que al tiempo que expresara sus convicciones liberales también
reflejara la realidad de la región y contribuyera a la construcción de una
corriente de opinión y de pensamiento con proyecciones de cambio, como
respuesta al atraso y el conservadurismo acumulados en la región.
Mi llegada a La Opinión estuvo antecedida de los pasos que ya había dado en el camino
del periodismo, en cuyo párvulo recorrido Mural fue una de las etapas de
prueba. Se trataba de un semanario hecho en Cúcuta en forma artesanal en una
tipografía de chibaletes, tipos sueltos en unas pocas cajas y con unos cuantos
trabajadores esforzados hasta el desvelo. Me uní a esa aventura sin más activos
que la vocación y los iniciales pasos dados en el periodismo, más la compañía
de mi esposa Ángela y de mis primeras dos hijas, María Elena y Patricia,
nacidas en Bogotá en un ambiente de resistencia estudiantil al régimen de
entonces. No conocía este valle de arcillas generosas y sol canicular, pero ya
tenía noción de su paisaje, de su tradición y de los rasgos de su gente.
Andrés Crovo, un poeta chileno a quien había conocido en Cali
en las veladas bohemias y revolucionarias de la plaza Caicedo y el parque
Santarosa, y María Elena Jiménez, me escogieron en Bogotá como corresponsal de
su periódico. Lo cual me llevó a entrevistar a nortesantandereanos vinculados a
la cultura en esa capital. Fueron, entre otros, Jorge Gaitán Durán, Gonzalo
Canal Ramírez, Oriol Rangel y las cantantes hermanas Pérez.
En la misma época y el mismo escenario capitalino, antes de
pisar estas tierras, entablé amistad, en el medio estudiantil, con cucuteños y
de otros municipios del departamento. César Darío Gómez, Humberto Flórez
Faillace, Luis Enrique Cárdenas Villamizar, Ramón Gáfaro y Pedro Galvis, entre
otros, fueron compañeros en diferentes grados de relación.
La desaparición de Mural coincide con la puesta en marcha de La Opinión, que de semanario
durante dos años se convierte en diario y crece y se consolida hasta llegar con
bríos y credibilidad a la edad cincuentenaria a pesar del infame sacrificio de
su fundador, Eustorgio Colmenares Baptista, por cuenta de la perversa y
criminal beligerancia de un grupo armado que cambió los ideales de la vida por
la degradación de la muerte y del cual puede decirse lo que escribió César
Vallejo refiriéndose a la ultrajada España de la guerra civil del año 38 del siglo
XX: “Todos creíamos que ibas a terminar en una llama y has terminado en una
charca”.
La Opinión ha sido para mí el
escenario decisivo de mi actividad periodística. Me permitió ejercer este
oficio diario de la información y me he esforzado en hacerlo libre de cualquier
distorsión o de presiones que pudieran restarle integridad al medio o generar
sospechas entre los receptores de su información. Este medio siglo transcurrido
en La Opinión me ha convertido en testigo de todo cuanto han hecho sus
fundadores y sus herederos para mantenerlo en el rumbo correcto. Es un
periódico con dinámica propia, en el cual los lectores pueden confiar. Hay
respeto por la verdad y el rigor ético no es asunto de apariencia sino énfasis
consecutivo aplicado a la conducta de quienes manejan la información.
Pienso que los reconocimientos, los premios, los homenajes y las
expresiones de aplauso que he recibido y que tanto me estimulan, sin que me
empalaguen de vanidad alguna, me llegan por la consanguinidad laboral y de
querencia que tengo con La Opinión. Todo lo recibo con el reconocimiento que le
debo a este medio y lo comparto con quienes hacen parte de esta casa, con su
director José Eustorgio Colmenares Ossa a la cabeza, y mis compañeros de tareas
periodísticas de todas las etapas que se han cumplido.
Es cierto que estoy en la edad de retiro. Sin embargo, todavía
siento que me quedan ganas y energías para continuar contando historias y
opinando sobre los hechos y los asuntos que se dan y se agitan en nuestro
entorno o en otras latitudes. Es el quehacer del periodismo entendido como
causa, pasión, vivencia, convicción o razón existencial. No renuncio a seguir
diciendo cosas, o a meter mi olfato en el ámbito de lo público, aun a riesgo de
la propia seguridad personal. No renuncio al compromiso periodístico de
informar y opinar. Como escribía Quevedo: “No he de callar por más que con el
dedo, silencio avises amenaces miedo”.
Señor rector de la Universidad Francisco de Paula Santander,
Héctor Parra López, señores miembros del Consejo Superior, gracias por este
título honorífico que me han conferido. Lo recibo consciente de cuanto implica
responder ante la comunidad por la acreditación que se hace de conocimientos y
de solvencia personal, pero también de compromiso de seguir aprendiendo cada
día, porque también creo que “solo sé que nada sé”.
Dadas las condiciones de Norte Santander, con avances en
algunos aspectos imposible de subestimar, pero también con atrasos sociales,
culturales y políticos que generan debilidades ostensibles, además del peso de
la corrupción con que carga la región por obra y gracia de parte de sus dirigentes
que han detentado el poder, se requiere contar con medios que no se presten al encubrimiento,
ni le hagan el juego a las complicidades. Medios en función de la transparencia
y la verdad, como debe ser a la luz de la democracia y de un Estado Social de
Derecho que no sea mera ficción. El titulo de periodista o de comunicador
social debe servir para estar en la vanguardia en defensa de los intereses de
la sociedad, en general. Y ese es el alcance que le doy al honor que recibo de
este claustro, llamado a ser perdurable como patrimonio común del conocimiento.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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