Johanna Campo Becerra
El Templo
histórico estaba rodeado viñedos.
La cuna de la uva en Villa del Rosario fue el barrio
La Palmita, que en 1926 vio nacer los grandes viñedos. 86 años después, el
municipio histórico asiste a la desaparición de la cultura de la vid. Apenas
quedaron algunas huellas.
En los años veinte, del siglo pasado, en una granja
departamental, la uva llegó para conquistar ese territorio. Así como Cristóbal
Colón partió desde el continente europeo para llegar a América, las semillas de
la vid las trajo desde Suiza Julio Lochert. Y no es casualidad que el suizo
estuviera metido en el negocio. La historia muestra como en el periodo
Neolítico se producía en diversas regiones de Suiza, como lo prueban vestigios
arqueológicos.
Villa Antigua es el lugar donde la cultura del cultivo
adquirió la mayoría de edad, pues pioneros como Víctor Suárez, Jesús Carrillo y
Reyes Vivas, los cuales hicieron alianza con Lochert.
La planta, cuyas ramas tienden a trepar y a construir
un techo verde del cual después descuelgan los deliciosos racimos, dominó
grandes extensiones.
-En la vecindad
de la Casa del General Santander, específicamente donde está la plaza de
banderas.
-Donde en la
actualidad se encuentra el lugar llamado como Los Ochoas, que antes se llamaba
Villa Adela.
-El suizo
Lotcher también montó viñedo propio en lo que hoy se conoce como Villa Grande.
-La hacienda
San Javier, por la vía antigua a Boconó.
-En la mayoría
de casas que formaban el barrio La Palmita tenían uva.
El historiador y profesor Gerardo García ayudó a
reconstruir este jugoso recuerdo, porque como buen rosariense, su familia tuvo
viñedo. A él le tocaba hacer de espantapájaros en el cultivo familiar y su mamá
era experta en hacer sonar una campana para sacar a volar los atacantes
voladores. Cuando llegaba de la escuela, almorzaba, y luego agarraba un pote, porque a la 1:00 de la tarde los
pájaros llegaban a comer, cuando la uva estaba madura.
Los
esposos Gustavo Vargas y María Ruíz, en compañía de Gerardo García.
-Entonces salía con un pote por todo el solar,
haciéndolo sonar como un tambor, dándole vueltas al solar. Eso tocaba así unas
dos horas para espantar los pájaros.
-Y otra era que
las señoras mientras estaban cocinando, jalaban una cuerda que llegaba hasta
una especie de campana en el patio para evitar el ataque desde las alturas a
los viñedos.
El anecdotario lleva a 1969. En esa estación aparece
el primer festival y reinado de la uva,
y la organización estuvo a cargo de
Sebastián Villamizar, Cenón Alviarez y Amelia Serrano. Solo participaron tres
candidatas. Yolima Pulido, por el barrio Piedecuesta. Ella, por su belleza y
porte, resultó siendo coronada como la primera reina en el lugar donde funcionó después el
autocine. Las otras dos concursantes fueron Antonia Valencia y Ruth Olarte.
Otra curiosidad de ese certamen es que Sebastián empezó a cultivar una mata de
uva con tiempo, dentro de un recipiente grande, el cual puso en un camión de
barandas, que era de su propiedad. Las
barandas sirvieron de camaretas o soportes para sostener la vid en el aire,
como se hacía en los solares con palos y luego con vigas de cemento, y encima
una red en alambre para que sirviera de cama a las ramas, hojas y frutos. En esa oportunidad, la carroza principal de la
caravana fue un viñedo en miniatura ambulante, resultando ser una atracción y
motivación.
Pueblo agrícola
La tradición agrícola de Villa del Rosario empezó en
la época en que llegaron los españoles, con el cacao. Los cacaotales dieron paso a la caña de
azúcar, en las grandes haciendas y también la vid.
Otro de los secretos de la uva es que cuando va rumbo
a la maduración hay que aplicarle azufre y después se envuelve. En una época se
utilizaba papel periódico o el de color marrón, que era el de las talegas en
que se empacaba la harina y el azúcar. Ese escudo protector de las uvas se
amarraba con cabuya para que los pájaros no la picaran cuando estuviera madura
y echararan a perder el esfuerzo.
En los buenos tiempos, los racimos de uva verde o
morada ‘made in Villa del Rosario’ pasaban la frontera y llegaban a la mesa de
comensales en San Cristóbal y Caracas. Igualmente llegaba a Bogotá, Medellín y
Bucaramanga. En Cúcuta, llegó un momento en que una señora compraba gran parte
de la producción.
Incluso, Villa del Rosario iba a dar el paso hacia la
transformación, puesto el que se llamaba Ministerio de Sanidad otorgó la
licencia para el montaje de una productora de vino. Pero ni un trago se hizo,
porque un mal trago llevó a pique la gran extensión de cultivos de vid en
territorio rosariense. Así lo contó el profesor y ‘antiguo espantapájaros del
viñedo’ que tuvo en su casa materna, Gerardo García.
-El acabose se
lo achacan, unos, a la bonanza en Venezuela.
-Otros, que
aquí el agua llegaba por tomas y después por tuberías sin tratamiento alguno.
-Doña Hortensia
Pérez de Bueno, la mujer de Mario Bueno, en una visita presidencial se coló,
rompió la seguridad y le mostró una botella de agua sucia, que era la que
llegaba a las casas. Por eso fue que en el gobierno del presidente Misael
Pastrana hicieron el acueducto actual.
-También
llegaron aquí las misiones de paz y unas personas del Valle del Cauca para
mejorar y fortalecer el cultivo de uva en el municipio.
-En esa ocasión
le atribuyeron la pérdida de los cultivos al agua tratada, pero lo que más
llamó la atención es que también se secaron los que se regaban con las tomas
del río Táchira.
-Esos recién
llegados vinieron y le vendieron la idea a los uveros de hacerle una pozeta a
cada mata y pelarle la pata abajo, para luego echarle úrea. Eso lo que hizo fue
quemar las matas, a partir de 1975.
En
aquellos grandes viñedos que existieron en Villa del Rosario apenas quedaron
algunas huellas.
El sobreviviente
Hace cuarenta años, o sea desde 1972 Gustavo Vargas
empezó en el cultivo de uva, en Villa del Rosario, por una cuestión que es
propia del hombre, sacarle el mejor provecho a la tierra. Cuenta su esposa, a
quien los años le tiñeron el cabello de plata, que tenían un rancho de una
pieza, y como el solar en que hoy siguen, era grande, montaron el viñedo. “En
todo el Rosario había uva y aquí nosotros empezamos a sembrar las maticas hace
40 años”, dijo la señora que hoy es la única que se da el lujo de cultivar uva
en el municipio histórico. Los esposos recogían buenas cosechas que les
permitieron criar a sus seis hijos. En esa época de abundancia, el fruto de la vid lo llevaban a la Central
de Transportes de Cúcuta donde se la vendían a unos señores.
Hoy, ella vive en la época de vacas flacas porque el
viñedo produce muy poco debido a una situación que parece ser el motivo de
la desaparición del centenario cultivo
en tierras rosarienses: la instalación de los medidores.
-Como pusieron
contadores de agua, se fue al suelo la producción. Era que antes no había, y
por no pagar mucha agua se dejó de cultivar. Es que siempre hay que regar, dijo
María Ruíz. La uva da cada cuatro meses. Es decir, tres cosechas en el año. En
cada cosecha sacábamos 10 o 15 arrobas. Ella recordó que su esposo trabajó en
un cultivo inmenso del señor Alviarez en La Parada. Eso de Pueblo Arrecho, todo
eso era un lote de uva. Y más acá de donde es La Chinita para arriba, eso eran
cortes inmensos de uva.
La Palmita era llena de uva. Todo el Rosario. Hoy, es
casi igual que sacar el Baloto, conseguir levantar la vista y toparse con una
cortina verde que tapa el azul del firmamento y del cual se desprenden los
frutos.
Cuando se le dijo que ellos son prácticamente los
únicos cultivadores de uva en Villa del Rosario, el esposo, recibiendo la
sombra de una de las matas asintió: sí. Porque de resto, por ahí queda es una
mata en algunas casas. Y en medio del viñedo se armó la discusión de si fue
verdad que el agua tratada provocó la desaparición de la uva.
-Ese fue un
cuento que nos metieron, dijo el profe.
-No, el
problema no fue el agua, anotó Gustavo.
-Si fuera el
agua este cultivo no existiría.
-Pero el
problema también fue por los contadores, dijo la señora, seguida por su marido.
Los
esposos Gustavo Vargas y María Ruíz son los únicos que aún se dan el lujo de
cultivar uvas en Villa del Rosario.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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